Luis Guillermo Vasco   Luis Guillermo Vasco
 

PRÁCTICAS DE INTERVENCIÓN DEL CUERPO EN SOCIEDADES INDÍGENAS ACTUALES DE COLOMBIA
Informe final de "Recolección de información bibliográfica como Asesoría a la exposición temporal del Museo del Oro: CUERPOS PREHISPÁNICOS"

PIJAO

Julio Cesar Cubillos Ch.: “Apuntes para el estudio de la cultura pijao”. En Boletín de Arqueología. Órgano del Servicio Arqueológico Nacional, Ministerio de Educación, Extensión Cultural, No. 1, Bogotá, Enero–Marzo de 1946, pp. 47–84.

Los pijao tenían un gusto exquisito para adornar sus cuerpos poniendo especial atención en este arreglo cuando habían de tener un encuentro guerrero. Usaban objetos de materiales vegetales, animales y minerales.

Las excavaciones efectuadas en Rioblanco, nos dieron un saldo de objetos de adorno corporal que nos permite conocer en parte los materiales empleados en su confección. En oro, y aleaciones de oro y cobre, los objetos hallados son: narigueras, de tres tipos: en argolla maciza, a modo de medias lunas planas, y tubulares en argollas, destacándose el primer tipo por su variedad de tamaño, su pureza y mayor porcentaje en oro; grandes pectorales, que presentan figuras antropozoomorfas; pendientes zoomorfas; cuentas de collar ovoidales, tubulares, de placa retorcida y representaciones antropozoomorfas y zoomorfas; pinzas depiladoras usadas para el maquillaje y a la vez como pendientes de adorno, según se concluye por los agujeros que presentan en la parte superior; topus de cabeza zoomorfa, de los cuales solamente se encontró uno muy deteriorado y con predominio absoluto de cobre en la aleación; este objeto a modo de alfiler servía a los indígenas para apuntar sus mantas o pieles.

En materiales vegetales se encontraron collares de pequeñas cuantas tubulares hechas de resinas aromatizantes, según el análisis verificado por el Doctor Estanislao Acosta, técnico del Instituto Etnológico Nacional. Estas cuentas se encontraron frecuentemente asociadas con cuentas de oro. El hecho de que su aroma después de muchos años de enterramiento todavía se conserve, nos indica que este pueblo tenía un gran sentido del confort puesto que buscaba por medio de estas resinas el perfumar sus cuerpos. No sabemos si el uso fue general a todos los indígenas o únicamente para personajes de alto rango […]. Comparando este tipo de collar, con la colección de objetos pijao recogidos por el investigador Reichel, en otros lugares de la hoya del río Saldaña, hemos encontrado que existe similitud en cuanto a material y morfología. También el investigador Milciades Chávez en su reciente visita a las tribus Kofán, Ingano y Siona, localizadas en la Comisaría del Putumayo, coleccionó entre estos otros grupos indígenas actuales, algunos collares de resinas, frutos o semillas que tienen la propiedad de ser aromatizantes. Esta costumbre parece que ha sido muy generalizada entre las tribus indígenas de Colombia y demás países tropicales.

Los cronistas nos mencionan algunos objetos además de los anotados anteriormente, que estos indígenas usaban para adornarse. Para sus fiestas y batallas solían usar sin especificación mantas o especies de sacos de plumas de variados colores y vistosidad, y nos dicen de una “…que la tenía allí guardada para salir con ella de gala en sus pelas y mayores fiestas y para ellas también tenían bizarras y curiosas libreas de plumería de varios y agradables colores…” (Pedro Simón: “Noticias Historiales de las Conquistas de Tierra Firme en las Indias Occidentales”, Casa Editora Medardo Rivas, Bogotá, Tomo V, No. 7, 1882–1892, p. 283) usaban para estos acontecimientos máscaras, las que hacían de las pieles desolladas de las caras de sus enemigos vencidos. De sus enemigos también coleccionaban sus dientes y muelas para fabricar collares, los cuales ostentaban en sus fiestas, a la vez que como adorno, también como trofeo y signo de valor en sus hazañas guerreras.

