Para las sociedades indígenas que habitan en lo que hoy es Colombia, el desplazamiento forzado comenzó con la llegada de los europeos a esta parte del continente. La diferencia cultural entre ellos y los españoles fue una de las bases que dio fundamento a este proceso, pues por ella se llegó a cuestionar su humanidad para, finalmente, caracterizarlos como salvajes.
Para escapar a la destrucción o la esclavización, muchas de estas sociedades se refugiaron en sitios lejanos e inaccesibles para los conquistadores y colonizadores, zonas que algunos autores han llamado, por esto, "regiones de refugio"; lo cual implicó el abandono de sus asentamientos territoriales y la construcción, al menos parcial, de otros nuevos. Esta es una de las causas que explica el asentamiento actual de los indígenas sobre todo en la periferia del país.
En este proceso de reconstrucción territorial, los aborígenes se fueron transformando poco a poco en indios, en indígenas, es decir, nacionalidades sometidas, explotadas y negadas para engrandecimiento de la sociedad colonial, primero, y republicana, posteriormente, hasta la actualidad.
Su cultura y, como parte esencial de ella, su pensamiento territorial, expresado en sus prácticas cotidianas de vida, fue elemento primordial en esos procesos de reconstrucción. De todos modos, el conjunto de condiciones creadas por la acción foránea y el carácter relativamente reducido de los sitios en donde encontraron cobijo, no permitió que tales territorios fueran reproducidos exactamente como habían sido, originándose formas territoriales incompletas, deformadas, pero territorios al fin y al cabo, que posibilitaron la supervivencia de estos grupos hasta hoy.
Esta situación dio origen a procesos de diferenciación interna en el seno de algunas de estas nacionalidades. Así, muchos de los embera del Chocó huyeron del trabajo en las minas, del pago del tributo y de la reducción en pueblos de indios, refugiándose en las cabeceras de los ríos y quebradas en lo alto de las montañas, rompiendo el contacto. Como consecuencia, estos grupos se convirtieron en diferentes de aquellos que permanecieron en las partes bajas de la selva, hasta el punto que fueron, y siguen siendo, considerados por estos como cimarrones, seres a medio camino entre el ser embera y lo salvaje, marcados, sobre todo, por un canibalismo atribuido. Todavía se cuentan numerosos relatos en los cuales estos cimarrones atacan, dan muerte y devoran a los embera de río, llevándose a sus mujeres.
Otros embera se dispersaron en forma amplia, y continúan haciéndolo, para ocupar numerosos lugares nuevos en diversas zonas de lo que hoy es el territorio nacional, buscando regiones cuyas características se asemejaran a aquellas de donde partieron, para reconstruir en ellas sus formas de vida tradicionales, hasta donde les era posible. Los embera-chamí han sobresalido por esta forma de enfrentar la presión de grupos extraños, encontrándose hoy su presencia en la mayor parte de las divisiones político-administrativas del país. Es frecuente que cada una de sus comunidades recuerde cuatro, cinco o más escalas en su permanente peregrinar. Aún luego de tan amplia dispersión, los embera continúan siendo una sociedad muy cerrada, reacia a cruzarse en matrimonio con gente de otras nacionalidades en razón de su fuerte endogamia.
Por supuesto, era imposible que estas circunstancias no afectaran su cultura, habiéndose dado, por encima de una unidad básica que permanece, una amplia diferenciación, de la cual los siete dialectos que hablan en la actualidad son solo uno de sus indicadores.
También los guambianos del Cauca sufrieron desplazamientos como consecuencia de la conquista y la colonización, los cuales no se detuvieron con el advenimiento de la República, aunque presentaron modalidades diferentes.
