Luis Guillermo Vasco   Luis Guillermo Vasco
 

SEMINARIO PERMANENTE INTERDISCIPLINARIO DE ETNOEDUCACION
Ministerio de Educación Nacional
Universidad Nacional de Colombia

6. DESCRIPCIÓN GENERAL DE LAS ESCUELAS

a. Simunurwa

El lugar de ubicación de la escuela es también el del Puesto de Salud, la Oficina del Cabildo y la residencia del mamu; juntos forman una especie de centro de la parcialidad.

La planta física está formada por una parte antigua y otra reciente. La parte antigua consta de dos edificaciones, cada una de ellas con dos salones; tres salones se usan para clases y el otro como archivo y depósito. El PNR construyó recientemente otro salón en cemento y con teja de zinc, que se emplea para las clases del segundo nivel. Una casa pequeña con techo de paja sirve como depósito de alimentos para el comedor escolar del ICBF y otra similar como cocina. La escuela cuenta con otras tres construcciones, una de cemento y zinc y dos de paja, para la vivienda del profesor, que tiene, además, su huerta particular. Complementan la escuela, un patio central en tierra, una espaciosa cancha de fútbol y la huerta escolar. Anteriormente, la escuela tuvo otras ubicaciones, incluso en el Centro de Capacitación.

Cuenta con la básica primaria, en cinco niveles que atienden cuatro profesores: dos iku bilingües, bachilleres del colegio de Nabusímake, y dos mestizos que no hablan la lengua. Los dos iku y uno de los mestizos son hombres; este último entiende algo la lengua y ha establecido con los niños una relación de mutuo aprendizaje que le permite irla aprendiendo mientras los niños desarrollan el castellano. Los profesores mestizos, uno de ellos originario de la Sierra y que vive en la escuela, estudian actualmente Básica Primaria a distancia en la Universidad San Buenaventura.

El primer nivel cuenta con 20 niños y niñas entre 5 y 9 años de edad; está a cargo del profesor mestizo. En el segundo nivel hay 17 niños y niñas de 7 a 12 años de edad, a cargo de la profesora mestiza, quien habita en Pueblo Bello. El tercer nivel está conformado por 33 alumnos y alumnas entre 8 y 15 años y su profesor es uno de los iku que vive en la parcialidad. El cuarto y quinto nivel están a cargo del otro profesor iku, y cuenta con 16 alumnos entre 12 y 17 años. Para un total de 86 alumnos de ambos sexos.

La escuela funciona de lunes a viernes con un horario de 8 a. m. a 3 p. m. Y con una visión de trabajo integral que agrupa la docencia de las diferentes áreas. Se rige, como todas las escuelas, por un currículo elaborado por un equipo integrado por misioneras de USEMI y estudiantes iku hace cerca de una década.

Existe hace más de 30 años y funcionó durante mucho tiempo con monjas españolas, bajo la dirección de los capuchinos. Luego tuvo maestros mestizos, hasta hace cinco años en que se cerró por un conflicto entre los maestros y la comunidad. Duró cerrada dos años y se reabrió hace tres, con maestros de la comunidad. En 1994 llegaron los dos maestros mestizos.

Se orienta por el criterio de que quedarse en un sólo nivel es anquilosarse y que cada maestro debe ir subiendo con sus alumnos hasta terminar la primaria. Por eso, pese a las recomendaciones de los lineamientos de etnoeducación, en este momento los maestros bilingües están encargados de los niveles superiores y no de los inferiores.

La jornada diaria comienza a las 8 con la formación en filas separadas por niveles y sexos. Cada maestro corre lista a su curso; los únicos que la responden en iku son los de primer nivel. Luego los niños entregan la leña y la comida que deben traer todos los días y pasan a sus respectivos salones, para recibir clase durante dos horas y media. Entre 10 y 10:30 hay un descanso para tomar una colada de bienestarina y las clases se reanudan a las 11. A las 12 se sale a almorzar, para reanudar la jornada a la 1 p. m. y hasta las 3. En los descansos, los niños conversan y, sobre todo, juegan fútbol; las niñas van al río y/o tejen sus mochilas. Los viernes están destinados a que los niños trabajen en la huerta escolar y las niñas se dediquen al aprendizaje de los tejidos.

Pero estos horarios son muy elásticos. En invierno, cuando comienza a llover hacia el mediodía, el ruido del agua en los techos de zinc impide dictar clases; entonces, se deja salir a los alumnos más temprano. En época normal, es posible que el descanso de media mañana se demore mucho en comenzar o que se prolongue hasta casi una hora.

