Luis Guillermo Vasco   Luis Guillermo Vasco
 
EXPERIENCIA COMO DOCENTE EN UN COLEGIO PRIVADO DE CONVENIO DE CIUDAD BOLÍVAR, BOGOTÁ

"¡¿CIERTO PROFE, QUE EL COLEGIO PARECE UNA CÁRCEL?!"


A la hora del descanso, salgo con un grupo de estudiantes a recibir el sol al patio. Estamos sentados en una grada de cemento que lo rodea. Pablo, un estudiante de grado once, observa las ventanas del tercer piso del colegio que dan hacia este lugar. Me dice: ¡¿cierto profe, que el colegio parece una cárcel?! Me vuelvo a mirar la estructura del edificio, las ventanas tienen una reja de tejido muy cerrado para evitar que los jóvenes saquen la cabeza por allí o lancen objetos a la calle o al patio. Lo volteo a mirar y le sonrío. Él continúa: mire profe, hay rejas por todo lado. Entonces caigo en cuenta que cada espacio del colegio está limitado por rejas que se mantienen cerradas o abiertas según el momento. En cada extremo del edificio existen dos escaleras que sirven para acceder a los niveles superiores, están conectadas por un corredor en el que se hay salones a lado y lado. En cada escalera existe una reja que los profesores encargados de disciplina deben cerrar luego de asegurarse que todos los jóvenes se encuentren en el patio a la hora del descanso y que no queda ninguno por los corredores. Algunos niños, que el profesor elige, se hacen guardianes de las rejas para estar pendientes que nadie vaya a violentarlas. También los baños tienen rejas; hay uno para niñas y otro para los niños, las señoras del aseo les echan candado a la hora de clases para evitar que los estudiantes se metan allí a “capar” clase o simplemente los ensucien, luego que ellas han hecho el aseo después del descanso. Si algún niño necesita ir al baño a la hora de clase debe salir a los inodoros mixtos que quedan en un rincón del patio. Las puertas de los salones son de metal, todas con buenas cerraduras que se cierran con doble llave a la hora del descanso. Las puertas de algunos salones tienen un pequeño orificio enrejado por donde se puede observar lo que sucede al interior. La caseta de la cooperativa esta completamente enrejada para “evitar que los jóvenes la saqueen”, como lo afirma la administradora de la cooperativa.

En el primer piso existen un ventanal y una puerta de metal corrediza que comunica el patio donde los estudiantes descansan con las oficinas de dirección y la biblioteca. Este ventanal también tiene rejas. A la hora de descanso, los jóvenes se pegan a ellas para tratar de hablar con los profesores o personas que se encuentran al otro lado de la ventana. En una ocasión, cuando fui a hablar con la rectora, luego de un año de haber salido despedida del colegio, me encontraba del lado de la rectoría hablando con ella, los estudiantes estaban en descanso y me vieron por el ventanal, se acercaron y cogidos de la reja trataron de saludarme, pusieron su cara contra ella tratando de hacer que sus voces se escucharan. En ese momento, la rectora los miró y, divertida por la situación, con una sonrisa les gritó: ¡¡oigan, quítense de ahí, parecen presos!!. A la siguiente semana volví a ir al colegio; era hora de descanso y la puerta corrediza había quedado abierta. Los jóvenes me vieron y vinieron a hablar conmigo. Emocionados, comenzaron a contarme cómo les estaba yendo, Diana, comenzó: “profe, echaron a Walter y a Alison, a mí me cambiaron de curso”. De pronto se acercó la hermana de la rectora, que trabaja como bibliotecaria y administradora de la cooperativa del colegio, y me dijo irónicamente: “los echaron o se hicieron echar” y continúo rumbo a la biblioteca. Al instante, de allí mismo salió la secretaria y sin pedir permiso, —y al parecer por orden de la bibliotecaria—, corrió con brusquedad la puerta, dejándonos a los jóvenes y a mí con las palabras en la boca, a lado y lado de la puerta. Le dije: esa no es forma de tratar a los jóvenes. Me contestó: eso no está permitido, profesora.

Luego de que Pablo me diera su impresión sobre el colegio, me puse en la tarea de entender esta caracterización, ¿qué tanto de cierto tiene?, ¿es una impresión generalizada en los estudiantes? ¿Es sólo por la forma en que está construida la edificación, o ésta precisamente deja ver el contenido que está detrás?. Pregunté a profesores y jóvenes de otros colegios; en respuesta, muchos dicen lo mismo sobre el colegio donde estudian: es una cárcel. Encontré que en los resultados del proyecto Atlántida, realizado bajo la dirección de Parra Sandoval (1995: 315), los jóvenes también narran sus experiencias en el colegio utilizando esta caracterización: hablan de jaulas en lugar de aulas, de número de identificación de los presos en lugar del código de estudiante, etc.

He hallado dos elementos que ayudan a entender esta caracterización que hacen los jóvenes: de un lado, la separación tajante entre lo que vive el joven en la escuela y su vida en el barrio y, de otro lado, las relaciones que se viven en el interior de la escuela, incluidas las normas, códigos, castigos, que rigen el comportamiento de sus miembros. Estos dos elementos generan una contradicción: la escuela popular aparenta neutralidad frente a la problemática social, una supuesta asepsia, pero a la vez se construye como un mecanismo para controlar ideológica y políticamente a una población que por su condición de jóvenes populares, resulta siendo altamente explosiva. La infraestructura de la escuela y la manera como se maneja el espacio en su interior, no son más que consecuencias de esta contradicción.

1. La Escuela y los Barrios: un profundo abismo.

Desde la calle, el colegio parece una alta fortaleza, abarca una cuadra completa de unos 50 metros de largo. Tiene 5 pisos, por lo que rompe con la arquitectura del sector, casas de máximo dos o tres pisos. Es uno de los colegios privados más grandes de los barrios aledaños a Candelaria La Nueva. Por eso, desde la loma en la que se encuentran los barrios: Jerusalén, Arborizadora Alta, Manuela Beltrán, entre otros, de donde proviene la mayoría de sus estudiantes, se visualiza perfectamente. Desde las ventanas de atrás de los pisos superiores del colegio también se divisan estos barrios: las ventas de fruta y verdura de los vendedores ambulantes debajo del puente peatonal, un poco más arriba, las fachadas de colores del barrio Jerusalén, que fueron pintadas en un proyecto de la alcaldía para hacer de este un bello barrio, sus calles empinadas e interminables escaleras que conducen a barrios cada vez más pobres, hasta llegar a las casas de cartón y lata que se erigen en la cima de la montaña. Por las ventanas del frente del colegio se ve la calle; allí se estacionan los carritos de ventas de frutas o verduras, con los parlantes a todo volumen anunciando sus productos, de cuando en vez, el sonido es tan fuerte que penetra en los salones; se ven las señoras yendo a comprar lo del almuerzo y los niños corriendo y gritando...Pero, entre el colegio y estos barrios existe una gran barrera intangible: la vida de los barrios no tiene ningún lugar en el colegio.

El único puente de conexión son los jóvenes que proceden de allí, que traen consigo una historia. Sin embargo, en el colegio no interesa, allí ellos ya no son jóvenes de barrio sino estudiantes del colegio: allí están para educarse, por eso deben comportarse distinto, hablar distinto, pensarse distinto, negarse a sí mismos. Sin embargo, a pesar de este constante esfuerzo de la escuela por obviar la realidad de los jóvenes, en cada uno de ellos está impresa la vida de sus barrios, sus sueños y alegrías, sus necesidades y problemas, sus luchas y trabajos, y por eso, el hambre, el desempleo, las peleas familiares, la persecución policial, la discriminación que se viven allí, pero también las alegrías de los amigos, las formas de expresarse, los gustos, el trabajo, las experiencias, marcan su comportamiento y su forma de asumir su estadía en la escuela. Algunos profesores alcanzan a percibir esta situación, la misma rectora del colegio, por ejemplo, en ocasiones ayuda con cuadernos, libros, refrigerios, etc., a los niños en condiciones extremas, especialmente a los más pequeños, porque como ella misma dice: “los grandes ya no muestran el hambre, así se estén muriendo”. En ocasiones hace llamados a los profesores para que tengan consideración con uno u otro niño por su crítica situación familiar.

Sin embargo, a pesar de los destellos de lucidez de un individuo, el funcionamiento del sistema educativo burgués establece una ruptura entre la escuela y la comunidad, que inevitablemente se reproduce en este colegio. Aunque el colegio se encuentra ubicado en medio de la vida de los jóvenes, ésta se desprecia en él y no se toma como fuente de aprendizaje y conocimiento; a la vez, lo que allí se transmite a los jóvenes populares se encuentra completamente alejado de sus verdaderas necesidades y práctica social. Por su carácter de clase, la escuela popular, de la cual el colegio hace parte —con independencia de las buenas intenciones de algunos individuos— actúa con respecto a los niños nacidos en las familias trabajadoras, rechazándolos o educándolos, con el sólo fin de formar a "los servidores útiles de la burguesía, susceptibles de proporcionar ganancias, sin turbar su tranquilidad y su ociosidad” (Lenin 1960: 272-273).

Como consecuencia de este funcionamiento, a la mayoría de profesores y directivos no les interesa participar en la vida de los jóvenes. Se sienten ajenos a esta realidad y, además, agradecen estar del otro lado. Salen del colegio directo a la seguridad de sus hogares, que en la mayoría de los casos están ubicados en barrios alejados de allí. Hay profesores, que aunque llevan más de diez años trabajando en el sector, nunca han ido a visitar las casas de sus estudiantes, no tienen idea de cómo viven y mucho menos qué sueños y problemáticas enfrentan. El colegio se enconcha en sí mismo, pretende desarraigar a los estudiantes de la vida de afuera, igual que las cárceles hacen con los presos. Quiere resocializarlos sacándolos de su “nocivo” medio social.

2. Lo que pasa cuando el colegio se “invade” de barrio.

Dalton: En la escuela enseñan a hablar.
Hablan de matemáticas...
Pace: Historia...
Dalton: Geometría, lo que sea. En realidad
enseñan a hablar, no del mundo sino de cosas.
Solamente de cosas: una puerta, un mapa.
Pace: Una taza. Enseñan el nombre de
las cosas.
Dalton: Pero no lo que significan: ¿quién
agarró la taza?; ¿quién bebió de ella?
Pace: Y, ¿quién no?, y ¿por qué?
Dalton: El origen del mapa, ¿quién
determinó el cauce de los ríos?, ¿quién se
equivocará de rumbo? O una puerta: ¿quién cortó la
madera y la colocó?, ¿por qué es de cierto tamaño?,
¿quién lo determinó?, ¿quiénes estuvieron de
acuerdo y quiénes no?
Pace: ¿Y cuáles fueron las
consecuencias?
Dalton: Solo enseñan a nombrar las cosas
y por eso, así hablamos, y se borra el pasado.
Pace: Y el futuro.

(Extracto de la obra The Trestle at Popelick Creek,
de Naomi Wallace) (Julian 2004: 1)



Para el año 2002, en la clase de economía política, en conjunto con la profesora de la tarde, desarrollamos un trabajo de investigación con los jóvenes en los barrios donde viven. Los jóvenes de décimo realizaron historias de vida de personas cercanas a ellos y que viven en sus barrios, jóvenes, ancianos, mujeres, trabajadores. Los de once tomaron diversos problemas de investigación que los involucran directamente a ellos: la situación de los vendedores ambulantes, las condiciones de trabajo de las mujeres satélite, las madres comunitarias, el desplazamiento, el reciclaje, entre otros. Varios de los estudiantes son a la vez trabajadores, vendedores ambulantes, coteros, recicladores; sus padres también ejercen estos oficios u otros, de los que nunca se habla en el colegio. La intención que tuvimos con este trabajo fue traer al colegio la vida del barrio, reflexionar sobre ella y aprender de la gente trabajadora y de los jóvenes y darla a conocer a los otros profesores y estudiantes. Queríamos mostrar que la vida de la gente corriente es una verdadera fuente de conocimiento.

