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SOMOS RAÍZ Y RETOÑO
¡SOMOS DE AQUÍ!
Los guambianos somos nacidos de aquí, de la naturaleza como nace un árbol, somos de aquí desde siglos, de esta raíz.
Nuestros mayores lo saben hoy como lo han sabido siempre; saben que no somos traídos, por eso hablan así:
Primero era la tierra... y eran las lagunas.... grandes lagunas.
La mayor de todas era la de Piendamú, en el centro de la sabana, del páramo, como una matriz, como un corazón.
El agua es vida.
Primero eran la tierra y el agua.
El agua no es buena ni es mala. De ella resultan cosas buenas y cosas malas.
Allá, en las alturas, era el agua. Llovía intensamente, con aguaceros, borrascas, tempestades. Los ríos venían grandes, con inmensos derrumbes que arrastraban las montañas y traían piedras como casas.
Venían grandes crecientes e inundaciones. Era el agua mala.
En ese tiempo, estas profundas guaicadas y estas peñas no eran así, como las vemos hoy, esos ríos las hicieron cuando corrieron hasta formar el mar.
El agua es vida. Nace en las cabeceras y baja en los ríos hasta el mar. Y se devuelve, pero no por los mismos ríos sino por el aire, por la nube. Subiendo por las guaicadas y por los filos de las montañas alcanza hasta el páramo, hasta las sabanas, y cae otra vez la lluvia, cae el agua que es buena y es mala.
Allá arriba, como la tierra y el agua, estaba él-ella. Era Pishimisak que también ha existido desde siempre, todo blanco, todo bueno, todo fresco. Del agua nació el Arco Iris que iluminaba todo con su luz; allí brillaba, Pishimisak lo veía alumbrar.
Dieron mucho fruto, dieron mucha vida. El agua estaba arriba, en el páramo. Abajo se secaban las plantas, se caían las flores, morían los animales. Cuando bajó el agua, todo creció y floreció, retoñó toda la hierba y hubo alimentos aquí. Era el agua buena.
Antes, en las sabanas del páramo, Pishimisak tenía todas las comidas, todos los alimentos. El-ella es el dueño de todo. Ya estaba allí cuando se produjeron los derrumbes que arrastrando gigantescas piedras formaron las guaicadas.
Pero hubo otros derrumbes. A veces el agua no nacía en las lagunas para correr hacia el mar sino que se filtraba en la tierra, la removía, la aflojaba y, entonces, caían los derrumbes.
Estos se produjeron desde muchos siglos adelante, dejando grandes heridas en las montañas. De ellos salieron los humanos que eran la raíz de los nativos. Al derrumbe le decían Pikuk, es decir, parir el agua. A los humanos que allí nacieron los nombraron los Pishau.
Los Pishau vinieron en los derrumbes, llegaron en las crecientes de los ríos. Por debajo del agua venían arrastrándose y golpeando las grandes piedras, encima de ellas venía el barro, la tierra, luego el agua sucia; en la superficie venía la palizada, las ramas, las hojas, los árboles arrancados y, encima de todo, venían los niños, chumbados.
Los anteriores nacieron del agua, venidos en los restos de vegetación (shau) que arrastra la creciente. Son nativos de aquí de siglos y siglos. En donde salía el derrumbe, en la gran herida de la tierra, quedaba olor a sangre; es la sangre regada por la naturaleza, así como una mujer riega la sangre al dar a luz a un niño.
Los Pishau no eran otra gente, eran los mismos guambianos, gigantes muy sabios que comían sal de aquí, de nuestros propios salados, y no eran bautizados.
Ellos ocuparon todo nuestro territorio, ellos construyeron todo nuestro nupitrapu antes de llegar los españoles. Era grande nuestra tierra y muy rica. En ella teníamos minas de minerales muy valiosos, como el oro que se encontraba en Chisquío, en San José y en Corrales, también maderas finas, peces, animales del monte y muchos otros recursos que sabíamos utilizar con nuestro trabajo para vivir bien.