Administrativamente, la escuela depende de la Secretaría de Educación del César, con sede en Valledupar. Allí mismo, el FER paga a los maestros cada mes. Existen dos veedores de la comunidad, que muy poco intervienen. Las madres de familia se turnan para elaborar la comida.

Conviven en la escuela alumnos tradicionales y alumnos evangélicos, gracias al manejo adecuado que se ha dado en forma reciente a esta contradicción, pero hubo un momento en que los evangélicos buscaron tener una escuela para ellos solos. De todos modos, no deja de haber discriminación entre los alumnos por esta causa, la cual refleja los conflictos religiosos y de otro tipo que se dan en el seno de la parcialidad por la cercanía e influencia de Pueblo Bello.

La escuela como tal participa en ocasiones en los trabajos tradicionales que realizan los mamu, a lo cual se niegan los niños y padres de familia evangélicos. Los dos maestros mestizos tampoco lo hacen.

b. Zikuta

La escuela data de 1975 y se encuentra en las cercanías del centro administrativo de la parcialidad, en el cual se encuentran el centro de salud, la oficina de la Comisaría, las instalaciones del Cabildo con sus respectivas dependencias (cocina, depósito, casa de reuniones, cárcel, etc.), y del cual hizo parte en el pasado.

La actual planta física fue construida en 1989 por Corpocesar y consta de dos edificaciones, una con tres salones, dos de los cuales son aulas, una para primero y segundo nivel y otra para tercero y quinto (en 1994 no hubo cuarto nivel), y el otro la oficina de la dirección, que es a la vez depósito de materiales didácticos y biblioteca. La otra es la casa para el maestro, que tiene su respectiva cocina, sala y baño y que no está ocupada en este momento, por lo cual la usan los alumnos de tercer nivel para sus actividades colectivas. Estas construcciones son de cemento y tienen techo de zinc y poca iluminación y aireación. Hay otras dos edificaciones, que son de tipo tradicional con techo de paja, una de ellas es la antigua cocina, la otra es una cocina nueva aún sin bautizar. Hay otra pequeña construcción para los baños, que no se utilizan sino para jugar. Y una pequeña huerta escolar con instalaciones para riego. El espacio de la escuela es pequeño y está encerrado entre el camino y una colina, en la cual se siembra caña de azúcar.

Está organizada como básica primaria y cuenta con dos profesoras para cubrir los cuatro niveles que funcionaron en 1994. En la actualidad se busca vincular otro maestro. Una de las profesoras es de la región y se considera indígena iku; es bilingüe y realiza una carrera universitaria a distancia. La otra es mestiza, monolingüe en castellano y no es de la región.

Esta escuela se creó para resolver los problemas que se derivaban de la lejanía de las escuelas de Jewrwa y Simunurwa, a las cuales iban los niños de esta parcialidad.

En 1994, la escuela tuvo 50 alumnos, distribuidos así: 10 niños y 8 niñas en primer nivel, 7 niños y 7 niñas en el segundo, 7 niños y 3 niñas en tercero y 2 niños y 6 niñas en quinto. Este número de alumnos representa sólo un 37,8% de la población en edad escolar.

La jornada se extiende de 8 a. m. a 2 p. m., con descansos ocasionales de 5 a 10 minutos cuando el cansancio y falta de atención de los alumnos los requieren. Los padres de familia no desean que haya descansos largos porque se pierde el tiempo jugando. Entre 12 y 12:30 hay una pausa para el almuerzo de alumnos y profesores con el programa de comedor escolar. Sin embargo, en la época de este trabajo, había que llevar el almuerzo desde la casa pues se había terminado la remesa. Hay un Comité de Disciplina que se encarga de controlar la hora de llegada. Hay formación para comenzar, niños y niñas separados y frente a frente.

No hay clases de religión porque se dice que ellos tienen su propia religión, pero se respeta la Semana Santa porque las profesoras son católicas; ni de educación física porque está prohibida para las niñas. Los viernes hay “trabajo tradicional”: las niñas tejen y los niños trabajan en la huerta.

La escuela depende administrativamente de Valledupar y allí se paga a los maestros. El Comité de Educación es el encargado de la orientación académica; la docencia se guía en todo por el programa elaborado por USEMI. Hay una estrecha atención de las autoridades de la parcialidad sobre la escuela y sus actividades, pero no sobre los contenidos y orientaciones de la enseñanza. Hay un comité de dos miembros de la comunidad encargado de hacer la tutoría de la escuela. La comunidad se reúne al finalizar el año escolar para evaluar el trabajo del año. Una de las principales preocupaciones recae sobre la puntualidad de las profesoras, quienes deben llevar un diario de asistencia y firmar la hora de entrada.

