Luis Guillermo Vasco   Luis Guillermo Vasco
 
Etnografía y problemática embera

JAIBANÁ. BRUJO DE LA NOCHE

Cuando pregunté a Misael, hijo de un conocido jaibaná embera, qué hace un sabio tradicional -doctor de indios lo llaman algunos de ellos- además de curar a la gente, él calló durante un momento, hizo memoria y me contó una experiencia de su niñez:
Los de la casa hacían colada de chicha fuerte y guarapo fuerte; el jaibaná anunciaba que reunieran todos, convidaba, y cerca de las cinco de la tarde venía mucha gente y adornaba la casa con flores; bastantes flores traían. Todo el corredor con coronas y hasta adentro colgaban. Bonita cosa. Cuando estaba chiquito me tocó.

A las seis de la tarde, anocheciendo, empezaban a tomar la chicha. El jaibaná ponía su guarapo con tendido de hojas blancas. Entonces el jaibaná empezaba a cantar y también invitaba a unos señores que tocaban guitarra, tiple y tambor y, si no había, sólo tambor.

Mientras que el jaibaná comenzaba a cantar, por un rincón empezaban a bailar; el jaibaná comenzaba a cantar él solo.

Por ahí a las doce de la noche, ellos decían que ya viene el curandero que va a curar la tierra. Anunciaban, pues. El jaibaná decía: “que vayan bailando alrededor”, como en círculo, e iban bailando alrededor del jaibaná. Decía: “en paz, que no bailen más, que ya hizo curación de la tierra”. Curaban la tierra como cantando y veían como en sueños un demonio que venía como en forma de persona, en espíritu. El demonio decía: “que ya está curado, ya le curé toda la tierra”. Y el jaibaná decía: “que ya no más, que ya está todo en paz”. Decía: “repartan la comitiva de comidas”. Y, una vez recogida una abundante cosecha, el jaibaná daba una gran cena para los espíritus, para todos ellos, en la ceremonia de cantar la chicha o de la chicha cantada.
Así me enteré como el jaibaná era mucho más que un curandero que alivia las dolencias corporales de las personas de su grupo y que su poder se extiende más allá, hacia el entorno entero, social y natural, que lo rodea.

Poder sobre la tierra, por ejemplo. Antes de hacer una rocería de maíz, el jaibaná viene para ahuyentar los “achaques”, aquellos jais que pueden hacer que caigan las plagas en los sembrados o que los animales del monte los devoren o que las enfermedades enviadas por otro jaibaná destruyan las cosechas. También puede curar un río si en él escasea la pesca o el monte cuando faltan los animales de cacería o limpiar un nuevo territorio que se ocupa y que, como lugar hasta entonces deshabitado por los hombres, está poblado por los numerosos seres que los embera denominan monstruos, peligrosos para los humanos.

Así conocí también la existencia de los jais, las energías materiales que constituyen la esencia de todas las cosas, y que Misael, bajo la influencia de los misioneros, llamaba demonios o espíritus. Y que todo tiene jai, aún aquellas cosas que nosotros suponemos inanimadas y hasta los objetos de los blancos.

Así supe, igualmente, que la acción del jaibaná tiene lugar casi exclusivamente después de caer la tarde, por lo cual algunos embera la denominan “canto de la noche”, y que se prolonga hasta las doce, hora en que las potencias obran y el canto del jaibaná produce su efecto.

Así conocí que el poder del jaibaná está fundado en su capacidad de acceder a los jais y controlarlos y, con ello, incidir en la causalidad de todo lo que ocurre en el mundo. Es, pues, el dueño de las esencias y su poder es total. Por eso se narra que puede volar, producir terremotos, tempestades e inundaciones y moverse a voluntad por los tres mundos que identifican los embera. Este poder puede ser usado para hacer bien a su grupo social, pero también puede hacer el mal; si cura la tierra y a los hombres, igualmente puede enfermarlos; si propicia la abundancia, puede traer la escasez. Así, la actitud de los embera frente a él es ambivalente, es respetado y querido y, a la vez, es temido y puede llegar a ser odiado, perseguido y muerto.

Pero al mismo tiempo me preguntaba, ¿de dónde salen los jais?, ¿cómo se relaciona con ellos el jaibaná?. Clemente, uno de ellos, de los más respetados en su comunidad, me dijo:
En las quebradas hay espíritus. El brujo anda en las cañadas arriba y busca al espíritu malo en las cañadas muy feas y en las chorreras muy altas. Si el espíritu no tiene dueño, el brujo lo hace hermaniar y queda de cuenta de él y lo tiene que obedecer.