Por esta razón, finalizadas las investigaciones, aprovechando la feria de la ciencia que se realiza cada año, en la que se invita a los padres a mirar el resultado de las actividades escolares, los jóvenes, la profesora de la tarde y yo propusimos a las directivas organizar un salón en el que ellos pudieran exponer a sus padres e invitados en general los resultados de la investigación. Las directivas, que realizan estas actividades como parte de su estrategia publicitaria, consideraron que montar por primera vez un salón de economía política sería muy atractivo y, por eso, accedieron.

Organizamos el salón de tal forma que los invitados fueran rotando por cada puesto en el que se encontraban los jóvenes, con fotos, carteleras, videos, grabaciones, etc., quienes hablaban sobre las personas que entrevistaron, sus problemas, sus sueños y lo que ellos aprendieron.

A la entrada del salón estaban Catherine y sus compañeras presentando la problemática del desplazamiento. Comenzaban diciendo:
Aparentemente el desplazamiento es un problema que ha surgido en los últimos tiempos a causa de una oleada de guerra por los grupos armados colombianos...pero los medios de comunicación mienten, en realidad el desplazamiento ha sido un problema de los pobladores de más bajos recursos en todo el siglo XX. El Estado dice que les brinda la ayuda a todos los desplazados, pero nosotros hemos realizado un paralelo entre lo que dice la Red de Solidaridad y lo que dice una familia de desplazados para comprobar cuál es esa ayuda y qué en realidad hace el Estado.

Foto 1: Familia de desplazados: “La mayor hizo primero
en el Tolima, los otros no conocen la escuela”

El padre de esta familia cuenta: “Nosotros venimos del oriente caldense, nos tocó salir porque la guerrilla y las autodefensas estaban en combate en busca del dominio territorial y no solo nos obligaron a irnos sino que si no nos íbamos nos mataban...Apenas llegamos presentamos una declaración ante la Red de Solidaridad en junio del presente año y nos rechazaron porque nosotros éramos ocho personas, quienes conformábamos la familia y no era un desplazamiento masivo, no nos brindaron ninguna ayuda... Estamos arrimados, en una habitación en la casa de un paisano que sí tenía medios de sobrevivencia, que tuvo buen corazón y nos albergó acá en Bogotá. Mi papá padece de bronconeumonía y no podemos conseguir medios de trabajo y en vista de la cantidad de personas, el gasto de servicios y la falta de recursos, mi amigo nos está echando prácticamente a la calle y no sabemos que hacer... Sólo yo trabajo de cotero en Abastos y me pagan 150 mil pesos de domingo a domingo, desde las 2 a.m. a 2 p.m. Soy el único que aporto. Mi patrón no me deja coger los alimentos sobrantes y cuando yo termino trato de coger los alimentos del piso que puedan servir en la casa, me someto a que la gente de Abastos me madrié”
Después de presentar otros aspectos de esta situación, concluían:
¿Cómo podemos pedir que no haya vendedores ambulantes en las calles y en los buses, indigentes y hasta delincuentes? Es verídico que las riquezas que “producen” unos, se acumulan en otros que lo único que hacen es estar sentados en una oficina con un fino traje y corbata, tomando capuchino y hablando por celular o navegando por Internet, mientras otros suplican algo para comer.

Pero según ellos “la mendicidad es un negocio”, porque es tan buena la ayuda que les brindan, que muchos se hacen pasar por desplazados. Y si fuera así, ¿cómo pedir que no se busque la manera de supervivencia sin importar el medio como se haga, cuando estos grandes se gastan el dinero del país? ¿Es justo acaso, que habiendo suficiente comida para todos, muchos padezcan mientras otros, cual monarcas se llenen con un banquete?
A continuación estaba el grupo que investigó sobre la situación de los trabajadores satélites.
Este problema nos ha afectado directamente ya que todas las integrantes del grupo estamos en constante contacto con la confección. No es un contacto simple de observar y dejar, este es un tema que ha llegado a nuestras casas, ha afectado el comportamiento inclusive, el modo de vivir de todas.
Contaban cómo es el trabajo de las satélites, cuánto ganan, sus condiciones de vida. Una de las mujeres satélites, mamá de una alumna, cuenta:

Foto 2: Microempresa de satélite: aquí trabajamos
4 satélites más el jefe

Tengo 45 años, desde hace 10 años estoy trabajando como taller de satélite, mi trabajo consiste en recibir corte de la empresa y yo me encargo de armar las partes, como conjuntos para dama, chaquetas, faldas. Las prendas las pagan a $1000, $1200, $1500, eso depende de lo que tenga qué hacer y de la empresa, hay unas que son muy tacañas. Este trabajo tiene sus pros y sus contras, en lo positivo es un trabajo que uno se encuentra en su propia casa pendiente de sus hijos, realizando labores como ama de casa, cuando le queda tiempo. Lo negativo es que no tenemos seguro social, ni sueldo fijo. En cuanto a la salud encontramos también pros y contras, pero aún más aspectos negativos, las consecuencias de este trabajo son enfermedades como mal de riñones, perdida gradual de vista, desgaste físico y psicológico y dolor de cabeza por el cansancio. A veces tenemos que trabajar de largo hasta pasada la media noche.

Foto 3: “Lo bueno de este oficio es que hago ropa
para mí y mis hijas”

Otra mujer satélite narraba:
El sueldo lo tengo hasta final del mes con lo del satélite. Lo invierto en transporte, en las onces de la niña, las cuales se sacan fiadas, y cuando llega el sueldo las pago. Yo trabajo desde las 6 a.m. y salgo a las 3 p.m. Llego a la casa a las 4 p.m. y la jornada de satélite comienza a las 5 pm. hasta la 9 p.m. o más si es necesario. Alisto las cosas de la niña al otro día la llevo al colegio y sigue mi rutina”.

Foto 4: “Por falta de plata no puede seguir estudiando”

Angie, una de las estudiantes que realizó el trabajo decía:
Mi mamá es la cabeza de familia, trabaja en la confección, es una de las muchas mujeres que en estos barrios trabaja como satélite, es decir, llevando ropa para coser a su casa. Ha sido un esfuerzo muy grande tener a alguien que labore en esta rama, mi mamá ama lo que hace pero no es suficiente con esto, no vamos a comer con las ilusiones. Una de las cosas que he aprendido es a esforzarme, en la actualidad el trabajo de mi mamá me gusta, ahora sé filetear, deshebrar, etc., aunque lo considero un sacrificio, es un gran logro, todo sea por comer y salir adelante.
Otros jóvenes hablaron de las Madres comunitarias:
Durante nuestro recorrido por las casas de las madres comunitarias pudimos conocer la situación en que se encuentran estas madres, vimos en qué estado estaban sus casas y cómo vivían ellas con sus familias, en una casa que siendo propia, tenían muchas veces que incomodarse para poder trabajar.
Presentaron las entrevistas hechas a varias madres comunitarias:
El salario muchas veces no me alcanza ni para las toallas higiénicas, pues el mes pasado únicamente el recibo del agua me llego por $130.000, el de la luz por $21000 y a parte de todo esto nos toca darle dinero a la junta de padres para que nos hagan algunas vueltas, pero así y todo no estoy desagradecida.
Otra madre comunitaria contaba:
Antes era ama de casa, pero lo que me llevó a trabajar como madre comunitaria fue la necesidad que vi en la comunidad, pues habían muchos padres de familia que dejaban a sus hijos solos.
También narraron la vida de algunas madres que acuden a dejar sus niños en los jardines de madres comunitarias:
Elena tiene 35 años, vive en Sierra Morena, tiene tres hijos de 2, 4 y 5 años. Dos están en un hogar comunitario y paga $12.000 mensuales. No está casada, vive en unión libre, el esposo es albañil, bebe por lo menos dos veces a la semana, algunas veces llega a gritar a los niños. Varias veces la han llamado del jardín porque el niño se ve muy disperso, llora solo, se aleja del grupo y no le gusta jugar con otros niños. Viven en arriendo, no tiene trabajo fijo, ella lava, cocina, plancha y arregla casas por $10.000 diarios. Se han visto alcanzados para alimentar a los niños, hay veces no tienen ni para una agua de panela. Del jardín les mandan notas para que manden algo de comer a los niños porque al jardín no ha llegado el mercado quincenal...
Sandra, Karen y Camilo presentaron una exposición de fotos tomadas por ellos en el barrio Caracolí, Ciudad Bolívar. Sandra vive a la entrada de este barrio, sus compañeros viven en barrios más abajo, pero nunca habían subido hasta allí. Realizaron una descripción de las condiciones de vida de sus habitantes:
Al entrar en el barrio Caracolí se diferencia, ya que no posee calles pavimentadas, están en piedra y tierra, algunas casas están en ladrillo y otras son prefabricadas. Están ubicadas en zonas de alto riesgo, sostenidas con palos al ras de abismos impresionantes. Cuando llueve la tierra se vuelve lodo y es muy peligroso por las caídas [...] Los locales son muy rudimentarios y sin protección, se ven puestos de remates, algunas panaderías, arreglo de electrodomésticos, chatarrerías, canchas de tejo, y ventas de cemento y ladrillo [...]

Foto 5: Barrio Caracolí: cuando llueve el barrizal genera
muchos accidentes

Se ven muchos animales como perros y gallinas. Los niños se ven en la calle jugando descalzos y con poca ropa [...] El suelo permanece lleno de agua por los escapes de las mangueras de agua, que atraviesan el barrio sostenidas a cierta distancia por palos. Hay que tener mucho cuidado, ya que si se revienta alguna se le va el agua a todo el mundo. A la entrada del barrio presenta iluminación, sus postes son palos de madera muy mal ubicados, al desplazarse más por el barrio va disminuyendo este servicio, así la luz no alcanza a iluminar las zonas más pobres. Por lo que utilizan velas u otros artefactos para la sobrevivencia. El olor a caño por falta de acueducto es muy fuerte y se percibe por todo el barrio [...] Tuvimos la oportunidad de preguntarle a un habitante su opinión sobre los servicios. La persona nos contesto que la alcaldía no presta atención a sus solicitudes, ya que hacen de cuenta que el barrio no existe.

Foto 6: El agua viaja por las mangueras
a todas las casas

Existen dos centros educativos, son muy rudimentarios ya que no poseen buena ventilación, ni seguridad. Tampoco tienen salones específicos para cada grado, ni cafetería, ni patios y el número de alumnos es muy bajo. Para poder verificar nos introducimos al centro educativo Divino Niño, el cual queda ubicado a la entrada del barrio. La reacción de la rectora fue negarnos la entrada, nos dijo que nosotros no poseemos el nivel académico para entender la situación y que lo que buscábamos era dejar en mal aspecto la institución. Ante la negativa de la directora, buscamos la ayuda de unos niños que estaban jugando fútbol al frente del colegio, no pasaban de los 13 años de edad, estaban cursando cuarto de primaria. Ellos nos contaron que pocas veces tenían clase, y que los profesores los ponían a dibujar y recortar, que no poseían puestos en buen estado y que a veces entre ellos mismos se trataban mal y que siempre se les perdían las cosas. Otro nos informó que no aprenden mucho y que son pocos los que saben al menos leer bien y escribir y que el colegio no posee los elementos necesarios para la enseñanza.

El servicio de salud prácticamente no existe, al recorrer el barrio se encuentra bien alejado un centro de salud con el siguiente nombre: Centro Médico Odontológico gratuito para desplazados, laboratorio clínico, planificación y partos. EMG. Este centro posee un solo piso, el cual está en obra negra, no posee buena ventilación y no laboran profesionales[...] Preguntamos a un habitante cómo funciona este servicio, nos contesto que atienden más que todo a los desplazados pero tienen que ir supremamente enfermos [...] Las personas que tengan casos graves deben trasladarse a un CAMI que queda supremamente alejado, a unas cuadras más abajo del barrio El Tanque, y solamente atienden casos graves.

