Los guambianos manejamos el tiempo en tres grandes niveles: el transcurrir diario, el ciclo anual, períodos de mayor duración, aunque la memoria de estos últimos se está perdiendo y la gente se olvida de ellos cada vez más.
El primero se marca por señales que indican el orden y el momento de las distintas actividades cotidianas; el segundo se funda en la sucesión de lluvias y sequías; grandes inundaciones señalan la llegada de los ciclos más amplios.
La observación, conocimiento y uso de los fenómenos que dependen de la relación entre la tierra y el sol están en la base de nuestro sistema de contar y manejar el tiempo; ellos relacionan entre sí estos tres niveles.
Otros elementos, celestes como la luna y las estrellas, atmosféricos como vientos y nubes, terrestres como ciclos vegetales y comportamientos de ciertos animales, aves en especial, hacen más complejo y amplio este calendario y suministran las indicaciones que orientan nuestra actividad, dándole ritmo como una parte de la vida del universo.
El saber astronómico y la conciencia de su importancia ocupan el centro de nuestra atención en este campo, y guían la observación de los fenómenos del cielo y sus correspondientes en la tierra.
Una tradición que muy pocos mayores recuerdan ya a causa de los muchos siglos que la separan del presente, cuenta de “templos” en donde se rendía “culto” al sol y cuyos “guardianes-sacerdotes” habrían estado dedicados a investigar y a seguir los caminos de este astro celeste, preocupándose por los efectos que ellos producían sobre los hombres y la tierra. La conquista española los habría arrasado, levantando iglesias católicas sobre sus ruinas; estas fueron derribadas a su vez por las luchas indias y el paso de los siglos, como ocurrió con la de la vereda de Tapias.
Solsticios y equinoccios, fases y posiciones de la luna, lluvias y sus características, vientos y sus frecuencias, intensidades y direcciones fueron, y lo son aún, reconocidos y examinados con atención. Especialmente el ciclo del agua, como elemento de vida, tiene una importancia decisiva en todo lo que ocurre.
Pero no se trata de una sabiduría que sirva únicamente para pensarla, sino que está orientada y aplicada, en la periodicidad y recurrencia de sus hechos, a la regulación de los trabajos agrícolas y, en un pasado no muy lejano todavía, a las actividades de caza, pesca y recolección que hoy casi no existen.
También están ligadas con este conocimiento las actividades de los sabedores tradicionales, cuyos trabajos se extienden hasta abarcar la cuenta, predicción y manejo de los ciclos más amplios, relacionados con aspectos de los cuales provienen las bases de la organización del territorio y de la sociedad, de la autoridad y su ejercicio y de la cultura en general, incluyendo en ella sus objetos materiales.
La aplicación de este saber a la vida productiva y a la vida doméstica requiere, además, de un conocimiento profundo y detallado del medio natural, tanto en sus características generales como en la especificidad de cada elemento y cada sitio.
El calendario de las celebraciones tradicionales tiene que ver con momentos importantes del ciclo anual. Pero hoy se encuentra en vías de desaparición luego de sufrir profundos cambios como consecuencia de la penetración religiosa, la cual, en la práctica, lo desvinculó de la manera propia de ver y manejar el tiempo para ligarlo al calendario católico, al mismo tiempo que transformó la importancia que él tenía para nosotros, así como toda su significación.
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