Sus límites comenzaban en el Alto de Chapas, cerca a lo que hoy es Santander de Quilichao, de allí iban a la laguna de Chapas, bajaban al río Suárez y, después, pasando por Honduras, subían a Pico de Águila y a Tierras Blancas; bajaban a continuación por El Tambo, abrazando a todos los pubenenses, hasta llegar a Pupayán.
De Pupayán iban, río Palacé arriba, a llegar a la cordillera de Totoró y pasar por Yerbabuena (montañas adentro por el lado de Malvazá), por las montañas de Cuscuru y la cordillera de Guanacas.
Siguiendo el mismo hilo, colindando con Yaquivá, pasaban a Granizal, Boquerón, Piedra Ensillada, Peñas Blancas y Alto de Pitayó. Algunos comentan que comprendían también los altos de Mosoco, al otro lado de la cordillera.
Se iban yendo por el río de Pitayó a llegar a Jambaló, Lomagorda y Pioyá. De ahí, filo abajo, a Munchique, por cabeceras de Mondomo. De Munchique iban a Santander y a la laguna de Chapas, encerrando
Por esta laguna recorría el cacique en su silla de oro; cuando llegaron los españoles dejó la silla en la laguna para que no se la robaran.
Grande, hermoso y rico era nuestro territorio. Los españoles lo fueron quitando, hasta arrinconarnos en este corral de hoy: el resguardo.
Los Pishau ocuparon todo este inmenso espacio, incluyendo la ciudad de Pupayán. La historia de los blancos dice que esta ciudad fue fundada por Belalcázar, pero no es cierto. Cuando llegaron los españoles ya la ciudad existía bajo el sol, creada siglos adelante por nuestros antiguos. Largas guerras, tremendos esfuerzos, enormes crímenes fueron necesarios para que Ampudia y Añasco vencieran al cacique Payán y le dieran muerte, tomando nuestra ciudad.
Pero Yaskén y Calambás los arrojaron de allí, haciéndolos huir hacia el norte, hasta Jamundí.
Más tarde, capitaneados por Belalcázar, enfrentaron de nuevo a nuestra gente, a los Namuy Misak, hasta derrotarla en una batalla que duró treinta días, realizada en Guazabara; murió en ella Calambás. Aún así, el español debió conseguir refuerzos para vencer a nuestro cacique Piendamú y retomar la ciudad.
Así cayó Pupayán, nuestra ciudad, nombre que en la lengua de los wampias, la nuestra, quiere decir "dos casas de pajiza", significando la reunión de las dos mitades de nuestro pueblo en ella.
La derrota lanzó a los Pishau, nuestros antiguanos, lejos de Pupayán. Más tarde serían también sacados de Silvia y arrojados de Cacique, en donde se habían refugiado, obligándolos a penetrar en lo profundo de las montañas.
De esta raíz, y en no se sabe cuántas generaciones, venimos los guambianos.
Arriba, muy arriba, guardando la tradición, quedaron arrinconados los Pishau; así los llamaron los que quedaron abajo, los guambianos de hoy, los que soportaron a los blancos. Los Pishau comían sal de lo propio, los de abajo comieron sal de los españoles, fueron bautizados.
Somos, pues, un pueblo que sabíamos de todo, labrar las piedras, cultivar de acuerdo con el movimiento de los astros, amasar el oro con plantas, ver el tiempo adelante y atrás. Pero hemos olvidado casi todo. Los españoles mataron a los caciques que tenían esa ciencia. Quién come sal del blanco también olvida todo lo propio.
Un manto de silencio cubrió nuestro conocimiento.
Ahora, los historiadores de los blancos vienen a decirnos que las huellas de los antiguos que quedan en nuestro territorio no son de los Pishau sino de los pijao, nuestros enemigos. Con ese cuento quieren arrebatarnos a nuestros anteriores, quieren cortar nuestra raíz y separarla de nuestro tronco para poder afirmar su mentira de que no somos de aquí.