Habiendo ocupado la zona de lomeríos del Valle de Pubenza, entre lo que hoy son Santander de Quilichao y el sur de Popayán, fueron empujados por el proceso de creación de haciendas, formación del campesinado y fundación de centros poblados, hasta llegar a verse encerrados en los Resguardos, —encorralados, dicen ellos— en las tierras que ocuparon hasta hace treinta años, ubicadas por encima de los 2.500 metros de altura. Los procesos de lucha y recuperación que han adelantado durante el último medio siglo les han permitido acceder poco a poco a una parte de las tierras que les habían sido arrebatadas, entre ellas las del "maíz y el trigo". Procesos posteriores han llevado a muchos de ellos a poder regresar a las tierras templadas de algunos municipios al norte de Popayán y, también, ir a sitios nuevos, como el Huila.
Los guambianos narran así el proceso de ocupación de las tierras situadas en los alrededores de Silvia, en especial hacia el norte y oriente de este núcleo de población:
Anteriormente, los guambianos vivíamos en lo caliente, por los lados de Santander de Quilichao, de Carpintero. Y los anteriores se fueron viniendo para acá, a estas tierras. Venía uno de los anteriores que era llamado Binto y que después lo nombraron Angulo Tumiñá. Los Daguas también venían con Binto; un tal Celino Dagua.
Binto fue viniendo hasta llegar a Atiku, que ahora llaman Murales; vivió en Atiku. De allí se vino con un hijo, Higinio, y poco a poco llegó hasta Piendamó; y Binto ya vivía 100 años; esa es la primera generación. Con él llegaron los Murales, que en esa época se nombraban Atiku. Los de Pishitau, es nombre de Tunía, que no es nombre español. Había caciques en Pishitau, Tunía y Usrentau -nombres de los árboles de yarumo, usrotsilo o carirrucio, que sirve para hacer escobilla.
Los hijos de Binto subieron para Usrentau con otros indígenas guambianos: Eusebio y Bernardino Jempuel1, Manuel Jesús y Faustino Kalampas, junto con los Ulluneses; algunos de estos siguieron para Jepalá. Por Usrentau vinieron encontrándose con algunos Chirimuskay y Jempueles. También venían otros, unos de Mondomo, Serafín Dagua y Florentino Chavaco, que tenían tierras que no eran compradas sino propias.
Siguieron subiendo hasta que llegaron a Kallimkullú. Unas veces volvían a lo caliente y después regresaban a trabajar otra vez por aquí. Contaban que venían socolando, descubriendo las montañas, derribándolas. Binto ya vivía 150 años.
De Jepalá, los Ulluneses siguieron a Ampalú; con ellos caminaron los Pecheneses. Cuando llegaron, encontraron grandes árboles en una montaña cerrada, por eso pusieron el nombre de Ampalú. Son los mismos guambianos, aunque ahora hay gente que dice que son ambalueños. Cuando los anteriores llegaban a una parte, ponían los nombres según las cosas que iban encontrando, por eso parece que son distintos, pero son los mismos guambianos.
En Silvia querían hacer un pueblo, construyendo en un sitio en donde sonara bien una campana que llevaban. Primero lo hicieron al lado izquierdo del río, en el punto que llaman de Manchey, pero la campana sonaba como opaco, mal. Entonces pasaron para el otro lado y sonó bien; allí hicieron el pueblo de Wuampia.
Venían otros compañeros de la misma gente, de los mismos guambianos. Los Pajas eran nativos de Mondomo; junto con los Tumiñases se quedaban en Silvia y en las montañas que había por las cabeceras del Tablazo. Otros iban por Salado. Ventura Paja llegó a Tablazo y pasó a donde es hoy el Núcleo Escolar.
Los Motes, unos que eran blancos y venían presionando, pasaron a Wuachitolo, en donde estaba el templo antiguo con la campana de nosotros, y empujaron a los Pajas a Cacique y a Tranal. Algunos Pajas venían pasando por el lado de Cacique y algunos otros al Chimán. Subiendo por Puente Real venían, juntos con Custodio Tumiñá, los Ulluneses, los Kalampases, que se fueron a Cacique. Derecho, aguas arriba por el río Piendamú, llegaron hasta Pueblito.
