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DUGUNAWIN. PADRE DE LA CESTERÍA
DUGUNAWIN. PADRE DE LA CESTERÍA Y LA COMIDA
Al principio, todo estaba en las tinieblas. En ese tiempo, apenas se estaba preparando el viaje de los astros por el cielo. A los Padres que iban a participar en él los alistaron para su misión, los prepararon para ser Padres, embadurnándolos con oro para que se hicieran brillantes. Ellos iban a dar la luz y a crear la noche y el día, pues en ese momento sólo había oscuridad.
En el viaje iban a participar: Bunkwakukwi (el sol), Nunkut (el lucero más brillante que hay), Ukwu (las Siete Cabrillas o Pléyades), Monikuna (los Tres Reyes que van atrás de ellas), Guiomu (la Culebra), Uti (el Cangrejo) y Awiku (un lucero blanquito que va detrás de los otros). Todos estaban haciendo los preparativos para el viaje.
A Awiku lo mandaron a acompañar al sol en su camino para que fuera un Padre. Ukwu, las Siete Cabrillas, eran originalmente ocho, pero Guiomu, la culebra, se comió una. Desde entonces estos dos astros quedaron enemigos y por eso no se quieren encontrar. Nunca lo hacen en el cielo. Nunkut y Awiku sí se encuentran; por eso, si las parejas se casan en la época de su encuentro, nunca se separan.
Una de las pruebas que tenían que cumplir para saber quién podía hacer el viaje consistía en comerse cuatro bollos de maíz sin partirlos. Dugunawin se enteró del viaje y quiso ir, pero no le habían hecho los preparativos. Llegó de pronto y se tiró en medio de los otros. Dijo que quería ir. Como llegó sin estar invitado, le dijeron que hiciera la prueba. Se comió los dos primeros bollos sin ninguna dificultad, pero no pudo con el tercero y lo partió. Entonces, dijeron que era de mal agüero y que no podía ir. Pero él dijo que de todos modos iba: “sea como sea, me voy”.
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Bunkwakukwi, el sol, ya iba subiendo por el camino del cielo, seguido por los demás astros. Como no estaba preparado, Dugunawin se cansó rápido y se dedicó a mirar todas las cosas por el camino, se puso a mirar las planticas, las piedras, todo; se puso a curiosear y se fue quedando atrás. Los astros le dijeron que si seguía caminando en esa forma no iba a llegar. Bunkwakukwi le dio un bastón para que se ayudara, pero a pesar de todo se quedó atrás. Cuando iban en la mitad de la subida, lo esperaron mucho rato. Como no llegaba, siguieron adelante.
Al mediodía llegaron arriba. Ahí hay una zanja grandísima en el camino del cielo y sólo pueden pasar aquellos que tienen autorización. Dicen que el sol hace una parada a las 12 del día para descansar y comer. Descansaron y comieron y, luego, Bunkwakukwi atravesó su bastón sobre la zanja y todos pasaron al otro lado y comenzaron a descender.
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Al mucho rato llegó Dugunawin y vio que no había nadie, que estaba solo. Vio el hueco y, antes de intentar pasar, se sentó a comer el fiambre que le habían dejado los otros viajeros.
Cuando fue a pasar, colocó sobre la zanja el bastón que le había dado Bunkwakukwi, pero le quedó corto y no alcanzó a llegar al otro lado. Entonces dijo: voy a saltar. Retrocedió seis pasos para coger impulso y corrió; casi llegando, vio el abismo, se asustó y no saltó. Intentó otra vez y se asustó de nuevo. Lo mismo ocurrió la tercera vez. En la cuarta ocasión, se dijo: si sigo así no voy a pasar. Tomó impulso y al llegar a la orilla empezó a temblar de miedo; saltó con fuerza, pero sólo pudo poner un pie al otro lado. Se resbaló y se cayó por el hueco.
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Caía y caía sin saber para donde iba. Hacía ya rato que venía dando vueltas cuando recordó que en la mochila traía plumas de varias aves. Con ellas se sostuvo hasta caer al suelo, pero sin saber a donde había llegado.
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En ese lugar vivían el trueno, la brisa, el terremoto, el huracán y otros seres, que eran vivos. Caminó y caminó y se acordó que en la mochila traía semillas de maíz y de ahuyama. Mientras caminaba, las fue sembrando. Sembró el maíz. Sembró la ahuyama.
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Un día, mientras recorría, encontró en el suelo un objeto amarillo, amarillo, de oro. Era como un cesto, pero él no sabía lo que era. Lo cogió, lo miró por todos lados y le gustó. Se lo llevó y en el sitio en donde vivía buscó bejuco chwirawu y se puso a hacer ese trabajo; lo imitó.
A los siete días, andando por ahí, lo picó una culebra. Ya estaba a punto de morir, cuando se le presentó un mamu y le preguntó qué le pasaba. Él le contó que lo había picado una culebra y el mamu lo interrogó: ¿usted qué hizo? Dugunawin dijo que no sabía; y siguió negando hasta que al fin confesó que hacía el canasto, que imitaba el objeto que había encontrado.