Eso no es cierto. Los Pishau son nuestra misma gente. Nacieron de la propia naturaleza, del agua, para formar a los humanos. Ellos vienen de Pishimisak que los crió con sus alimentos propios.
Por eso, nosotros somos de aquí, de esta raíz; somos Piurek, somos del agua, de esa sangre que huele en los derrumbes.. Somos nativos, legítimos de Pishimisak, de esa sangre. No somos venideros de otros mundos.
Los blancos... ellos son los venideros.
Así hablan nuestros mayores.
Esta es nuestra historia.
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LAS MENTIRAS DE LOS BLANCOS
Ante nuestra historia tal como la cuentan nuestros mayores, los historiadores de los terratenientes quieren convencernos que no somos de aquí, que somos traídos de otra parte, Pero ni entre ellos mismos logran ponerse de acuerdo sobre el sitio “de donde nos trajeron”, ni sobre quién y cuándo lo hizo.
Sus afirmaciones chocan de frente con lo que dicen los relatos de los cronistas, españoles venidos entre los primeros y que escribieron sobre los acontecimientos de la conquista. Estos cuentan muy claro que, a su llegada, los conquistadores nos encontraron aquí.
Pero a esos falsos historiadores no les importa; solamente les interesa negar nuestro derecho, justificar el apoderamiento de nuestro territorio por parte de los terrateniente.
Para tener todo esto bien claro Y no dejarnos enredar, miremos en detalle cómo son las cosas.
Cuando llegaron nos encontraron
Los primeros españoles, al mando de Pedro de Añasco y Juan de Ampudia, llegaron a nuestras tierras en 1535, viniendo desde Quito y “dejando un rastro de pavesas y de sangre” a su paso. Lucas Fernández de Piedrahita escribió en 1668 que “apenas caminadas 50 leguas desde Quito, se halló dentro de los términos del cacique Popayán”, cuya influencia, según lo que dice, llegaba hasta bien al sur.
En su avance, los conquistadores se encontraron con un gran fuerte de madera, espacioso, rodeado de empalizadas de guadua. Juan de Castellanos, en sus escritos de 1589, nos cuenta que de este cercado salieron 3.000 hombres armados con dardos, lanzas, escudos y macanas y subieron a una colina para enfrentar a los españoles.
Cuatro leguas más allá de este fuerte estaba la ciudad de Popayán protegida por esta gran construcción militar.
Pedro Cieza de León escribe en 1546 acerca de los viajes de conquista en los que él mismo toma parte y refiere que “pasando el río grande está la ciudad de Popayán.... luego se camina por una loma que dura seis leguas llana y muy buena de andar, y en el remate de ella se pasa por un río que ha por nombre Piendamó... A la parte oriental está la provincia de Guambía y otros muchos pueblos y caciques”.
Más adelante repite que “hacia la parte del oriente tiene (como ya dije) la provincia de Guambía, poblada de mucha gente”. Y agrega “todas estas vegas y valles fueron primero muy pobladas y subjetadas por el señor llamado Popayán, uno de los principales señores que hubo en aquellas provincias”.
Resaltemos que Cieza da a la región el calificativo de provincia y este sólo se daba a lugares bien poblados, con amplia organización y una economía abundante, lo cual indica el considerable desarrollo de Guambía en ese entonces.
También era pujante Pupayán. Además del fuerte que la defendía, los españoles encontraron que en su centro se levantaba una gran construcción de pajiza. Las excavaciones de los arqueólogos han demostrado que el morro de Tulcán, en donde se levanta la estatua de Belalcázar, el supuesto fundador de Pupayán, es una gran pirámide escalonada construida por nuestros antepasados, dentro de la ciudad, en la época precolombina.
Otras excavaciones efectuadas en Pubenza, en los cerros de La Eme y el Chirimoyo y en el sitio de la María, indican que nuestra ciudad ocupaba un área geográfica mayor que la de la ciudad actual.