Los hijos de Binto trajeron de Atiku dos mulas y dos caballos, uno de montar y tres con carga de caña y pusieron un trapiche de mano en Kaullimaitaro, para sacar guarapo para los trabajadores. Allí se ven todavía los planes de la casa. Sacaban guarapo y lo dejaban fuertiar y luego lo refinaban, y mingaban para derribar y socolar montaña.
No venían solos, sino que traían a sus mujeres para ayudar en el trabajo y con la cocina. La de Higinio se llamaba Santa Pillimué. Desde esa hora vinieron los Dagua. Los Tumiñases cogieron un lote por Cumbre y los Dagua por arriba de Mishampi. Los Murales cogieron por los Altares. Después vino otro hijo, Custodio Tumiñá, nacido en Piendamó.
Cuando venían por esas guaicadas, oían gritar gritos diferentes a los de los animales y tenían miedo. Iban subiendo por Chillikkulli, por un puente de pasamano; y socolaban y, cuando comenzaban a derribar, gritaba como gente y bramaba y tenían miedo.
Fueron a mirar quebrada arriba y encontraron una peña alta y en ella cuevas del tigre y el oso y cuevas de cóndor, animales bravísimos que olían a la gente y salían a amenazar con comérselos o matarlos.
Custodio e Higinio se volvieron por un tiempo a Carpintero. Cuando regresaron, los animales no dejaban trabajar. Se tenían que ir temprano para que no salieran de sus cuevas a comérselos.
Trajeron más gente, como a Francisco Dagua, que vino a acompañar, y le aconsejaron que cogiera tierra para hacer trabajaderos. Francisco cogió por Peña del Corazón, toda esa planada hasta subir a Yashkullí; cogió con uno de los Murales. Por eso, en esas guaicadas quedó dueño uno de los Murales, junto con los Dagua. Y subieron a derribar montaña con varios compañeros, pero el tigre, el oso, el león y el cóndor amenazaban con comérselos.
Trabajaron seis meses aquí y después duraron casi un año sin trabajar. Al cabo de un año, volvieron trayendo un arma especial, un palo de chonta, que era el arma de los anteriores y se llamaba ul. Ese palo traía sacada una punta en forma de lanza muy aguda.2 Tumbaron un árbol, lo arquearon atándolo con bejuco de pulotsí y le amarraron el ul, le pusieron sombrero de caña, ruana chumbada y una capa de paja para la lluvia llamada tsitse. Vestido como guambiano, quedaba medio inclinado en la dirección en que salían el tigre y el oso. Después de poner la trampa, se vinieron a la molienda en el Kaullimaitaro. Era cerca de las cuevas del tigre y ellos decían que tenían miedo.
Al otro día, se asomaron y el tigre estaba ahí, clavado. Creyó que era gente y brincó y se clavó por los ombligos y la chonta le salió por la espalda. Así cogieron al tigre.
Pero el oso no caía, sino que les dañaba la trampa. Se arrimaron a la peña y colocaron más trampas, hasta que finalmente cayó el oso y quedó ensartado.
El cóndor también molestaba. Venían y, si le gritaban, se iba a mingar, a traer más cóndores para comerse a la gente. ¿Cómo cogerlos, si vuelan en el aire?
Después de un tiempo, resolvieron el problema de otra manera, con una trampa papagayera. Uno subía y le gritaba y otro esperaba escondido con un garrote. Cuando el cóndor venía a picar a la gente, le pegaban y lo mataban. Buscaron las cuevas del cóndor y las encontraron en las peñas del sitio que hoy llaman la Kunturia. Allí ponían una trampa de un tejido templado entre los árboles y el cóndor venía y quedaba cogido como en una red.
Las plumas, la manteca y la carne valían miles de pesos. Las espuelas servían para los gallos finos, la manteca para curar lesiones y las plumas para sacar muelas sin médicos ni inyecciones, se chuzaba alrededor de la muela y al tiempo caía sola.
