Eso sirvió a Mao para sumergirse de nuevo en el pueblo, para analizar lo que estaba sucediendo, para entender por qué ocurría este fenómeno, para descubrir las nuevas características de la lucha de clases en las nuevas condiciones de China, y adelantar un análisis de esa situación para desarrollar una concepción también radicalmente nueva en la historia del pensamiento revolucionario: que con la toma del poder, con el desarrollo de la revolución socialista, no se acaban las clases sociales, ni desaparecen los intereses, las orientaciones y las políticas de las clases dominantes, aunque las clases dominantes mismas hayan sido eliminadas en lo fundamental a través de sus representantes y de sus miembros. O sea que Mao encontró que en China, aunque ya no había grandes capitalistas, ya no había grandes terratenientes, ya no había grandes propietarios de fábricas, no sólo seguían existiendo esas clases y seguían existiendo esos intereses de clase y esas políticas de clase, y ubicó en dónde seguían existiendo, y lo dijo con claridad y con nombres propios, con una de sus famosas frases: “ahora la burguesía anida entre nosotros, ahora está dentro del Partido, no fuera”; agregando: dentro del Partido, los seguidores del camino capitalista siguen su camino, aquellos que querían no una revolución para el pueblo sino la modernización de China y el desarrollo del capitalismo.
Para él resultaba claro que después de la toma del poder, en las condiciones de la dictadura que se implanta, los representantes de la burguesía se refugian en el interior del Partido; esas divergencias que se venían dando durante todos los años 50, esas contradicciones tenían una explicación, esa oposición al Gran Salto Adelante, esa oposición a las comunas populares y a otras medidas correspondía a los intereses de la burguesía, ahora representados por dirigentes del Partido Comunista y del Estado chino.
Además, usaban su posición para apoderarse directa o indirectamente de los recursos de los trabajadores chinos. ¿Cómo? Dirigiendo todo con prepotencia y según sus orientaciones, viviendo con grandes lujos y comodidades, apropiándose para ellos, para sus hijos, familiares y relacionados de las viviendas que se construían —así lo muestra una reciente película china—; llenando las universidades, los colegios y las escuelas con sus hijos y sus relacionados; fijándose sueldos exorbitantes en comparación con los de los trabajadores comunes y corrientes; obteniendo para ellos, por ejemplo, los pocos electrodomésticos que se lograban producir o introducir en China; manteniendo su orientación en el manejo de los asuntos del Estado, en la enseñanza en las universidades, en el desarrollo de la medicina, en la tecnificación; por ejemplo, ellos consideraban que lo que se necesitaba para poder participar en los procesos de tecnificación era ser experto, así se fuera un experto reaccionario.
También, desarrollando su propia línea burguesa y atacando las iniciativas populares, como la que se había dado en el campo para resolver los problemas de salud: los médicos descalzos, que eran campesinos comunes y corrientes que recibían una capacitación básica nuclear en medicina durante unos meses, y que llenaron el campo chino por centenares de miles, resolviendo los problemas de salud de la gente, y a quienes acusaban de estar haciendo daño porque no eran médicos formados en las universidades durante 5 años o más. Atacando el servicio médico cooperativo, mediante el cual, por una fracción de yuan, es decir, como si dijéramos aquí con unos pocos pesos, la gente tenía acceso a los servicios médicos, diciendo que eso desgastaba los recursos del Estado. Planteando que era erróneo que China se desarrollara siguiendo los principios que se habían planteado de tomar la agricultura como base y la industria como factor dirigente. Considerando que la gente era ignorante y no tenía porqué participar en la planificación de las actividades y la economía, que ésta tenía que venir desde arriba de parte de comités de planeación a nivel nacional integrados por expertos.
Proponiendo que se debía dar prioridad a la industria pesada para luego en un futuro desarrollar la industria ligera, cuando la línea revolucionaria consideraba que la industria ligera era fundamental para cambiar las condiciones de vida de la gente. Atacando la política de autosostenimiento, de apoyarse en los propios esfuerzos, asegurando que era tener una visión confuciana de un país encerrado sobre sí mismo y autosuficiente. Trastocando las relaciones correctas entre la industria y la agricultura y entre la ciudad y el campo. Y así para cada uno de los aspectos esenciales de la vida social en la China socialista.
Mao entendió, en ese período de relativo alejamiento, —pero alejamiento de la presidencia, no de lo que estaba sucediendo en China—, que todo esto no era otra cosa que una manifestación nueva, diferente, de la lucha de la burguesía, de los intereses de la burguesía y de la línea política burguesa para el desarrollo de China, contra el pueblo, contra los intereses y la línea política revolucionarios para construir el socialismo y sentar las bases para una sociedad comunista. Y elaboró y comenzó a desarrollar su propuesta para enfrentar este problema: la Gran Revolución Cultural Proletaria, que se inició con la crítica, por solicitud directa de Mao, del escritor Wu Han y del alcalde de Pekín, Peng Cheng, y la Cuadrilla Negra, a fines de 1965, y con la publicación, a comienzos de 1966, de un artículo de Chiang Ching sobre el trabajo artístico y literario en el Ejército.