Foto 7: Servicio de Salud, el único que hay en el barrio
y los alrededores

Presentaron los testimonios de algunas personas del barrio; una mujer contaba que:
Aquí la mayoría de la gente es desplazada, aquí llega la gente y se va, en realidad ya no está la gente que empezó [...] La gente se dedica a su trabajo, los niños ayudan a sus padres y muy pocos tienen la posibilidad de estudiar, los jóvenes trabajan, otros se la pasan en la calle y muy pocos son lo que estudian. Las mujeres ayudan a sus maridos echando pala y recogiendo ladrillo para ayudarles en la construcción [...] Aquí lo que más se come son menudencias, arroz, papa, lentejas, agua de panela, café de pepa. A los niños mayormente se les hace mazamorras para que queden llenos o algunas mamás van al Bienestar Familiar, y allá les regalan bienestarina para alimentarlos [...] Sobre la guerrilla yo no sé mucho, lo que sé es que las personas que tienen tiendas más o menos buenas deben pagar cierto dinero si no, les bajan los negocios. Escuche que un señor que no quiso pagar, le pusieron una bomba y le bajaron los vidrios, el susto fue tremendo yo pensé que se me iba a caer la casa.
Un líder del barrio, que trabaja como zapatero, narraba:
Llegué al barrio hace cuatro años, yo vivía en el campo pero la guerrilla quería llevarme, por eso me tocó venir a la ciudad para poder huirles[...] Cuando yo llegué me tocó acostumbrarme duramente, por eso siempre he tratado de hacer lo mejor, a medida del tiempo yo me fui haciendo conocido y por eso la gente empezó a involucrarme en las cuestiones del barrio, por eso llegué a ser un vocero [...] La mayoría de la gente me colabora en las firmas y en lo que pueden. Algunos son indiferentes ante los problemas, pero lo bueno es que son muy pocos [...] Aquí tenemos muchos problemas, yo creo que los servicios públicos es el principal problema, todo el mundo se queja y no es para menos, es lo peor que tiene el barrio. En segundo lugar, los servicios de salud y educación, todos nosotros estamos desprotegidos en cuanto a la salud, y los jóvenes no cuentan con instituciones donde puedan formarse académicamente.

Foto 8: Los habitantes de Ciudad Bolívar, viven en
una constante zozobra

Un estudiante contaba que al parecer los grupos paramilitares ya están haciendo su aparición, en las paredes de las casas se encuentran letreros alusivos a las AUC: Guerrilla H.P.; Muerte a la Guerrilla firmado Bloque Capital de las AUC. Este líder comunitario indicaba:
Los paras a veces se ven por ahí, lo que pasa es que acá quedamos cerca del monte, por eso es que llegan hasta acá, y como ven que el barrio no tiene protección por eso hacen lo que quieren.
Finalmente, concluía:
El gobierno no nos presta atención porque somos gente pobre y muchos venimos del campo, al gobierno no le interesa invertir en gente que no les va a generar ganancias.

Foto 9: “Vivimos de los que nos da la tiendita”

Estos jóvenes finalizaban su exposición resaltando los valores de la gente que conocieron y reflexionando sobre lo que sintieron realizando este trabajo:
En el recorrido observamos la convivencia de la gente y su actitud frente a las dificultades. Entre ellos mismos se ayudan para conseguir el alimento o para cuidar los pollos o las casas. Es gente que no les importa en que tengan que trabajar para poder comer, no les importa el qué dirán y mucho menos viven de las apariencias. Pese a las dificultades que tienen que pasar siempre, le ven el lado bueno a las cosas y siempre tratan de salir adelante.

Nosotros disfrutamos mucho el haber hecho el trabajo y compartido esta experiencia, nunca nos habíamos imaginado el lado duro de la vida, pero al observar la manera de trabajo de estas personas, se da uno de cuenta que en Colombia existe gente muy ‘berraca’ que sale adelante a toda costa sin importar las dificultades.
También los invitados tuvieron oportunidad de leer las historias de vida que los estudiantes de décimo realizaron a habitantes del barrio donde viven y a sus amigos. Enerieht presentó la historia de vida de una señora amiga suya del barrio, que en el momento se encontraba trabajando de recicladora:

Comenzaba así:
A la mente de Rosa vienen los recuerdos de su infancia y por todos los problemas que ha tenido que pasar...en medio de su tristeza Rosa se encuentra en el comedor, pensando que será de su futuro, sabe que hace parte de la pobreza y la discriminación de nuestro país, hace parte de los muchos recicladores...con voz tranquila empieza a contarme su historia, mirándose hacia adentro, como haciendo un inventario de su vida:

Cuando yo estaba pequeña ayudaba a mi madre en la cocina y a mi padre en la agricultura echando azadón, para sembrar papa y yuca, mi padre es un viejo sufrido pero a la vez jodido. Me puso a estudiar en una escuela que quedaba muy lejos de la casa, yo me aburrí y me salí de estudiar. Luego a mis catorce años conseguí mi primer novio, él tenía mucha plata, al poco tiempo de andar con él quedé embarazada, me fui a vivir con él. Entró a trabajar a las minas de Sogamoso. Allí yo tuve a mi primera hija Jazmín y mis otros hijos, Alexander, Aldemar y Lorena...Cuando creció mi hija Jazmín, fue la que más nos dio canas, a sus trece años quedó embarazada de un tonto que no tenía ni gracia, eso fue un golpe muy duro para Emilio y para mi [...]

[...] Llegamos a vivir a Bogotá al barrio Patio Bonito, mi hija dejó al niño con la familia del papá. Yo nunca trabajé, el que trabajaba era mi marido Emilio, aquí comenzó a trabajar con una mula en cargamento de esmeraldas, un día salió como siempre a trabajar, a llevar un cargamento, como al tercer día llamaron a mi casa que habían encontrado el carro todo quemado...de ahí en adelante me tocó a mi sola con mis cuatro hijos.

Todos mis hijos estudiaron menos Jazmín porque era la que me ayudaba en la casa mientras yo trabajaba en casas de familia haciendo aseo y me llevaba a mi hija menor [...] Yo recuerdo que un día salimos a comprar lo del desayuno, yo iba adelante cuando escuche que mi hija empezó a gritar y a pelear con un viejo porque el muy malparido le había tocado la cola, y yo sin pensarlo dos veces me devolví, cogí un ladrillo y se lo puse en la cabeza. De ahí se formo una pelea y nos llevaron a las dos por daños personales, paramos en la cárcel del Buen Pastor, esa fue la primera vez que yo estuve en la cárcel, claro que no duramos mucho tiempo pues el viejo no se murió, además nosotras le pegamos pero en defensa propia. Cuando salimos de allí, yo estaba sin trabajo, estaba llevada, así que me conseguí un mocito más joven que yo. Él trabajaba en construcción y nos daba para lo necesario. Así vivimos un largo tiempo. No sé en que negocio raro se metió y por ahí mató a un tipo y lo cogieron y lo metieron a la cárcel La Modelo, ahora está pagando una condena larga[...]

Ahora Rosa se encuentra fumándose un cigarrillo y observando la foto de sus hijos. Se nota en su rostro la palidez y en sus ojos negros se pierde la mirada, en la cual se nota el cansancio y todos sus sufrimientos. Sabe aunque no lo dice, que la violencia, la discriminación y la falta de trabajo es lo que la ha llevado a hacer lo que ha hecho en el pasado para poder sacar a sus hijos adelante. De pronto levanta la mirada y sonríe como sintiéndose orgullosa de sí misma y continúa contándome su vida[...]

[...] Mi hija Jazmín consiguió un novio llamado Diego, ella no sabía, cuando un día lo encontró en el patio de la casa fumando bazuco [...]ella le grito que se fuera y el tipo la cogió y le dio una muenda. Cuando yo me enteré la paliza que Diego le había metido a Jazmín me fui a visitarla y cuando llegué y la vi sentí unas ganas inmensas de matar a ese desgraciado, era patético mirar como la había dejado, parecía un monstruo, era irreconocible y estando en embarazo[...] Ella se fue a vivir con nosotros, pero Diego no la dejaba en paz [...] Un día Diego se subió por el tejado de la casa y se dentro a la casa y nos cogió a todos durmiendo y a la primera que cogió fue a Jazmín y claro, todos nos despertamos, cuando la escuchamos gritar porque el hijueputa ese le había pegado, yo me metí a defenderla pero me pegó a mí también, pero como era obvio mi hijo Alex se agarró con Diego y le dio una puñalada en el estómago. Nosotros de puro susto lo sacamos y lo dejamos en la calle tirado porque pensamos que estaba muerto[...] Nosotros fuimos alistando maletas y las pocas cosas [...] salimos de Patio Bonito y nos vinimos para el barrio La Candelaria la Nueva, y aquí conseguimos un apartamento en arriendo para todos. Mientras buscábamos trabajo por necesidad nos tocaba salir a robar a los supermercados. Luego a mi hijo Alex le salió trabajo en la rusa, eso fue una bendición de dios con esa situación en la que estábamos [...] a mi hija Jazmín una amiga le propuso trabajar como prostituta, ella aceptó, y no porque le gustara la idea sino por necesidad, yo mientras tanto le cuidaba la bebé[...]

En esos días yo recuerdo que hubo un paro el tremendo, no recuerdo muy bien por qué se inició el paro, pero eso fue tremendo. Yo recuerdo que toda la gente quería saquear Cafam, pero como no pudieron porque la policía no los dejó, entonces le rompieron los vidrios. Mientras que otra gente rompía las rejas de Coratiendas para saquearlo y como queda escondido era fácil robarlo. Nosotros estábamos esperando a que rompieran la reja para entrar y sacar cosas. Cuando lograron entrar mis hijos fueron y sacaron varias cosas, y siempre nos ayudo lo que ellos pudieron coger, por lo menos para comer por unos días. Luego como la situación era tan dura, la esposa de mi hijo Alex y yo nos fuimos a vender tintos en las calles, a veces nos iba bien y otras nos tocaba como antes, acostarnos sin comer.

Un día llegó Jazmín con la noticia de que tenía nuevo marido, el que le iba a traer más problemas de los que ya tenía. Como siempre muy de malas en el amor. Ella se fue a vivir con él cerca de la casa donde nosotros vivíamos y no duraron mucho tiempo cuando quedo embarazada, ella más de una vez había abortado, porque no quería tener mas hijos para traerlos a sufrir, ella prefería abortar. Pero le cuajó y se quedó embarazada y no se dio cuenta sino cuando ya tenía harto tiempo de embarazo y le tocó tener al bebé y nació otra niña. El tonto ese por ahí le pasaba de vez en cuando para los pañales y para el arriendo, pero no le alcanzaba y le tocó salir otra vez a trabajar de prostituta, para poder mantener a sus dos hijas y otra que estaba esperando porque de nuevo quedó en embarazo, pero eso a ella no le importaba y así salía a prostituirse.

Yo conseguí otro trabajo de lavandera de carros, por las noches salíamos con Jenny la esposa de mi hijo Alex, nos tocaba duro pero nos iba bien, pero el trabajo no nos duró mucho porque la policía empezó a molestar y no nos dejaban trabajar o a veces tocaba pagarles; también porque la gente del sector se quejaba de que nosotras hacíamos mucho ruido y que dejábamos mucho reguero de agua en la calle y por eso, no nos dejaron trabajar más.

Mi hijo Alex, llegó con la noticia que le había salido un trabajo en San José del Guaviare raspando coca, yo realmente no quería que se fuera a trabajar por allá, pero en la situación en la que estábamos no podíamos ponernos a pensar si lo dejábamos ir. También mi hijo Aldemar quería irse a trabajar raspando coca y así es como mis dos hijos hombres se fueron a raspar coca en San José del Guaviare. Ellos duraron un año raspando coca. En ese año nosotras las que nos quedamos aguantamos hambre, humillaciones, a veces conseguíamos para la comida y a veces no. Ese fue un año muy duro porque los jóvenes no estaban y a nosotras nos tocaba bultiar solas, y no fue nada fácil. En diciembre mis hijos volvieron y les fue muy bien porque gracias a dios no les pasó nada grave y traían platica. Claro que nos contaron que por allá sólo hay guerrilla y la ley es la guerrilla y el que no les haga caso, se va o se muere y que, al principio fue muy duro porque se les formaron ampollas en las manos y en los pies, porque no tenían zapatos y que no les dejaban colocarse nada en las manos para raspar la coca, que eso es a mano limpia, pero que después se habían acostumbrado y les rendía mucho.