Invitaron más gente para que viniera a trabajar y vino uno de nombre Chillikirá.3 A esa hora ya estaban formados los curas o párrocos, ya venían como bautizando y a Chillikirá lo nombraron para que hiciera la fiesta. Los de antes tenían nombres propios: Yalantas, Tumiñases, Tumpeses, etc. Cuando llegó el cura, se los cambió por apellidos.
El primer caserío se formó porque los animales no dejaban pasar para arriba. Eran cuatro casas y le pusieron Pueblito. Era un nombre de mucho antes.
Los primeros que descubrieron las montañas eran Higinio Tumiñá, los hijos de Binto y los Murales (Agustín, Trino, Esteban, Joaquín, Antonio y Felipe); eran los primeros. Casi todos llegaron allí. Después aparecieron los Tumiñases. Higinio era mayor, Custodio era joven. Venían Yalantas acompañando, linchap, y Atanasio Dagua y uno que era de Pishitau.
Binto ya vivía como 180 años, era muy anciano. Traía chocolate para tomar de día. Custodio e Higinio ponían la panela. No tomaban café; unos tomaban chichas de aguacate y chirimoya y otros chocolate; a veces tomaban por la mañana y otros días por la tarde. En el día comían maíz tostado, molido y remojado en aguadepanela, o comida de sal con cebolla de los antiguos.
Los Tumiñases venían por las guaicadas cerradas, tumbando monte. Al llegar por Kallimkullú encontraron rastros de gente, pero no sabían quién era. Al llegar al plan de Cumbre, al pie de Pueblito, oyeron silbar de lejos en las alturas, pero no sabían qué era.
Por esa época en que ellos llegaron, el cacique Pellar —luna— vivía en lo alto, atrás del plan de los Ulluneses, hacia el Alto del Achi. Las vegas del río eran pura montaña cerrada y allí no vivía nadie; por eso la gente vivía en los filos más altos. Por las guaicadas no se podía pasar porque eran montañas cuajadas.
Higinio Tumiñá invitó más gente de Murales a que viniera y soplaron candela, y, al ver levantar el humo, se vinieron los otros de arriba y se fueron descubriendo, encontrando. Con la sopladera de candela se encontraron.
Después de un tiempo, los de abajo se fueron a cosechar lo que tenían sembrado en otra parte y los de arriba se subieron a sus lugares y dejaron de encontrarse.
Eran los mismos guambianos, pero tenían distintas comidas y se invitaron a comer sus comidas. Era la misma lengua. Todavía hay eras de cultivo de los antiguos en el Alto de la Chorrera. Tienen una brazada de ancho. Había aljibes, que todavía se encuentran en los altos.
Cuando los de abajo subieron otra vez, encontraron al oso y al tigre y al cóndor y tuvieron que vencerlos. La vara de chonta que trajeron se llamaba ultsik, que es una vara derechita; ul también quiere decir culebra.
Pero, allá arriba, en los filos, vivía otra gente. Había un hombre, un tal Kasiano. Vivía en un plan grandísimo, junto con sus hermanos, uno que llamaba Tata y una hermana, Tesha, y otro que llamaba Teban, que debe ser un nombre de los anteriores. Hoy, las familias de ellos tienen casas para trabajar en el Alto de Chakpala, que es un plan muy grande.
Allá arriba vivía Kasiano, cacique de antes de Colón. Kasiano bajaba para charlar con Binto. Se intercambiaron su trabajo, unos subieron y otros bajaron. Binto trajo la caña e hizo guarapo. Kasiano vino a una minga y se entrevistó con Binto Tumiñá e intercambiaron comida. Después se casaron unos con las mujeres de los otros. Ya han pasado ocho generaciones desde que los antiguos guambianos se encontraron e intercambiaron sus trabajos, sus comidas y sus mujeres.
Higinio Tumiñá trajo a Atanasio Dagua. Kasiano bajó de La Chorrera con su familia y encontró un cura que lo bautizó Luciano Murales; el sitio donde él vivía quedó con el nombre de Muraleschak, que era el nombre anterior al de Pueblito. Los españoles lo bautizaron y así le pusieron. Pusieron nombres de blancos a toda la gente, los cambiaron con el bautismo. Fueron los primeros que se sometieron a la religión y aceptaron pagar los diezmos. Y fueron apareciendo: Tumiñaschak, Yalantaschak y los planes de los otros que vinieron.
