A pesar de que muchos jóvenes critican la escuela como institución carcelaria, y que otros tantos presenten un desinterés hacia el conocimiento; existe a la vez una idea igualmente generalizada que considera la escuela como “un segundo hogar con amigos”. Esto se debe a que allí, en lucha contra lo que la escuela exige de ellos, logran construir espacios de socialización distintos. Estos se convierten en espacios de resistencia contra la escuela —si bien, no siempre desde la conciencia política, entendida por el marxismo como “conciencia de clase”—, que les permiten a una buena parte, mantenerse en la escuela a pesar de las pocas expectativas que en otros terrenos les genere.
Carlos y Ernesto ponen al descubierto esta situación al narrar de una manera muy alegre y nostálgica los momentos que les permiten caracterizar el colegio como “un segundo hogar con amigos”:
Carlos: eso fue un cacharro pero eso fue un problema. Yo estaba con el pupitre del profesor dándole con la escoba como si fuera una batería, cuando pah, me tiré el palo de la escoba, entonces yo llegué y lo cogí, fui a dirección y allá había otra escoba, y entonces yo le puse cintica a ese palo, le borre el nombre: “dirección” y le puse : “9-2” y lo dejé allá; la aseadora como que se pilló lo que yo estaba haciendo, entonces ella esperó que yo fuera al salón y se fue a mirar qué palo yo había puesto allá.
Ernesto: Lo cogió y le hizo fuercita y pah, se le partió; y llega este güevon y le dice: ¡ay, se tiró el palo! y todos Guaa, ja, ja. O sea, ¡mucho conchudo!. Siempre lo que nos ha delatado a nosotros es la risa. Porque Carlos se totió de la risa también.
Carlos: Eso tuve severo problema.
Carlos: O la vez que le orinaron la cabeza al Guajiro.
Ernesto: Y no había agua pa’ ir a lavársela. Es que éramos lacras, pero la pasábamos chévere.
O el día que una compañera se iba a sentar y un loco le movió la silla y se cayó. Y la vieja se levanta: ¡me voy a vengar así sea lo último que haga, así me tome cien años!, y que no se qué. O sea, todo épico sonó eso, nosotros cagados de la risa, y eso fue en séptimo y ahorita en décimo nos acordábamos con la vieja: ¿qué, se vengó al fin?, y la vieja se achantaba toda.
O si no, que nos tocaba educación física y en ese colegio nos decían que, como jugábamos mucho micro, para no ensuciar la sudadera, entonces cada uno se cambiaba y se ponía la pantaloneta, y uno allá mariqueando en el salón, porque nos dejaban a los hombres en el salón pa’cambiarnos. Y se había quedado una vieja y nosotros no sabíamos y todos allá mostrándose las nalgas, ah, que no sé qué y yo por allá ya a punto de bajarme los pantalones, y veo una vieja allá y ella toda contenta mirando pa’todo lado. Y le grito: ¡Usted que hace acá! ¡uy, ¿esa vieja de dónde salió?, pa’ fuera!. Eso era pa’ risas.
O el día que el Edgar se iba a colocar un lente de contacto y el pirobo le ponían un espejito chiquito y el man moviendo el ojo pa’ todo lado, decía: ¡No muevan el espejo!
O el día que había un paseo y nosotros no teníamos el dinero para ir, entonces todo el mundo se había ido y era la semana del inglés, y como Carlos siempre ha sabido dibujar, estaba haciendo un dólar, y nosotros nos fuimos dizque ayudarle. Y nos metidos a la sala a hacer relajo. En esa sala guardaban el trampolín y un colchón bacano y unas colchonetas y, Carlos se había ido a conseguir unos materiales, y en las colchonetas unos locos estaban jugando dizque lucha libre y, yo saltando en el trampolín, todo relajado. Y cuando llega la profesora y yo seguía saltando y me dice: ¿Y, Carlos? . Le digo saltando: Yo no sé donde está. Ya era estúpido pararme y arreglar todo, ya nos pillaron, ya que.
