Para las comunidades indígenas embera y para algunas otras de las que tengo noticias, el pasado no está atrás, como pensamos nosotros, sino que va adelante. Así mismo, el futuro no es lo que está al frente, es lo que viene de atrás.
Para decirlo mediante un ejemplo, la vida en esas sociedades es concebida como un desfile que se mueve de manera circular. Los primeros que vivieron, los antepasados, ya pasaron y van adelante. Ellos son quienes van marcando el sendero por donde hay que caminar. Los del futuro, los que no han pasado todavía, vienen atrás. Por ser circular el movimiento del desfile, los primeros en pasar no son gente que nunca volverá, sino que sigue estando, cumpliendo un papel en el presente y, por lo tanto, en el futuro.
Ello ocurre de muchas maneras. Por ejemplo, la reproducción entre los indígenas embera tiene lugar en dos niveles: de una parte, las mujeres tienen hijos y así reproducen el ser físico embera. De otra, es necesario también reproducir la cultura. Los embera son hombres del maíz. Entre los productos del maíz, se privilegia para este propósito un elemento determinante, que es la chicha. Bebiendo la chicha y celebrando fiestas relacionadas con ella, la cultura embera entra en la gente y puede reproducirse. La chicha se hace en unos cántaros de barro especiales. Los embera dicen que esos cántaros de barro son sus antepasados porque sólo ellos son capaces de preparar la bebida por medio de la cual se reproduce su cultura. Mediante este ejemplo se comprende cómo aquellos que ya se fueron siguen cumpliendo un papel en el presente y en el futuro. A esto me refiero cuando digo que los antepasados vuelven a pasar.
A partir de esta visión no lineal del tiempo, se concluye en antropología que entre los indios no hay historia. O sea, que se produce, como dice Mircea Eliade, un eterno retorno, porque cada vez que se cumple un ciclo, la sociedad regresa a sus orígenes y empieza a reproducirse de la misma manera, pero no se advierte que el mito está en permanente proceso de cambio y de adaptación a las nuevas circunstancias y necesidades del grupo. El pasado es recreado en ellos en función del presente. Entonces, ese transcurrir histórico no sería comparable exactamente con un círculo, sino con una espiral o un resorte. Si se ve un resorte de frente, no se aprecia todo lo que hay detrás y parecería que todas las vueltas son la misma. Pero si se le mira de lado, se descubre que aunque el resorte dio una vuelta, no ha retornado al punto de partida, sino que está en un lugar diferente. Así como en el resorte, el pasado siempre está presente, pero cada vez de manera distinta.
Entre nosotros, la visión de las guerras de independencia ha variado desde los historiadores del siglo pasado hasta los contemporáneos.
Lo mismo ocurre con los llamados mitos, con la diferencia que mientras para nosotros el conocimiento del pasado enseña a no repetir errores ya cometidos, para los indígenas la historia de hoy se construye volviendo a vivir el pasado, pero según las condiciones del presente. Nosotros queremos progresar y ello significa una permanente ruptura con lo que ha ocurrido. Los indígenas están atentos al pasado, porque en él encuentran la fuente de continuidad de su manera de ser. Nosotros vivimos pendientes de un futuro que se nos presenta incierto. Por esta razón apelamos constantemente a los adivinos, a los brujos o la lectura del horóscopo. La concepción histórica indígena, por su parte, permite encontrar los hilos que atan lo que ha ocurrido y lo que está ocurriendo con lo que va a suceder mañana. Ello confiere tranquilidad a la vida de la gente. Pero en una sociedad en la cual la ruptura con el pasado es permanente y en donde, a la vez, el futuro, debido a las circunstancias, se presenta cada vez de manera más incierta, estamos condenados, ahora sí, a vivir el eterno presente.
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