Se pintaban el cuerpo de preferencia cuando salían a sus guerras, a veces cubriéndolo todo con una materia vegetal colorante llamada bija o achiote que les daba aspecto feroz y un olor especial […]. Este mismo material, a veces lo usaban para pintarse el rostro en combinación con una sustancia amarilla aplicándolo en rayas; los conquistadores hallaron “… doce idolillos de madera embijados y pintados las caras con unas listas de amarillo y colocado al modo que suelen salir los indios a la guerra” (Simón, op. cit., p. 286).

En relación con las ligaduras que usaban las tribus karib para deformar los tejidos musculares tanto en brazos como en piernas, los cronistas no hacen mención, pero creemos posible tal uso entre los indígenas pijao. También ciertos objetos de adorno como penachos de plumas para la cabeza y el color negro para la pintura corporal y de los dientes que usaban sus vecinos del norte, de la misma familia karib, los Panche, creemos fueron usados entre los grupos indígenas de que tratamos. P. 57 y ss.

Los casamientos se hacían con mucha facilidad, siempre que la mujer estuviera sana de una herida que le producían al cortar el clítoris. Parece que este rito tuvo una finalidad de iniciación en la vida de mujer apta. Generalmente esta operación se realizaba en los primeros días de nacida la criatura, “…a los ocho días o diez ansi como nacen les cortan con unas cañas o piedras ciertas partes de carne que el miembro abajo mujeril tiene, y lo que les cortan lo secan y hacen polvos, con los cuales después les refriegan la herida para que se consuma y seque la otra parte que queda o pueda crecer, pero no crezca y quede igual…” (Pedro de Aguado, p. 415).

Costumbres como la de trasquilarse las mujeres cuando parían eran típicas para los pijao; usaban un bonete de hojas de palma en la cabeza después de cortado el pelo. P. 67

Entre los pijao existió la magia participativa, [y] la ingestión de carnes de los jefes valientes muertos en las batallas para adquirir las cualidades de estos; […] además guardaban parte de animales con el mismo objeto: Una vez “Entrando en las cosillas de los indios, entre el rancheo de algunas hachas y machetes, hallaron muchos calabacillos, unos con pelos de león y tigre, otros con pelos de mona, y otros con plumas de águilas y gavilanes, que declarando estas supersticiones el indio don Baltasar, decía que traían los pelos de león para que los hiciese valientes, los de mona trepadores, las plumas de águila y gavilán para que los hiciese ligeros. P. 70

Entre los pijao era costumbre la deformación craneana; los datos de los cronistas aseveran este hecho entre ellos. Ésta tenía su fundamento en el aspecto feroz que imprimía al individuo. Tal costumbre, parece que se extendió a la mayoría de las tribus Karib, constituyendo así uno de sus elementos culturales característicos. Hablando de los Pijao el cronista nos dice: “…porque en lo que mas cuidado ponen en naciendo los niños es en entablarles la cabeza con dos tablillas, una en el colodrillo y otra en la frente, con que quedan chatos por ambas partes y la cabeza levantada y disformidable…” (Simón, op. cit., tomo IV, p. 156).

Según los datos del investigador Pineda que en el año de 1943 visitó las parcialidades indígenas de los municipios de Ortega y Coyaima, observó que existe todavía entre esos descendientes de los Pijao la deformación craneana de tipo anular, provocada por un gorro que se aplica en la cabeza a los niños generalmente a los tres meses de nacidos. P. 72

El canibalismo de los Pijao llegaba hasta el extremo de desenterrar a los muertos para comérselos, después de algunos días de enterrados y ya en estado de descomposición.