El mamu le dijo que el tejido del canasto era como entrecruce de escamas de culebra y que por eso una de ellas lo había picado. Ese tejido es entrecruzado de culebra venenosa, en forma de X. La boa tiene también esa pinta. Es el cruce del color de las culebras venenosas. Tejer un cesto es como jugar con el cuero de la serpiente, con las escamas.
Con la confesión, el mamu le hizo un trabajo y él se curó. Entonces quedó como el Padre del canasto, de la cestería (gwi´). Siempre sucede que quien sufre de algún problema, de un caso, queda encargado de corregir a los demás después de su curación. Por eso, en la actualidad, quien quiera hacer ese trabajo de cestería tiene que contar con Dugunawin. Como él fue el primero en hacer el canasto, la cestería es una actividad que hoy corresponde hacer a los hombres.
Como la musculatura de una persona es un entrelazado como el de un cesto, al tejer uno de ellos hay que hacer pagamento a Dugunawin para que no le den dolores musculares, calambres, dolores de espalda, picadas.
Después que quedó sano, Dugunawin siguió andando y sembrando sus semillas. Como la tierra era tan fértil, pues en ese tiempo no había nada sembrado, al séptimo día ya había cosechas. Pero, al visitar sus sembrados, Dugunawin se dió cuenta que alguien le sacaban las mejores mazorcas y las mejores ahuyamas.
Vigiló por tres veces y no pudo ver a nadie. Pero, a la cuarta vez, vio rastros en una esquina de la finca y se fue a mirar. Al caer la tarde comenzó a llover. Entonces llegó un teti alto y barbado, con un tambor grande y un bolillo de tamborilero. Dugunawin se asustó el verlo.
El teti colgó el tambor al pie del tronco de un árbol derribado y se puso a recoger las mejores mazorcas de maíz. Mientras estaba en ese trabajo, Dugunawin se acercó, cogió el tambor y lo escondió.
Cuando el teti regresó con el maíz, no encontró su tambor y lo buscó por las huellas, hasta que llegó a donde estaba Dugunawin y le reclamó el tambor. Dugunawin, a su vez, le reclamó por el maíz y las ahuyamas que se había llevado.
Entonces, el teti golpeó el tambor con fuerza. A Dugunawin se le estremeció todo el cuerpo y quedó privado. Y Kwimagwe, el trueno, pues era él, se fue con su tambor. Cuando Dugunawin despertó, no había nadie ni nada. Fue a mirar al sembrado y de ahí se fue a su casa.
Al día siguiente volvió a su huerta y de nuevo llegó el teti para recoger el maíz. Y sucedió lo mismo que en el día anterior. Y así por cuatro veces. A la cuarta, el trueno tocó el tambor y dejó a Dugunawin privado del sentido durante cuatro días.
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En esas llegó un mamu (no se sabe quien sería el defensor de Dugunawin; dicen que siempre se le aparecía un mamu). Ya Dugunawin no era completamente hombre, sino que de la cintura para abajo se estaba convirtiendo en serpiente. El mamu le preguntó qué pasaba y Dugunawin le narró lo ocurrido. El mamu le preguntó el camino que había cogido el trueno y se fue a buscarlo para reclamarle. Y subió.
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Fue hasta más arriba y encontró un rancho grande. Entró sin permiso y encontró a Kwimagwe sentado, poporiando. Sin saludarlo ni nada le preguntó si era él quien había hecho ese daño a Dugunawin. Y le dijo: ¿tú crees que nadie te va a mandar? Y lo amenazó con un bastón que llevaba. Era más poderoso que el trueno. A este le dio miedo y corrió para abajo.
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El mamu le dijo que si no quería que Dugunawin fuera persona, le tenía que buscar un sitio para que estuviera allí, un lugar para vivir. Y el trueno comenzó a llevarlo arrastrado por todos estos cerros de la Sierra Nevada (los mamu sabrán por donde lo llevó).
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Hasta que llegó a la primera capa del mar, que se llama Makuriwa. Luego llegó a la segunda, cuyo nombre es Gunriwa. Después pasó a la tercera, de nombre Zanriwa, y así hasta que alcanzó los siete mares que existen, hasta llegar al fondo, a Domuriwa. Y allí lo dejó para que viviera para siempre. Y se regresó a tocar su tambor.
Dugunawin está en el último fondo del mar, esperando recibir el pagamento por el cesto y por la comida, por el maíz, la ahuyama y otros alimentos, porque él es el Padre de ellos. Es uno de los Padres buenos, pero si no se le hacen los pagamentos que se le deben, sobrevienen problemas y las comidas se pierden.
Al sembrar y al cosechar, hay que pedirle el concepto y ofrecerle. Está con la boca abierta porque es casi inválido. Sólo la cabeza es humana; de allí para abajo es serpiente.
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