O cuando Carlos pasaba nadando así por las ventanas, lo alzaban así, unos le sostenía las piernas y los otros el pecho, y pasaba nadando, y todos los chinitos chiquitos se quedaban mirando a la ventana viendo pasar al Carlos.
Sin embargo, estos espacios por carecer de una conciencia política y ser espontáneos, reproducen muchos de los valores tradicionales y concepción predominante. Se ve allí, por ejemplo, la lógica del “más fuerte”, del “más vivo”. Pero también, a pesar del escándalo que generan algunos maestros alrededor de estos actos, encarnan mucha de la espontaneidad inocente propia de la juventud.
Este tipo de resistencia de los jóvenes hacia la imposición de la escuela, está enmarcada en el contexto de alienación que reproduce la sociedad y escuela capitalistas. Los jóvenes no reconocen espontáneamente la causa real de sus problemas. No visualizan que el funcionamiento de la sociedad y de la escuela dependen del tipo de relaciones de producción y sociales que predominan en ellas, por lo que se van en contra de lo que aparece ante sus ojos como las causas inmediatas. Se asemeja así a lo que Marx comprendió de las primeras luchas obreras, que se centraba en la destrucción de las máquinas, las que aparecían ante los ojos de los obreros como las causantes de su miseria:
La lucha entre el capitalista y el obrero asalariado se inicia al comenzar el capitalismo. Esta lucha se desarrolla a lo largo de todo el período manufacturero. Sin embargo, el obrero no lucha contra el mismo instrumento de trabajo, es decir, contra la modalidad material de existencia del capital, hasta la introducción de la maquinaria. Se subleva contra esta forma concreta que revisten los medios de producción, como base material del régimen de producción capitalista... Hubo de pasar tiempo y acumularse experiencia antes de que el obrero supiese distinguir la maquinaria de su empleo capitalista, acostumbrándose por tanto a desviar sus ataques de los medios materiales de producción para dirigirlos contra su forma social de explotación (Marc 1981: 354-355).
Así, por ejemplo, los jóvenes ven en el ataque a las instalaciones y muebles una forma de atacar el mal que los oprime. Rayar las sillas, escribir letreros contra los profesores en los baños, llevarse los tornillos de las sillas, etc., son formas de manifestar su resistencia:
Ernesto: O cuando incendiamos la caneca de la basura. Había una caneca grande, de esas donde recogen los papeles del patio, entonces yo había echado un fósforo y eso se prendió todo. Y llegó una monjita, era española, y llegó y se sube esa vaina, cogió esa caneca, se la echó al hombro y puhh, la volteo.
Carlos: Eso era de película.
Ernesto: Si, todo el mundo allá, mirando así a la monjita y nadie le ayudaba, y coge esa manguera de rociar las matas, como así, todo bombero, le pone la pata encima y empieza a echar agua y a gritar: ¡me van a incendiar el colegio!, y yo cagado de la risa viendo a esa monjita y ella allá haciendo fuerza.
Otro estudiante cuenta:
Pedro: Por ejemplo una vez tuvimos un problema con un profesor llamado Eduardo, que nos llevaron al salón de tecnología y entonces nosotros sacábamos tornillos y todo eso y nos los traíamos para la casa. Entonces, el profesor de buena forma llegó un día: bueno muchachos, vamos a hacer una recolecta de lo que se ha perdido en el salón de tecnología. Entonces pues, algunos echaron ahí sus tornillitos y no fue mucho. Él profesor dejó una bolsa en el salón y se salió. Entonces dijo: espero muchachos, al menos con una sola cosa que me entreguen pues ya me siento bien. Y nosotros cogimos y le echamos el palo del recogedor y la cabeza de la escoba y se lo echamos ahí. El man cuando vino por eso, se puso contento, uy! pero como son de honestos, entonces claro, el man no la destapo delante de nosotros sino que se la llevo. Cuando volvió, esa gente por allá dándose puños, todos revolcándose, llega ése man todo aburrido, si me entiende.