Uno de los sistemas de preparar la carne consistía en cocinarla con maíz en ollas grandes. Otro sistema era disponer los cuerpos sobre barbacoas donde se asaban, y volteando el cuerpo según se necesitara; otro método que presentaba una práctica ritual, porque eran indispensables la borrachera, y que el cuerpo del sacrificado estuviera vivo, consistía en introducirle dos estacas por el ano, las cuales salían por las espaldas, y así los ponían al fuego para asarlos y después comérselos. Acostumbraban también el engorde de prisioneros, costumbre que estuvo asociada al caza de seres humanos para engordarlos y comérselos. P. 75

Manuel Lucena Salmoral: “Datos antropológicos sobre los pijao”. En: Revista Colombiana de Antropología, vol. XII, Bogotá, 1963, pp. 357-387.

Los cronistas coinciden en que los pijaos practicaban la deformación craneana mediante el entablillado de la cabeza “con dos tablillas, una en el colodrillo y otra en la frente”. Es decir, una deformación tabular oblicua. P. 363

También se daba al dorso de la nariz una forma alargada y cóncava, quebrando y estirando la nariz de los niños. P. 364

Igualmente se comprimían brazos y piernas de las púberes con el uso de vueltas de cuerdas apretadas. Se dice que las soltaban “la primera noche que duermen con sus maridos”. Es posible que esta práctica produjera deformación. P. 364

Narran los cronistas que, a comienzos del siglo XVII eran antropófagos y que hacían expediciones para aprovisionarse de esta carne. Engordaban prisioneros para consumirlos. P. 369

Se han encontrado pendientes, narigueras y pectorales de oro y pinzas depilatorias. P. 372

Cuando nacía un niño, la madre se cortaba el pelo. P. 374

“El jefe de los guerreros se pintaba el rostro con franjas rojas y amarillas, colores seguramente sagrados”. Tampoco podía dormir con mujer ni comer sal ni ají y tenía que dormir desnudo, rodeado de hogueras. Los combatientes se pintaban el cuerpo con bija, que despedía un olor característico, que permitió que los españoles descubrieran a veces sus emboscadas. P. 377

Usaban pelos de león para que los hicieran valientes, de mona para ser buenos trepadores y de águila y gavilán para ser ligeros. P. 382

QUIMBAYA

Luis Duque Gómez: “Excavación de un sitio de habitación en Supía. En Revista del Instituto Etnológico Nacional, vol. 1, Numero 1, Bogotá, 1943, 95-115.

Cieza de León (“La Crónica del Perú”. Espasa Calpe, Madrid, 1922. XVI: 54) [observó] entre los habitantes de la región donde se encuentra situado hoy Anserma Viejo, y que él describe en los siguientes términos: “… los naturales de esta región abren las ventanas de la nariz para poner unas como peloticas de oro fino; algunas destas son pequeñas y otras son mayores. P. 107

KARIB

Paul Rivet; La influencia karib en Colombia. En Revista del Instituto Etnológico Nacional, vol. 1, Numero 1, Bogotá, 1943, pp. 55-93.

Alfred Métraux ha estudiando una curiosa costumbre de ciertas poblaciones de América del Sur que consiste en provocar un crecimiento anormal de la pantorrilla y a veces del brazo, por medio de cintas apretadas colocadas sea debajo de la rodilla y encima del tobillo, sea en las partes correspondientes del miembro superior. El mapa de repartición de este elemento cultural muestra que se trata de una costumbre netamente limitada a la región que se encuentra al norte del río Amazonas.
[…]
Resulta que la deformación de la pantorrilla, y a veces del brazo, puede ser considerada como netamente propia de la cultura Karib, de tal modo que su existencia en un área determinada constituye un indicio de valor para seguir los rastros de una invasión karib en dicha área. P. 55

Es muy notable que una costumbre tan extraña haya escapado a los excelentes observadores que eran los primeros cronistas de la conquista. El padre Simón y Cieza de León no la mencionan. Solo a Robledo le llamó la atención, hablando de los caciques de la región de Anserma, escribe: “traen debajo de la rodilla un gran bulto de chaquira, ques unas cuentecicas menudas muy iguales, blancas, parejas, y otro tanto encima del tobillo, para que críen pantorrilla, y lo mismo hacen en los brazos, para criar molledo, y lo mismo en las muñecas de los brazos”. Un texto de Aguado relativo a los indios que vivían en la Costa Atlántica colombiana entre Santa Marta al oeste, la provincia de La Enramada y el río de La Hacha, aunque menos explícito, me parece merecer ser citado: Las mujeres… en las piernas, sobre los tobillos y sobre las pantorrillas traen varias vueltas de chaquiras y cuentas de oro o de hueso. P. 57

Paul Rivet: “La influencia karib en Colombia. II. El Caracolí”. En Revista del Instituto Etnológico Nacional, vol. 1, Numero 1, Bogotá, 1943, 283-295.