Durante 1981 y 1982, las actividades escolares se suspendieron a causa de diversos problemas, para reanudarse en 1983.

c. Jewrwa

Jewrwa es el centro de la parcialidad de La Caja, en el departamento del Cesar, del cual depende administrativamente.

La escuela está ubicada en uno de los terrenos comunales, contigua a la “oficina”, que comprende: Cabildo, Inspección de Policía, cárcel y cocina, puesto de salud, cancha de fútbol, estanque para cría de peces, huerta escolar y kankurwa.

Sus edificaciones se encuentran a ambos lados del camino principal y están constituidas por cinco salones de clase (que se encuentran en dos construcciones, una a cada lado del camino), dirección, biblioteca, tienda escolar, comedor, tres baños, casa para el profesor y cancha de baloncesto.

La educación escolar aquí data de hace más de 30 años, cuando Acción Cultural Popular la impulsó, y se desarrolló en varios locales hasta concentrarse en el actual. Durante una época estuvo dirigida por españolas y funcionó en diversos locales escolares hasta llegar al presente, dedicándose sobre todo a enseñar a leer y a escribir y oficios domésticos. A causa de graves problemas estuvo cerrada en 1992, para reabrirse en 1993, fecha desde la cual ha venido trabajando con la actual planta de profesores, integrada por cinco maestros, dos hombres y tres mujeres. De ellos, cuatro se consideran indígenas, aunque dos de ellos no conocen el iku; la otra profesora no es de la región. El profesor bilingüe es el encargado de los cursos de lengua iku en la escuela. Este mismo, junto con la profesora directora, que estudia administración educativa a distancia, tienen a su cargo los dos primeros niveles escolares: aprestamiento y primero.

En 1994, la escuela tenía desde aprestamiento hasta cuarto de primaria. En aprestamiento había 38 alumnos. En primero, a cargo el profesor bilingüe, había 29 alumnos, 6 de los cuales fueron bajados a aprestamiento por el Comité de Educación. Entre el primer nivel y el tercero, las unidades integradas tienen año y medio de duración. Hay 14 alumnos en segundo, 9 en tercero y 7 en cuarto.

Regularmente, los miembros de la escuela deben participar en los trabajos tradicionales efectuados por el mamu, pero en 1994 se han dado conflictos pues dos de los profesores no han querido participar en ellos. Algunos padres de familia no dejan que sus hijos asistan al trabajo tradicional de la escuela con el argumento de que ellos “tienen mamu propio”.

La jornada escolar se inicia a las 8 a. m. y termina a las 2:45 p. m. Pero durante el invierno llueve después de mediodía y los salones se llenan de agua; además, hay niños que viven muy lejos; por ambas razones, los niños pueden irse después del almuerzo.

Al toque de la campana, los niños hacen formación en filas separadas por niveles y por sexos y ordenados de menor a mayor estatura, no se corre lista ni hay rezo. Luego deben ir a la cocina a entregar la leña y los alimentos que han traído, según el compromiso que contrajo cada uno el día anterior; esto es especialmente cierto en los días en que escasea la remesa aportada por el ICBF. Luego cada curso va al salón y se pregunta quién falta y por qué.

A las 10:30 se suspenden las clases para que los niños reciban un refrigerio: colada, jugo de naranja o agua de panela; luego de tomarlo, los niños van a jugar fútbol y las niñas baloncesto. O juegan otros juegos. A las 11 a. m. se regresa a las clases hasta las 12:15, hora en que se sale a almorzar. Luego hay recreo hasta la 1:15. Se hace fila de nuevo y allí se hablan los problemas que pueda haber y se hace el compromiso de traer alimentación para el día siguiente.

Para la alimentación, los padres deben llevar una carga de bastimento y dos de leña. Se paga un sueldo mensual a la persona encargada de las labores de la cocina.

El aseo se hace por grupos asignados para cada semana, aunque el aseo de los baños se asigna a los niños como castigo. Hay una tienda escolar. Y una huerta, a la cual se da poca atención.

d. Nabusimake (El Pueblito)

Está ubicada en el recinto amurallado de Nabusímake, lugar de carácter religioso y de autoridad, y está, por lo tanto, sometida a una serie de restricciones, en especial en lo que tiene que ver con el juego de los niños. Por ello, se ha pensado en trasladarla a La Rana, donde era el antiguo hotel de turismo.