El 17 de febrero de este año mis hijos y mi hija Jazmín se fueron para San José del Guaviare a ver si les va bien porque aquí en Bogotá no se consigue trabajo. Yo estoy muy triste porque me quede sola, solamente con mi hija la menor, Lorena, que está estudiando y mi nieta, Jessica. Ahora estoy viviendo con Enrique, otro compañero pero el sí me ayuda a conseguir el trabajo de recicladora, aunque no llevo mucho tiempo en esto, pero con el tiempo me iré acostumbrando, gracias a dios que por lo menos conseguimos lo de la comida. Yo solo le pido a mi diosito que no me deje morir en la miseria, la amargura y la soledad.

Anoche Rosa salió a trabajar de recicladora. Refundiéndose en los pedazos de cartón es una víctima más en nuestro país.
Edgar y Sandra presentaron la historia de vida de un joven amigo, ex compañero de estudio:
Mi vida es una vida bastante enredada. Yo he pasado por las peores cosas y espero que todo lo que yo les cuente no sea juzgado y espero no ser señalado por esta porquería de sociedad. Éramos una familia muy conocida en el barrio; mis padres eran unas personas honradas y muy unidas, somos 4 hermanos, 2 hombres y dos mujeres, yo soy el menor.

Antes de mis trece años de edad era un niño como todos los demás, sin problemas de ninguna clase. Recuerdo que para mi familia yo era un orgullo, puesto que en el colegio me daban diplomas, y era uno de los mejores estudiantes. A pesar de todo lo que he vivido me considero muy astuto y se van a dar cuenta de eso a medida que sepan de mi historia.

Mis problemas se vinieron a dar cuando yo tenía sólo trece años de edad. Porque mi cucho nos abandonó, la verdad es que el papá mío era como ese héroe que solo vivía por mí. A mí me dio muy duro que se haya ido, a medida del tiempo pensé que no valía la pena seguir estudiando, me volví un joven muy vago, los amigos que había conseguido les gustaba robar, hacían torcidos. La vida se nos volvió un ocho. Nuestra situación económica no era la mejor, nos mudamos de casa un resto de veces pues el dinero que se conseguía no daba basto para pagar un arriendo, yo me mamaba de estar en la casa sin hacer nada, me salía y con mis amigos llegue a donde no debí haber llegado, a las drogas.

Como se han dado cuenta yo no trabajaba, no me dedicaba a nada y pues para conseguir dinero para consumir, robaba. Recuerdo que una vez me pillaron y me llevaron preso. Esa noche la pase mal, aguante frío al cien, tuve hambre y solo me soltaron al otro día.

Mi mamá trabajaba como mesera, mis hermanas cuidaban niños, con eso apenas podíamos sobrevivir. A mis dieciséis años seguí en las mismas, no me importaba nada. Ya ni siquiera iba a dormir a casa, yo tenía dos amigos. Uno se llamaba Rigoberto y el otro se llamaba Jeisson. Nosotros tres manteníamos bailando y tomando, cuando llegaba a mi casa a eso de las tres, me encontraba con que mi mamá estaba atacada llorando pensando si me pasaba algo, pero yo la calmaba con un poco de carreta que echaba, yo no me perdono el haber hecho llorar a mi mamá. Pobre vieja, si tan sólo yo le hubiera hecho caso, mi vida no hubiera dado tantas vueltas. Una noche me fui con Rigoberto y Jeisson a un bar, esa noche mi mamá me dijo que no saliera que mejor me acostara con ella y así me consentiría, pues a pesar de todo mi vieja era la mata de la ternura. Yo le dije que mejor me iba y que fresca, ella me echó la bendición y yo me fui con mis amigos. Llegamos al bar y como a eso de las 11 p.m. llegaron unos manes armados y se dirigieron hacia nosotros y dijeron señalando con el arma a Jeisson: “Llegó la hora de que me la pagara, gonorrea”. Jalo el gatillo y Jeisson cayó en mis brazos. Un tiro en la cabeza fue suficiente, los pirobos esos huyeron y lo más tenaz es que nadie hizo nada, yo lloré como nunca en mi vida. Llegó la policía y como a eso de las 6 a.m. llegué a mi casa borracho y lleno de sangre. Mi mamá se asomó por la ventana y bajó llorando. Me miró pensando que yo estaba herido. Mi mamá se enteró de todo pero no por boca mía puesto que yo ni tenía ganas de hablar. Eso de tener al mejor amigo en los brazos y muerto es muy tenaz.

Tal vez por eso yo me decidí cambiar, eso que dicen que a uno hasta que no le pasen las cosas no aprende es muy cierto. Tenaz que mi mejor amigo haya muerto para darme cuenta de que lo que hacíamos era malo. Hoy en día trabajo, no he dejado las drogas por completo pero sí puedo sobrevivir sin ellas.
Otros presentaron la historia de vida de un joven que estudió con ellos hasta que lo echaron del colegio:
Mi nombre es Luis y tan sólo tengo 17 años, pero el trabajo me hace ver una persona mayor. Yo empecé a trabajar debido a las necesidades de mi familia. Desde pequeño en mi casa hemos tenido que ver las verdes y las maduras porque según cuentan mis padres, cuando mi cucha quedó embarazada de mí, mis abuelos la echaron de la casa y mi cucho era muy pobre, así que me la llevo a vivir con él pero no necesariamente en su casa, sacaron una piecita para los dos... Mi cucha trabajaba en la plaza vendiendo verdura [...]

Un día mi cucha no fue a la plaza porque iba a comprame el coche cuando vio a mi cucho, ella se puso muy nerviosa y trató de esconderse, mi cucho no la vio, ella siguió observándolo cuando vio que él cogió de la mano a una muchacha mucho más joven que ella y estaba embarazada, mi cucha casi se vuelve loca pero no le dijo nada, es que ni siguiera se dejo ver, para ella fue algo muy doloroso y empezó a decaer, ya no le ponía el mismo interés a su trabajo y empezaron a bajar las ventas, y empezamos a ver necesidades , mi cucha no volvió a trabajar allá afuera de esa plaza, terminó de vender todo, recogió la plata y nos vinimos a vivir aquí a Candelaria, en arriendo.

Hasta que una vez la contrataron para trabajar de empleada en una casa, pero tenía que internarse allá, ella lo aceptó y se internó, trabajó dos años allí pero no se sentía a gusto aunque nos trataban a los dos muy bien, mi cucha salía de compras con doña Sandra la dueña de la casa, ella le compraba cosas para ella y para mí y nunca hubieron problemas, hasta que apareció mi cucho un día cuando mi cucha estaba haciendo mercado, y empezó a rogarle que lo perdonara, que él la quería mucho, y ella muy dolida le preguntó por la muchacha embarazada con la cual ella lo había visto, y él le salió con miles de pretextos y disculpas, mi cucha lo siguió viendo pero no salió con él ni nada, así duraron dos años. Mi cucho me daba cosas, ropa y me pagaba el jardín, hasta que un día mi cucha salió con él y de nuevo quedó embarazada, se fueron a vivir juntos[...]

[...] mi cucho como ya tenía más plata compró un carrito y en éste le traía el mercado a mi cucha y así también se fue entendiendo con la gente de Abastos y se empezó a involucrar allá [...] al tiempo nació mi hermanito, y yo estudiaba y me tocaba cuidarlo [...] así empezó mi vida, nadie nos ponía cuidado porque manteníamos solos, mi cucho empezó a tomar y debido a eso mi cucha también [...] yo ya me canse en la casa y empecé a salir a buscar trabajo, mi cucho se enfermó de tanto tomar y a mi cucha le empezó a ir mal, yo tenía ya que responder por mi familia [...] empecé a trabajar con mi tío en el puesto de la plaza, estudiaba por la mañana y trabajaba por la tarde.

Pero como mi tío se empezó a enfermar me tocó pasarme a estudiar por la tarde para ir yo a traer el mercado a Abastos, yo empecé así como desde mis diez años [...] Mi hermanito era una caspa, le pegaba a los demás niños y hasta le robaba las onces, eso fue un camello que yo tuve que lidiar, porque con mi cucha otra vez embarazada y mi cucho enfermo no aguantaba [...]

[...] a los meses mi cuchita dio a luz otro varoncito, mi papá empezó a alejarse de nosotros y pues bueno eso vale huevo, al fin y al cabo ya me tocaba rebuscármela como fuera.

[...] un día estaba yo en mi casa y la muchacha que nos trabajaba empezó a insinuárseme hasta que nos cuadramos y la deje embarazada, yo tenía 15 años y ella 20 [...] me tocó más duro, porque yo no me la podía parchar con mis amigos porque tenía que clavarme más en el trabajo y en el estudio, y empecé a decaer, estudie hasta noveno por la tarde ahí en el colegio, de ahí me echaron por buena gente y me tocó quedarme burro, esclavo del trabajo.

[...]Ahora me toca por ahí gritando vendo, expuesto a los maricas policías que cada rato se nos llevan la mitad de nuestro trabajo. Mis hermanos trabajan por ahí vendiendo papel regalo y en navidad inventando qué hacer en el centro; están sin estudio y sin nada ya que mi cucho se fue el muy desgraciado y nos dejó [...]

[...]mi cucha, mi tío y mi mujer trabajamos aquí en la Candelaria y la Coruña, de un lado para otro tratando de vender, ya que hay mucha competencia [...] hasta que un día un mal parido empezó a montarla ahí de pura alegría y tocó arreglarlo a punta de cuchillo. A ese man como que no le pasó nada grave pero si me demandó y me tocó estar cuatro meses en reclusorio para menores, allí me la montaron hasta decir nomás y por ahí apareció mi cucho y me sacó de ese antro, yo me dejé sacar de él sólo porque era un favor para mí, de lo contrario no hubiera dejado ni que me mirara [...] ahora me toca trabajar en una fábrica porque aquí en este barrio casi no me puedo ni aparecer.
Algunos jóvenes realizaron historias de vida de ellos mismos. La siguiente es la historia de un joven quien algunos profesores denigran refiriéndose a él de manera despectiva:
Tengo recuerdos desde los seis años, cuando vivía en Patio Bonito. Allí recuerdo que mi mamá me pidió un número para hacer el chance, el cual cayó y decía que tenía buena suerte. Recuerdo que éramos muy cariñosos, mi hermano Andrés de 3 años y yo. Poco después mi papá se metió en un plan de vivienda el cual era aquí en Arborizadora Baja, trabajaron y pagaron la casa en dos años. Mis tías y primos también vinieron a vivir acá. Al año siguiente mi mamá quedó embarazada de mi hermanito David. En ese año también mataron a varios de mis tíos de Medellín, esas muertes me dolieron mucho porque quería mucho a esas personas. En ese año crearon la escuelita aquí en el barrio, estudiaba muy juicioso y me dedicaba al micro-fútbol, lo cual nos llevó a mis primos y a mí a ser el primer equipo infantil en ser campeones en ese barrio.

Tiempo después llegaron otros jóvenes al barrio y nos hicimos amigos, formamos el parchecito. Nos gustaba peliar mucho con otros jóvenes que no fueran nuestros amigos.

A mis tíos les cayó una mala situación económica y se fueron a vivir a Medellín. A los meses que se fueron yo y mis amigos conocimos a los de Medialoma que era un parche que azotaba y robaba a todo el mundo. Mi hermano empezó a andar con ellos y se volvió ladrón. Ellos me convidaban a eso, pero a mí no me gustaba. Aunque mi hermano mayor es narco y es de la banda de gacho-azul de la calle del cartucho, una de las más peligrosas de allá. Él mantenía con metras y changones pero eso no me llamaba la atención, hasta que mi hermano Pedro un día me llevó a robar y me quedó gustando. Después probé marihuana y chupe pegante, pero no me gustó. Robaba sólo para ponerme ropa de marca e irme de rumba. Cuando tenía problemas ya no peliaba a puños sino daba puñaladas. Un tiempo después llegó mi familia de Medellín y mi hermano mayor se devolvió a vivir con nosotros.

Desde ahí me calmé. No he vuelto a tener problemas hasta el día que le saqué la pistola a mi hermano y me cogió la policía por porte ilegal de armas.

Ahora mantengo metido en Olimpus, una discoteca que todo el mundo dice que es una “puñalada bailable”, pero no me importa lo que piensen los demás.

