Luis Guillermo Vasco   Luis Guillermo Vasco
 
Guambianos y sus luchas

EL ORIGEN DE LA GENTE DEL AGUA

Desde esta mañana he estado pensando en cómo va a ser mi exposición. Traigo estas hojas escritas, pero ellas no son mi ponencia, son sólo la materia prima para construirla; y ahora no sé bien cómo hacerlo. Mi idea se ha ido modificando durante el día por influencia de las demás intervenciones. A veces he pensado que podría ser un poema, otras que sería un relato de tradición oral a la manera de un mayor indígena, otras que sería la sesuda intervención de un etnógrafo que interpreta, muy científica. Ahora... no sé. Tal vez un poco de todo. Quizás sea mejor irla construyendo sobre la marcha, ante ustedes.

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Comencemos con unas reflexiones del etnógrafo, juiciosamente sentado tras la mesa, hablándoles por el micrófono:

Cuando Teresa Carrillo nos contaba hace un rato las historias de los muiscas, yo recordé la frase de un exgobernador guambiano, que decía: “Los blancos vienen y nos dicen: cuénteme un cuento; uno cuenta sus historias y los blancos le dicen: eso es cuento”. Sin embargo, lo que uno encuentra en esas historias es la condensación del profundo conocimiento que los muiscas acumularon durante siglos acerca de su entorno y, fundamentalmente, de un elemento que es básico para la vida, el alternar de las estaciones de lluvia y de sequía; y de su uso para lo que era el centro de su sistema productivo, la agricultura. Porque ese vaivén de Mojanes y Mojanas marcaba todo el ciclo de vida muisca, todo el ciclo de su vida productiva y social, como sucedió hasta hace unos 15 años en regiones como Suba, hasta antes de que ocurriera la invasión de sus tierras por Andrés Pastrana y TV Cable. Por eso, ese pensamiento que Teresa nos narró continúa vivo, aunque hace ya algún tiempo que no puede aplicarse.

Uno encuentra entre los guambianos un pensamiento semejante, unas historias del agua, del ir y venir del aguacero, del páramo, del rayo, de las nubes, etc., que refleja también el conocimiento profundo y milenario acerca de las características, peculiaridades y dinámicas de los factores ecológicos de su territorio, y de qué manera pueden ser utilizados para construir la vida propia. Sabiduría que se recoge en las historias que alrededor del fuego cuentan los mayores de la sociedad guambiana, ya no tanto a sus niños, porque frente a ellos su palabra “ha quedado silencio”, sino, curiosa y paradojalmente, a los etnógrafos, a los antropólogos.


Pero, en este momento, quiero trabajar, a la manera de un poema, un texto que elaboré junto con los guambianos.
Los guambianos somos nacidos de aquí, de la naturaleza como nace un árbol, somos de aquí desde siglos, de esta raíz. Nuestros mayores lo saben hoy como lo han sabido siempre; saben que no somos traídos, por eso hablan así:

Primero fue la tierra y junto con ella estaba el agua... y en las cabeceras de las sabanas eran las lagunas, grandes lagunas. La mayor de todas, un hueco muy profundo situado en el centro de la sabana, era la de Nupisu o ib>Piendamú, en el centro de la sabana, del páramo, como una matriz, como un corazón. El agua es vida.

Primero eran la tierra y el agua. También había ciénagas y barriales que recogían muchas aguas y se unían con las lagunas. Las aguas nacían de los ojos de agua que quedaban en el centro, y todas se iban reuniendo para formar un río grande que corría hacia abajo. El agua no es buena ni es mala. De ella resultan cosas buenas y cosas malas.

Pero es bueno reflexionar otra vez desde la mesa del científico.

En esto pensaba esta mañana mientras Adelaida Nieto nos contó cómo estaban construyendo para los niños, alrededor del Teatro del Parque Nacional, un bosque denso, una naturaleza buena, como de invernadero. Al tiempo que nos hablaba con rechazo de los jardines del DAMA, porque, según ella, son naturaleza agresiva. Pero, ¿es que acaso los niños no deben aprender que la naturaleza trae cosas buenas, pero también cosas malas, que la naturaleza no es sólo un idilio ecológico, sino también algo de lo cual salen cosas malas?