Son espíritus como de mula, figura de blanco, indígena de antigua, negro chocuano, todos los animales del mundo, jepá. El brujo de noche se lleva el espíritu. Habla por secreto, en sueño; el espíritu del brujo habla con el de la quebrada. Le pregunta: “¿usté tiene dueño?”. El espíritu dice: “yo vivo aquí desde siempre, nunca me han hablado ni me ven, sólo usté me conoció, si me lleva, me voy con usté”. El brujo pregunta: “¿usté qué responsabilidad tiene de curación?”. Dice: “yo curo del achaque de ataque. Yo soy el dueño de eso”. O puede ser de diarreas, según. Cada espíritu cura una cosa. Y el brujo lo trae a la casa y lo tiene ahí, sirviéndole comida. El espíritu dice: “no me vaya a dejar sin tomar chicha, somos chicheros; si no me invita a chicha, no me amaño y me voy”.

. Por eso el brujo empieza a cantar como a las siete de la noche y dice: aquí estoy, me mandó a invitar, espíritu, anímese pues a tomar. El brujo sirve mesa de chicha.

El brujo vigila al espíritu por sueño; otro brujo se lo puede robar. Cada brujo tiene cincuenta o cien espíritus recogidos.
De labios de Clemente oí llamar al jaibaná, por primera vez, brujo de la noche. Y entendí con claridad que la comida preferida de los jais es la chicha de maíz, que sólo pueden preparar las mujeres solteras. Y que cada uno está relacionado con un poder distinto y por eso un jaibaná poderoso debe tener muchos de ellos, hasta cien, dijo Clemente.

Pero, hay otras maneras de apropiarse de más jais. Cuando cura, los jais de un jaibaná vienen y participan de la fiesta, prueban la “comitiva de comidas”, beben la chicha preparada, hacen música y bailan y, al final, se marchan llevando al jai que provocaba el mal, lo encierran en seguros corrales en lo profundo de la selva, en donde queda a disposición del jaibaná. Otros jais los recibe del maestro que le enseñó a ser jaibaná en la ceremonia que da término a su proceso de aprendizaje. Darío me lo explicó así:
Cuando el jaibaná cura, saca del cuerpo del enfermo los espíritus de los animales que causan la enfermedad. A partir de ese momento, tales espíritus pasan a ser suyos y, más tarde, él puede usarlos para curar. En la curación, el jaibaná llama a los espíritus de quienes le vendieron el banco a que le ayuden a curar, así como a los espíritus de los animales que están en su poder; éstos se llevan a los espíritus de los animales que causan la enfermedad y los encierran en una cueva. Allí se quedan hasta cuando el jaibaná los llama para curar. Así, a medida que cura más enfermos, su poder aumenta.
O puede sonsacarlos a otros jaibanás que nos los cuidan bien, que no les ofrecen la chicha suficiente. De la conversación con Clemente obtuve la primera pista sobre la relación entre el jaibaná, el ver y el sueño. Porque si el jaibaná es un hombre de conocimiento, lo es en virtud de su capacidad de ver, pero de ver aquello que los demás embera no pueden ver: las esencias ocultas detrás de la fachada, de las apariencias que los objetos y los seres revisten en la vida cotidiana y que aparecen ante los ojos. Los embera dicen que el jaibaná ve por medio del sueño, pero no se trata del sueño corriente en el sentido que nosotros le damos, sino de un estado de conciencia que esta palabra castellana sólo puede definir de manera deficiente. Si los aborígenes australianos llaman al mito “el tiempo del sueño”, los embera consideran el lugar de las esencias, el mundo invisible al cual el jaibaná es capaz de acceder, aquel donde tiene lugar la causalidad del universo, como “el mundo del sueño”, porque este estado es el vehículo que le permite verlo y, por lo tanto, conocerlo. El jaibaná puede ver y vivir en el mundo del mito mediante el sueño. Por eso su aprendizaje es substancialmente aprender a soñar, conseguir que el sueño deje de ser un fenómeno bajo el dominio del inconsciente y pueda ser controlado poco a poco por la conciencia, por la voluntad. Pues lo que llaman sueño no sólo no es una imagen distorsionada de la realidad sino que constituye otra parte de ella, igualmente real y más importante. Hay quienes, refiriéndose a otras latitudes, hablan de estados alterados de conciencia o de ensoñaciones para designar estas experiencias. Clemente decía:
Uno va donde el maestro y le dice que quiere comprar y qué es lo que quiere conocer. El dice: “en sueño suyo me va a conocer, me va a aparecer sentado en medio de la sala con hoja de biao”.

