CULTURA MATERIAL
La cultura material de todo grupo social es índice de su desarrollo socio-económico. Ella muestra el nivel en que dicho grupo es capaz de utilizar los recursos de su medio ambiente y la forma en que lo hace.
En nuestro caso, debemos tener en cuenta que el Chamí es un grupo que ha estado sometido a la influencia blanca durante decenas de años y que esta situación ha contribuido a modificar su cultura material original en varios sentidos y con diversos resultados.
Por la presión del blanco, el indígena se ha visto bastante desplazado desde su hábitat inicial. Si bien el que ocupa hoy no es completamente diferente, si hay circunstancias que tornan inútiles o no tan indispensables ciertos elementos del pasado; así ocurre con la altura de los tambos: el terreno menos húmedo y más inclinado hace que no sea precisa su altura primera de tres o cuatro metros sobre el suelo, sino que puedan ser más bajos y en algunos lugares estar directamente a ras del piso, desapareciendo así la escalera que les daba acceso.
La invasión creciente de los colonos a su territorio, con sus técnicas diferentes de explotación del medio, ha destruido algunos recursos naturales, por ejemplo, los bejucos empleados para fabricar cierto tipo de canastos, la hoja de palma para los techos de las casas, etc.
La imposición económica y política de la sociedad colombiana sobre los Chamí va acompañada también de una fuerte imposición cultural, según la cual muchos de los elementos indígenas son considerados como de “salvajes” y deben ser suprimidos y remplazados por los correspondientes de los blancos. Para no multiplicar los ejemplos, citaremos no más el caso de los instrumentos musicales autóctonos: fututos, tambores, flauta, remplazados por guitarras, discos y radios.
En otros pocos casos, la sociedad colombiana aporta a los indígenas algunos elementos de progreso, especialmente a nivel de instrumentos de trabajo, los cuales son adoptados por los Chamí a causa de su mayor productividad., sin que por ello esta adopción deje de ir acompañada de fuertes presiones de carácter ideológico. Machetes, hachas, barretones, escopetas, nos sirven de ejemplos casi únicos.
Finalmente, la sociedad de consumo introduce sus nuevas necesidades y productos, que van deformando velozmente, o remplazando, los de los indígenas: vestidos, adornos artículos de aseo y muchos otros.
Pese a esta situación, el análisis de algunos elementos de la llamada cultura material que todavía quedan en el Chamí podrá darnos alguna idea, así sea sólo aproximada, de su desarrollo propio en este campo, muchos de cuyos componentes superan aún hoy a los correspondientes de nuestra sociedad, razón por la cual son adoptados en ocasiones por los propios colonos blancos que ocupan la región.
Guadua
La simple observación de la sociedad chamí nos llama la atención sobre la utilización altamente elaborada de un recurso natural, abundante en la región, pero que, como muchos otros, va desapareciendo y en algunos sitios ya es escaso: la guadua.
Este elemento es el centro vital de la cultura material chamí. Con el se fabrican desde importantes obras arquitectónicas o de ingeniería, como viviendas y puentes, hasta objetos tan simples como los recipientes para cargar el agua y los faroles para las correrías nocturnas. Y, en medio, una amplísima gama de objetos de todo tipo y función.
Vivienda
La vivienda del chamí es el clásico tambo de origen chocoano. Adaptado perfectamente al medio por el material utilizado: la guadua, y por sus características arquitectónicas.
Es de anotar que el tambo, tal como lo describiremos a continuación, ha sufrido muchas modificaciones por la presión de los misioneros, por la acción de los colonos, por los cambios ocurridos en el medio ambiente de los cuales hablábamos más arriba, y por las transformaciones sociales, como la paulatina desaparición de las formas de trabajo colectivo que permitían construirlo. En toda la región no pasan de media docena los tambos que aún conservan sus características. Hacia el Chocó, entre los embera, se mantiene todavía.
El tambo chamí debía dar a sus ocupantes protección frente al medio ambiente, librarlos de las inundaciones, de la humedad del suelo, de las culebras y otros animales peligrosos (osos, etc.), del calor del día, de las frecuentes y abundantes lluvias. Y lo hacía a cabalidad. Por otra parte, su duración y estabilidad debía adecuarse al tamaño de la familia (extensa) a la vida seminomádica de los indígenas.
Estas viviendas son construidas en las montañas, sin que se realice ningún emparejamiento del suelo, mirando siempre hacia las quebradas o hacia los ríos. Levantado de 2 a 4 metros sobre el suelo, el tambo se sostiene sobre fuertes pilotes de guadua que, enterrados uno o dos metros, deben sostener toda la estructura de la casa y a sus moradores. Sobre ellos, un tendido de vigas sirve de sostén al piso. Varios parales colocados a intervalos regulares delimitan las paredes y sirven de sostén a otro tendido de vigas, esta vez para mantener la estructura del techo. Éste, en forma de cúpula piramidal aplanada, está fabricado también de guaduas enteras, aunque más delgadas que las anteriores, y va recubierto de hojas de palma entretejidas de tal manera que impiden completamente el paso de las aguas. El vértice es rematado, a la vez que cerrado, por una vasija de cerámica que parece tener un carácter ceremonial.
