Con sus doscientas páginas, este libro del profesor de la Universidad Nacional de Colombia e investigador de Cinep Mauricio Archila se inserta de lleno en un álgido debate, en desarrollo desde hace algún tiempo en el campo de la historia y, por necesaria extensión, en el de las ciencias socia- les en su conjunto: el de las fuentes, las técnicas y el significado social de ambas.
Durante demasiado tiempo se ha reservado la cientificidad para aquella historia que se fundamenta en los documentos escritos, supuestamente los únicos portadores de fidelidad a los hechos, de objetividad y rigurosidad, lanzando al limbo de la prehistoria o de la leyenda a la de las sociedades o sectores sociales ágrafos de ayer y de hoy.
En concreto y para sociedades como la nuestra, con sus elevados índices de analfabetismo entre los sectores populares que hacen difícil cuando no imposible la producción, conservación, disposición y utilización de materiales escritos, esa clase de historia implica la exclusión del pueblo del campo histórico, convirtiendo éste en exclusivo coto de caza para los acontecimientos, personajes, ideas, concepciones y juicios de las clases dominantes, detentadoras plenas de la escritura en todas sus implicaciones.
Frente a tal situación, se ha ido abriendo campo la utilización de la tradición oral en el quehacer histórico. Pero también aquí el debate continúa. Archila deslinda campos con aquellos que quieren hacer de la historia oral sólo una forma, un mecanismo más para "ensanchar la base de la historia", utilizándola únicamente como una técnica, una fuente para ello.
Por el contrario, su propósito es abrir el camino para que irrumpa en la historia la voz de los humildes, para que también su historia, la de su resistencia, sus luchas, sus aspiraciones y sus juicios tenga cabida. En palabras del autor, se trata de "hacer la historia de los de abajo" y no sólo la de los de arriba.
Este propósito colorea con una luz nueva la importancia de la historia oral; implica, incluso, un modo diferente y nuevo de hacer la historia, a tal punto que haya sido necesario advertir al lector, en el comentario de la cubierta, que ello se hará "sin perder el rigor del análisis".
Pero Archila intenta ir más allá, pues su interés no es el de realizar un trabajo académico en aras de un mayor desarrollo de su disciplina; no, su idea y propósito es que la historia de la resistencia popular en el pasado sirva a las luchas presentes de ese pueblo, las ilumine y fortalezca. Así, se trata de una verdadera recuperación de la historia, de una historia de la cual el pueblo ha sido, en gran medida, desposeído por la historia oficial.
Y esa recuperación no puede hacerla el investigador en forma individual y solitaria; es preciso que se haga en forma compartida con esas clases subordinadas. Sin que baste con que aquél se haga el vocero de éstas; ambos lados de la ecuación deben aportar en forma creativa, ambos necesitan poner en juego toda la especificidad de su propia subjetividad en aras de un interés común, no negando tal subjetividad, no tratando utópica y vanamente de dejarla de lado, sino teniendo conciencia clara de ella y sacándole todo el partido posible, haciéndola elemento central de la metodología de trabajo.
Archila acepta que la fuente oral es subjetiva; ¿pero acaso no lo es también la escrita? Se trata de la subjetividad de los poseedores de la palabra frente a la de los poseedores del signo escrito. Es una subjetividad frente a otra. Citando a Imelda Vega, nos dice que "toda aproximación a la verdad histórica es parcial, parcializada, hipotética y provisional".
Aquí se introduce el concepto de circularidad, de intercomunicación entre las dos fuentes, la oral y la escrita, pues cada una de ellas permea a la otra, incide en ella, la tiene en cuenta y toma de ellas diversos elementos. Es erróneo, pues tomarlas como puras e independientes en una sociedad como la nuestra.