Cieza de León señala que los indios de la región de San Sebastián, sobre el Golfo de Urabá, poseían entre otros objetos de oro, caricuries y […] hablando de los Indios de la comarca de Cali (Valle del Cauca) escribe: traen ellos y ellas abiertas las narices, y puestos en ellas unos que llaman caricuris, que son a manera de clavos retorcidos de oro, tan gruesos como un dedo, y otros mas y algunos menos.

Pedro de Aguado relata que los indígenas de la costa colombiana entre Santa Marta y la Provincia de La Enramada y el Río de la Hacha llevaban caricuries puestos en las narices colgando de la ternilla de en medio la cual abren y hienden para este efecto, que los Guacán, tribu panche, tenían piezas de oro, que los españoles llaman caracoles, los cuales acostumbran a traer estos indios colgados en las narices, de oro fino, que cada uno pesaba ocho pesos. P, 287

Néstor Uscátegui Mendoza: “Algunos colorantes vegetales usados por las tribus indígenas de Colombia”. En Revista Colombiana de Antropología, vol. X. Bogotá, 1962, pp. 331–340.

“Todas las Naciones de aquellos Paifes, a excepción de muy pocas, fe untan desde la coronilla de la cabeza, hasta las puntas de los pies, con aceyte y achote: y las madres, al tiempo de untarse a sí mismas, untan a todos los chicos, hasta los que tienen a sus pechos, a lo menos dos veces al día, por la mañana y al anochecer; después untan a sus maridos con gran prolijidad”. (Joseph De Gumilla: “El Orinoco Ilustrado”, Madrid, 1745). P. 333

Observamos “hace pocos meses en el Chocó a los indios de esa región pintando su cuerpo sobre hojas, sobre las cuales extienden la pintura, dejando al quitarlas un espacio en blanco, lo cual parece ser una de las formas más primitivas de pintura negativa”.

El más conocido de [los] colorantes es el extraído de las semillas de la Bixa Orellana l., llamado achote en Méjico. […] La sustancia obtenida de esta planta contiene dos materias colorantes: una amarilla, orellina, y otra rojo cinabrio, la bixina, contenidas en la pulpa de consistencia gelatinosa que envuelve las semillas. La orellina es soluble en agua y la bixina insoluble en este elemento y por el contrario soluble en las grasas, ceras y resinas, cualidades que aprovecha el indio para sus aplicaciones como pintura. P. 334

Lámina I. Fig. 1: Shamán makuna del Piraparaná
es pintado por su esposa, quien usa una especie de pincel de madera
de tres puntas para dibujar, con karayurú disuelto en agua,
la decoración que se observa y que recubre todo el cuerpo
(Foto de la Expedición Anglo-Colombiana, 1960-1961)

[…] es difícil separar el uso de este colorante, especialmente en las regiones tropicales de este continente, de otros no menos importantes en la población indígena: la jagua, árbol de la familia Rubiaceae […]. Este colorante tiene un color negro azulado muy persistente, soluble en agua y mucho más en los aceites vegetales y las resinas. […] también en grasas y aceites de origen animal, como los aceites de pescados y grasa de Yacare Melanoschus Níger y Capibara Hydrocheles Capibara así como la gran mayoría de colorantes vegetales empleados por los indígenas. Este se extrae de la pulpa que envuelve las semillas de la fruta carnosa, macerándola dentro de la misma cáscara, como tuve oportunidad de observar entre los Noanama del Chocó, y utilizando esta misma como recipiente, para mezclar y aplicar luego el colorante a la piel del cuerpo, por medio de una especie de pincel o tenedor de madera, a fin de hacer estos dibujos ramificados en líneas paralelas. En el Chocó se decoran generalmente con esta clase de colorantes los jóvenes de ambos sexos con el fin de hacerse atractivos, aunque este color se aplica también en función mágica, para protegerse de los espíritus, y en función profiláctica, para prevenir ciertas enfermedades.