En este momento, déjenme que les narre las historias que hablan las palabras sabias de los mayores cuando toda la familia está sentada en sus banquitos de madera alrededor del fuego, en la cocina en penumbra, inundada por el humo.
Allá, en las alturas, era el agua. Llovía intensamente, con aguaceros, borrascas, tempestades. Los ríos venían grandes, con inmensos derrumbes que arrastraban las montañas y traían piedras como casas; venían grandes crecientes e inundaciones. Era el agua mala.

En ese tiempo, estas profundas guaicadas y estas peñas no eran así, como las vemos hoy, esos ríos las hicieron cuando corrieron hasta formar el mar.

El agua es vida. En la laguna, que era una saliva grande, estaban tata Illimpi y mama Keltsi, su esposa. (illimbi es como una saliva de nosotros; keltsi es la guasca del kel, mejicano). Allí estaban. De todas estas cabeceras y de ellos venía el río grande, se desprendían las aguas y de allí se iban regando. De allí salían todas las aguas para llegar al mar. El agua nace en las cabeceras y baja en los ríos hasta el mar. En esa época las aguas no subían desde el mar, solamente bajaban.

Una vez que las aguas llegaron hasta el mar y se recogieron en él, se levantó la nube y comenzó a subir por las montañas y las cañadas. Todas las aguas fueron al mar y luego regresaron en nube, toda el agua se recogió en el mar, corría de las cabeceras al mar, y llegaba. Por eso ahora se devuelve, pero no por los mismos ríos sino por el aire, por la nube. Subiendo por las guaicadas y por los filos de las montañas alcanza hasta el páramo, hasta las sabanas, y cae otra vez la lluvia, cae el agua que es buena y es mala. El agua es buena y es mala y lleva una vida de los sueños. Del agua nacen muchas cosas en la tierra. El agua hace inundaciones, dicen los blancos; sólo ven lo que tiene de malo. Pero los guambianos vemos que las aguas hacen mal y hacen bien.

Allá arriba, como la tierra y el agua, estaba él-ella. Era Pishimisak que también ha existido desde siempre, todo blanco, todo bueno, todo fresco. Del agua nació el Aroiris que iluminaba todo con su luz; allí brillaba, Pishimisak lo veía alumbrar.

Dieron mucho fruto, dieron mucha vida. El agua estaba arriba, en el páramo. Abajo se secaban las plantas, se caían las flores, morían los animales. Cuando bajó el agua, todo creció y floreció, retoñó toda la hierba y hubo alimentos aquí. Era el agua buena.

Antes, en las sabanas del páramo, Pishimisak tenía todas las comidas, todos los alimentos. El-ella es el dueño de todo. En el páramo hay papa, mauja, haba, ají, plátano, ullucu, que Pishimisak cuida. Entre los dos, ellos las siembran y cultivan y hacen trabajos con ellas. Con ellas es su alimento. Hay otras para hacerles refrescos, remedios. Tiene todas las plantas completas; nosotros sólo conocemos algunas. Cuando uno va a coger una planta de estas, tiene que pedir permiso a Pishimisak, así como aquí se pide a las personas.

Pishimisak ya estaba allí cuando se produjeron los derrumbes que arrastrando gigantescas piedras formaron las guaicadas.

Pero hubo otros derrumbes. A veces el agua no nacía en las lagunas para correr hacia el mar sino que se filtraba en la tierra, la removía, la aflojaba y, entonces, caían los derrumbes.

Estos se produjeron desde muchos siglos adelante, dejando grandes heridas en las montañas. De ellos salieron los humanos que eran la raíz de los nativos. Al derrumbe le decían parir el agua. A los humanos que allí nacieron los nombraron Pishau.

Los Pishau vinieron en los derrumbes, llegaron en las crecientes de los ríos. Por debajo del agua venían arrastrándose y golpeando las grandes piedras, encima de ellas venía el barro, la tierra, luego el agua sucia; en la superficie venía la palizada, las ramas, las hojas, los árboles arrancados y, encima de todo, venían los niños, chumbados.