Los primeros españoles reconocen también la riqueza de nuestro territorio. Juan López de Velasco dice que el jefe se llamaba Popayán y era “de los más ricos y poderosos de aquellos países y tuvo no poca oposición y resistencia (a la conquista), su dominio era mediano; más su confederación con las naciones vecinas, todas feroces, lo habían puesto en estado de obstinada defensa”.
Fernández de Piedrahita añade: “antes de llegar a Cundinamarca estaba otra provincia fértil de mantenimientos y rica en minerales de oro, sujeta a dos hermanos, Popayán y Calambás”.
Uno de los propios conquistadores, el capitán Domingo Lozano, habla de “Guambía, que así se llamaba la poblazón del cacique don Diego (Calambás), donde eran naturales aquellos indios”.
El cronista Fray Pedro de Aguado, en 1575, cuenta que esta región era tan fuerte y pujante que no sólo ocupábamos el lado occidental de la cordillera Central, sino que poco antes de la conquista española los guambianos entramos a colonizar la vertiente oriental, hacia Tierradentro, en las cabeceras de San José y Mosoco, entrada que continuó durante los primeros años después de la conquista y como uno de los resultados de ella.
En 1559, Thomas López realizó una visita para fijar los tributos que debían entregar las distintas tribus. En su informe menciona cuatro grandes provincias; una de ellas es la de Popayán, y Guambía es uno de sus pueblos.
Otro visitador, Pedro de Hinojosa, viene en 1569 a la provincia de Guambía para ordenar la salida de 40 mitayos que deben ir a trabajar a Popayán. Los apellidos que aparecen en las listas de estos españoles son los mismos que existen hoy entre nosotros; entre ellos están: Calambás, Tenebuel, Tombé y Guallemuescay.
En 1607, Armenteros y Henao efectúa una visita a la provincia de Guambía, “con sus pueblos de Xambaló, Guambía, Yambitarao y Pisotará y sus caciques y mandones principales”.
Esta es la encomienda de Francisco de Belalcázar, hijo de Sebastián de Belalcázar, el conquistador.
Que Guambía haya sido una de las primeras encomiendas adjudicadas demuestra su existencia a la llegada de los españoles, pues las encomiendas sólo se creaban allí donde ya existía un pueblo indígena.
Que se haya dado al jefe principal de la conquista habla bien claro de su población, su riqueza y su importancia.
No hay ninguna duda, entonces, de que al arribo de los españoles a estas tierras ya existían Pupayán con sus caciques y Guambía con su organización y sus laboriosos habitantes.
Los Yanaconas llegaron después
Pero, aún así, los historiadores de nuestros enemigos hablan de que los conquistadores nos trajeron desde el Perú o el Ecuador. Veamos esto más de cerca.
En ninguna parte se ha encontrado un documento que permita afirmar que los españoles trajeron indios de servicio en 1535. Tampoco Belalcázar trajo muchos en 1536. Este hecho llamó la atención de Antonio de Herrera, quien nos dice que el conquistador “salió de Quito con 300 castellanos de a pie y de a caballo, sin la multitud de indios que suelen llevar a las jornadas otros capitanes”.
Y agrega que Belalcázar llegó a Popayán “habiendo pasado tanta aspereza y dificultades de sierras y tanta hambre, que fuera mayor si no llevara tan pocos indios de servicio”.
En su segunda expedición, en 1538, sí trajo “no sólo la flor y nata de los conquistadores, sino más de 5.000 indios de servicio”, según afirma Jijón y Caamaño. Pero con tan mala fortuna que la mayor parte de ellos murió en los llanos del Patía y en la expedición al Valle del Magdalena, sobreviviendo muy pocos, como nos recuerda la historiadora inglesa Kathleen Romoly.
Además, había expresa prohibición de que indios de las tribus locales se mezclaran con los indios “yanaconas” traídos por los españoles. A estos “yanaconas” se les asignaron áreas especiales dentro de la ciudad de Popayán para que se establecieran, pues su ubicación lejos de ella no hubiera permitido que prestaran sus servicios a los españoles, razón por la cual fueron traídos en la expedición.