La planta física la conforman cinco edificaciones y una casa para habitación de una de las maestras, en la cual se encuentra la biblioteca comunitaria. Una de ellas es la antigua iglesia, con piso de tierra; a los estudiantes les gusta trabajar en ella con puerta y ventanas cerradas. En otra hay un salón y el depósito de alimentos; queda al pie de la oficina de Telecom, lo cual es motivo de distracción. En la tercera hay dos salones, en uno de los cuales, tras el tablero, se encuentra la biblioteca y el depósito de materiales didácticos. La cuarta es la cocina, que está bien equipada. La quinta se ocupa como depósito de materiales diversos, tanto para la escuela como para la comunidad.

Los documentos de archivo muestran que a mediados del siglo pasado ya esta escuela se encontraba en funcionamiento y dependía directamente de Valledupar, de donde llegaban todas las instrucciones para sus actividades; desde la llegada de los capuchinos, quedó bajo su control. En 1982 se cerró durante dos años, para reabrirse en 1984.

Esta escuela cuenta (en 1994) con los niveles segundo a quinto, a cargo de 4 profesores; de ellos, 3 son mujeres y 1 hombre. Una de las profesoras estudia Sociales en Valledupar; otra, Administración Educativa. En total se cuenta con 29 alumnos. Así: 6 en segundo nivel, 11 en tercero, 9 en cuarto y 3 en quinto. Cada profesor recibe un grupo de alumnos cuando ingresan a la escuela y avanza con ellos hasta terminar quinto. Una de las profesoras maneja bien el ikun, otra lo habla pero no en su totalidad, la otra profesora y el profesor entienden algo. Las clases de tercero a quinto nivel se dictan casi totalmente en español, en segundo se usa bastante el ikun.

Depende de la Secretaría de Educación de Valledupar y los maestros son pagados por el FER. La disciplina es rotatoria entre los profesores; a cada uno le corresponde una semana. Las madres de familia se turnan el trabajo de la cocina, en grupos de a dos. Y reciben allí los alimentos como una forma de retribución.

Trabajan con el currículo elaborado por Unión de Seglares Misioneros y con el criterio de agotar las unidades correspondientes al nivel, aunque tengan que prolongar las clases hasta el año siguiente.

A las 8 a. m. se inicia la jornada escolar. Se toca la campana, se abre la cocina y los niños forman por niveles, ingresan a la cocina para entregar el bastimento, se corre lista y a veces reciben consejos e indicaciones. Se cuenta cuántos vinieron y de acuerdo con ello se sacan los alimentos para preparar las comidas. Luego van a los salones y juegan mientras comienzan las clases, que duran hasta las 10, hora en que hacen fila para recibir la colada; luego lavan la taza y cada uno trae en ella agua que echa en un balde. Cuando hay maíz, se envía a un grupo de niños a traer mazorcas desde la huerta; son unos 20 y cada uno debe traer dos mazorcas. Se reinician las clases hasta la 1 p. m., cuando tocan la campana para almorzar. Después, van a hacer el aseo por turnos y salen hacia sus casas.

Las clases de la tarde su suprimieron ante las quejas de los padres porque sus hijos no estaban en la casa en todo el día.

Pese a que se dice que el objetivo de la educación es reforzar la tradición, hay profesores que consideran que la participación en el trabajo tradicional hace perder mucho tiempo de estudio. De todos modos, la participación en los trabajos tradicionales es alta y frecuente. Se colocan pocas tareas para que los alumnos puedan ayudar con los trabajos de su casa.

En las clases de estética se enseñan los trabajos “artesanales” por parte de padres de familia que los saben hacer. Pero en 1994, se suspendieron porque los padres no volvieron, sin que se supiera por qué ni se hiciera algo para reanudarlas.

e. Gunseyteynarunmun

La región es sitio de frontera entre la influencia del César y el Magdalena y, por tanto, lugar de cruce de mucha gente. Esta circunstancia también motiva para que un buen número de los padres de familia esté ausente con frecuencia de sus hogares, quedando las madres o los hijos mayores a cargo. La escuela y los maestros dependen de ambos lugares. Así, el César paga a uno de ellos y el Magdalena al otro. Así mismo, la planta física ha sido construida por ambos lugares.