Había un Chillikirá, que trajo la trampa de ul. Para poder pasar, rompió para arriba, hacia Kampana, tumbando montañas. El cura, en una misa, le puso Montano, porque iba socolando montañas.
En las partes altas, además de Kasiano y Pellar, estaban tata Limeta y mama Illimpi, que eran de Pikotsutsichak, en Cumbre Alta. Alguien vivía al pie de la peña de Pueblito; se llamaba Mon, hojas de col; no se sabe si era hombre o mujer. Y vivía Paumpaun, hombre, que era uno que tocaba tambor, según habló un abuelo. Shari era una mujer que lo acompañaba, pero no se sabe si era hermana, esposa o qué. Tata Illimpi fue un cacique de antigua, muy arriba, en Piedra Grande, en Ñimpi. Los guambianos no son de una sola parte, sino que venían de varias partes y aquí se encontraron.
También resultó un Tunpalá, a quien, a la hora de bautizar, pusieron Manuel Tunubalá. Custodio Tumiñá era pareja de generación con Atanasio Dagua. El papá de Atanasio era Ignacio Dagua, que vino de Carpintero, como los Daguas.
Antes de Binto, eran los nombres propios porque no había blancos. Binto duró más de 180 años; es una generación, no tenía apellidos. Higinio Tumiñá duró 100 años y es la segunda generación; hijo de Binto. Custodio Tumiñá murió de 150 años; es la tercera generación. Vicente Yalanda, vivió 79 años, es la cuarta. Después venimos las tres o cuatro generaciones que vivimos ahora. Ningún guambiano ha podido remontar más allá de estas generaciones. Solo Pedro Ulluné dice que él pudo remontar a doce generaciones. Raimundo Ulluné ocupó las tierras por la Peña, cuando vino con Custodio Tumiñá. En los sitios de vivienda de los Ulluné y los Tumiñá han pasado ocho generaciones.
Así contaba Custodio a Vicente Yalanda.
Diversos detalles que atraviesan esta historia permiten inferir que estas movilizaciones ocurrieron como resultado de la llegada de los españoles y su paulatina ocupación del Valle de Pubenza. Pero, también, que los curas doctrineros siguieron a los guambianos hasta sus nuevas tierras con el fin de someterlos y, con la cristianización y castellanización, ir reduciendo su diferencia cultural con respecto a los europeos. La fundación de pueblos de indios fue un paso más en este propósito.
También llama la atención que los guambianos ya habían incorporado en ese momento cultivos y tecnologías de los europeos y que las llevaron consigo en este proceso de ocupación de nuevos territorios. Su encuentro con otros grupos diferenciados, aunque se afirme que también eran guambianos, no dio lugar a enfrentamientos sino a la conformación de alianzas, consolidadas a través del matrimonio y la comida en común, que finalmente llevaron a su unificación en una sola nacionalidad, la guambiana de hoy. La arqueología ha mostrado que efectivamente sobre el actual territorio guambiano se confrontaron dos formas de poblamiento: una en los filos altos, otra en las partes bajas, cerca a los ríos, siendo más antigua la primera.
Igualmente, los mayores mencionan que una parte de los antiguos guambianos rehuyó el contacto con los españoles, ascendiendo hasta las tierras altas y frías para, finalmente, al verse cercados, penetrar en el interior de las montañas. Fueron estos quienes mantuvieron la cultura y la tradición ancestrales; los de hoy admitieron la relación con los blancos y fueron modelados por ella, "comieron sal del blanco".