Con tan pocos “yanaconas” sobrevivientes, cuyo escaso número, además, hacía necesario retenerlos en la ciudad, hubiera sido imposible poblar toda una provincia en menos de 5 años.
Esta situación es tan clara que, todavía a finales del siglo pasado, Carlos Cuervo Márquez nos atribuye un origen quichua, pero anterior a la llegada de los españoles. Por eso, cuando los paeces comienzan a establecerse al lado occidental de la cordillera, ya en el siglo XV, “encontraron al suroeste de Pitayó y en la dirección de Popayán un pueblo numeroso de raza enteramente distinta, y que hasta el día de hoy ocupa su primitivo territorio sin haber retrocedido un palmo ante los feroces invasores. Estos son los guambianos o silvias, de evidente origen quichua, que forman como un islote extraño en medio de la inundación páez”, considerados estos como caribes.
Complementa diciendo: “en ninguna parte como aquí se ve más palpable el contraste entre las dos grandes familias que se disputaban la posesión del continente suramericano antes de la conquista”, quichuas y caribes.
Quiénes dicen que somos traídos
Pero, entrado este siglo, una vez que los terratenientes se han apoderado de las mejores tierras de nuestro resguardo para establecer sus haciendas, reduciéndonos al servicio del terraje, sus “historiadores de servicio”, como muy bien podemos llamarlos, comienzan a decir que los españoles nos trajeron. Oigámoslos.
El historiador payanés Antonino Olano escribe en 1917: “Los indios de Silvia (Guambía) son todos descendientes de los yanacona”. Sin suministrar ninguna prueba ni dar ningún argumento para demostrar que lo que dice es cierto. Es una profesión de fe al servicio de los usurpadores de nuestras tierras.
No sólo pretende justificar el despojo de una gran parte de nuestro resguardo con lo que dice, sino también respaldar el hecho de que muchos de los guambianos hayamos sido reducidos a la condición de terrajeros, nuevos indios de servicio, yanaconas modernos, esta vez por y para los terratenientes.
Podemos dudar, sin embargo, de la validez de las afirmaciones de Olano, de su calidad como científico, si ponemos atención a otras de sus palabras, absolutamente erróneas y absurdas.
Nos dice que los indios caras del Ecuador “eran tan desaseados como los quillacingas y, entonces como ahora, lo mismo que estos solían comerse los piojos. Esta repugnante costumbre nos induce a creer que los quitos... tienen alguna relación de origen con los pueblos que habitan el Tibet, los cuales hacen lo mismo. Y entonces los quitenses estarían muy lejos de pertenecer a la raza caribe”.
Al mismo tiempo plantea que están equivocados quienes consideran que los pubenenses, indios de la provincia de Popayán, deben agruparse étnicamente con los ecuatorianos a causa de las muchísimas voces del idioma quichua que se encuentran entre ellos, pues quienes trajeron estas palabras fueron los yanaconas.
Las mentiras se repiten una y otra vez. En 1986, un periodista del diario El Tiempo, a sueldo de los terratenientes, publicó tres artículos afirmando que “los Guambianos fueron traídos a Colombia como cargueros, desde el Perú y Ecuador, y que en Silvia estaban residenciados los paeces. Los guambianos los desalojaron y se quedaron en la región”.
Ya vimos cómo fueron los paeces quienes, al pasar a este lado de la cordillera, nos encontraron establecidos aquí.
Los cronistas coinciden en situar a los paeces viviendo en la cuenca del río Páez, en el curso bajo del río Moras y en el Alto Valle del Magdalena, alrededor de lo que hoy es La Plata. Los guambianos, por el contrario, alcanzábamos a varios sitios de la vertiente oriental en sus partes altas.