También pintan de este color sus objetos de uso en la magia y en la cocina: figuras de animales, barcos, meneadores para la cocina, calabazos con grabados de hombres y animales y otros objetos de uso ceremonial y diario. En el Amazonas, Orinoco y Vaupés, las tribus indígenas aplican esta pintura a sus cuerpos, cerámica, textiles, trajes ceremoniales de corteza etc. P. 335

Existe además otro colorante de la familia de las Bignoniaceae, la Bignonia chica H., descrita como tal por Humboldt (láminas V y VI), y posteriormente del genero Arrabidea. Es una liana de hojas alargadas de color brillante que va cambiando al ocre a medida que envejece y de las cuales se extrae el colorante por medio de maceración, fermentación y cocción, ya se emplee el método usado en las Guayanas o bien el del Río Negro, este último el más utilizado por las tribus colombianas del Amazonas y Vaupés y que describiremos a continuación: las hojas depositadas después de cogidas en grandes canastos de espartos, son remojadas previamente; enseguida las hojas secas son cocidas unos pocos minutos sobre el fuego. Luego se agregan al agua unas piezas de cortezas varias, atadas con ramas secas de diversos árboles. El conjunto se hierve enseguida, teniendo cuidado de que la corteza y hojas permanezcan bajo el agua. La olla se retira del fuego, y su contenido se vierte en cuencos, dejándolo reposar. El agua clara permanece en la parte superior y entonces se vierte fuera, y el sedimento, de un hermoso color púrpura, es colocado en una tela, donde permanece el tiempo suficiente para secar al sol y al aire; luego es recogido y empacado en pequeños recipientes de hojas jóvenes de palma Attalea speciosa Mart. Por ejemplo en el río Tiquié, el pigmento es guardado en el tubo tallado de una bambúsea. Este polvo se mezcla con resinas, generalmente de las Burseraceae y de los géneros Protium e Icica. Así preparada la pintura, se utiliza, entre otros por los makuna del Piraparaná, visitados por nuestra expedición […] (lámina I. figs 1 y 2). En estas láminas se puede apreciar a la esposa del shamán pintando a este para una ceremonia. La pintura se realiza sobre la base de dos zonas demarcadas, en la primera de las cuales la mujer ha pintado una serie de complicadas figuras geométricas que cubren la pantorrilla y parte de la pierna; la segunda zona comprende un conjunto de puntos y rayas realizado por medio de una especie de tenedor de tres puntas, elaborado en una madera blanda. Estos motivos geométricos de decoración corporal tienen un especial significado en la magia makuna.

Lámina I, Fig. 2: Hombre makuna del río Piraparaná
pintándose para una fiesta por medio de rayas de karayurú,
que da un color rojo brillante, que desaparece fácilmente.
Los jóvenes de la tribu también se decoran en ocasiones con triángulos,
rayas y círculos, según sea el significado de la fiesta a celebrarse.
(Foto de la Expedición Anglo-Colombiana, 1960-1961)

En otras ocasiones, con motivo de fiestas tribales los hombres y mujeres se pintan a sí mismos, especialmente en el rostro, con karayurú, nombre que se le da a este bejuco colorante en el Vaupés y en todo el alto río Negro.

Entre los chimila del Departamento del Magdalena, es muy común el uso del achiote en función mágica con ocasión de ceremonias y para ambos sexos; en estas ocasiones no se pintan dibujos sino simplemente grandes manchas en la cara, pecho y brazos. Parece que anteriormente esta pintura era exclusiva del sexo masculino.