Aprendí con mi papá. En el aprendizaje él era corazón malo y casi me mataba en sueños. En sueño veía era pura candela; después se llevó allí y se apagó; me subía por un palo y la candela se calmaba. Me daba candela; después se llevó allí y se apagó. Así pasó muchas veces. Al fin, bajé del palo después que apagó y fui a ver. Había como un animal. Luché, le arrastré de la cola y traje a papá. “Papá, ¿para qué sirve?, yo lo agarré”. El papá dijo: “ah, me ganastes; llévalo allá arriba a la oficina mía (en el monte), enciérrelo ai y queda para siempre. Ya no cae enfermo usté, ya no cae usté; ahora puede curar.
Otro relato cuenta acerca del aprendizaje de jaibaná de una manera que es muy similar a la anterior:
Un muchacho encontró un viejo que le dio un mero, le daba pescado. Y dijo: “le voy a enseñar a usté”. Le enseñó el brujo al muchacho. Era el diablo. Salía el muchacho por la mañana y por la tarde traía peces. Dijo el viejo: “le voy a enseñar, yo soy brujo”.

Pasaron los días en el monte. El muchacho le dijo a la mamá: “esta noche no vengo a dormir”. El viejo le estaba enseñando, cantaba chicha..., le dio un bastón y cinco matecitos y, entonces, dijo: “cuando llegue a la casa donde su mamá, le hace una chicha”. Y trajo también un banco (purkao). El que le enseñó le dijo: “usté canta la chicha y yo estoy allá oyendo en su sueño. Ahora sí, hoy, haga chicha, corte hoja, yo voy a cantar...
En este relato aparecen algunos elementos de cultura material que intervienen en las actividades jaibanísticas: los bastones, los bancos y los mates de calabazo o de totumo para guardar y tomar la chicha y la comida. Los primeros son varas largas y muy pulidas talladas en maderas duras de color negro (chonta) o rojizo (mare); su parte superior está labrada con figuras humanas o animales y algunos combinan ambos tipos de representación, mostrando seres humanos que llevan animales en la cabeza o en la espalda. Unos cuantos tienen la forma de manos humanas o de lanzas. Si los primeros representan los jais, las lanzas se emplean en los combates contra ellos y contra los monstruos que viven en lo profundo de la selva, en los nacimientos y en las chorreras, y cuya presencia es más frecuente en las historias que se cuentan que en la vida diaria. Aunque algunos jaibanás no usan ya sus bastones ante la intimidación de los misioneros y del resto del mundo blanco, su papel se considera como esencial. Así lo afirmaba Clemente:
El bastón es como un principal; el que no tiene bastón no tiene fuerza, no tiene mando. El bastón es como un gobierno.
Los bancos, en cambio, están hechos de madera de balso y muchos tienen figura de animal: armadillo, tortuga y otros. En ellos se sienta el jaibaná durante las distintas actividades que realiza y su importancia es de tal naturaleza que algunos embera llaman al trabajo del jaibaná “poner banco” y a su aprendizaje “comprar banco”. Es posible que sean vistos como representaciones de culebras jepá, las cuales aparecen con frecuencia en el mito y tienen importancia en los relatos de origen del jaibanismo, uno de los cuales afirma explícitamente que “los banquitos son las jepás”.

Los mates hacen parte de la llamada “loza del jaibaná”, utilizada para servir en ella la comida y la bebida de los jais tanto en la vida diaria como durante “el canto del jai”, nombre que también reciben los quehaceres del jaibaná. El relato acerca de un poderoso sabio embera, de nombre Carube, a quien sus familiares molestaban mucho, queriéndolo matar, nos habla de la importancia de esta loza:
Carube supo que lo iban a matar y se puso muy triste. Le dijo a la hija: “arregle chichita y guarapito fuerte que va a morir yo”. Ella le dijo: “no papá, no deje, resistamos más bien fuerte, con corazón”. Pero él dijo: “arregle la chicha nomás”.

A la tarde puso banco, puso pocillos, todo, y bordones: seis. Y empezó a cantar. Cantaba... cantaba... A la media noche el hombre estaba cantando. Y le amaneció y el hombre cantando. Le preguntó: “mija, ¿todavía queda chicha?”. “Si papá, queda un poquito”. “Entonces, déme”.

Y tomó más y acabó de cantar. Cuando acabó, cogió los seis bordones, los pocillos, toda la loza, y se fue por la quebrada a un salto que hay allá. Muchas piedras grandísimas y por debajo se mete oscuro. Yo una vez pasé por allá y me dio miedo pensando en los bordones, pocillos y toda la loza de Carube allá.

Y llegó a ese salto y se metió por debajo, oscuro, y dejó todo allá y salió y bajó por la quebrada.