La tradición oral, no solamente la nuestra sino también la de los paeces, lo confirma así. Los mayores paeces narran que los caminos más antiguos de Tierradentro fueron construidos por los kalwsh, que es como ellos llaman a nuestros anteriores. Es decir, que guambianos y paeces compartíamos territorios en ese lado de la cordillera Central, el lado oriental.
El título de Juan Tama lo confirma igualmente. En él se dice que Juan Tama ganó la guerra a los indios de Calambás (los guambianos), “dejándolos sin su cacique y desterrándolos de este lado del páramo a hacer sus viviendas sobre la quebrada que llaman Piendamó”.
Los libros capitulares de Popayán hablan de que, a raíz de la conquista, 700 u 800 paeces vinieron a refugiarse en Guambía, siendo llevados luego al Valle de Jambaló.
Los distintos autores coinciden en que en esa época el territorio guambiano abarcaba también lo que hoy son Pitayó, Quichaya, Jambaló, Caldono y Pueblo Nuevo.
Nuestra lengua tampoco es traída
Uno de los argumentos más usados por los terratenientes y sus “historiadores de servicio” es la supuesta relación de nuestra lengua, la wam, con el quechua. Pero tampoco en esto logran ponerse de acuerdo.
Romoly, Beatriz de Ruiz, Otero y Thomas Branks (este último del Instituto Lingüístico de Verano) consideran que el idioma guambiano pertenece a la familia lingüística chibcha, como lo mostraron el padre Castelví y Sergio Elías Ortiz, entre otros lingüistas. En tanto que los yanaconas eran de habla quechua.
En cambio, Matthesson y Osorio aseguran que el guambiano es una lengua aislada, como el páez y el kamsá, y no es chibcha ni quechua.
Beatriz de Ruiz agrega que no se ha podido demostrar la relación del guambiano con el quechua o con alguna otra lengua del Ecuador o del Perú, por lo cual este argumento no sirve para demostrar el origen quechua de nuestro pueblo, ni que seamos traídos de alguno de esos países.
Schwars y Otero aceptan que existen palabras quechuas en nuestra lengua, pero que no son tantas como se asegura y, en todo caso, son menos que en el castellano que se habla en el sur del país; además, todas las otras lenguas indígenas del sur de Colombia muestran influencia del quechua.
“Desde antes de la conquista los guambianos estaban en contacto con tribus vecinas o mercaderes venidos del sur de Colombia y del norte del Ecuador. Las prácticas de curanderismo, brujería y magia, las leyendas y los artefactos han sido introducidos por estos forasteros y son ahora parte de la cultura guambiana; antes, los guambianos eran una de las mas de 100 tribus lejanamente asociadas por medio de una confederación militar regional”. Así explica Schwarz el origen de los términos quechuas que se utilizan en nuestra lengua.
Según este antropólogo, entonces, no somos nosotros sino nuestra cultura la que ha sido traída desde el Ecuador.
Otros ven la prueba de que el guambiano proviene del quechua en que ninguno de los dos idiomas tiene o y en castellano la pronuncian como u. Jesús María Otero dice que ese argumento únicamente demuestra la ignorancia de quienes lo plantean pues “son numerosas las tribus americanas que no tienen o en su dialecto” sin que por eso se las pueda considerar quechuas.
Muchos más argumentos descabellados y falsos se han utilizado para querernos ligar con los quechuas. Otero refuta varios de ellos.
Dicen que compartimos con los quiteños la “indiferencia y frialdad con que tratan a sus mujeres e hijos, debido a la flaqueza y debilidad de la raza”. Esta falsedad profundamente racista es aceptada por Otero pero, según él, no prueba nada por ser algo común a todos los indios.
Igual cosa sucede con nuestra “marcada inclinación a la embriaguez”. Ya Cieza de León encontró que “grandes borrachos y agoreros eran estos indios de Popayán”. Se trata, pues, en palabras de Otero, de “un vicio común a todos los indios de esta región”.
Nuestra “acendrada religiosidad”, compartida con los quitos, es otra razón aducida para asemejarnos a ellos. Otero replica que es rasgo común a todas las tribus evangelizadas por los misioneros.