El 16 de mayo, una Circular del Comité Central desencadena en forma abierta y con fuerza poderosa el torrente de la Revolución Cultural, que revienta incontenible, 10 días después, con el primer dazibao (cartel con grandes caracteres) marxista-leninista colocado en la Universidad de Pekín. Pero desde finales de mayo, los seguidores del camino capitalista contraatacan, enviando grupos de trabajo a empresas y universidades para desviar bajo su dirección las actividades de la Revolución Cultural. Mao sale de Pekín durante 50 días, dejando los asuntos del Partido en manos de Liu Shao-shi y Teng Xiao-ping, quienes aprovechan para tratar de hacer inocua la lucha de las masas, desenmascarándose como sus enemigos.
El 17 de julio, Mao regresa a Pekín y se coloca definitivamente al frente de la gran lucha, dirigiendo la reunión del Comité Central que elabora la “Declaración de 16 puntos” que señala con claridad los blancos de la nueva revolución. Uno de sus primeros efectos es la organización de los Guardias Rojos, que, como ya había ocurrido antes con los nuevos fenómenos revolucionarios, son atacados por los seguidores de Liu, Teng y Peng, acusados de cometer excesos. Mao no pierde un instante y sale en su apoyo, haciendo las cosas a su manera, al recibir a un millón de Guardias Rojos en la Plaza de Tien An Men el 18 de agosto y aparecer en lo alto de la tribuna con el brazalete de tres caracteres de esa organización prendido en su brazo izquierdo. Otras siete gigantescas concentraciones de al menos un millón de Guardias Rojos cada una se sucedieron a lo largo de dos semanas y Mao las recibió a todas. Los Guardias Rojos fueron la chispa que extendió a toda China el fuego de la Gran Revolución Cultural Proletaria.
Dos orientaciones presidían la enorme movilización del pueblo: libertad de reunión y de asociación de las masas, y las masas deben liberarse a sí mismas.
Los Guardias Rojos prenden la Revolución Cultural en las fábricas y empresas, en donde los trabajadores crean grupos de “rebeldes” y de “revolucionarios proletarios”.
En esa situación, en esa necesidad de enfrentarse contra el predominio de los intereses del sector que representa a la burguesía, ¿por qué Mao plantea el problema diciendo que es un problema de cultura, que lo que hay que hacer es una revolución en la cultura? Pero el fondo de su planteamiento se aprecia luego, cuando avanza esta revolución. Aunque muchos no entendían: ¿Pero, qué es eso de plantear que se está haciendo una Revolución Cultural Proletaria y, al mismo tiempo, se está tomando el poder en las ciudades y en los distritos, y se están creando Comités Revolucionarios para dirigir las comunas, para dirigir las empresas, para dirigir las instituciones del Estado, para dirigirlo todo? ¿Qué tipo de revolución cultural es ésta, si está desarrollándose en el campo de la política, en el campo de la economía, en el campo de los servicios sociales, etc., etc.?
Aquí encontramos de nuevo esa visión que ya dijimos viene de atrás en el campesinado chino, pero que es también la de la concepción marxista: la visión de la sociedad como una totalidad que no puede tratarse, manejarse, plantearse o revolucionarse tomando partes aisladas de ella, que no es posible, como se plantearía luego, hacer una revolución económica y política si no hay una revolución cultural, pero que tampoco puede haber revolución cultural si no hay revolución económica, política, etc. La Revolución Cultural parte entonces de ese embrión que se desarrolló en las Bases de Apoyo, que continuó creciendo en las Zonas Liberadas, que alcanzó auge en las Comunas Populares, y que ahora pretende trasformar por completo a toda China. En esta óptica, cultura significa civilización, forma de vida global de la sociedad.
La Revolución Cultural comienza, —y eso debe ser motivo de reflexión para nosotros—, en las universidades, y de ahí se extiende hasta cobijar todo el campo educativo. Recordemos que la revolución de Nueva Democracia, que comenzó en 1919, el 4 de mayo, es inicialmente también un levantamiento de los estudiantes; lo que nos lleva a preguntarnos por el papel que en un país como China, a lo largo de este siglo, han tenido los estudiantes, las instituciones educativas y los intelectuales. La Revolución Cultural se inicia en las universidades, es allí donde se plantea que hay que eliminar las ideas nocivas, que hay que romper con las viejas ideas. Luego se extiende a todos los niveles de la sociedad y a todo el país, y se cierran las universidades durante años, lo que no quiere decir que se deje de estudiar o que los estudiantes dejen de aprender.
Se plantea que los estudiantes deben ir al campo para estudiar, trabajar y aprender de los campesinos; pero no sólo los estudiantes, los profesores, los intelectuales, los dirigentes del Partido y del Estado, los dirigentes de las empresas, las autoridades de las ciudades y pueblos, todos deben ir a trabajar a las zonas rurales y a aprender de los campesinos.
