El antropólogo Manuel Romero Raffo me ha permitido escribir estas breves palabras a manera de prólogo acerca de su libro Mitología y organización social Curripaco: Malikai. El canto del Malirri, resultado de varios años de investigación entre los curripaco de los ríos Inírida y Guainía, en especial aquellos que habitan en el río Atabapo, trabajo que contó con el apoyo de una beca Francisco de Paula Santander, otorgada por Colcultura durante un año. En él nos trae la versión castellana, sea por transcripción o por traducción, de la totalidad del material que recogió durante el proceso de investigación, compuesto por relatos orales, relatos musicales, rezos cantados malikai), explicaciones y petroglifos, todo organizado de acuerdo con el hilo conductor que suministran los contenidos de los relatos orales. Esta metodología le permite además explorar el camino para buscar una visión unitaria y coherente de esas diversas manifestaciones culturales, que con frecuencia resultan tratadas en forma aislada unas de otras en la literatura antropológica.
A primera vista resaltan la amplitud y riqueza de los textos curripaco y de la visión del mundo que manifiestan, puestas de presentes por el particular ordenamiento que les ha dado el investigador. Este resultado es de la mayor importancia, pues muchos creían, pienso que los evangélicos se cuentan entre ellos, que la adoctrinación protestante había hecho desaparecer este aspecto de la sociedad tradicional curripaco.
Por eso es preciso destacar que no se trata de un rescate de elementos muertos, que sólo viven en el recuerdo de unos pocos mayores a la manera de piezas para un museo, sino que el trabajo muestra que se trata de una tradición viva y actuante en la vida de algunos grupos curripaco, desafortunadamente no de todos, hasta el punto que sus depositarios —en lo fundamental los malirri o sabios tradicionales (brujos, los llama el autor)— se dieron a la tarea de narrarlos de un modo sistemático al etnógrafo, de acuerdo con una adecuación de las formas propias que se emplean para transmitir la tradición oral, constituyendo así una verdadera pedagogía para la enseñanza y comunicación de las historias a una persona extraña a su sociedad, previendo, quizás, que esta es una manera de asegurarse contra su pérdida en un futuro que puede no estar muy lejano.
Es relevante la explicación de los petroglifos en el contexto que dan las narraciones orales y los cantos, puesto que sigue los criterios y categorías de la propia sociedad curripaco, pero también porque presenta una metodología novedosa, que ofrece un vía alterna de análisis a aquellas que han venido aplicando otros investigadores con base en los mitos y que desconocen la validez de las interpretaciones que hacen los propios indígenas, al mismo tiempo que deja abierto el camino para emprender la tarea de un estudio global de los petroglifos que se encuentran en la región.
No es menor mérito, en esta época de la moda posmoderna de “la etnografía como texto”, que el libro se haya ido haciendo en terreno con la participación definitiva de los malirri y otros curripaco y, por supuesto, con la del etnógrafo, que no es mero convidado de piedra ni simple vocero, y cuya intervención es definitiva en la hilación de los variados fragmentos en un discurso unitario, sin que se pierda la diversidad.
A causa de estas innovaciones, se echa de menos una exposición más amplia de la metodología de trabajo, que podría haber detallado ciertos aspectos claves, como los procedimientos que se siguieron para la traducción, con la intervención de diversos miembros de las comunidades, de los textos que se recogieron en los dialectos ñame, kurri, karro y kjenim, por ejemplo, o la manera concreta como se recrearon los varios textos a partir de la superposición de distintas versiones, tomando como base la que el etnógrafo considera más rica y “completándola” con los elementos nuevos que aparecen en las demás, con la finalidad de superar la dispersión de los relatos y construir una concepción integral, global, del mundo, que no aparece en forma tácita entre los curripaco.
Estos procedimientos metodológicos han recibido frecuentes críticas por parte de algunas corrientes antropológicas, pero los resultados que se consignan en el presente libro parecen sustentar su validez, al menos en este caso.
Así mismo, pudieron haberse hecho más explícitos los criterios que se siguieron para la construcción formal del texto, poco ortodoxos como los lectores podrán darse cuenta, lo cual es uno de sus méritos, aunque hay una cuidadosa descripción de las reglas que se elaboraron para la escritura de los textos curripaco en castellano. Tal explicitación podría permitir que otros investigadores transitaran el mismo camino a la hora de armar sus obras.
El ordenamiento del material, que constituye la estructura misma del trabajo, sigue categorías propias de los curripaco, fundamentalmente aquellas que enlazan en el presente los cuatro momentos del transcurrir temporal: el del yapururu, el del kuwai, el del malikai, el de Iñapirríkuli y Dzuli, categorías que resultan de las traducciones y transcripciones del corpus, las cuales se efectuaron con integrantes de la sociedad curripaco que presentan características diversas, así como de una amplia discusión sobre sus distintos aspectos y significados.
De todos modos, el libro presenta momentos de excelencia desde el punto de vista textual, como el relato del viaje por el río para asistir a un baile y el del baile mismo, que sirve como base para introducir las flautas y el significado de su uso en relación con los animales y con el medio. También los relatos del “comienzo de este mundo”, del Dabukurí y del papel de la música, que conducen al Yapururu, a sus músicas y al ciclo de vida regido por la periodicidad de los alimentos, temporalidad y territorialidad a la vez.
El texto avanza en círculos cada vez más amplios, que llevan a los petroglifos, los estados del tiempo y las constelaciones, cuyas coronas marcan la plumería y, con ella, de nuevo, al baile. Retoma la función del Dabukurí en el parentesco, los intercambios matrimoniales y el sistema de clanes.
Las visiones de sueños y ensueños, poderosos medios de conocimiento entre los curripaco como en muchas sociedades indígenas, no podían estar ausentes y, a través de ellas, el águila planea con su vuelo sobre el mundo y sobre el texto. Tampoco podía faltar lo que tiene que ver con la enfermedad y su curación, la acción de los malirri y sus instrumentos.
Todo ello con la finalidad de “transmitir cuerpos de conocimiento que mediante parcelas de realidad codificadas se transmiten en secuencias narrativas”, los cuales pueden permitir, además, evaluar la eficacia de los programas oficiales en la región y dar pie para la elaboración de nuevos proyectos.
“La luna es gente
estrella es gente
sol es gente, lo que pasa es que el sol es el más fuerte
Ualiwa es otra gente, gente estrella, estrellas de la mañana”.
|