La parcialidad es pequeña y está conformada sobre las tierras de una antigua finca de los capuchinos; la constituyen tan sólo 8 familias residentes; otras tres tienen propiedad aquí pero residen en Nabusímake y se las tiene en cuenta e invita a las actividades. La dirección corresponde a dos representantes de la autoridad de Nabusímake y un representante del mamu Kuncha. En lo organizativo, hay una doble relación, por una parte con la Confederación Indígena Tayrona y por la otra con Gonawindúa Tayrona, lo cual es fuente de conflictos.

Luego de la salida de los capuchinos, la casa fue ocupada por miembros de la comunidad. Hace cinco años se la dedicó para la escuela.

La escuela cuenta con dos maestros, ambos bilingües, un hombre y una mujer. El hombre es un joven tradicional de la propia comunidad, que ha participado en cursos de profesionalización. La profesora estudia Administración Educativa a distancia. Ambos tienen a cargo los cuatro niveles desde aprestamiento hasta quinto, pero no había primero ni tercero en 1994.

En aprestamiento hay 3 niños, uno de nueve años pero que no sabe castellano; en segundo hay 10 niños; el cuarto está integrado por 5 niñas y el quinto por 4 niños y 1 niña.

La planta física incluye dos cocinas, una nueva, de estilo tradicional, que se usa para los niños, y otra antigua, que emplea la profesora, que reside en la escuela. Un aula de cemento y techo de zinc (que no permite hacer clases cuando llueve), con baños similares que no han podido usarse por problemas de instalación del agua. Y otra edificación antigua, que era la casa de la finca de los capuchinos, con dos salones (uno de ellos agregado hace poco en parte del corredor), el depósito de material didáctico, que sirve también de biblioteca, el depósito de alimentos y la habitación de la profesora.

Se cuenta con buen espacio alrededor de la escuela y con una huerta que es trabajada por los alumnos y cuyos productos se emplean para la propia alimentación escolar, en especial cuando el ICBF incumple con el envío de la remesa.

Las labores de la cocina corren a cargo de las madres de familia, que se turnan semanalmente para tal efecto.

Los niños van llegando poco a poco y entregan en la cocina la leña y el bastimento que han llevado para preparar los alimentos, bajo la supervisión del encargado de la disciplina (los alumnos se la turnan cada semana y todos, aún los más pequeños, deben asumir esta tarea cuando les corresponde). La jornada escolar comienza a las 8 de la mañana, cuando se toca la campana y los alumnos se forman de menor a mayor en dos filas, niños y niñas por aparte. El encargado de la disciplina dirige una breve oración y luego todos pasan al salón de segundo. Allí, uno de los mayores corre lista, los profesores dan alguna indicación, si es el caso, luego de lo cual cada quien va a su respectivo salón para dar inicio a las clases.

A las 10 a. m., la campana (que toca el alumno encargado de la disciplina) da la señal para terminar el primer bloque de clases y salir a tomar la colada; después, hay un pequeño recreo, en el que los alumnos pueden bañarse en el río, los niños juegan al fútbol y las niñas conversan o tejen mochila. A las 10:30, y a veces casi a las 11, comienza el segundo bloque de clases, que dura hasta las 12, cuando la campana indica la salida para el almuerzo, después del cual hay recreo hasta la 1 (recreo que a veces se prolonga). El último bloque de clases termina a las tres y los niños se encargan del aseo en grupos que se turnan, bajo la supervisión del encargado de la disciplina, quien además se preocupa que los otros alumnos regresen a sus casas.

Los viernes cambia la rutina, pues hay clase de estética y trabajos colectivos; se trabaja en la huerta, en la elaboración del maguey, en las acequias, mientras las niñas se ocupan de sus tejidos. Ese día, el aseo es hecho por todos y no por un grupo determinado.

f. Observaciones

De la anterior descripción es posible extraer algunas observaciones muy generales, que pueden indicar acciones para mejorar la situación.

La primera de ellas hace referencia a la planta física de la mayor parte de los establecimientos educativos, la cual aparece como inadecuada a las condiciones de la región y de la cultura. La construcción en cemento y techo de zinc, como ya vimos, impide la realización de las clases cuando llueve, a causa del ruido provocado por la lluvia sobre el techo; por esta razón, en invierno se acostumbra suspender la jornada escolar después de almuerzo, aunque si llueve en la mañana, hay que suspender la clase hasta que escampa. Así mismo, se trata de aulas en las cuales hace mucho calor cuando hay sol fuerte, lo cual se acentúa por las deficientes condiciones de ventilación.