También los jóvenes ven a los profesores y personas de la dirección que representan la autoridad que ellos rechazan como a sus enemigos, por esto se vengan de ellos. Una forma bastante particular de hacerlo es colocándoles apodos. En el colegio estudiado, no había un solo profesor que se salvara de tener un apodo. Los estudiantes lo utilizan entre ellos, para referirse a los profesores: “papa salada”, “la hippie”, “la miquito”, etc. Esta forma les ayudaba a despojarlos de la autoridad y ponerlos a su mismo nivel, por lo menos en sus conversaciones. Cuando la arbitrariedad de algún profesor sobrepasaba la paciencia de los estudiantes surgían otras formas de oponerse:
Ernesto: Con el Luis, él era como de mi altura y no tenía yo que mirar pa´rriba ni nada, sino hacer maldades entre los dos y reír. Con ése man nos armamos la venganza pa´ Jacqueline.
Yo: Y cómo era la venganza
Ernesto: Rayarle el carro, le bajamos una llanta, nos le robamos el niplecito que tiene y shhh; y la hicimos quedar como una hüeva, como que no pensaba. Entonces eso es bacano.
Esta forma de resistir tiene una característica producto también de la alienación, es individualista. Cada estudiante centra la problemática en ellos: “me la tiene mondada”, es lo que generalmente dicen y por eso, acuden a formas individuales para resistir. La escuela tiene los mecanismos, anteriormente enunciados, para aplacar o moldear el comportamiento individual. Así este tipo de resistencia resulta poco efectiva y mantiene la estructura escolar sin muchos cambios.
Este es el tipo de resistencia que predomina en la actualidad, por lo menos en el colegio estudiado y en los que han servido también de referencia, aunque en ocasiones, surgen formas de resistencia más concientes y organizadas. Generalmente estas formas de resistencia surgen apoyadas por profesores que tienen una actitud crítica frente a la educación y la sociedad. Estos profesores promueven la organización de espacios extra-académicos, donde los jóvenes puedan discutir y desarrollar actividades que les proporcionan otras formas de entender el mundo, a la vez, en sus clases, buscan desarrollar una pedagogía contraria a la impuesta por la institución y luchan porque los jóvenes ganen en una actitud diferente ante el conocimiento. Pero, en los últimos años, estas formas de resistencia las han venido atacando, por medio de campañas sistemáticas en los colegios, que crean opinión pública para hacer creer que son estos profesores los que manipulan ideológicamente a los estudiantes.
En el colegio estudiado, cada vez que los profesores y directivas percibían que los estudiantes estaban organizando alguna forma de resistencia colectiva, inmediatamente eran obligados a desistir, por medio de las amenazas y los llamamientos a los acudientes. En una ocasión, la personera del colegio junto con otros estudiantes tomó la iniciativa de recoger las opiniones, curso por curso, sobre el profesor de comprensión de lectura, que como ya lo mostré, era arbitrario y autoritario con los estudiantes. La idea que tenían era pasar una carta con todos los reclamos para que fuera sustituido. Apenas la coordinadora se enteró, llamó a su oficina a los organizadores y, después de gritarlos y tildarlos de instigadores, los amenazó con cancelarles la matrícula por su “mal comportamiento”. El profesor continuó en el colegio sin ningún problema.
Para el caso de los profesores, la respuesta de algunos ante la arremetida globalizadora, se ha limitado, ya sea por temor al desempleo, conciencia o simple facilismo, a ser eco acríticos de estas políticas. En los “colegios privados de convenio o de concesión”, donde el control por parte de las directivas hacia la actividad académica de los profesores es bastante fuerte, la actitud anteriormente señalada es muy notoria; a pesar de esto, se encuentran profesores que a diversos niveles buscan formas alternativas para la enseñanza y para relacionarse con los jóvenes y padres de familia, que en ocasiones rebasan el propio espacio escolar.
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