La nacionalidad indígena embera en Colombia está conformada por varios grandes grupos: embera de río, dobida; quienes moran en las montañas deforestadas son los eyabida; pusabida son los embera que habitan en las costas marítimas del Pacífico; finalmente, aquéllos que pueblan los bosques andinos se denominan oibida. También hay asentamientos embera en Panamá y Ecuador.
Los dobida son, principalmente, habitantes del corredor selvático del Pacífico, en caseríos que construyen en las orillas de los ríos. Los eyabida tienen su hábitat en las agrestes montañas de la cordillera occidental, en donde se ubican en forma dispersa, aunque se han extendido a muchos otros lugares del interior del país.
Aquéllos que han llegado a la ciudad de Bogotá son casi todos embera de montaña y provienen de dos asentamientos en particular: el curso alto del río San Juan, en el departamento de Risaralda, y la zona alta del río Andágueda, en el departamento del Chocó, ambas regiones constituidas como resguardos indígenas por la ley colombiana.
Antes de que Bogotá se convirtiera en polo de atracción para los embera, estos llegaron primero a las ciudades de Cali y Medellín, de donde fueron sacados sin contemplaciones por las autoridades y devueltos hasta las cercanías de sus sitios de origen, como ocurrió en especial en la primera de estas ciudades.
Posteriormente, comenzaron a desplazarse hacia las ciudades de Pereira y Bogotá, en donde, en general, han tenido una buena acogida, lo que ha llevado a que continúen viajando hasta ellas y, algunos, ubicándose allí en forma permanente.
Así, hay dos modalidades distintas de desplazamiento, ambas existentes en las dos ciudades: unos grupos llegan y con el tiempo se establecen en forma definitiva, en tanto que otros permanecen durante semanas o meses, para luego regresar a sus lugares de origen, desde donde vienen nuevos grupos, que retornan más adelante. No se excluye que algunos de estos últimos hayan decidido quedarse del todo después de alguna de sus venidas.
En Pereira, aquéllos que se han desplazado en forma permanente y manifiestan con claridad su disposición de no regresar, se han agrupado en un barrio, se han organizado y cuentan con el respaldo de proyectos de las instituciones de la ciudad. Los otros se encuentran dispersos y, por lo general, se dedican a pedir limosna por las calles. En algunos ocasiones, los primeros han pedido a las autoridades que no se atienda a los últimos.
En Bogotá ha sido muy notoria la presencia de los embera, por lo general mujeres y niños, sentados en los andenes solicitando ayuda, en ciertos casos con carteles que expresan que son desplazados por la faltad de tierras, al comienzo, o por la violencia, en forma más reciente. Esta actividad ha recibido el respaldo de la ciudadanía que les entrega ropa, juguetes y comida, además de cierta cantidad de dinero. Quienes se devuelven para sus tierras suelen llevar consigo bultos llenos con esos elementos. Últimamente, han optado por elaborar y vender distintos productos tejidos hechos con chaquiras: pulseras, collares, pectorales, llaveros, animalitos, estuches para celular, etc.
Ignoro si todos los grupos que se devuelven regresan de nuevo a Bogotá algunos meses más tarde, pero en algunos casos se ha podido constatar que así es.
El otro motivo que suelen aducir como razón para su desplazamiento, además de la violencia, es que no tienen tierras para cultivar y viven una situación de hambre que los obliga a salir para poder obtener los recursos necesarios para su subsistencia.
Hasta donde conozco, no se ha realizado ninguna actividad oficial o investigación de campo para constatar la situación en las zonas de donde provienen. Es posible sí, al menos en la región del alto río San Juan, que el cultivo permanente de las mismas parcelas durante muchas décadas, en tierras de selva húmeda con violentas pendientes, haya terminado por agotar la fertilidad del suelo y las tierras del resguardo se hayan tornado improductivas; además de que grandes extensiones fueron dedicadas por los terratenientes a la ganadería, antes de la creación de los resguardos y su saneamiento; a lo cual se suma el crecimiento de la población. Una cosa similar puede haber ocurrido con las actividades agrícolas en el resguardo del río Andágueda, aunque esto es menos probable, dada la mayor extensión de las tierras que los pobladores indígenas de esta zona tienen a su disposición.
Los embera de montaña, en especial los del Chamí, alto río San Juan, en Risaralda, han sido grupos seminomádicos que fueron cercados por la colonización, cosa que los obligó a ubicarse en forma permanente en un mismo lugar, haciéndose agricultores sedentarios desde hace mucho tiempo, lo cual pudo haber agotado la productividad de los suelos en sus asentamientos.
Además, estos embera se caracterizan por ser segmentarios, es decir, que ante el crecimiento de la población y el agotamiento de los recursos disponibles en su territorio, o a causa de conflictos internos, se desprenden grupos de tamaño diverso que se desplazan en búsqueda de un nuevo lugar para vivir; estos desplazamientos pueden prolongarse por muchos años hasta que encuentran un sitio con características semejantes a las de su lugar de origen, que les permita establecerse en forma definitiva. En su recorrido van creando asentamientos provisionales de alguna duración; a veces, cuando el grupo retoma su marcha, hay quienes se quedan, dando origen a una nueva comunidad. Las relaciones entre estas comunidades nunca se rompen del todo, habiendo contactos con fines matrimoniales, de trabajos de jaibaná y, en ocasiones, de intercambios de productos.