La última pelea que tuve fue con el novio de Paola, una monita de ojitos verdes de este salón...sólo quiero olvidarme de hacerle mal a los demás, cambiar y dedicarme a los estudios.
Y así en cada mesa, los estudiantes narraron sus historias durante todo el día. El salón estuvo lleno de padres de familia y estudiantes que paseaban por cada espacio preguntando y buscando identificar los lugares y la gente que mostraban las fotos. Algunas madres que participaron en la experiencia se encontraban ellas mismas en las fotos, se reían sonrojadas con sus hijos o vecinas al verse allí. Una madre se acercó y me dijo: es la primera vez que hablan de nosotros en el colegio.

Por su parte, las opiniones de los profesores estuvieron dividas. Unos pocos profesores pasearon inquietos por las mesas, les hacían preguntas a los jóvenes, querían saber más y, por primera vez, fueron alumnos de los estudiantes.

Pero a la mayoría de profesores y directivas, les pareció muy mal. El profesor de comprensión de lectura, caracterizado por su displicencia hacia los alumnos y padres, comenzó a chocar con cada cosa que decían los estudiantes. A Catherine, no le permitió que terminara su exposición; le dijo: “usted que viene hablar mal del gobierno, si no fuera por el gobierno usted no tendría estudio”, y se fue dejándola con las palabras en la boca. Echó una mirada rápida por las otras mesas, hizo preguntas como: “¿usted como explica el concepto de pobreza?” o “¿cuál es el porcentaje de recicladores que hay en Ciudad Bolívar, comparado con el resto de Bogotá?”, y salió furioso. La profesora de Química, que lleva 10 años trabajando en ese colegio, estaba aterrada; cuando le pedí su opinión me contestó: “Yo no sabía que los jóvenes vivieran así, pero a mí me parece muy violento que ellos hablen de eso en el colegio, no me parece conveniente para su formación”.

La coordinadora de la tarde llegó muy alterada. Al parecer, le informaron lo que estaba pasando en ese salón y entró a inspeccionar. No saludó a los jóvenes, ni a las profesoras que estábamos a cargo. Sólo pasó rápidamente a escuchar lo que los estudiantes estaban contando a los padres y a confrontarlos:

Cuenta Catherine:
Ella me dijo que por qué exponía esos temas tan graves, que voy a traumatizar a los niños. Le dije: sabe qué profesora, hace diez minutos estuvo acá un señor con un niño que parecía que era como de primero o segundo de primaria y con los otros niños ahí al lado y me dijo: “sí, todo lo que usted acabó de exponer es cierto, porque es que nosotros llevamos 2 años pidiendo ayuda a la Red de Solidaridad y no nos la han dado”. Le dije: si ve, dése cuenta una cosa, usted me esta diciendo que no traumatice a los niños, cuando los niños son los que están viviendo eso. Yo no sé por qué ustedes se empeñan en querer tapar el sol con un dedo. Ella me miraba con un odio. Ella mandó quitar las carteleras, pero yo no quité nada. Le fueron y le dijeron a la otra profesora: “me hace el favor quita todas esas carteleras y le dice a la señorita Catherine que me quite eso y no exponga más”. Entonces, la profesora fue y me dijo: “imagínese que Jacqueline me mandó decirle esto”. Entonces, yo me fui a buscar a Jacqueline por todo el colegio, les dije a Laydi y Luz Adriana: quédense acá, no vayan a quitar nada. Y yo busqué a la señora por todo el colegio y no la encontré. Cuando yo regresé, Luz Adriana, Sonia, estaban quitando las carteleras y ella ahí, mirándolas. Le dije: qué pena, pero usted a mí no me va a hacer quitar nada, usted quita esto, quita el resto y lo de todo el colegio, porque yo tengo el mismo derecho que toda la gente que está exponiendo. Usted no sabe todo el esfuerzo que nosotros hicimos, ¿usted sabe cuánto hicimos nosotros para poder encontrar este señor desplazado? ¿Usted, sabe cuantos madrazos nos metió primero para luego decirnos la mierda que estaban comiendo?

Así que la coordinadora llamó a la profesora de la tarde y muy alterada le dijo: “esto no es economía política, la economía política es enseñarle a los jóvenes qué es el producto interno bruto, eso es lo que les va a servir para el examen del ICFES”. La profesora intentó explicarle, pero a aquella le fluyeron más argumentos: “Usted les está mostrando un panorama muy pesimista, a ellos hay que mostrarles el futuro que tienen si estudian, no esto. Esto es muy peligroso para los estudiantes [...] si algún estudiante se llega a suicidar es por su culpa, profesora” (Comunicación personal, abril de 2004).

Al ver la actitud de estos profesores, me dediqué a hablar con los padres de familia que iban acompañados de sus hijos, quería saber la opinión de la mayoría. Todos a quienes les pregunté mostraron su agrado: en realidad estaban contentos. Les hice directamente la pregunta: ¿ustedes consideran que este tipo de cosas no se deben hablar en el colegio? La respuesta de varios fue muy parecida: “eso es lo que viven los jóvenes, esa es nuestra vida”. Otro me contesto: “es muy bueno que los jóvenes tomen conciencia de lo que es la vida y desde ahora sepan qué les espera cuando salgan de aquí”.

En días posteriores, en clase con los jóvenes de once y décimo, dos profesores comenzaron a darles sus opiniones y a convencerlos que no se pueden hacer elogios de lo que se vive en los barrios, que precisamente, la educación que ellos están recibiendo es para alejarlos de esa situación. Catherine me comentó en su momento, que a varios jóvenes el profesor de comprensión “los tenía entre ojos” y que cada rato les decía: “ya que son tan revolucionarios, a ver qué opinan sobre esto”.

Cuenta la profesora de economía política de la jornada de la tarde que días después de la presentación:
Un estudiante que le gusta la música Metal, y que realizó la historia de vida a un joven que le gusta el hip-hop, tuvo como intención mostrar que por más que tengan diferencias musicales, viven cosas muy parecidas y que no hay porque estar peleándose. Como él escribió tan bien esta historia de vida, yo la exalte en clase, él se entusiasmó y me pidió que si podía traer como invitado al rapero al salón, para que el joven personalmente les hablara a los estudiantes. Yo le dije que sí y organizamos todo.
Así lo vieron los jóvenes y la profesora:
Carlos: Se armó un debate muy hijuemadre . Es que nosotros hablamos con ella a ver si podíamos llevar al pelado para que él mismo relatara la vida de él, porque él quería, me dijo yo quiero ir a contarles mi vida. No sé, él tenía una emoción y fue fuerte. Entonces hablamos con esa señora y ella dijo que sí pero con una fuerza impresionante. Pues cuando nosotros llevamos al man ahí sí se armó, porque Jacqueline estuvo ahí.
Ernesto: Sí, ella estuvo ahí y tiró preguntas para corchar al man.
Carlos: Quería corcharlo.
Yo: ¿ Cómo qué le preguntó?
Carlos: Por ejemplo, si él había terminado los estudios.
Ernesto: Si había estudiado, o sea, a ver si era un ejemplo digno, porque según ella, el que no estudie no es digno.
Carlos: Y pues el man le salió con otras cosas.
Ernesto: Le cagó la cara a la vieja.
Carlos: Sí.
Ernesto: Demostró que no era un vago, porque ella pensó que íbamos a llevar a un vago ahí. Un man igual que nosotros, pues si (Risas). Pero el man le dijo que él si había estudiado, psicología, y que no sólo vivía de la música que él hacía. Algo que sorprendió a esa vieja, que no esperó eso. Porque yo digo que la filosofía de esa vieja es: “lo que no entienda, destruyámoslo, porque de pronto me acaba después a mí”.
Yo: Pero, Constanza me contaba que Jacqueline se opuso bastante a la presencia de ese joven en el colegio.
Carlos: Sí, porque él iba vestido de una forma pues que tal vez... .
Ernesto: El man era hip hopper. .
Yo: ¿Cómo se visten? .
Carlos: Es una cultura. Con pantalones anchos y buzos. .
Constanza: Y además es negro. .
Carlos: Sí, exacto, no se sabe que represión tenga contra los negros. Pero de que quería corcharlo, lo quería corchar. .
Ernesto: Por eso estuvo ahí. .
Carlos: Y una de las cosas que me tramó es que los compañeros que ese día estábamos ahí, les gustó, les quedó gustando pero harto, porque ellos me preguntaban: y al fin quién es ese amigo suyo. .
Ernesto: Además, es como cambiar la forma de enseñar, si me entiende. De innovar, porque allá era muy monótono. Por eso digo que eso puede parecer una cárcel. Si las clases son muy pegadas a un texto, ¡no que va!, siempre uno viendo mover los labiecitos de esa persona ahí al frente (Risas). .
Carlos: No, dejamos callada a esa vieja. .
Yo: Pero ustedes saben que ella dijo después que ese no era ejemplo para que los jóvenes lo siguieran. .
Ernesto: Pues debería preguntarle entonces, ¿el ejemplo suyo si es bueno para seguir? .
Yo: ¿cómo fue que dijo, Constanza? .
Constanza: Ella dijo que lo que había que llevarle era un ejecutivo, una persona que hubiera triunfado en la vida. .
Ernesto: ¡Ella!, dígale si usted puede pasarse allá y hablarnos de su vida. Es que es absurdo, una persona que no tenga dinero ¿entonces qué?, ¿no triunfó en la vida? Eso es absurdo. Entonces le llevamos un narco y porque tiene plata, ¿si es un ejemplo bueno de seguir?. Eso es absurdo. Lo que no comparte es que uno tiene que abrir mente y culturizarse. .
Constanza: Ah, dijo que ella lo iba a recoger en la puerta porque posiblemente podría expender droga en el colegio. Mejor dicho, que era muy peligroso invitar gente de los barrios al colegio porque cualquier joven de esos fácilmente entraba droga y la vendía adentro. .
Ernesto: Yo pienso que uno debe tener argumentos para lanzar acusaciones de esa manera. No decir simplemente que no, porque no me parece, no me caen bien, entonces no sirven para que los demás aprendamos de ellos. Tienen su experiencia porque han vivido, ellos tienen algo que enseñar, entonces por qué va a ser nocivo. .
Constanza: Decían que esa realidad es muy cruda y que de pronto ustedes se podrían suicidar. .
(Risas) .
Constanza: y traumatizar. O sea que ustedes veían muy cruda la realidad y posiblemente se podrían suicidar. Si uno les hablaba de lo que está pasando, llanamente, sin meterles ilusiones... .
Ernesto: íbamos a dejar de estudiar porque eso nos quita las ganas de estudiar, ¡qué va!. Hay que ser sinceros, el mundo no es como lo pintan en los libros, el mundo no es un jardín de rosas para decir: ¡uy sí, es que yo salgo de acá y voy a encontrar trabajo así!. Acá todo es de palancas y dinero. Empezando que para trabajar hay que tener plata. Hay que empezar a untar mano para conseguir un buen puesto. Es una forma de ver el mundo, o sea, ¿para qué cegarnos a la realidad si algún día nos vamos a tener que estrellar con ella? .
Yo: Sí, nos hicieron el reclamo. A mí de otra forma, no tan directamente como a usted, pero a mí también me hicieron el reclamo que eso no se debería hacer. .
Ernesto: ¿La directora dijo eso? .
Yo: No, la rectora a mí me dijo: ¡muy interesante! pero con mucha reserva, guardándose. .
Profesora: Pero al otro año nos echó (Risas) Muy interesante, pero no me sirven aquí (Reunión de Investigación, 17 de abril de 2004).
Los prejuicios de buena parte de los profesores y directivas, su elitismo y rechazo a la vida del pueblo, les impidieron entender que cada historia de vida, cada sentimiento expresado por los jóvenes, las palabras de los padres, fueron un aporte al conocimiento y comprensión de la realidad social; los estudiantes y sus padres les estaban dando a los profesores y directivas la posibilidad de conocerlos, pero aquellos se negaron a aceptarla.

En esos días en que realizamos este trabajo, los jóvenes se sentían contentos; sabían que nos estábamos saliendo de las reglas, que habíamos logrado desestabilizar por un momento el “orden” del colegio y por esto lo consideraron un parte de victoria. Reían a carcajadas cuando supieron que las directivas y algunos profesores estaban “preocupados” por la ola de suicidios que iba a suscitarse. Una estudiante me dijo: Es ridículo que digan eso; a nosotros nos toca vivir todos los días esa situación; por contarla no nos vamos a suicidar”.

