Además del ciclo anual, tan claramente ligado, como vimos, a la agricultura y a las celebraciones, nuestra concepción temporal tiene en cuenta ciclos de mayor duración, regulados por crecientes periódicas de los ríos y por otros fenómenos.
Los mayores cuentan que cada ocho años aparece una estrella que tiene una colita y que los sabedores tradicionales trabajan con ella, afuera, toda la noche.
Esta periodicidad coincide con la mencionada por otras informaciones que plantean la recurrencia de crecientes e inundaciones venidas cada ocho años. Estas arrastran niños salidos de los derrumbes que caen en las montañas; a estos niños los llamamos piuno, es decir, hijos del agua. Están relacionados con aspectos claves de nuestra cultura, especialmente con la agricultura, y con la reproducción y continuidad de la autoridad y otros aspectos de la vida de nuestra sociedad.
Otro ciclo abarca períodos de cuarenta años, al cabo de los cuales caen inmensos derrumbes que arrastran grandes crecientes. Los niños que vienen en ellas son futuros caciques, vienen con los vestidos brillosos y son los que amasan el oro; son tatakollimisak, padres principales de la comunidad, y portadores de las instituciones básicas y de la cultura. Los sabedores propios "ven" que una de estas crecientes se avecina y previenen a la gente para que espere a los niños y los saque del agua. Esta tradición se ha perdido y en las últimas crecientes la gente no ha mirado para sacar a los niños.
Se habla a veces de ciclos de sesenta años, marcados por crecientes que también arrastran niños salidos de los derrumbes y que van a ser caciques como los anteriores.
Otro gran ciclo, tal vez el que parece tener la mayor importancia, dura cien años. Cada cien años ocurren muchas cosas. Los cerros más grandes, con sus rugidos y fortísimos estremecimientos, son anunciadores de que algo va a pasar.
Este ciclo está asociado con descomunales crecientes y avenidas de los ríos provocadas por el desplazamiento de un ser llamado sierpi, que desciende por un río arrastrando todo a su paso y, al llegar a la confluencia con otro río, se devuelve por este hasta alcanzar sus más altas cabeceras. Allí dura creciendo durante otros cien años, para descender de nuevo.
La última de estas crecientes tuvo lugar en la quebrada de Corrales, en la vereda de Anistrapu, Cacique; al bajar abrió su guaicada actual y corrió hasta encontrar la boca del Achi, por donde se devolvió la sierpi. Esta es considerada por muchos como el maropi, el engendrador, creador de la humanidad a lo largo de sus recorridos.
El manejo de estos ciclos mayores corresponde por completo a los sabedores tradicionales. Hoy, solo unos cuantos mayores recuerdan estos ciclos y los tienen en cuenta, encontrándose a la espera de la llegada de uno nuevo.
Las relaciones que estos ciclos de ocho, cuarenta, sesenta y cien años guardan entre sí ya no se recuerda entre nosotros; solamente es posible destacar la vinculación de todos ellos con el agua, con los derrumbes y crecientes invernales y con ciertos aspectos que se recogen en nuestra historias tradicionales.
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