Estos grupos están formados por personas emparentadas entre sí, linajes o segmentos de ellos, encabezados por la cabeza de dicho segmento o linaje. No es extraño que esta cabeza sea un jaibaná destacado, quién se marcha por conflictos derivados de su trabajo jaibanístico, acompañado por una constelación de sus sobrinos casados con sus esposas e hijos.
Igualmente, ocurre que estos embera, pese a estar establecidos en un sitio, realizan frecuentes exploraciones para buscar lugares despoblados que se caractericen por la abundancia de sus recursos en caza, pesca o frutos de recolección; lugares que suelen ser objetos de expediciones de duración variable, en las cuales un grupo de miembros de la comunidad, usualmente organizado con base en el parentesco, van a extraer esos recursos, haciendo acopio de ellos durante un tiempo, para luego de someterlos a procedimientos de conservación y regresar a sus casas con una buena cantidad de carne, peces, o frutos silvestres, que asegure o complemente su alimentación durante un tiempo. Esto ocurre con mayor frecuencia entre los embera del río Garrapatas, en los límites entre el Valle del Cauca y el Chocó. No hay en Bogotá emberas que provengan de este lugar.
Sucede a veces que uno de estos nichos de recursos se convierte en el espacio en donde va a establecerse uno de los segmentos que se ha desprendido de la comunidad.
Propongo la hipótesis de que el fenómeno descrito anteriormente es el que se está presentando con la llegada de los embera de montaña a Bogotá. Su integración creciente a la sociedad colombiana, la difusión del conocimiento de la existencia de otros lugares distantes, como las ciudades, y de sus características a través de los medios de difusión y otras formas de contacto, puso a su disposición una nueva alternativa en sus expediciones en busca de recursos. Y la han aprovechado. De este modo, están algún tiempo en Bogotá acumulando recursos, en especial monetarios, alimenticios y de vestuario, para luego regresar para utilizarlos en sus sitios de origen. Pasado un tiempo, realizan una nueva expedición con los mismos fines.
Seguramente, algunos de ellos, menos motivados para continuar la vida en sus territorios y comunidades o con problemas en ellas o más emprendedores y capaces de aprovechar las condiciones que encuentran, deciden quedarse y se establecen definitivamente en la ciudad, circunstancia facilitada por la atención y apoyo que reciben de las entidades oficiales en materia de vivienda, salud, alimentación, educación, etc.
Al parecer no hay una claridad en las distintas instituciones acerca de aspectos básicos de los embera de montaña, cuyo conocimiento parece ser necesario para una intervención exitosa. ¿Cuáles son exactamente aquellos que van y vienen y en qué circunstancias, y cuáles los que no piensan regresar? ¿Cómo se organizaron para venir, son de una misma familia, son parientes, son linajes o sus segmentos? ¿Cómo se han organizado aquí, con qué criterios se residencian en un sitio o en otro, cómo se agrupan y sobre qué base se relacionan unos con otros? ¿Los jaibaná¿ han tenido algún papel en su salida y/o en su establecimiento aquí, cuál? ¿Cómo han surgido los liderazgos en la ciudad? ¿Quiénes son los líderes y qué tan “representativos” son?
Un factor de importancia para tener en cuenta es que en la sociedad embera existe la “venganza de sangre”, es decir, que una muerte debe cobrarse con otra muerte. Su transformación como consecuencia de las actuales condiciones de vida en los territorios indígenas ha hecho que en algunos sitios se desborde más allá de los criterios y límites establecidos por los usos y costumbres. Hay que recordar la “guerra del oro”, que en el Alto Andágueda, de donde salieron los primeros embera que llegaron a Bogotá, produjo varias decenas de muertos (algunos dicen que centenas) entre dos bandos de los embera de montaña habitantes de la región: Aguasales y Cascajero. ¿Se sabe qué clase de relaciones existe entre los embera de diferentes zonas de procedencia? ¿Y entre los que vienen de un mismo lugar?
También en las distintas comunidades embera se presentan en ocasiones enfrentamientos entre jaibanás y sus distintos bandos, confrontaciones que se prolongan a veces durante mucho tiempo, y constituyen un factor que produce hostilidad. ¿Se sabe algo del pasado de los actuales embera habitantes de Bogotá?¿O se cree que el desplazamiento borra toda historia anterior y sus consecuencias ya no los alcanzan en esta ciudad?
Los habitantes del Alto Andágueda hablan un dialecto del idioma embera bedea que tiene diferencias con el que hablan los pobladores del Alto San Juan. ¿Tendrá esto alguna incidencia en su organización y avecindamiento? ¿Y en el trabajo con los niños en las guarderías o jardines o como se les quiera llamar, que se están creando para ellos en la ciudad?
La cultura embera es una cultura de productores y consumidores del maíz, hasta el punto de que llegan a considerarse como gente del maíz. ¿Cómo puede “afianzarse la cultura embera” en las condiciones de la vida en Bogotá, uno de los objetivos de los proyectos que ellos solicitan y que se declara en cada intervención oficial? Esto, en mi criterio, solamente es posible si la cultura se convierte en mero discurso. La multiculturalidad en Bogotá es una entelequia: los embera de montaña no pueden vivir aquí de acuerdo con su cultura.
El resultado final de su permanencia en la ciudad no puede ser otro que su integración dentro de la población de la ciudad, a no ser que se creen guetos artificiales como si fueran invernaderos en donde puedan fingir su cultura, pero no vivirla realmente. Aunque algunos aspectos de ella puedan ser usados circunstancialmente para obtener algunos ingresos, así es posible con la música y la danza, la pintura facial y corporal, la elaboración de productos artesanales, etc.
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