No se sostienen de ninguna manera los variados argumentos que se traen a cuento para mostrar que somos traídos del sur, sea quechuas o quitos.
Lo que quieren es que no seamos de aquí
A la vez, nosotros preguntamos. Es obvio que los españoles no habrían traído a la totalidad de un pueblo en calidad de “indios de servicio”; enfermos, niños pequeños, ancianos y otras personas más bien habrían sido una carga que eficientes servidores. Entonces, ¿en dónde está en Ecuador o Perú alguna población indígena cuya lengua y cultura sean siquiera lejanamente parecidas a las nuestras?
Los muchos autores que se refieren al tema de nuestro origen no pueden ocultar su desconcierto cuando ven derrumbarse sus teorías de que los españoles nos trajeron con ellos desde el sur. Y se lanzan, con desespero, a imaginar toda una serie de otras teorías también sin fundamento. Oigamos algunas.
No falta quienes digan que no fueron españoles sino guerreros incas quienes nos trajeron en sus expediciones de conquista hacia el norte. Por supuesto, no aportan ninguna prueba de ello.
Otros, en cambio, y también sin ninguna prueba, nos atribuyen un origen común con paeces y pijaos: el de ser caribes.
Hay quien establece la posibilidad de que vengamos del piedemonte de la cordillera oriental o de regiones de refugio como el río Napo. Beatriz de Ruiz analiza que todas las características etnográficas de los indios del Alto Magdalena, del Caguán y el Napo lo desmienten, pues se trata de grupos por completo diferentes a nosotros.
Ronald Schwarz, quien investigó muchos años en nuestra comunidad, se distingue entre los demás por su desbordada imaginación para inventarnos, sin fundamentos o con bases muy débiles e insuficientes, las mas extrañas procedencias.
Una vez dice que es probable que provengamos de pueblos organizados alrededor de un gran centro ceremonial, que puede ser Tierradentro o San Agustín, porque hay caminos antiguos que llevan de Silvia y Popayán a esos lugares. Desde allí nos habrían desplazado invasores caribes siglos antes de llegar los colonizadores europeos.
Otra vez plantea que bien podemos venir del sur o hasta del oriente, pues una comparación basada en las palabras que usamos para llamar a nuestros parientes por matrimonio nos relaciona con “las tribus de la región de los Llanos, al este de Guambía, en el área del río Caquetá”.
También se le ocurre que nuestra llegada puede haber tenido lugar desde el Caquetá hace 1.500 ó 2.000 años, para llegar a San Agustín o Tierradentro, allí ayudar a desarrollar alguna de estas culturas y, luego, venir hasta aquí empujados por algún invasor.
Todo es, pues, confusión, duda, vacilación y contradicciones en los planteamientos de historiadores, lingüistas y antropólogos sobre nuestro origen. Ninguno de ellos puede dar una base cierta y firme que nos lleve a aceptar sus puntos de vista y a desconocer la historia de nuestros mayores; al contrario, nos reafirman en ella.
Llega un punto en que el caos en que se debaten es tal que el propio Schwarz tiene que confesar que “ha habido una especulación considerable de parte de historiadores y de antropólogos, profesionales y aficionados, acerca del origen de los guambianos. Las teorías se basan en la imaginación y la investigación superficial, más que en la investigación científica”.
Pero, aún ante tantas evidencias que desmoronan sus argumentos, los “investigadoree de servicio” se niegan a aceptar la realidad de nuestra presencia aquí desde muchísimos siglos adelante de españoles y otros blancos. Ciegos a todas las comprobaciones, sordos a todos los testimonios de conquistadores y cronistas, faltos de todo argumento, carentes de toda prueba, los eruditos “estudiosos” continúan esgrimiendo sus trasnochados y vanos argumentos como armas en contra nuestra.