Los anteriores nacieron del agua, venidos en los restos de vegetación (shau) que arrastra la creciente. Son nativos de aquí de siglos y siglos. En donde salía el derrumbe, en la gran herida de la tierra, quedaba olor a sangre; es la sangre regada por la naturaleza, así como una mujer riega la sangre al dar a luz a un niño.

Los Pishau no eran otra gente, eran los mismos guambianos, gigantes muy sabios que comían sal de aquí, de nuestros propios salados, y no eran bautizados.

Ellos ocuparon todo nuestro territorio, ellos construyeron todo nuestro nupitrapu antes de llegar los españoles.

Los Pishau ocuparon todo este inmenso espacio, incluyendo la ciudad de Pupayán. La historia de los blancos dice que esta ciudad fue fundada por Belalcázar, pero no es cierto. Cuando llegaron los españoles ya la ciudad existía bajo el sol, creada siglos adelante por nuestros antiguos. Largas guerras, tremendos esfuerzos, enormes crímenes fueron necesarios para que Ampudia y Añasco vencieran al cacique Payán y le dieran muerte, tomando nuestra ciudad. Un manto de silencio cubrió nuestro conocimiento.

Los Pishau son nuestra misma gente. Nacieron de la propia naturaleza, del agua, para formar a los humanos. Ellos vienen de Pishimisak que los crió con sus alimentos propios.

Por eso, nosotros somos de aquí, de esta raíz; somos del agua, de esa sangre que huele en los derrumbes. Somos nativos, legítimos de Pishimisak, de esa sangre. No somos venideros de otros mundos.

Pero no es sólo un mayor el que habla, es una palabra hecha con muchas voces:
Comenzó una vez, cuando de Aroiris macho, salió una luz como amarilla, amarilla, que se veía como una estrella y cayó sobre Aroiris hembra, que estaba debajo; así se juntaron, y debajo de la hembra, pegado a ella, salió aroiris hijo. La luz siguió derecho para abajo y cayó en la laguna; esa luz era un sombrero propio, con el color de Aroiris, que se posó en la laguna y la tapó, mientras el Aroiris estaba con un pie en cada lado de ella. Este sombrero era el mundo, que flotaba sobre el agua.

De las estrellas cayó un rayó, una luz que pegaba en el sombrero. Así duró varios días y la gente tuvo miedo, pues pensó que la luz podía romper el mundo y el agua entraría por el hueco e inundaría la tierra. Luego de un tiempo, la luz no cayó más. Venía mucho el páramo; cayó durante siete meses, y la laguna se puso grande, grande; después apareció un derrumbe que reventó la laguna y arrastró una creciente muy grande. En esa agua venía una niña y los primeros mayores la sacaron del río abajo. Cuando se creció, fue una cacica, la primera autoridad de nosotros.

Y sobre esto, ¿qué tiene que decir el etnógrafo desde su sillón de ponente? Oigámoslo:

Nosotros, los blancos, que no somos capaces de hacer abstracciones concretas, que no podemos pensar que un caracol, una piedra, un árbol, sean conceptos, nos decimos, para poder entenderlo, para hacerlo familiar, que ese sombrero guambiano es una espiral inscrita en un círculo. Ese sombrero se hace, como el sombrero vueltiao de los zenúes, tejiendo una larga cinta que luego se cose en espiral comenzando desde un centro y desenrollando, dando una vuelta y otra vuelta, vuelta tras vuelta hasta terminar redondeando; pero, luego, así dicen los guambianos, devuelve vuelta tras vuelta, enrollando, hasta llegar de nuevo al centro.

Los guambianos afirman que así es la historia, que así se desenrolla y se enrolla el tiempo, que así se desenrolla y se enrolla el territorio, que así se desenrolla y se enrolla el mundo. Sobre ese sombrero, que es el mundo y que flota en el agua, pegó la luz de la estrella para que nacieran los hijos del agua.