Esta situación expone a la vista el desprecio que dentro de la escuela se tiene a la vida del pueblo. Se educa a los jóvenes populares con la intención de negar lo que son. Retomo aquí lo que Vasco (2002: 52, 57) plantea en el caso de los indígenas en Colombia, particularmente los indígenas embera del Chamí:
A finales de la década del veinte, los misioneros comenzaron a evaluar negativamente los resultados de la educación administrada por el Estado, ya que ‘no lograba contrarrestar la nefasta influencia de la familia indígena y una vez regresado a su casa, el niño deja de lado lo aprendido en la escuela por las presiones de su familia’; constatado además, que los primeros alumnos de las escuelas, pasados unos pocos años de haber salido de ellas “habían regresado a su vida salvaje, olvidando todas las enseñanzas que con tanto esfuerzo se les había inculcado’. Y, finalmente, propusieron al gobierno el cierre de las escuelas y la concentración de todos los recursos económicos de ellas en la creación de un internado que pudiera contrarrestar ‘la influencia y el poder de la familia sobre los niños’... Allí [en el internado] han sabido que la religión blanca, el parentesco blanco, las cosas y costumbres del blanco, las actividades sociales del blanco son las únicas buenas y aceptables; allí las aprenden y las ponen en práctica por primera vez, así como aprenden acerca de las bondades del trabajo asalariado y lo realizan por primera vez (luego de años de trabajo gratuito que efectúan mientras son internos, cargando leña y piedras, cultivando, cuidando el ganado, los marranos, el gallinero, o barriendo, aseando y cocinando, si son niñas).

Allí finalmente, aprenden que ser indios es ser salvajes y que deben dejar sus usos y costumbres, que deben renunciar a lo que son para llegar a ser ‘como’ los blancos. Allí se abren al mundo blanco y se niegan al mundo indígena y se convierten en víctimas del etnocidio.
Así mismo, a escuela enseña a los jóvenes populares a “odiarse a sí mismos” y a “odiar a sus padres”: ¿quieren quedarse brutos como sus padres?, ¿quieren repetir la historia de sus padres?, son recriminaciones que constantemente algunos profesores les hacen a los estudiantes cuando no cumplen con “sus deberes”. Así como en los internados de misioneros les prohibían a los niños indígenas vestirse con su atuendo tradicional, hablar su propio idioma, comer sus alimentos ancestrales, reproducir su historia oral y sus formas de conocimiento, la escuela popular cierra la puerta a todo lo que representa a la gente sencilla y trabajadora. El pueblo no es un problema, pero en la escuela, sus valores, sentimientos, expresiones lingüísticas, formas de vestir, de entender el mundo, son considerados como tales y por ende, algo negativo que debe ser extirpado de la personalidad de los jóvenes por medio de la educación.

La realidad del pueblo sólo es aceptada en la academia —ya sea la escuela o la universidad— en la medida en que sea cernida por los puntos de vista y prejuicios de los investigadores sociales y los “expertos”. Al pueblo se le niega el derecho de hablar de sí mismo; son aquellos los únicos que tienen autorización de hacerlo y, en su mayoría, lo hacen partiendo de los discursos que crean y no, de la realidad material. De ahí que, según el discurso que se ponga de moda, aunque se refieran a los mismos pobres, en algunas ocasiones son “marginados”, en otras, como ahora, son “vulnerables”. Los “expertos” construyen discursos, y pretenden que la realidad se amolde a ellos.

En estos discursos creados, se desconoce de manera intencionada o inconsciente que, la “descomposición” de la que son víctimas algunos sectores del pueblo, que caen en la prostitución, el vandalismo, la drogadicción, es producto de las relaciones propias del capitalismo y no de una especie del “mal intrínseco” de la cultura de los sectores populares. Pero además, desconocen el otro aspecto de la pobreza, que es, el potencial de transformación que genera las condiciones materiales:
[L]as condiciones a las que son llevadas millones de personas por el tipo de relaciones capitalistas, entre otras la objetalización, son precisamente la base para que estos se transformen en sujetos históricos, es decir, que son ellos mismos quienes tienen el potencial de conocer su propia realidad para transformarla acorde a sus propios intereses. Jean Duvignaud lo expresa de la siguiente manera y aunque se refiere al caso de la antropología, este planteamiento puede extenderse a todas las consideradas ciencias sociales: “La actitud antropológica que no tiene en cuenta de ninguna manera la capacidad de los hombres examinados para modificar su situación concreta está condenada a muerte” (Galeano, 1999).
3. La cárcel al interior: normas, mecanismos de coerción y códigos de conducta.

“[S]e espera que los niños se porten de cierta forma,
pero en realidad, si nos fijamos bien, hacen cosas muy
inesperadas y eso me gusta mucho.
Por eso, en mis obras los niños son muy importantes.
Muchas veces no hacen caso a las reglas, tienen
una inclinación natural a desafiarlas, algo que
los adultos hemos perdido”
Naomi Wallace (Julian 2004)

Narra una ex alumna del colegio:
Nos programaron un paseo para décimo y once. Uno llega ese día como siempre con la maleta, con el vestido de baño, porque íbamos a ir a baños termales. Resulta que Sergio, otro que se llama Diego y Cárdenas, llegaron como trasnochados, no tomados. Entonces, a la salida, Marta comenzó así como toda intensa —y esa intensidad lo hace sentir a uno como en una cárcel— a revisar las maletas, y es que esculcaba todo, hasta el jugo que uno llevaba, lo destapaba y lo olía. Entonces les comenzó a decir a ellos: abran la boca. Como estaban trasnochados, pues seguro tenían tufo, entonces les dijo: no, que ustedes están borrachos y no me van. Imagínese, era el paseo casi de fin de año, ya once, y que no llevaran a una parte importante del salón, pues nosotros le comenzamos a decir: mire profe, sí, ellos tomaron anoche, pero ellos están bien, que estén trasnochados es otra cosa, y ella: que no me van, que no me van y que no me van.
El otro elemento por el cual los jóvenes caracterizan la escuela como una cárcel tiene que ver con las relaciones que se establecen al interior de la escuela entre sus miembros, explicitadas en normas, mecanismos de coerción y códigos de conducta. Foucault (1998: 183) lo expresa de la siguiente manera:
En el taller, en la escuela, en el ejército, reina una verdadera micropenalidad del tiempo (retrasos, ausencias, interrupciones de tareas), de la actividad (falta de atención, descuido, falta de celo), de la manera de ser (descortesía, desobediencia) de la palabra (charla, insolencia), del cuerpo (actitudes ‘incorrectas’, gestos impertinentes, suciedad) de la sexualidad (falta de recato, indecencia). Al mismo tiempo se utiliza, a título de castigos, una serie de procedimientos sutiles, que van desde el castigo físico leve, a privaciones menores y a pequeñas humillaciones. Se trata a la vez de hacer penables las fracciones más pequeñas de la conducta y de dar una función punitiva a los elementos en apariencia diferentes del aparato disciplinario: en el límite, que todo pueda servir para castigar la menor cosa, que cada sujeto se encuentre prendido en una universalidad castigable-castigante.
La misma exalumna analiza:
Por lo menos una vez, en una clase de biología, Jonathan se llevó un peinado, yo no sé, super despelucado acá al frente, se veía chistoso, pero era como él se quería peinar, y llegó la profesora y le dijo: no hermano, yo no comienzo clase hasta que usted vaya y se arregle esos pelos. ¿Qué tiene que ver el cabello con empezar una clase? A él le tocó bajar y aplastarse los pelos [...]

[...] O lo del maquillaje, pues claro que hay niñas que se pasan, pero ¿un maquillaje qué tiene que ver? Por lo menos yo me acuerdo que en décimo nos paraban a las niñas y si uno llevaba pestañina se la hacían quitar, ¡sólo por una pestañina negra que ¿qué daño puede hacer?!, ni se ve; y los profesores llegaban, una negrita que se llamaba Nelcy, se paraba y le cogía a uno las pestañas así con los dedos para saber si uno tenía pestañina. ¿Qué es eso? Lo hacen llegar tarde al salón, llega uno todo inmundo al salón para nada, porque igual, ¿sabe que hacían las niñas?, llegaban sin maquillarse y en el salón se pintaban.
Muchas de las normas de “buen comportamiento” resultan siendo para los jóvenes una imposición y, por tanto, algo que deben asumir, así no comprendan el por qué y el para qué. Es común escuchar en los colegios: “mientras usted esté en la institución, debe comportarse como yo diga”. Pero hay una ruptura entre lo que viven los jóvenes en el barrio y lo que deben ser en el colegio. Por ejemplo, no comprenden por qué deben peinarse de manera distinta, al entrar al colegio, de como se peinan en su vida en el barrio. Allí, los jóvenes se sienten bien con su cabello meticulosamente parado por la gelatina y la camisa por fuera del pantalón, las muchachas con sus ojos y labios delineados con lápiz cosmético. Pero ya en el colegio, aunque todas las mañanas insisten en llegar así, son recibidos en la puerta con los gritos de los profesores que obedecen las normas de la institución: “Bájese esos pelos, si quiere entrar a mi clase”; “señorita, Ramírez, lávese esa cara, o ¡¿es que trabaja de payaso en un circo?!”, “señor Alarcón, guárdese esa camisa, parece un gamín”...

Pero los jóvenes tienen sus criterios al respecto:
Eso de los peinados ya me parecía excesivo. Porque igual se supone que uno tiene derecho a peinarse como le guste. ¡Que usted no se puede peinar así!, o que uno tenía que llevar zapatos de amarrar; y qué tiene que ver con que uno vaya a estudiar, son cosas que no cuadran.

Por lo menos ahorita están con la norma que la falda debe estar dos dedos por debajo de la rodilla, eso tampoco, ya es exagerado.

O sea, desde que no atentemos, uno tiene su conciencia, desde que uno no le haga daño a otra persona, pues qué. O sea, en ese colegio usted no podía caminar por los corredores, no podía ir al baño en horas de clase. ¿Qué es eso? Eso es absurdo, porque yo voy y me mojo las mechas y vuelvo más conectado, se echa uno agüita en la cara, se despeja, ¿si me entiende?. Era más una reprensión que algo lógico

Prohibido sentarse en las mesas. Eso no es lógico. Los filósofos del pasado se sentaban ahí, al aire libre, y como mejor se sentían era como tomaban la clase. Si es un puesto bien chiquito y bien incómodo y quiere que me quede ahí quieto

Pero por ejemplo, el uniforme me parece absurdo, por qué nos uniforman, ¿para qué? ¿Es que necesito el uniforme para yo aprender? ¿Por qué me tengo que cortar el cabello si no me vuelvo más estúpido si me lo dejo crecer? Que ¿por qué no me puedo ir vestido de la manera que yo quiero? Mientras que académicamente si es justo. Bueno, darle respeto a los profesores y a mis compañeros, pues eso si es justo, sin eso, pues ya paila.
Sin embargo, algunos estudiantes tienen una explicación para esto; uno de ellos lo expresa así:
Ellos nos están educando para uniformarnos, para que entremos, yo creo, a la empresa a utilizar uniforme, si entramos al ejército a mantener uniformado, nos están educando es con eso, con esa conciencia, que toda la vida vamos a estar en una cárcel social, porque al fin del al cabo, nadie es libre en esta sociedad, nadie. Entonces, pues en parte nos enseñan a ser conformistas porque más de uno ya decide ceder. O sea, aunque se entraban y volvían a bajarse sus camisas, no faltaba el que llegaba bien arreglado, o sea: “pa’ qué me voy a poner a peliar”.
Esa es la explicación real de las normas que se colocan en los colegios. Sirven para preparar, formar o amoldar a los jóvenes para la vida, la vida en este tipo de sociedad. En realidad, no hay ninguna relación directa entre los zapatos de amarrar y el conocimiento que pueda adquirir el joven si los tiene o no. Pero el colegio realiza el trabajo de remachar todo el tiempo esta norma, por absurda que le parezca a los jóvenes, hasta hacerla cumplir (por lo menos a la mayoría), porque lo que sí existe es una necesidad del Estado, como representante de las clases dominantes, y de la escuela, como parte de todo el andamiaje, de adiestrar a los jóvenes para que “obedezcan la norma”, sin importar si es absurda o no, si es justa o no.