Beatríz de Ruiz, según dice, siguiendo al historiador Guido Barona y a otros radicados en Popayán, insiste en que “en ninguno de los informes de los españoles figura un grupo como el guambiano”.
Más bien se inclina a creer que somos una “organización socio-cultural estructurada desde fines del siglo XVIII y hasta el presente, sobre la base del proceso histórico de desarticulación de los grupos originales de esta región por parte del español”. “Son un grupo indígena producto de la pérdida de la estructura social de los aborígenes regionales”.
0 sea que se suma al argumento de que somos después de los españoles y, por lo tanto, con menos derecho a la tierra que los terratenientes que la han usurpado. Aunque ya no dice que somos traídos por los conquistadores sino, peor aún, creación suya a partir de los restos de pueblos que quedaron después de sus destrucciones.
Para terminar, escuchemos las palabras de Jesús María Otero, educador e historiador nacido en Popayán, casado con una silviana, Elisa Caicedo, y residente durante muchos años en Silvia, a la que consideraba como su patria chica.
Y no se crea que se trata de un amigo de los guambianos, antes bien, solicita nuestra destrucción. Oigamos.
“El más serio de los obstáculos que ha encontrado Silvia para su progreso y desarrollo agrícola y ganadero, ha sido y es: que el 75%, por lo menos, de su territorio municipal está ocupado por las parcialidades indígenas de Guambía, Pitayó, Quichaya, Quisgó” [...] “si se tiene en cuenta la pereza y el atraso que caracterizan a esta raza indígena, las tierras de los resguardos permanecen incultas, improductivas, impenetrables a las gentes que las pondrían a producir”.
Y dice más: “Tiempo es ya de pensar seriamente en la parcelación y división de los resguardos [...] permitiendo el comercio de esas tierras a los indios incorporados plenamente a la vida ciudadana. Pensamos que los guambianos están ya entre los más civilizados y bien podría el gobierno pensar en la parcelación total de su resguardo”.
Pero esas ideas en contra nuestra no le impiden pensar lo siguiente sobre nuestro origen: “Las suposiciones para explicar el origen de los guambianos [...] son ellas equivocadas y carecen de fundamento científico”. Concluyendo así: “Parece innecesario, por consiguiente, seguir rebatiendo las afirmaciones sobre la procedencia quichua de los guambianos”. Y considera que “la nación de Guambía (o Guamba) poblaba ya sus tierras cuando arribaron a la altiplanicie de Popayán Añasco, Ampudia y Belalcázar”.
Su propia teoría es la de que nuestra llegada “a estas tierras debió verificarse en migraciones pacíficas y en tiempos muy anteriores a la llegada de los españoles quienes los encontraron en estado adelantado de cultura”.
Agregando que si se acepta nuestro origen quichua habría que aceptarlo también para todos los demás indígenas del Cauca, lingüísticamente emparentados, ya que, como expresó fray Gerónimo de Escobar en 1582, “la población del Valle de Pubenza, desde los Altos de Piendamó hasta el río Quilcacé o más al sur quizás, parece haber pertenecido a una misma nación, que podemos llamar Guambiana o Coconuca”.
Queda muy evidente, entonces, que todas las mentiras acerca de que los guambianos somos traídos no tienen ninguna base científica ni han sido comprobadas por quienes las plantean. Su única razón de ser es tratar de dar algún fundamento al despojo de nuestro territorio por parte de los terratenientes, pues, como escribe un grupo de arqueólogos, antropólogos y etnohistoriadores al director del periódico El Tiempo, “los documentos presentados por personas no indígenas para probar sus derechos a esas tierras no habían emanado del Estado, siendo sólo traslaticios de dominio, y habiéndose, el más antiguo, originado en una encomienda -que legalmente no daban derecho a la tierra- lo que indica una ocupación indebida de las tierras de los indígenas” por las personas que han presentado esos títulos.
Por eso podemos afirmar con plena seguridad:
¡¡¡SOMOS DE AQUÍ!!!
¡¡¡TENEMOS EL DERECHO MAYOR!!!
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