Cuando llegó a la casa, se estiró en el suelo, se acostó y se tapó. Y la hija se quedó cocinando.

A mediodía, lo llamó y le dijo: “papá, que venga a almorzar”. Y no se movió. Entonces lo tocó y nada. Entonces lo destapó y vio que estaba muerto, ya estaba frío. Entonces lloró mucho y salió corriendo donde la familia. Y les gritó que por culpa de ustedes él ya se murió, que ustedes estaban molestando mucho y es culpa de ustedes. Y así pasó.
Además de la loza, resalta aquí una actividad que es esencial en el trabajo del jaibaná (pues como trabajo, es más, como la verdadera forma de trabajo, conciben los embera los procesos de conocimiento y transformación de la realidad que realiza este “doctor de indios”): se trata del canto. Por eso lo llaman “cantar chicha”, “cantar jai” o “canto de la noche”. A través del canto el jaibaná entra en comunicación con los jais, mediante él puede tener acceso a tiempos y lugares de esa otra dimensión de la realidad que él maneja, pero sobre todo, por su intermedio -palabra cantada- expresa y confirma su calidad de hombre, de verdadero hombre. Las historias de los embera recalcan siempre el carácter decididamente humano de la palabra. Cantar es hablar y hablar es ser hombre.

Además, la palabra es el medio de su acción pues hablar es actuar, hacer. La palabra tiene un poder creador que confiere realidad a aquello que se habla. Con ella, cantada, el jaibaná no sólo confirma su carácter verdaderamente humano, sino que lo recrea, lo reproduce. En una curación, el canto de Clemente lo afirma explícitamente:
Como hombre estamos trabajando; tiene que aliviar al enfermo, por eso estamos aquí trabajando... Somos hombres, jaibanás de antigua y sabemos más en favor de los enfermos...

Sí, es el hombre, sí, es el hombre. Por enfermo estamos cantando como hombre de la verdad... Soy hombre. Soy verdadero hombre.
Otros objetos que intervienen en el trabajo jaibanístico son los muñecos antropo y zoomorfos de maderas duras, las mismas de los bastones. Estos se usan sólo mientras dura la actividad, aunque algunos jaibanás los conservan colocados sobre una especie de altar que organizan en un rincón de su casa, al lado de los bastones y de pequeños barcos de madera que contienen numerosas representaciones de hombres (especialmente blancos) y animales, así como, ocasionalmente, de espejos y de frascos llenos de aguas de colores.

Otro elemento vinculado estrechamente con la labor del jaibaná lo constituyen las hojas de biao (llamadas hojas blancas) con las que se tapiza el suelo en las curaciones y se tapa la loza que guarda las comidas; asimismo, en algunos lugares, el jaibaná las sostiene todo el tiempo en su mano derecha y las hace vibrar o las agita sobre la cabeza y el cuerpo del enfermo; pero la mayoría de las veces el jaibaná barre y expulsa los achaques del enfermo hacia afuera del tambo con hojas de palma que mantiene y agita en su mano.

Los embera no piensan al jaibaná solamente como un hombre de este mundo; para ellos tiene su origen y su pertenencia en un mundo situado bajo el nuestro, al cual se puede llegar atravesando los ríos o las chorreras altas o los nacimientos de las quebradas. Este mundo está habitado por los Dojura, seres que carecen de ano y se alimentan únicamente aspirando los vapores que resultan de cocinar las comidas, y de quienes se dice que todos son jaibanás. Allí la vida transcurre en una sucesión temporal inversa a la nuestra y cuando aquí es de noche allá es de día, quizás de ahí venga que el trabajo del jaibaná sea nocturno.

Después de su muerte el jaibaná puede seguir un destino diferente al de los demás hombres. Mediante la ingestión de ciertas plantas a lo largo de su vida puede lograr resucitar convertido en Aribada o en Mohana, un hombre-jaguar que tiene un papel ambivalente, pues si por un lado es un ser temido por los embera, por el otro puede actuar a su favor y defenderlos en circunstancias peligrosas para ellos. El jaibaná tiene también el poder de resucitar a los muertos y convertirlos en Mohanas. Un relato cuenta que así ocurrió en Caramanta, Antioquia, durante la conquista:
Una vez murió un niño de cuatro años. El jaibaná que lo atendía dijo que no lo enterraran sino que hicieran dentro de la casa una especie de tumba con tierra y hojas de plátano y lo dejaran allí, para resucitar a los cuatro días.