Cuando Miguel Ángel Hernández hablaba hace un rato del big-bang como una de las modernas teorías para explicar el origen de nuestro universo, recordé también aquella del big-crash, que nos dice que, cuando aquella fuerza expansiva de la inicial explosión se debilite, se agote, todo los elementos de nuestro universo comenzarán a converger de nuevo, hasta llegar a encontrarse en un punto en donde chocarán para que nuestro mundo desaparezca, ese mundo, la Vía Láctea, nuestra galaxia que, como todos sabemos y como los astrónomos nos han mostrado, es una espiral que sigue expandiéndose todavía.

Aquí, uno encuentra una asombrosa coincidencia, más asombrosa aún si tenemos en cuenta que la guambiana es una tradición milenaria que ha antecedido en muchos siglos a las que para nosotros son novísimas teorías, recién descubiertas, recién planteadas, acerca de la historia pasada y del futuro de nuestro universo. Miguel Ángel decía que era intuición; yo digo que es conocimiento.


Pero la voz de los mayores sigue hablando aquella palabra que viene desde siglos adelante:
De este modo vino la cacica Teresita de la Estrella desde la laguna. Tres estrellas alumbraron y dieron su rayo en la laguna para que ella saliera. Venía en una canasta de material delgadito, en forma de caja. El borde no estaba rematado sino derecho. De allí la enlazaron para sacarla. La creciente casi que subía a toda la planada, como siguiendo a quienes la habían sacado; iba con fuerza y rebosó.

Cuando la sacaron, lloraba como un niño normal de hoy. Pusieron a niñas de 10 a 12 años a criarla, pero como ellas no tenían leche, se alimentó fue con su sangre, les chupó la sangre; así se murieron veinte de ellas. Crecía muy despacio, duró mucho tiempo. Pusieron una mujer a amamantarla y murió, luego pusieron otras, hasta llegar a siete madres; con el río, son ocho madres.

Desaparecía a medianoche y al amanecer aparecía de nuevo, trayendo herramientas y objetos de oro. En la medianoche, sólo quedaba el enchumbado vacío. A medida que iba creciendo, traía nuevas herramientas, según la edad. Ella sola trajo todo lo completo de nuestra cultura. Cuando creció, vestía prendas de oro; su plato y su cuchara eran de oro y lo que más sabía trabajar era el oro. Ella trajo también la autoridad, pues era una cacica, y, con ella, la organización de la sociedad.

Pasa el tiempo y en el agua vinieron otros caciques: José Ignacio Tombé y mamá Manela Caramaya, que todavía estaba cuando llegaron los españoles.

Cuentan los mayores que las grandes crecientes vienen por ciclos. Hay niños del agua que vienen en el río cada 35 ó 60 años y van a ser cultivadores, van a ser agricultores. Otros llegan cada 100 años y vienen con los colores brillosos; son los que cultivan oro y son los más importantes.

Se forman aguas subterráneas que aflojan la tierra y caen por los derrumbes, abriendo huecos, soltando la tierra y preparando para que venga un buen cacique para nosotros. Allí en los residuos que arrastra, se forma el niño que viene adelante, llorando. Los mayores están listos para sacarlo con un bejuco de la montaña. Lo crían y es un maestro que aconseja lo que debe ser todo.

Todavía hoy el agua se sigue moviendo. De varias de esas lagunas corre el agua; de otras no corre pero sí nace abajo de ellas. Todas las aguas van al mar, se devuelven en las nubes siguiendo distintos caminos y caen en los páramos.

Pero yo, el etnógrafo, también puedo intentar hablar con mi palabra, siguiendo aquel relato que fluye a través de los siglos, como el agua:

El agua reviste distintas formas y cada una de ellas es un ser vivo. Cada uno tiene vida y da vida, mala o buena, porque la vida es siempre mala y buena. Quiero mencionar sólo dos de esos seres.

Uno de ellos es la nube. Del mar sale la nube que va subiendo a los cerros altos. Las nubes se unen entre sí por las guaicadas y, cuando llegan arriba, comienza a llover. Los rayos de la tempestad se conectan con las aguas y las nubes y ayudan a iniciar las lluvias.