La sociedad guambiana anterior al contacto con los españoles tenía como una de sus características esenciales una economía vertical, similar a aquella que los investigadores han constatado para la América Andina, en especial en los Andes del sur (Bolivia, Perú y Ecuador). Se trataba de un complejo y elaborado manejo de diversos pisos térmicos con la finalidad de obtener una producción amplia y diversificada y, en especial, constante durante todo el año. Como es lógico suponer, al verse los guambianos constreñidos a vivir por encima de los 2.500 metros de altura, este tipo de economía se fue resquebrajando, lo cual se agravó cuando, en el siglo XIX y comienzos del XX, los terratenientes se apoderaron de las mejores tierras de las que componían el nivel más bajo, obligando a la mayor parte de los guambianos que ocupaban estas tierras a desplazarse, entonces, hacia lugares más altos aún, cercanos y por encima de los 3.000 metros, en tanto que algunos, los menos, quedaron atados a las haciendas en calidad de terrajeros, verdaderos siervos que cambiaban de dueño junto con la tierra que cultivaban para los terratenientes.
Aun en estas condiciones, desplazados a niveles cada vez más elevados sobre el nivel del mar, los guambianos lograron reconstituir la verticalidad de su economía, por supuesto, en una forma recortada que ya no les permitía la autosuficiencia ni la variedad de productos de épocas anteriores, pero vertical al fin y al cabo, en la cual recrearon diversos niveles de manejo, comprimidos dentro un rango de alturas muy estrecho.
En este orden de manejo de la altitud, los guambianos distinguen conceptual y prácticamente los siguientes niveles:
Las tierras más altas son las del korrak yu o páramo, el cual incluye las grandes sabanas en donde se asientan las lagunas, así como las partes más altas de los picos y cordilleras que las encierran. En ella está una zona que diferencian dentro del conjunto, pero que no cultivan, es el nupirrapu, alrededores de la laguna de Piendamó, el agua grande. Esta zona alcanza a bajar hasta las tierras más altas de las veredas de Piendamó Arriba y Ñimbe. En algunos lugares de ella se cultivan ocasionalmente la papa y el ullucu, aunque con dificultades por el intenso frío y el exceso de humedad.
El kausro es la zona intermedia, tierra de papa y ullucu, alta y fría. Se define siempre con relación a otros sitios de menor altura. Las veredas de Pueblito, Campana, Ñimpi y Piedamó Arriba son kausro con respecto a la parte baja del resguardo tradicional: Tapias, Las Delicias, Puente Real. El kausro de la porción de Chimán que fue recuperada durante la lucha está por Kallukuari, Cresta de Gallo, el de Anistrapu, Cacique, comprende del Waunkullu, Arracachal, hacia arriba. En ella se encuentra la mayor parte de los cultivos de cebolla, principal producto que se destinaba para el mercado hasta que fue desplazado por la amapola, cuyos sembrados se ubican en lo fundamental en este mismo nivel.
La parte baja es el kurak yu, tierra de maíz y trigo, la mayor parte de la cual había sido arrebatada por los terratenientes y que comenzó a ser recuperada por los guambianos desde 1980. Los lugares bajos de Santiago y La Clara conforman la casi totalidad de este nivel. Su despojo constituyó la grave pérdida de una parte fundamental del territorio guambiano y significó la ruptura del carácter vertical de la economía, pues era aquí donde se producían cultivos tan importantes como el maíz y el trigo; también era lugar de “refugio” para la gente del kausro durante la época brava, signada por vientos helados, lluvia permanente, altísima humedad y muy bajas temperaturas.
Desde hace unos 10 años, los guambianos han comenzado a ampliar su territorio incorporando otras tierras en las que vivieron en el pasado y que se encuentran de Silvia para abajo, las del pachiku, lo caliente, entre 2.000 y 2.500 metros de altura. Llama la atención la consideración como "lo caliente" de estas tierras que constituyen el estrato inferior del piso frío, de acuerdo con nuestras concepciones, circunstancia que es indicadora del desplazamiento ya mencionado y de la reconstitución, en un nuevo espacio, del manejo vertical del suelo.
