Cuando Astrid Ulloa llegó esa mañana del 16 de julio de 1984 al Internado Indígena de Purembará, en la zona chamí de Risaralda, en compañía de las mujeres de la casa de los Siágama y con la cara pintada de negro y rojo, “como gatico”, acababa de iniciarse esa especie de obsesión que le duraría más de cinco años y la conduciría a producir un Trabajo de Grado en Antropología de tal calidad que el Consejo Académico de la Universidad le concedió la mención de laureado, la más alta distinción académica que la Universidad ofrece a sus estudiantes.
Por eso no resultó nada del otro mundo el que Astrid se presentara a recibir su título de antropóloga vestida de negro y rojo, los mismos colores de la pintura corporal embera, los mismos que aparecen por doquiera a lo largo de su extenso trabajo, los mismos de la vajilla en que me invitó a comer para celebrar su grado.
Pero entre una fecha y otra mediaron cinco años de una labor continua y dedicada, muchos kilómetros de recorrido por otras comunidades embera de Risaralda y Chocó, cientos de horas pasadas con los indígenas en busca de desentrañar los significados más profundos de esos aspectos tan desdeñados y pasados por alto por todos aquellos que nos hemos dedicado a relacionarnos con ellos: su pintura corporal y su dibujo, formas tan bellas y expresivas de mostrar su mundo que, al encontrarlas ahora recopiladas extensamente en este libro, nadie puede sentirse extrañado de la obsesión que acosó a Astrid durante estos años.
Este libro no está dedicado a las grandes disquisiciones teóricas a partir de alguna de las concepciones antropológicas en boga, tampoco a producir larguísimos y, las más de las veces, muy aburridos discursos con los que se busca interpretar a la manera de los “blancos” las cosas de los indios, antes bien, busca en estos las bases de sus planteamientos. Aunque, como es posible apreciar, toma como referencia uno o dos autores para ordenar la exposición de sus materiales, ya que Astrid no logró encontrar su propio orden interno, pues este solamente podría ser alcanzado si se tomara la vida embera en su totalidad, como ella lo plantea al comienzo de su trabajo. Y se trata, por el contrario, de una obra monográfica.
Pero tampoco es la ambición de la autora conseguirlo, pues su visión, como su manera de ser, es más empírica que teórica, más pragmática que discursiva. Y vista en su conjunto, Astrid está más inclinada a las cosas de la estética que a las de la teoría antropológica. No en balde ha dedicado parte de su tiempo, y ello implica de su vida, al diseño gráfico y al manejo de telares. Y por eso su libro está tejido bellamente, con gusto, con textura.
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