El papel de las normas en los colegios es, básicamente, generar un tipo de comportamiento deseado para la sociedad, por lo menos para quienes se benefician de ese tipo de comportamiento. Se considera que quién no ha aprendido a obedecer las normas que los diferentes espacios sociales le exigen (ya sea en la escuela, la calle, el trabajo) o las normas de un país, es una persona anormal, antisocial, un peligro que influye negativamente en el comportamiento de los demás y, por tanto, debe ser tratado por diferentes medios (llamados de atención, multas, castigos menores, incluso el encarcelamiento) hasta que se amolde o se margine.

Modernas teorías, como la de “Ventanas Rotas” de George Kelling, le han dado mayor énfasis a no permitir que la gente, y en particular la juventud popular, infrinjan la mínima norma, puesto que consideran que, si una persona viola pequeñas normas o comete cualquier delito menor y no recibe ningún castigo, es susceptible de cometer crímenes mayores y de que otros lo imiten.
A mediados de los 80, Kelling fue contratado por la autoridad de tránsito de la Ciudad de Nueva York como consultor y llevó a la práctica, junto con el director del Metro, David Gunn, la teoría de las Ventanas Rotas. Más tarde se les uniría William Bratton, como director de la policía del Metro. Sus objetivos inmediatos fueron dos: acabar con el graffiti y perseguir a los pequeños delincuentes, como quienes entraban sin pagar, estaban en estado de ebriedad o hacían cualquier tipo de desmán en el interior de las instalaciones. Había una razón para esto: si se comete una trasgresión, por pequeña que sea, y se deja sin perseguir, siempre habrá imitadores. Si alguien entra sin pagar al Metro y las personas observan que se sale con la suya, pensarán "y por qué yo no". Así de poderoso es el motor de la imitación alentada por la impunidad (Ochoa Vargas).
3.1. Mecanismos de coerción.

Los colegios han desarrollado una serie de mecanismos para hacer que el joven obedezca la norma. Estos mecanismos han pasado desde el maltrato físico del profesor hacia el alumno: los temidos reglazos, las manos en alto con un ladrillo durante horas, las cuclillas, etc., que aún se conservan en algunos lugares, hasta otros como los constantes gritos y amenazas de profesores y directivas, las confabulaciones de los profesores para aplastar cualquier joven que desobedezca insistentemente, y otros más “ moderados” y “democráticos” como, por ejemplo, el observador de disciplina, donde cada profesor debe anotar en el momento inmediato a la falta del alumno la observación correspondiente y hacerlo firmar, luego que reconozca su error.

3.1.1. Gritos y confabulaciones.

Es constante, por parte de ciertos profesores y directivas, el maltrato verbal a los estudiantes, las sátiras, el ponerlos en ridículo delante de sus compañeros, recurrir al origen de clase de los estudiantes para humillarlos, etc.

Un estudiante cuenta de la coordinadora de la tarde:
[...] es tanta autoridad que entonces: ¡no me alce la voz, no me hable!. Usted viene acá a escuchar mis regaños, mas no a escuchar su comportamiento. ¿Si? Porque ellos no esperan que unos les explique por qué uno se comporta así. Entonces nosotros íbamos a eso, ¿si o no?: “Ah, no, es que el profesor”...y de una se paraba: ¡Cállese ya!, le manoteaba a uno, y le faltaba era pegarle una cachetada o echarle un madrazo. Porque en serio, era que lo cogía a uno y hasta babas le echaba. Póngase paraguas, pensaba uno (Risas). Si porque se paraba a gritarle a uno. Y uno ya no aguanta y saca su madrazo: ¡Cállese y déjeme hablar! Porque ya qué.

Al respecto de esta situación particular la profesora Constanza deja ver la versión de la coordinadora:
La posición de la coordinadora de disciplina frente a esta situación. Fue bastante consternada a la sala de profesores a contarnos la situación de que unos jóvenes la habían tratado mal, que le habían dicho en la cara que su palabra no les importaba, etc., etc. Entonces que ante eso todos teníamos que tomar alguna actitud, porque si no la respetaban a ella no iban a respetar absolutamente a nadie más. Inmediatamente como que corrió la alarma entre todos los profesores, que si la coordinadora no tenía control sobre ellos, menos el resto. Yo plantee que no, que igual está bien que ellos digan las cosas abiertamente y que planteen su inconformismo. Inmediatamente sentí el rechazo del resto de profesores, de que usted porque los viene a defender, si ellos son el punto que ha venido a generar discordias y problemas en el colegio. Entonces ver como la actitud también un poco de alarma de los profesores, de que si es que no “respetan” a la que está por encima de nosotros si que menos a nosotros, entonces tenemos que aplastarlos. Pues eso hizo mucho más evidente, digamos, ese temor a la juventud, ese temor a la misma rebeldía de la juventud, al hecho de que son como son, de que cuestionan, de que preguntan, que desautorizan.
Cuando se trata de aplacar a un “estudiante problema”, la solidaridad de gueto entre algunos profesores y las directivas sale a relucir como mecanismo de coerción. En las reuniones de profesores con directivas se acostumbra hablar sobre las ofensas que les han hecho algunos estudiantes, allí se hacen acuerdos explícitos de: “todos debemos prestarle atención a fulano”. Lo que significa que los profesores deberán unirse en cruzada para parar la “insolencia” del joven. En ocasiones, no hace falta que en reunión institucional se oficialice tal confabulación. Simplemente, en los corredores, en la cafetería, a la hora del descanso, los profesores cuentan sus historias sobre las ofensas que algún joven les ha propinado, otros profesores se sienten vulnerados y deciden solidarizarse con su compañero.

Un profesor de un colegio oficial me narró en una ocasión una situación que ilustra lo anterior. Un joven de once, caracterizado por su irreverencia, decidió dejarse crecer el cabello. Todos los días las directivas y los profesores le llamaban la atención para que se peluqueara. Él no les hizo caso y cada día su cabello fue creciendo más. Le citaron acudiente. La mamá argumentó frente a la rectora del colegio, que su hijo tenía el permiso de ella para dejarse el cabello como él quisiera y que, si el colegio le obligaba a cortárselo, estaba violando el libre desarrollo de su personalidad. Las directivas por su parte, argumentaban que el cabello largo, refleja desorden y suciedad; pero la mamá, contesto que su hijo se asea todos lo días el cuerpo y el cabello y que además, si esto fuera cierto, deberían obligar a las estudiantes de cabello largo a cortárselo. Finalmente, acordaron que el joven asistiría al colegio con el cabello agarrado con una moña. Pasados unas semanas, nuevamente el joven comenzó a ir con el cabello suelto, por lo que las directivas tomaron la decisión de expulsarlo del colegio. Él interpuso una tutela contra el colegio y la ganó. Nuevamente debieron darle cupo y permitirle ir a clase con el cabello tal como él lo quería. Sintiéndose triunfante, el joven comenzó a decir a sus compañeros y a algunos profesores cosas como: “les gané esta batalla”; “les tocó bajar la cabeza”, etc. Tal comportamiento y los antecedentes de irreverencia y actitud crítica del joven llevaron a los profesores a tomar medidas. Se pusieron de acuerdo para irse en contra del joven, con el argumento de que: “si le permitimos que siga comportándose así, será un mal ejemplo para otros y cuando menos nos demos cuenta todos van a venir como se les dé la gana”. Comenzaron por ridiculizarlo frente a sus compañeros por su apariencia física y posteriormente, se pusieron de acuerdo para no permitirle pasar las materias que llevaba perdidas. De esta manera, pretendieron “ponerlo en su sitio”.

3.1.2. Las multas por incumplimiento de normas.

Otros mecanismos de coerción utilizados por algunos profesores para hacer que los jóvenes cumplan las normas copian la cultura ciudadana de Antanas Mockus. Aparentemente son inofensivos, pues suponen un acuerdo entre las partes. Pero, están mediados por el chantaje. Se supone que, si no se cumplen las normas se aplicará un castigo, la multa, que molesta en el momento de pagarla, pero que a todos les traerá beneficios a largo plazo.

Los estudiantes de décimo año de este año me cuentan que:
Si uno se va con la falda más alta, cobran. Si se pinta las uñas, cobran. Si se maquilla cobran, si mira por la ventana, si come en el salón, salirse del salón, tirar papeles.
Yo: Como establecieron eso de cobrar por el incumplimiento de las normas.
John: Para no pedirle a los estudiantes a última hora que cincuenta mil pesos, para la despedida de los de once. Entonces de una vez se va sacando de todo lo que se incumpla y no es necesario pedirle a los padres.
Ángela: Eso fue un acuerdo entre todos, pues Marta lo propuso y nosotros estuvimos de acuerdo.
Yo: Pero quiere decir, que ustedes de por sí aceptan esas normas.
Deysi: Pues si.
Yo: ¿Y por qué las incumplirían entonces? O sea, ¿por qué creen que van a recolectar plata así?
Deysi: Porque mucha gente no lo hace.
Ángela: Porque uno simplemente sabe que no se cumplen las normas o sea, tienen la idea que las normas son para incumplirlas.
Deysi: Por ejemplo, hay gente que ya debe seis mil pesos. Pero también es que eso es...uchh. Yo les estaba dictando y, medio mire a la ventana y ya, me cobraron. Ya uno se empieza a privar.1
3.1.3. El observador de disciplina.

Otro mecanismo de coerción es el observador de disciplina. La coordinadora del colegio acostumbraba decir a los profesores: “profes, ojo con el observador de disciplina, anoten todo lo que pase con los jóvenes, ése es nuestra prueba cuando a fin de año vengan los papás a quejarse”.

Así lo percibe la profesora Constanza:
Yo: Usted cómo entendía el observador?
Constanza: Yo nunca lo he utilizado, nunca. O sea, nunca. Me parece algo muy estúpido ponerlo a firmar ahí, es como confrontarlo también, es como ponerlo como, usted contra mí. Entonces, ya no pude con usted, ahora firme acá.
Yo: ¿Pero cómo ve a los otros profesores cuando hacen firmar, qué es lo que pasa ahí?
Constanza: Era una actitud como: ah! ¿me la va a montar? Pues yo también lo voy a empapelar y voy a tener argumentos para que al otro año no le den cupo o para que lo echen. Era el último recurso que tenían frente al manejo de los estudiantes. O sea, hay un conducto regular, si por mí fuera le pondría una cachetada a este man, pero como no puedo entonces lo hago firmar. Y ya lo insulté, ya lo traté mal, entonces firme, yo lo veo más como esa vaina de tenerlo ahí. Yo nunca cargo con eso, pero sí veo que hay profesores que van a tal curso y: “Uy no, allá me voy con el observador”. Ya se daban cuenta que la cosa era tan crítica que ellos tenían que andar con el observador de los pelados debajo del brazo.
La opinión de un estudiante:
Yo: ¿Para qué utilizan los profesores el observador de disciplina?
Ernesto: Para dar miedo. Le dicen a un man, lo voy a mandar a firmar el observador, y el man dice: uy, no observador, le entra el miedo, más no le enseña nada.
En realidad hay algunos jóvenes que le temen al observador hasta el punto de que, cuando un profesor los amenaza con hacerlos firmar, se intimidan tanto que sólo eso basta para que vuelvan a su redil. Sin embargo, los jóvenes que frecuentemente firman el observador tienen otro concepto sobre este:
A nosotros se nos hacía algo normal. Porque teníamos las hojas llenas y no se hacía nada. Simplemente lo hacían caer a uno en cuenta, uno decía sí, pero seguíamos... No sé, porque a nosotros nos ayuda es como a despertarnos, vea usted qué está haciendo, y uno llega y les dice: bueno voy a cambiar en tal aspecto y tal. Eso en cuanto a eso, en cuanto lo escribe en el observador. Pero, digamos, uno sigue siendo la misma persona, uno no cambia, como le decía anteriormente, uno lo hacía como por deporte, ir a firmar allá y otras vez pal’salón, porque qué más.

