Luis Guillermo Vasco   Luis Guillermo Vasco
 
Prólogos

HACIA UNA ANTROPOLOGÍA DE LA RIQUEZA

Tradicionalmente, los antropólogos se han preocupado por el estudio de los pobres: indígenas, campesinos, pobladores de barriadas urbanas, etc., y, en el mejor de los casos, han dirigido su atención a capas medias de la población; a todos ellos los han hecho sus objetos de estudio. Tanto que, incluso, existe una escuela cuya denominación recoge esta realidad: antropología de la pobreza. Esta circunstancia ha sido más notoria aún en nuestro país.

Y uno se pregunta: ¿a qué intereses responde esta disciplina social cuando no dirige su mirada hacia otros sectores de la sociedad, hacia los miembros de las clases dominantes, por ejemplo? ¿Qué causas han llevado a que no exista, al menos no en forma sistemática sino en escasísimos estudios aislados, una antropología de la riqueza?

Que algo comienza a cambiar en este campo, nos lo indica el trabajo que Leonardo Montenegro realizó en el restaurante “Paraíso”. Allí, en ese sitio frecuentado por “los de arriba”, Leonardo ejerció su mirada escrutadora e incisiva; en él desplegó las mejores artes de aquella técnica de trabajo de investigación que se ha dado en llamar la observación participante. Pero no en una forma artificial, como resultado de una vinculación que dictaran sólo sus intereses académicos, sino, al contrario, siendo etnógrafo en el ejercicio de sus actividades de vida y de subsistencia, mirando mientras trabajaba, mientras llevaba las carnes o, en tanto, tarea privilegiada en este caso, cumplía sus labores de vigilancia como parte de los ninja que se encargan de la seguridad del lugar y de sus asistentes.

No fue la reflexión teórica previa la que condujo el interés del autor hacia este restaurante. Fue el impacto del sitio y de lo que en él ocurría sobre sí mismo, sobre sus sentimientos, los que movieron su mente hacia la “curiosidad” de entender, a la búsqueda de alguna reflexión que se lo explicara, al encuentro de una teoría. Y la halló en el concepto de “espacio simbólico”, de “lugar antropológico”, no para que esta idea viniera a reemplazar su propio pensamiento, sino para que lo guiara en cierta dirección, conduciéndolo por todos los vericuetos de un lugar sobre el cual se ejercen, consolidan y reproducen las identidades de un particular grupo social —la alta burguesía—, sobre el transfondo de las actividades de otro grupo (el de los servidores) que les otorga su logística, aunque en otros caminos puedan entrecruzarse algunos de sus miembros, y sin el cual, como ocurre en el conjunto de la sociedad, no podría el sitio existir, ni su significación verse realizada.

Este carácter social de los papeles, desprendido en lo fundamental de los individuos que los desempeñan, resalta en el hecho claro de la conversión en “servidores”, dentro de “Paraíso”, de muchos de los compañeros de universidad, colegio y clase social de sus “comensales”; incluso requisito para que el acto se cumpla y su necesidad se vea satisfecha, como el autor lo muestra, y como lo expresa Juan José Sebrelli en Buenos Aires, vida cotidiana y alienación: “La frecuentación de los mismos ambientes constituye un importante factor aglutinante de las clases burguesas, un vehículo de interacción e interpretación”.

La descripción que el capítulo primero nos hace de lo que ocurre en “Paraíso”, lo cual hace de él “algo más que carne”, es excelente y logra ponernos frente a frente con esa realidad, lanzando todo el impacto de lo sensible sobre nosotros. Los olores, los sabores, los contactos físicos, las visiones, los ruidos, nos llegan con toda la presión y el desenfreno que allí se viven. Traicionando su misión, que lo obligaba a evitar el acceso a “Paraíso” de los no-escogidos, Leonardo nos conduce a cruzar el umbral y penetrar en el lugar de los iniciados para asistir a los “rituales” que en él se desarrollan, para poder movernos con libertad, aquella que no tienen los asistentes, por sus espacios jerarquizados y excluyentes, para presenciar y entender “la lucha” entre servidores y servidos, para conocer al “patrón” en su omnipotencia, para asistir en primera fila a la ostentación de “los de arriba”.

Entre los muchos “sucesos” que tienen lugar en “Paraíso”, Leonardo recalca la diferencia entre aquellos que acontecen en el día, los del restaurante familiar, y los de la noche, en el centro de la rumba y el desboque, posible al sentirse en confianza, entre “los mismos”, que a la vez y con la asistencia y el compartir se construyen como tales. La comparación con los carnavales, permite entender al “Paraíso” nocturno como el lugar de la transgresión de lo prohibido, de la liberación de las inhibiciones que operan en la vida cotidiana, “normal”, como “zona de tolerancia”, que elimina la peligrosidad del individuo y lo inserta dentro del sistema; así, la transgresión se hace su contrario, adecuación a lo existente.

Uno de los aspectos más logrados de este trabajo se encuentra en la relevante descripción de los personajes, entendidos éstos en lo fundamental en tanto que papeles sociales y no como individuos aislados. Las entrevistas finales con algunos de ellos enriquecen su tratamiento con las peculiaridades personales de cada uno. El contraste entre el estereotipo de Ricardo (el dueño) y su esposa sobre lo que deben ser sus personajes, en especial los meseros, —“gente bella”— construida por el desarrollo de nuestra sociedad burguesa y calcada de los comerciales de televisión y las revistas “bien”, con lo que son en sus comportamientos reales en el restaurante, es clave para comprender a “Paraíso”.

El enfoque de Leonardo es también histórico. Nos muestra la forma cómo se construyó “Paraíso”, al tiempo que nos indica cómo se han construido y derruido otros sitios semejantes. Sigue los cambios que han tenido lugar en el restaurante desde sus comienzos y a lo largo del proceso de su crecimiento; dentro de lo cual ocupa un espacio no de poca importancia la transformación de su dueño, desde su condición inicial de “trabajador” hasta la actual de aceptado dentro de la clase hacia la cual orienta su actividad.

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