Con esta amplia variedad de ciclos vegetales, unida al hecho de que las tierras de cada productor están repartidas en un buen número de parcelas distribuidas en los distintos niveles de altitud y con gran variedad de suelos, además de que muchos poseen fincas en lo caliente (Morales, Piendamó, etc.) con cultivos como el café, no hay ninguna época del año que quede libre por completo de actividades que requieran la presencia del trabajador en alguna de sus parcelas. Sólo el mes de noviembre representa cierto alivio, sin que ello signifique total ausencia de trabajos agrícolas.
El gráfico presentado atrás destaca períodos de febril actividad, notoriamente a fines del nukuaro y comienzos del srepol, cuando se recogen las cosechas anuales, fríjol y maíz, y otras de productos con ciclos vegetativos de menor duración, se preparan y se siembran las tierras, labores que pueden prolongarse hasta octubre. El gran verano es, también, el momento de construir las casas.
Asimismo, en enero y en toda la duración del lamosre se acumulan los trabajos, pero nunca en una escala comparable con la de los meses de julio, agosto y septiembre.
Los días sin luna y los dos primeros de la luna que nace son malos para los trabajos agrícolas, pues estos no darán los resultados apetecidos; en cambio, son buenos para la limpieza de potreros porque las malezas tardan mucho más en crecer de nuevo. En la actualidad algunos no trabajan en el día de las ofrendas ni en el viernes santo.
Tanto en el paropol, época de escasez y hambre que coincide con la Semana Santa actual, como en las ofrendas, se prepara gran cantidad de alimentos para repartir a familiares, vecinos y visitantes, mecanismos de redistribución y reciprocidad que vienen desde muy antiguo. Bajo la influencia de las ideas católicas, algunos creen que el viernes santo “se comparte la sangre de Cristo”.
El lamokuaro es tiempo de arreglar la tierra para las siembras del páramo y de tumbar el monte.
El inicio de las precipitaciones equinocciales, que introducen el srepol luego del prolongado verano, marca el comienzo del año propio, del ciclo anual guambiano, enlazado con el anterior, como ya se vio, por el kosrompoto. Así lo dicen los mayores, quienes recuerdan que el principio del año era indicado por los primeros aguaceros y que era en ese momento cuando tenía lugar la celebración del año nuevo.
Esto se confirma por el nombre de esta celebración en nuestra lengua, el mismo del baile que le corresponde y que hoy se celebra en la noche del 31 de diciembre: srepilakualom, que se suele traducir como el baile de año nuevo, pero cuyo significado propio es "el día primero en que alumbra el rayo para llover", es decir, el día en que llega el aguacero, cosa que ocurre, según el calendario occidental, hacia el 24 del mes de septiembre. No era, pues, un día fijo sino móvil, dentro de ciertos límites.
Por esos mismos días se daba también la venida de las sombras de los muertos que regresan a la tierra desde el otro mundo, del kansro; en la actualidad se la llama fiesta de las ofrendas y se celebra a comienzos de noviembre, aunque el momento propio es en la noche del 31 de octubre, pues se ha asimilado con la idea religiosa de las ánimas o día de los difuntos.
En el pasado, la iniciación del año nos encontraba a todos los guambianos dedicados a las tareas agrícolas, terminando de preparar la tierra o ya sembrando a la espera del aguacero, todo ello en alik (mingas), formas de trabajo ampliamente comunitarias. También se preparaban las abundantes comidas que compartirían todos los participantes en los trabajos.
Todavía hoy, las sombras de los muertos regresan a sus hogares para participar en la comida común; los vivos deben invitarlas a comer y a beber, así como se da comida y bebida a todos aquellos que ayudan con el trabajo.
La gente contaba doce lunas desde la fiesta anterior y, entonces, preparaba los alimentos que más gustaban a los difuntos mientras vivían, para recibirlos con ellos a su llegada.
Las sombras regresan llorando y por eso se dice que el aguacero es su llanto; de este modo, los muertos participan de la producción agrícola con el aporte de sus lágrimas, la lluvia que hará germinar las semillas y brotar las plantas. Así, su muerte no los desliga de los trabajos comunitarios de los habitantes de este mundo, sino que todavía hacen parte activa de la comunidad.
Allá, en el kansro, en ese otro mundo ubicado en las estrellas, mucho más allá de Plutón, el más lejano planeta de este sol conocido por los blancos, o, quizás, en otro sistema solar, en un lugar alejado de ese sol y, por lo tanto, oscuro y frío, el tiempo transcurre muy lento y lo que para las sombras de los difuntos, sus habitantes, es una noche, para nosotros es un año. Es decir, que nuestro ciclo anual corresponde tan sólo a la mitad de un ciclo diario del mundo de las sombras.
Es posible que el año nuevo y la vuelta de las sombras fueran momentos diversos de una misma celebración, que duraba varios días y se realizaba con motivo de la llegada de las lluvias.
A finales de junio era la celebración del poñik urek, el chiguaco. Se colgaban algunos de estos pájaros en tres lugares: Guambía, Puente Real y otro sitio, y los hombres corrían para tomar impulso y saltaban para agarrarlos. Era para hacer más liviano el cuerpo y poder adquirir velocidad en la carrera.
Después vino el padre Vivas, cambió los poñik urek por gallos y bajó todo a Silvia, diciendo que era la fiesta del San Pedro, el 28 y 29 de junio.
Nuestros mayores dicen que estas actividades no se deben llamar fiestas, pues esta es palabra del blanco; antiguamente se decía que eran kasrak lincha, épocas de andar juntos, de estar reunidos, especialmente cuando se referían a las ofrendas.
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