Pero también en el campo de la cultura opera el fenómeno de la circularidad. La cultura popular no es tampoco pura, y menos socialista; ella está teñida por la influencia de la cultura de las clases dominantes. Esta idea es de gran importancia para el trabajo que nos ocupa, pues para su autor hablar de formas de resistencia remite de inmediato al campo de la cultura como el contexto en el cual se libran las luchas económicas y políticas, siendo necesario definir los conceptos de 'popular' y de 'cultura popular' que constituyen el objeto de la historia que se hace "desde abajo".
Aceptada, pues, la premisa de la circularidad cultural, la afirmación de que la resistencia de las clases subordinadas es permanente e histórica ofrece un camino para emprender el análisis, caracterizando la cultura popular como "contradictoria, inestable, imprecisa y en constante cambio". Con esta guía se adentra en el objetivo específico de este libro: el de seguir los comienzos, el desarrollo y el debilitamiento de una cultura popular en Barranca constituida teniendo como fundamento la implantación de la explotación capitalista del petróleo por parte de la empresa estadounidense Tropical Oil Company.
La base de sustentación de su trabajo son veintiuna entrevistas realizadas a antiguos obreros y empleados de la empresa, a maestros, comerciantes, periodistas y políticos de la ciudad. Previniéndonos de antemano sobre sus limitaciones, —pues hay cosas que se olvidan, se reprimen o se niegan—, la memoria de los protagonistas, seccionada y reordenada por Archila, hace desfilar ante nuestros ojos la vertiginosa transformación de la antigua aldea en campamento y, después, en ciudad, deteniéndose en la caracterización de la familia, casi inexistente en un comienzo, la juventud, la mujer y la religión, la discriminación racial y, elemento de importancia, la leyenda negra sobre Barranca y su peso ideológico en los esfuerzos de los sectores dominantes de la ciudad por conformar una "sociedad".
Concluye el texto con la definición de la cultura popular barranqueña como una cultura radical, que no socialista, la cual cuestiona elementos centrales del sistema de dominación imperante en Colombia en esa época; sin ser consistentemente anticapitalista, cosa que aparece con nitidez aun en las entrevistas de los militantes del partido comunista, sí es antiimperialista, anticentralista y, con la solidaridad del trabajo como su eje, como se observa en la peculiaridad que allí revistieron los acontecimientos del 9 de abril de 1948, debatiéndose, al mismo tiempo, entre, el cosmopolitismo derivado del origen múltiple de sus pobladores y de la presencia de la empresa extranjera, y el regionalismo proveniente de su contexto santandereano.
La nacionalización de la Troco marca el comienzo de una "nacionalización" de la cultura radical, de un debilitamiento de la misma y de su paulatina integración a las características culturales más amplias del país.
Pero la tarea de Archila no termina con el libro. Si el objetivo de esta recuperación histórica es "dar seguridad al pueblo en sus recuerdos", cosa que es "de por sí un aporte [. . .] a las luchas de resistencia" de hoy, se hace imperativo un proceso de devolución de sus resultados, planeado a través de talleres, seminarios, cartillas, etc., para así hacer real lo que el pueblo expresa cuando "liga el pasado remoto con lo reciente", tal como lo muestran las diversas entrevistas.
Aquí se encuentra, tal vez, el más importante interrogante sobre la metodología de la investigación, sobre la manera como Archila hizo operativo aquello de hacer la historia en forma compartida con las clases subordinadas. Pues si ello fue así, ¿por qué es necesario "devolver" los resultados? Si se obtuvieron en forma compartida, ¿por qué ellos no quedaron en manos de los protagonistas que prestaron su voz al trabajo, sino sólo en las de Archila? Desde que Orlando Fals Borda lo planteara por primera vez como una de las piedras angulares de la investigación-acción, el problema sigue sin resolver: el papel de producir los resultados de la investigación sigue siendo exclusivo del intelectual investigador.
Publicada en Boletín Cultural y Bibliográfico, Biblioteca Luis Ángel Arango, Banco de la República, vol. XXIV, Nº 11, Bogotá, 1987, pp. 100-101
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