A los cuatro días resucitó, pero no era humano sino animal. No hablaba sino que pedía por señas. Era un Mohán, que creció hasta que se hizo grande, con figura de hombre. Le crecieron las uñas de las manos hasta hacerse más grandes y fuertes que las de un tigre. Como el jaibaná lo resucitó, estaba a sus órdenes aún para matar a las personas. El Mohana se metía debajo de las casas y soplaba para aletargar a la gente. Ya dormidas, subía y las degollaba con sus uñas.

Durante la época cuando los blancos querían quitar sus tierras a los indios y exterminarlos, este Mohán llevó a cabo una hazaña extraordinaria. El jaibaná lo mandó matar a los capitanes y soldados blancos que estaban en una casa cercana al camino. Con su soplo los aletargó. Los indios no los habían atacado por temor a las armas de fuego. El jaibaná le dijo: “ve tú, que a ti no te entran las balas; aun cuando esas armas hagan detonación, a ti no te pasará nada”. El Mohán, luego de dormirlos, entró a la casa y los fue degollando. Escaparon tres porque no los vio. Después de matarlos, arrojaba sus cuerpos por el voladero.

Los indios le cogieron miedo, pensando que un día acababa con ellos, y resolvieron matarlo. Hicieron una gran cantidad de chicha que pusieron en una enorme tinaja de barro. Lo emborracharon y lo picaron con sus machetes y lo enterraron hondo para que no pudiera salir.
En todo caso, las historias propias están llenas de referencias que asocian al jaibaná indisolublemente con el jaguar, lo cual coincide con lo anotado por algunos autores para los chamanes de otros lugares de Colombia y de América.

Según muchos embera, la pintura facial que emplea el jaibaná durante sus curaciones es pintura de gatico, otros dicen que de tigre (imamá), es decir, de jaguar rojo, cosa que viene a confirmar el carácter de hombre-jaguar del jaibaná.

El anterior relato habla también la importancia social del jaibaná, en este caso en la defensa de su grupo contra los enemigos externos que quieren esclavizarlo. Pero no hay ninguna información que muestre que en alguna época su poder haya sido la base para que obtuviera también un poder o jefatura política, aunque es posible que en épocas de guerra varias comunidades se hayan unido para la lucha bajo la dirección de un jaibaná. Sólo en los recientes procesos de organización en cabildos, forma extraña e impuesta desde afuera a las comunidades, algunos pocos jaibanás han llegado a ocupar el cargo de gobernadores de cabildo.

En general, la tendencia es a que cada grupo de parentesco tenga su propio jaibaná, a veces cada familia lo tiene, pero algunos pocos -llamados jaibaná ara o jaibaná troma-, con base en sus capacidades excepcionales, llegan a tener un prestigio que va más allá de su grupo de pertenencia y son buscados por gentes de otros grupos, a veces muy alejados, para que realicen sus actividades o sean maestros de otros jaibanás.

Es característico el permanente enfrentamiento entre los diversos jaibanás. Por eso es frecuente que uno de ellos con un grupo de sus familiares o adeptos, abandone su sitio de habitación y emigre en busca de otro hábitat. Por ello, tienen un papel importante en los procesos de segmentación que distinguen a la sociedad embera.

El choque de los embera con distintos sectores de nuestra sociedad, los misioneros especialmente, ha afectado las actividades del jaibaná y aún su existencia misma en forma notable. Muchos deben ejercer su poder en forma encubierta, otros han debido adoptar un ropaje que los cobije bajo el manto de la religión, pues los misioneros y los blancos en general atribuyen su poder a sus supuestas relaciones con el diablo. Así cantó uno de ellos en una curación:
Los espíritus llamamos ahora, hacerle el favor, tenemos enfermito; hacer la curación. Como hombre puede trabajar y curar este enfermo.

Estamos trabajando aquí, mi diosito que le ayude. Mi diosito vino también aquí y curó a los enfermos.

De los enfermos en recuerdo del señor vamos a curar, mejor que alivie.

Recuerda una historia, en libro dicen él andaba este mundo y entonces él se fue lejana tierra en otra población de allá, a predicación de allá, a predicación se fue. De esa cordillera salieron con doce apóstoles...
De ahí que el hecho de que aún existan los jaibanás debe ser visto como resultado de una titánica lucha de los embera por su conservación y, con ella, por su misma sobrevivencia como sociedad. Pero en muchos lugares no se los encuentra y en otros su propia gente se ha vuelto contra ellos por influencia de los blancos, dándoles muerte o defendiendo en los tribunales a aquellos que los asesinan. Por eso, antes de su muerte, Clemente me dijo:
Se acabó; ya no quedan maestros sabios de antigua. Me da mucho tristeza los enfermos, ¿quién va a cantar por encima de ellos ahora?.
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