También el campo del arte es objeto de la Revolución Cultural, pues en él continúan viviendo los personajes, ideas y orientaciones feudales y burgueses.
Y se empiezan a identificar en la vida cotidiana china cuáles son los elementos que constituyen campo abonado para el crecimiento del capitalismo. Por ejemplo, las diferencias salariales, que deben mantenerse porque es imposible eliminarlas por completo durante el socialismo, pero que se deben restringir y controlar para que no se desborden y reproduzcan el capitalismo.
Las formas de división del trabajo, —entre ellas, quiénes dirigen y quiénes trabajan—, que tampoco pueden ser eliminadas completamente, pero que sí pueden ser atacadas y modificadas. Por ejemplo, permitiendo el acceso a los Comités Revolucionarios, aquellos que lo dirigen todo, a los trabajadores y campesinos, pero también planteando que los miembros de estos comités deben dedicarse al trabajo productivo durante un cierto período del año.
La Revolución Cultural Proletaria, que comienza en 1965 y se extiende según algunos hasta el momento de la muerte de Mao y del derrocamiento de los seguidores de su línea, ocurrido en 1976, se enfrentó a la solución de problemas completamente inéditos y nuevos en la historia del mundo.
También enfrentó problemas de la concepción del mundo y de la teoría, por ejemplo el papel de la cultura en la vida social, el peso de la cultura y la superestructura sobre la economía y la política en la vida material y las relaciones entre ellas. La revolución rusa no hizo una revolución cultural; se pensaba en esa época que los cambios revolucionarios en el campo de la economía y de la política, que venían con la toma del poder, eran suficientes. Pero la experiencia de la revolución rusa y la experiencia de China mostraron que era necesario realizar, no una, sino muchas revoluciones culturales; sin ellas, inevitablemente y pese a los cambios económicos, pese a la eliminación de la propiedad privada de los medios de producción, pese a la eliminación física de los propietarios —física quiere decir que ya no existían—, inevitablemente, como había ocurrido en la Unión Soviética, se volvería al capitalismo.
Por eso, la Revolución Cultural Proletaria avanzó a la toma del poder en todo el país, en todas las Comunas, las fábricas, las empresas, los organismos dirigentes del Estado y del Partido, arrebatando el poder de manos de los seguidores del camino capitalista. En esta vía, la experiencia de la Comuna de Shanghai es de capital importancia.
A fines de 1966, los enemigos de la línea revolucionaria desplegaron una doble estrategia para enfrentar a los Guardias Rojos y a los Rebeldes; primero, los acusaron de graves desordenes; segundo, crearon grupos ultra revolucionarios para crear caos y enfrentamientos, cobijándose con la bandera roja de Mao Tse-tung y propiciando confusión. Pero esto llevó a una respuesta: la plena movilización de la clase obrera para definir la cuestión del poder, relegando a un segundo plano a los estudiantes. Esto desplazó el centro de la lucha de Pekín a Shanghai y a otras regiones industriales del norte.
En la segunda de estas ciudades, los obreros se organizaron en el Cuartel General de la Revuelta Revolucionaria de los Obreros y se aliaron con los Guardias Rojos para la lucha contra Liu Shao-shi y sus seguidores. Pero fueron enfrentados a través de una corriente economicista que buscaba desmovilizarlos concediéndoles una serie de incentivos materiales, al tiempo que se propiciaban paros en sectores importantes de la economía, como los puertos y los ferrocarriles, por ejemplo, corriente que también se extendió al campo, afectando la producción en forma considerable. Los obreros revolucionarios se lanzaron a la lucha y tomaron el poder en sus manos, con el apoyo de los organismos centrales del Partido y el Estado, creando la Comuna de Shanghai, embrión de comunismo, con el proletariado dirigiendo todo a través de los Comités Revolucionarios, después de destituir a los cuadros dirigentes.
Pero el desarrollo espontáneo de este movimiento, atizado por los enemigos de la línea de Mao, llevó una atomización de las organizaciones que tomaban el poder cada una en un nivel muy reducido y a ir prescindiendo de la dirección del Partido Comunista, por lo cual, los dirigentes de la Revolución Cultural desencadenaron una campaña orientada a crear una Gran Alianza entre las fuerzas revolucionarias para ejercer el poder con algún grado de centralización, a restringir el traspaso del poder de acuerdo con las condiciones de cada lugar y al desarrollo alcanzado en cada uno por la Revolución Cultural, y a incorporar de nuevo a la dirección a los cuadros buenos y relativamente buenos, a través de los llamados Comités de Triple Integración Revolucionaria.
Pero no bastó con las incitaciones para conseguirlo, por lo cual intervino el Ejército Popular de Liberación. Este vino a las Comunas cuya trabajo había sido desorganizado, y también entró a las fábricas y demás empresas, en apoyo de la izquierda y de la producción. Los Comités de Triple Integración se conformaron con un tercio de integrantes de las masas de la entidad respectiva, un tercio de cuadros leales a la línea de Mao y un tercio de miembros del EPL, lo cual difería de la Comuna, integrada en su totalidad por representantes del pueblo.
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