En Nabusímake, las aulas tienen una mayor adecuación a la arquitectura propia y las costumbres. Su problema está en la ubicación en el pueblito ceremonial, centro de autoridad y de flujo de visitantes, lo cual es causa de frecuentes distracciones y recorta las posibilidades de los niños, en especial en relación con los juegos.

En algunas escuelas, las aulas tienen iluminación muy deficiente, aunque esto puede no ser un problema desde el punto de vista de la cultura iku, pues en algunos sitios, como en Simunurwa y Nabusímake, los mismos estudiantes prefieren trabajar con las ventanas y las puertas cerradas, en la semi-oscuridad.

La dotación no siempre es suficiente en cuanto a sillas, pupitres o mesas, pero ésta, al ser homogénea, no es adecuada para los niños más pequeños, en especial para los de aprestamiento y primer nivel. Los materiales didácticos son muy escasos y en algunas escuelas no alcanzan para todos los niños.

En general, hay problemas con el manejo general de los espacios escolares y las áreas aledañas. Los maestros casi se circunscriben al trabajo en las aulas, sin que programen suficientes actividades fuera de ellas y, cuando lo hacen por indicación del currículo vigente, éstas son de corta duración y con una importancia marginal. Muy pocos maestros toman la iniciativa en este campo.

El perfil del maestro para la etnoeducación está relativamente claro en todas partes, pero se aplica en un porcentaje demasiado bajo, casi que ocasional. En la práctica no prima el concepto de que el maestro debe ser bilingüe y conocedor amplio de su propia cultura, sino que se busca a personas que hayan avanzado en la educación occidental, generalmente estudiadas por fuera o con los capuchinos, aunque no sean iku ni conozcan la lengua o la cultura iku. Por esta razón, en casi todas las escuelas los maestros hablan casi exclusivamente en castellano y las clases se dictan en esta lengua, en especial en los niveles superiores, aunque casi siempre los alumnos hablan entre sí en iku.

Vale la pena mencionar que en otras sociedades indígenas, el inicio de los procesos de educación propia implicó la designación de decenas de maestros salidos de las propias comunidades, aunque no fueran siquiera bachilleres, a los cuales se fue capacitando en la práctica y con cursos de capacitación y profesionalización. Para poner en práctica algo así hay que tomar en manos de la comunidad la selección de los maestros y acompañarlos en forma permanente. Escoger entre los bachilleres del CIED y aún entre los egresados de las escuelas ofrece una posibilidad. Ya existe la experiencia con bachilleres en Simunurwa y con un egresado escolar en Gunseyteynarunmun, experiencias que habría que evaluar a fondo y a las cuales les falta asesoría y acompañamiento.

Varios de los maestros actuales han participado en cursos de profesionalización, pero es muy poco lo que los resultados de éstos se perciben en su actividad, sea en los contenidos curriculares o en las pedagogías correspondientes. Cosa semejante sucede con aquellos maestros que están cursando estudios universitarios, aunque hay casos excepcionales en los cuales existe una reflexión crítica de lo que aprenden, a la luz de la experiencia de sus escuelas.

En algunas lugares el número de maestros no es suficiente y algunos de ellos deben atender en forma simultánea varios niveles, situación antipedagógica y que exige demasiado esfuerzo de parte de estos profesores. Para los alumnos, ello implica en la práctica una reducción real de la duración de su jornada escolar.

La organización de la jornada escolar es homogénea para todos los niveles, lo que no parece consultar las necesidades y condiciones de los niños más pequeños, que necesitan movilidad física y cambios en los focos de atención y tipos de actividad.

Muchos alumnos, al llegar a la escuela en la mañana, ya han cumplido una intensa jornada de trabajo en sus casas, en especial las niñas, algunas de las cuales deben levantarse desde las 3 a. m. a preparar alimentos, lavar ropa, etc. Al regreso en la tarde, nuevamente deben emprender otra jornada de trabajo. Esta circunstancia no siempre se tiene en cuenta al organizar el trabajo escolar, aunque algunas escuelas, como la de Nabusímake procurar dejar más tiempo para que los alumnos estén en sus casas.

Los deportes y los juegos constituyen un problema en algunas escuelas, bien porque producen conflictos entre los estudiantes, bien porque los padres de familia se oponen, como ocurre en Prosperidad, en donde se quiere ampliar la huerta cultivando en la cancha de fútbol. Pero, excepto en Jewrwa, las niñas no practican todavía deportes en la escuela, sino que dedican sus descansos al tejido. En una ética basada en el trabajo arduo, es claro que los juegos son considerados como una pérdida de tiempo, además de que estimulan la competencia.
 
 
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