El piso y las paredes son de esterilla de guadua, que se raja con un machete golpeado por una maza de madera. Las paredes se levantan hasta la mitad de la altura, dejando así que el aire circule con amplitud y que el humo de los fogones pueda salir con facilidad, y encierra un gran salón único para todos los miembros y actividades de la familia. Dos huecos, uno al frente y otro en el lado opuesto, sirven de puertas y dejan circular mejor el aire.
Toda la construcción se hace sin utilizar clavos, solamente empatando las vigas y parales con muescas y amarrándolos con bejucos.
Para tener acceso a la casa se usa una escalera que consiste en una guadua gruesa a la cual se han hecho muescas para apoyar los pies. En el frente de la casa hay un corredor sin barandas en el cual se sientan con frecuencia los hombres para realizar sus trabajos, hacer las cerbatanas, etc.
En el interior, sobres las vigas que sostienen el techo, varias tiras de esterilla de guadua forman un como zarzo, al cual se llega por medio de una escalera similar a la que se emplea para subir a la casa. En él se guardan cerbatanas, canastos, olla, lana de balso, bejucos y multitud de otros objetos.
Contra las paredes laterales se encuentran los fogones, uno por cada familia nuclear que habite en la casa. Estos están formados por un montón de tierra limitado por tres guaduas puestas sobre el piso y por la pared. Sobre la tierra se coloca la leña que calienta las ollas que cuelgan de un travesaño de guadua que se apoya en el muro y, por el otro se extremo, se sostiene colgado del techo.
Bancos de madera zoomorfos (tortugas y armadillos) constituyen el único mobiliario de la casa. La ropa y la comida, así como otros elementos, se guardan en canastos que cuelgan de las vigas del techo.
Hoy día, muchos cambios han ocurrido en esta vivienda tradicional.
El techo de cúpula ha desaparecido y únicamente se conserva en unos pocos tambos viejos y en mal estado. Ha sido remplazado por un techo casi plano de una o dos aguas, que se forma con canaletas de guadua partidas por la mitad y que se superponen a manera de tejas. En algunas casas el techo es de astilla, es decir de pequeños pedazos de madera superpuestos.
La altura ha disminuido considerablemente, en parte por cambios en el hábitat, en parte por presiones de los misioneros. Muchos tambos están ya a ras del suelo, al menos por uno de sus costados. La escalera de acceso se conserva aún y en ocasiones sirve para medir la disminución de la altura, pues la mayor parte de ellas con casi dos veces más largas de lo necesario. En algunos tambos ha sido reemplazada por una tabla larga que se coloca a manera de rampa o por escalones de madera al modo occidental. En algunos casos ha sido suprimida por no ser ya necesaria y se usa sólo para alcanzar el zarzo.
También por presiones de los misioneros, que pretenden eliminar la “promiscuidad”, en algunos tambos se ha divido el gran salón mediante tabiques a mediana altura, hechos en esterilla y que forman cuartos para dormir, despensas, aíslan la cocina, etc. Es notorio cómo en algunas casas existen estas divisiones, pero sus ocupantes no las usan sino como depósitos. Cuando el fogón queda lejos del sitio para dormir, “éste no sirve para combatir el frío por las noches”, ni para espantar los mosquitos.
La mayor parte de los indígenas duerme directamente sobre el suelo. Pero cada día son más frecuentes plataformas de esterilla de guadua de un metro a cincuenta centímetros de altura, que se usan a la manera de camas y parecidas a las que utilizaban los chibchas en el momento del “descubrimiento”.
También el tamaño del tambo ha disminuido a causa de, por lo menos, dos factores. En primer lugar, la familia extensa se ha ido debilitando frente a la familia nuclear. En segundo lugar, la desaparición del trabajo colectivo impide a la familia disponer de la fuerza de trabajo necesaria para la construcción de una gran casa. Aún el tambo pequeño lleva a una familia formada por tres o cuatro parejas varios meses de trabajo para su construcción, que deben alternar con las faenas productivas.
La duración de un tambo está calculada por los indígenas entre 8 y 15 años, adecuada al ciclo de seminomadismo y rotación de tierras cumplido por el grupo. Por esto, los tambos no eran reparados, sino que se abandonaban una vez estaban deteriorados, y sus habitantes construían uno nuevo en el nuevo sitio de habitación. Hoy, las dificultades para obtener mano de obra, a lo cual se suma la lejanía de los recursos disponibles de guadua y bejucos, ha llevado a que los indígenas tengan que reparar los tambos y tratar de ampliar su duración lo más posible. Esto se explica también por el hecho de que la presión de los colonos sobre las tierras de los indígenas ha roto o dificultado el seminomadismo de estos y los ha obligado a establecerse en forma permanente en un único lugar.