Y antes, habían personas que se sentían como grandes: uy, vea, yo tengo el observador lleno, que no se qué. (Risas). Usted ¿cuántos tiene? Tres; No a mí me pusieron una hoja nueva hoy, ¿si me entiende?
Aunque algunos profesores y jóvenes crean que no sirve para nada, en realidad esa herramienta es como el expediente en el que se va acumulando cada falta que se cometa en el salón, en el patio, en la izada de bandera, etc.; cuando se completa un número grande de faltas, entonces el estudiante es remitido al psicólogo u orientador.

3.1.4. Los psicólogos u orientadores.

El trabajo de los psicólogos u orientadores también resulta siendo un mecanismo de coerción. Aparenta ser un servicio social neutral y por lo tanto, los estudiantes, espontáneamente no perciben por completo su papel, pero sus comentarios al respecto evidencian los efectos que tiene hacia su comportamiento:
Cuando nos conocimos con Carlos, compaginamos tanto que quisimos demostrar lo que éramos, las pintas, de lacras, a mostrar lo que éramos y entonces que no, ahí nos mandaron pa’ psicólogo, porque todos piensan que porque uno se viste de negro ya salió satanista. Eso fue en el Fe y Alegría. Como me mandaron pa´psicólogo me tocó aplacarme un rato, ¿si? Entonces ya volví todo buena gente, más madre. Y entonces escribieron que había cambiado mi forma de ser, que no sé que. Y yo digo que es que uno abre mente. Que así como uno quieren que lo respeten uno respeta y atiende argumentos válidos, igual posiciones.
Los psicólogos se presentan en los colegios como las personas que median entre las directivas y los estudiantes, por lo tanto aparentan neutralidad en los conflictos.

Ellos hablan con los estudiantes, buscan persuadirlos de su actitud. Son los encargados de dar explicaciones del comportamiento de los estudiantes como si fueran casos aislados e individuales producidos por la relación familiar, la pobreza familiar, la “cultura de la violencia”, etc., pero casi nunca, por las mismas normas y relaciones autoritarias que se generan en los colegios, ni tampoco como un problema de carácter social. De esta forma, enmascaran el problema, lo reducen a una simple anomalía individual y evaden su solución.

De estas sesiones, el psicólogo hace un seguimiento por escrito, que apoya el seguimiento llevado en el observador. Cuando el estudiante no manifiesta ninguna “mejoría” a pesar de los correctivos, entonces el observador, las declaraciones a viva voz de los profesores, el historial del psicólogo, todo sirve para justificar medidas más drásticas.

Estos mismos jóvenes que dicen que firmaban el observador y no pasaba nada, finalizado décimo debieron ajustar cuentas. Bajo la legalidad del expediente, la coordinadora encontró todas las razones para suspenderlos definitivamente del colegio:
Ernesto: Ese día, nos llamó por aparte y no dejaba hablar y además cogen es a la mamá de uno.
Carlos: Por ejemplo, mi mamá ya había firmado la orden de salida del colegio. Sólo me faltaba dar la firma a mí. Y yo les dije: No, yo por que tengo que dar eso, si no nos habían avisado.
Ernesto: Firmar es aceptar. Y nosotros no íbamos a aceptar eso porque no era justo.
Carlos: Yo dije: primero tengo que hablar con la directora. Es que yo cuando llegué a coordinación mi mamá ya había firmado y yo ni siquiera sabía que mi mamá estaba ahí. Pues sí, nos habían puesto citación, pero no sabíamos que era para eso.
Ernesto: Nos armaron una película toda rara. Nosotros pensamos que ya nos dejaban. Porque si nos fueran a decir: “se van del colegio”, pues nos hubieran avisado con anticipación para que buscáramos cupo en otro lado, pero nos dijeron eso. Esa vieja como que cargó su trampita ahí para que nos quedáramos un año sin estudiar. Porque ya en ese tiempo no se podía conseguir cupo en otro lado. A nosotros nos dio putería con eso. Porque nosotros sí nos queríamos ir. ¡Nosotros bien contentos que estábamos en ese colegio!
Carlos: Yo llegué y dije, no, yo primero hablo con la rectora, yo no me pongo a firmar sin saber cuáles sean las consecuencias. Porque ella no me había dicho que me iba a largar, entonces fue que hablamos con la rectora. Ella nos dijo que teníamos que hacer una carta diciendo que nosotros nos queríamos quedar y que aceptábamos el próximo año como ellos nos lo exigían.
Ernesto: Rendirnos.
Carlos: Si, porque si nosotros no aceptábamos eso, nos echaban de ahí y no había más cupos.
Ernesto: O sea, ahí es cuando usted saca el repertorio de “niño bueno” que tiene. Listo quedamos en esa. Y nos volvimos hipócritas, yo digo que cambio y listo.
YO: O sea que ustedes cambiaron la actitud que tenían en décimo?
Ernesto: ¡¡Que va!!
Yo: No, ¿hacia las directivas?
Ernesto: No, de pronto uno se pasma más, se pasma un poquito.
Carlos: Igual es tremendo, le toca cambiar a uno un poco.
3.2. El manual de convivencia: la moral y la virtud universales.

El Manual de Convivencia es el estatuto de normas que rigen el colegio. Plantea una serie de reglas que, aunque se suponen han sido definidas en los últimos años en consenso de la comunidad educativa, lo cual implica su carácter democrático, obedecen a una ética y una moral predominantes dentro de la sociedad capitalista, que representa el punto de vista y los prejuicios de las clases sociales que ostentan el poder económico y político.

Por ejemplo, en el manual de convivencia del colegio se considera que uno de los deberes y compromisos de los jóvenes es: “Tener una buena moral dentro y fuera del colegio”, luego, dice: “Abstenerme de cometer actos que afectan la moral y las buenas costumbres”; y, en cuanto a los deberes de los padres, dice: ”Tener en cuenta que la paz con Dios es el fundamento último de la paz interior y de la paz social. Donde no existe la paz se ha rechazado a Dios”. (Manual de Convivencia 1998: 5,16).

Según las faltas graves que explicita el Manual, la moral y las buenas costumbres están relacionadas con abstenerse de: irrespetar la autoridad del colegio, insubordinarse, manifestar desprecio por la filosofía del colegio y las políticas de la institución con sus palabras, actitudes y/o comportamientos, entre otra tantas (ibid.: 8-9).

Pero, no es cierto que haya una moral universal, única, y mucho menos que esté necesariamente ligada a la religión, a Dios.

El concepto de moralidad no está suelto del desarrollo histórico, de las condiciones materiales y de las relaciones sociales. Según Bob Avakian (1997):
[T]odas las moralidades y criterios son relativos, pues no hay ningún sistema único de criterios y moralidad que se pueda aplicar en toda época histórica y a cada formación social: hay diversos criterios y moralidades que corresponden a distintas épocas y diferentes formaciones sociales.
Sin embargo, el código de virtudes en el que se sustenta el manual de convivencia parte del hecho de que cada una de éstas es buena de por sí para todos, independientemente de la condición social. El manual dice en su primera página que uno de los objetivos del colegio es: favorecer las construcción permanentes de actitudes, respeto, responsabilidad, autoestima, autonomía, justicia, equidad, fraternidad, diálogo, concertación, conciliación, encaminados a la transformación de nuestra personalidad, garantizando un ambiente de convivencia social, democrática y participativa”.

Estas virtudes, abstraídas por completo de las condiciones sociales, aparecen ante los ojos de quien las lee como deseables de por sí. Sin embargo, en la vida real muestran todo el contenido de clase que las sustenta. Hacen parte de la “moral occidental”, que como Avakian (2003: 30) lo afirma: es “de hecho, la moral dominante en todo el mundo, dondequiera que la sociedad esté dividida en clases y existan la explotación, el patriarcado y otras formas de opresión[...]” y esta moral, “[...] siempre ha sido una justificación de la opresión”.

Por ejemplo, la virtud de la responsabilidad, el manual dice que el joven debe: “ser responsables de las decisiones que se toman”. Pero ¿por qué las posibilidades de escoger para un joven popular son tan limitadas y diferentes a las posibilidades de escoger de los hijos del burgués? Mientras que el joven popular, un viernes en la noche, tiene que escoger entre permanecer encerrado en su casa o salir a la calle con sus amigos y sentarse en un lugar donde la policía seguramente llegará a recogerlo y llevarlo a pasar una noche en la UPJ (Unidad de Policía Juvenil), y responsabilizarse de esta opción que escogió; el joven burgués tiene que escoger entre irse a “rumbear” a la 96, gastarse medio millón de pesos en una noche, oír la música que sale de su carro a todo volumen, sin que ningún policía se atreva a molestarlo, o ir a un concierto en el Colón, ir a cine, etc. Son alternativas diferentes para diferentes clases. No es la misma responsabilidad la de tener que escoger entre vender frutas por la calle para ayudar en la casa, con todo lo que eso implica, o aguantar hambre y humillaciones por no tener un peso en el bolsillo, o dedicarse a la delincuencia; que la responsabilidad de escoger entre ir a estudiar a una universidad europea o quedarse “malgastando” la plata que el papá ha acumulado a costa de cientos de jóvenes que venden en las calles. Así que:
El sistema mundial del capitalismo e imperialismo y sus relaciones de opresión económicas, sociales y políticas establecen las condiciones en que diferentes clases y grupos sociales tienen determinadas alternativas (Avakian ibid.: 28-29).
Estas son las cosas que nunca la escuela se pregunta, ni permite que los estudiantes lo hagan. Apenas los estudiantes comienzan a preguntárselo, surgen los mecanismos de coerción que harán todo lo necesario para aplacar el espíritu rebelde y volverlo conformista.

De otro lado, el manual de convivencia esta basado en la filosofía de estímulos y castigos. “Si cumples las normas, eres un niño bueno y te recompensaremos”. ¿Con qué?: Izar el pabellón Nacional, otorgar medallas, por altos puntajes académicos y honoríficos, pronunciar un discurso de grado y recibir la banda de la excelencia, representar al colegio en actividades fuera del mismo, nombramiento como monitor, representante del grupo, notas de felicitación, etc. (Manual de Convivencia, p. 14). Además de otras que no están escritas como: ganarse la amistad de los profesores más estrictos, tener el “honor” de realizarle favores a las directivas y los profesores, ser el confidente del profesor que todo lo quiere saber, etc.

Esta es la vieja psicología conductista de Skinner quien predicaba que “todo ser humano nace en tabula rasa y aprende a comportarse de una manera o de otra según las recompensas y castigos que le son otorgados, de una manera más o menos sutil, por el mundo que le rodea, padres, profesores y compañeros” (citado en Lewontin [et. al.] 1996: 213) Y que sirve plenamente para amoldar al medio cualquier personalidad o espíritu que se salga de lo que se considera normal.

* ******** *

Para finalizar, la manera como está organizado el espacio en el colegio, las rejas que existen en cada rincón, los candados, las ventanas que dan a los corredores, la malla que se extiende en el patio por encima de las paredes y las potentes lámparas que lo iluminan en la noche y que le dan la apariencia de “una cárcel o una correccional”, es el reflejo de —como lo afirma la profesora Constanza— ese temor que esta sociedad le tiene a la juventud. La caracterización como cárcel que los jóvenes le dan al colegio, no es una simple metáfora, es la realidad. El colegio como institución, hace parte de los mecanismos de un Estado capitalista, para controlar a la juventud:

Al respecto:
Es interesante lo que opina Michel Foucault sobre la educación, explica que la pedagogía se desarrolla por la disciplina, surge por la necesidad de clasificar y castigar conductas. La disciplina es así un diagrama de poder que individualiza y controla a los alumnos, desde el mismo interior de las actividades. La educación tiene como modelo a las sociedades disciplinarias (carcelarias), como la fabrica, la prisión o el regimiento, cuyo dispositivo de poder es observar y hacer sin ser visto. Esto es posible por la vigilancia jerárquica, donde se hace posible vigilar los actos desde el interior de las actividades por la mirada, ya que esta tiene un efecto de poder ya que pasa por ver al otro sin ser visto. Es así como surge el examen que combina la vigilancia y la sanción que normaliza. En sí misma la escuela pasa a ser un aparato de examen interrumpido, pues la propia individualidad entra en un campo documental que convierte a cada alumno en un caso (Anónimo, s.f.)


 
 
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