Sin embargo, sobre la base del profundo conocimiento de las características y potencialidades de su territorio y del manejo de los cultígenos, los guambianos fueron ampliando el rango de altura dentro del cual podían producir maíz y trigo, llegando hasta fluctuar alrededor de los 3.000 metros. Buscando sitios no muy pendientes, algo encerrados para que estuvieran parcialmente protegidos de los vientos y del frío, con ciertas condiciones de humedad, sembrando las semillas acompañadas de otros elementos que obraban sobre ellas (rendidoras, cargadoras, etc.), variando las épocas de siembra y demás tareas agrícolas, consiguieron cultivar estos dos productos en las tierras del común (el resguardo), aunque no en la misma cantidad ni con igual productividad que en las tierras usurpadas por los terratenientes.
Esta reconstrucción comprimida de su verticalidad, pese a las condiciones derivadas de su gradual y permanente proceso de desplazamiento forzado, da cuenta del vigor de la cultura guambiana, de la fuerza de su ancestralidad para recomponer la vida guambiana en tan difíciles condiciones. Pero también del conocimiento detallado de su territorio actual, dentro del cual pueden distinguir multitud de microclimas y microespacios, que desempeñan un papel fundamental en sus procesos productivos y en la dinámica anual de los mismos para poder garantizar el abastecimiento alimenticio durante todo el año.
Hoy, nuevas formas de desplazamiento territorial de los guambianos, esta vez por parte de organizaciones armadas que han ocupado las tierras altas de su territorio, el korrak yu o páramo, afectan otra vez la peculiaridad de su economía vertical. Pero también otros aspectos de su vida, pues esas tierras son la residencia del Pishimisak, ser de primordial importancia para la sociedad guambiana, así como también lugares de aprovisionamiento de plantas medicinales, esenciales para los trabajos del moropik, y terrenos de pastoreo.
Para enfrentarlas, los guambianos se han volcado sobre sus antiguos territorios precolombinos, adquiriendo tierras que les han permitido conformar comunidades nuevas en sitios como Piendamó, Morales, Buenos Aires y otros sitios del Cauca. Restaría por ver si en ellas se reconfigura de nuevo la verticalidad de su economía, o si la resuelven a través de formas de intercambio de productos entre las distintas comunidades, coordinadas por las autoridades de los cabildos, como en la época anterior a la llegada de los europeos se hacía por parte de los caciques mayores y menores, teniendo como centro a Pupayán, ciudad india que encontraron, ya existiendo, los primeros conquistadores.
Es claro que en los casos expuestos de emberas y guambianos, la principal de aquellas condiciones que posibilitaron los procesos de reconstitución cultural fue la existencia de regiones susceptibles de ser ocupadas y hacia las cuales desplazarse. En la actualidad, esta posibilidad parece estar agotada y ya no es fácil encontrar tierras con estas características.
Los procesos crecientes de colonización (otra forma de desplazamiento), la incorporación a la explotación capitalista de un número creciente de recursos naturales, de los cuales los de la biodiversidad no son los menos importantes, los grandes megaproyectos oficiales y privados y la constitución de casi todo el territorio colombiano en zona de guerra, son factores que cada vez dejan menos lugares a donde ir en los desplazamientos, de ahí que, a diferencia de lo ocurrido durante varios siglos, los miembros de las nacionalidades indígenas que se ven compelidos a abandonar sus territorios, no tiene otra opción que huir hacia los centros poblados, únicos espacios en donde parecen contar con una mínima protección para sus vidas. Y es claro que en estas condiciones, los procesos de reconstitución cultural ya no son posibles. La vida urbana o semi-urbana, dependiendo del lugar a donde vayan, no ofrece las posibilidades para ello y, en consecuencia, tampoco para el mantenimiento de la diferencia.
Es posible, sin embargo, que algunos núcleos tomen como eje algún aspecto de su cultura, como han hecho los ingano de Bogotá, Cali y otras ciudades alrededor de la medicina tradicional basada en el uso de plantas curativas, para construir una nueva peculiaridad contrastante y seguir siendo diferentes.
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