Los misioneros tratan de impulsar a los indígenas a que incorporen en sus viviendas el mobiliario occidental. Así, es frecuente encontrar camas, pero sin colchón y que se usan más que todo para colocar objetos fuera del alcance de los niños. O colchones en los que se duerme colocándolos en el suelo. O mesas empleadas como repisas para poner cosas, etc.
En algunos tambos se ha tratado de que los indígenas construyan los fogones altos del suelo, sobre plataformas. Según los misioneros, se busca que las mujeres no sufran de los riñones por tener que cocinar en el suelo. Así se pierde de vista que los hábitos de posición son culturales y que la mujer indígena aprende esta posición desde pequeña, sin que la moleste más adelante. No ocurre lo mismo con el fogón alto, que es causa de la aparición de várices y otras enfermedades al obligarlas a estar largo tiempo de pie.
Dos indígenas de Purembará, que han sufrido al máximo la presión de los misioneros, se han endeudado con ellos para construir casas de estilo campesino antioqueño, con tablas, con banqueo, con piezas, con cocina aparte y fogón alto, con cielorraso y techo de zinc, pintadas, etc. Sin embargo, es curioso anotar que las cocinas de estas casa siguen siendo, excepto por el fogón, idénticas a las tradicionales: esta parte de la casa es alta del patio, se baja a él por escalera de guadua, piso y paredes son de esterilla de guadua y el techo de guadua o de paja. ¿Será este reino de las mujeres también el reino, el último refugio de muchas de las tradiciones del grupo?
Cuando algunos indígenas se han visto obligados a desplazarse a zonas altas de la cordillera, en las cuales la temperatura baja mucho durante la noche y sopla fuerte viento, el piso y las paredes de esterilla se han vuelto disfuncionales y hacen que las casas sean demasiado frías. Entonces, los indígenas adosan telas viejas o plásticos a las paredes para tratar de detener el frío que se cuela por las hendijas.
Puentes
Se trata de los puentes que atraviesan el río San Juan y que son de una longitud apreciable. Se construyen con guaduas largas y flexibles, las cuales se arquean hacia arriba tensionándolas entre rocas o piedras que ya existen o que colocan en ambas orillas. La curvatura convexa neutraliza la flexibilidad de la guadua. La estructura del puente está conformada por un tendido de varias guaduas, entre 5 y 8, colocadas en forma alternada según el extremo sea el grueso o el delgado. Se unen entre sí por travesaños de guadua y mediante amarre con bejucos. Algunos tienen pasamanos de guadua. Los blancos de la región siempre se ven obligados a recurrir a los indígenas cuando es necesaria la construcción o el reemplazo de uno de estos puentes.
La guadua para los puentes, al igual que la empleada en la construcción de las viviendas, debe cortarse en determinada época, de acuerdo con la luna, para que no le entre gorgojo.
En algunos puentes pequeños y en algunos tambos de La Montaña, la guadua está siendo desplazada por la macana.
Otros objetos de guadua
En guadua se fabrican también unas silletas que se cargan a la espalda para transportar a los enfermos. También las esterillas en que envuelven los muertos para enterrarlos o, al menos, para llevarlos al cementerio.
Quitando tres o cuatro de las divisiones internas de un palo grueso de guadua y dejando la división de uno de los extremos se hacen recipientes para cargar el agua; cinco o seis de ellos se llevan en un canasto grande con más facilidad y rendimiento que las ollas de aluminio por las que están siendo reemplazados; además, el agua se conserva mucho más fresca en ellos.
Repisas interiores que se incrustan en las paredes de los tambos se fabrican con guadua.
Tomando una guadua de diámetro mediano y de unos 30-40 centímetros de largo, se hace un farol para usar con velas y alumbrar cuando se camina de noche. Se le talla una agarradera en la parte superior y se quita más o menos una tercera parte de la pared exterior de la guadua. La vela se pone sobre la división inferior, que se conserva.
Tallando con machete y con cuchillo el pedazo de guadua entre dos divisiones, y manteniendo una de ellas, se hacen los tankuru, recipientes decorados con muescas y de formas variadas que se cuelgan sobre el fogón para mantener la sal sin que se humedezca.
De guaduas delgadas se hacen tarritos para cargar anzuelos y también los tarros grandes, carcajs, para cargar las flechas o virotes de las bodoqueras.
En plataformas de esterilla de guadua que se soportan sobre vigas de lo mismo se ponen a secar el café, el cacao y la ropa. Y en otras semejantes, pero más bajas y pequeñas, se cultivan semilleros de cebolla, lejos de la demasiada humedad del suelo y de los animales.
Trampas para ratones y cercos para arbolitos se elaboran con pequeños pedazos de guadua, rajadas con un machete que se golpea también con un mazo de guadua gruesa.
A punto de desaparecer, pero todavía con un papel importante, están los trapiches de guadua para exprimir el guarapo de la caña y que la gente llama matagente porque están movidos por la fuerza humana de dos personas.
Y así podríamos extendernos con amplitud mencionando y describiendo otros objetos de la cultura material chamí para los cuales la guadua constituye la única o la principal materia prima y que contribuyen a que podamos definirlos como una “cultura de la guadua”.
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