Por la derecha sube la nube negra, que va haciendo el mal y que los médicos, los sabios propios, deben voltear a la izquierda. La dirección de la mano derecha es un gran poder. Pero la derecha y la izquierda no son lados fijos, se dan tanto hacia la derecha como hacia la izquierda dependiendo de la posición de las aguas y de los ríos y de en qué lugar se siente el sabedor tradicional con relación a ellas. No hay un lado que sea solo derecho o izquierdo.

Pero sí hay un central de la tierra que es el río grande. Desde el centro se reparte todo y se vuelven a juntar todas las aguas. Todo sale de un centro, de allí nace la dirección.

La nube negra es la nube del aguacero negro que va con el ventarrón y tiene un camino que nunca se desvía, va volando por encima de las corrientes de agua subterráneas, túneles por donde camina ulesrnu, hasta llegar a la ciénaga. Cuando se encuentra allí, cae el aguacero.

La nube viene del mar por el aire. Los blancos la llaman fantasma y son dos: nube blanca y nube negra. Nube blanca viene guiado por un ojo de agua y ningún sabio nuestro tiene poder para apartarlo de su camino; aparece en forma de neblina; casi no viene de día y se ve mucho mejor de noche.

La nube cae donde hay lomas; viene por la guaicada y por allí se penetra. Da vuelta por detrás de filos o lomitas y se va al ojo de agua o al páramo o a las lagunas. De allí se devuelve al río.

Nube blanca es del día y es hembra; sube por la izquierda; es la sombra del aguacero blanco; va por el aire. La negra es de la noche y es macho; sube por la derecha y va por dentro de la tierra. Estos seres producen las lluvias y acompañan a sierpi.

Por eso recordé aquello que se comentó esta mañana en la inauguración, acerca de cómo en el Chocó piensan que sólo después que ha bajado la sierpi, ceden las crecientes y baja también el río. Así piensan en Guambía.

Otro ser es Aroiris, que es la misma agua, pero tiene unos colores: amarillo, rojo, verde y morado; los cuatro, cada uno con un tono claro y otro oscuro, dan ocho colores que llevan un significado. Va desde una ciénaga hasta una laguna; a través de él, el agua pasa de la laguna a la ciénaga. Él y ulesrnu van caminando hacia las crecientes que traen troncos de palos. Y se forma el derrumbe con muchas piedras y palizadas y ahí ya viene el niño adelante de esta agua, pero bien enchumbado con colores.

Aroiris no se queda quieto en un lugar; es vivo y camina y, al caminar, va redondeando. Por eso se dice que es una rueda cerrada. Cuando va a caer el aguacero, está hacia abajo y se redondea como lo hacen los caminos del sol y de la luna. Trae las lluvias del páramo, de la sabana fría.


Así terminan los mayores, por ahora, su historia:
Hay muchos árboles, árboles del agua, árboles que traen el agua. Todos ellos son la raíz del agua que entra a la laguna. Y con ellos crece también el ojo de agua. Un monte donde se den todos estos árboles, allí es la casa de Srekollimisak, del aguacero. La naturaleza..... aquí es la casa de Srekollimisak. Los mayores decían que donde hay estos árboles, allí está el rayo, que es el dueño del agua.

Últimamente desconocemos todo este saber de los mayores y lo hemos abandonado. Los que vienen de afuera dicen que hay que limpiar esos montes y les hemos hecho caso, acabándolos al tumbar y quemar.

El agua se va secando, los ojos de agua desaparecen y la tierra adelgaza y se vuelve polvo. Los cultivos se pierden y las casas se acaban. Por eso estamos peleando por el agua entre guambianos.

La sequía se produce por la ausencia de Srekollimisak y trae muchas pérdidas. La tierra se ha vuelto polvosa, el sol la calienta muy fuerte y los vientos se la llevan. En otras partes, las tierras se derrumban y se ruedan, llevándose el fruto de nuestro trabajo.

Por eso, para que Srekollimisak vuelva, hay que reconstruir su casa, hay que reconstruir la naturaleza.

Hay que reconstruir la casa de Srekollimisak.

Y, pienso. Los guambianos se debaten ante la destrucción del páramo. Y hablan de cómo hacer para reconstruir la casa de Srekollimisak.
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