Los motilones (Yuko) de la Sierra del Perijá, en los límites con Venezuela, emplean para su pintura con funciones estética y mágica el achiote, que mezclan con miel de abejas y leche de mujer, como ilustramos en la lámina III, en la cual aparece un joven motilón en el momento de pintarse, delimitando el triangulo de las mejillas por medio de puntos que dibuja gracias a una espina de palma. Toda persona que participa en las ceremonias fúnebres de la tribu debe ir pintada con esta pintura ceremonial que cubre la cara de los presentes con una especie de antifaz rojizo, pues también se pintan alrededor de las cejas.

Entre los Kuna del Golfo del Darién, se pintan ellos mismos con achiote mageb, para hacerse veloces y valientes en la guerra, mezclando este con las cenizas de un gavilán (falconiformes) y untándolo por todo el cuerpo con la adición de veneno de serpiente. También utilizan esta pintura en función mágica, cuando van de caza o pesca, con el fin de atraer a los animales. Así mismo en las fiestas se pintan de rojo en cada mejilla con mageb, con el objeto de ahuyentar los espíritus. Generalmente se decoran con mageb mezclada con látex de caucho únicamente en función decorativa sobre las mejillas y la nariz; pero las mujeres no dejan de mezclar la pintura con medicinas para atraer al hombre. Por el contrario durante las ceremonias de pubertad vuelve la función mágica, cuando las mujeres son pintadas íntegramente con jagua sabdur, con el objeto de hacerlas propicias para entrar en el nuevo espacio. Los Kuna también pintan a sus difuntos de sabdur, porque así están listos para entrar en otro mundo. También se pintan completamente con sabdur cuando sufren una enfermedad grave para ocultarse del espíritu del mal, y además se pintan los pies para ocultarse de las serpientes.

[…] Entre las tribus del Amazonas, la costumbre de pintarse es muy antigua, y para tal fin utilizan pinturas de origen mineral, el látex de acucho que sirve para delimitar los dibujos corporales, y la jagua y el achiote que usan en funciones mágica y estética durante las fiestas tribales, en las que se dibujan complicadas figuras geométricas que quieren imitar los diseños de la piel de las serpientes, probablemente divinidades para estos indígenas. Finalmente diremos que la gran mayoría de las tribus que habitan los ríos colombianos Orinoco, Arauca, río Negro, Vichada, Inírida, Isana, Vaupés, Pira Paraná, Río Negro y Apaporis, emplean como pinturas mágica y estética la jagua y el karayurú en sus fiestas, ceremonias decoración y excursiones de caza y pesca. No es extraño, pues, al recorrer estas tierras tropicales y exuberantes, encontrar a un indígena que, armado de arco y flecha, recorre la selva decorado del azul oscuro de la jagua y el rojo brillante del karayurú. P. 336 y ss.

Lámina II, Fig. 1: Joven noanamá del bajo río San Juan,
en el Chocó, decorada con ramas de tres líneas,
por la aplicación de la Jagua con un pincel de madera,
para hacerla atractiva para los jóvenes de la tribu

Lámina II, Fig. 2: Niño noanamá del río San Juan,
pintado por su madre con una ramificación de Jagua,
con el fin de protegerlo de los malos espíritus

Lámina III: Joven Yuco-motilón del grupo Caracará
de la Sierra de Perijá dibujándose punteos con una espina
de palmera sobre la pintura funeraria de achiote, miel de abejas y leche de mujer.
(Foto de la Expedición Anglo-Colombiana, 1960-1961)

Lámina IV, Figs. 1 y 2: Frutos y hojas de achiote (Bixa orellana),
y de Jagua (Genipa americana). Herbario Nacional de Colombia

Lámina V, Fig. 2: Pintura del Karayurú, original de Humboldt,
que presenta aspectos del bejuco y detalles de la flor y del fruto

Lámina IV, Fig. 1: Frutos y hojas de Karayurú o Arrabidea chica,
empleado como colorante por las tribus del Orinoco y del Vaupés.
El colorante se saca de las hojas. Herbario Nacional de Colombia

Néstor Uscátegui Mendoza: “Contribución al estudio de la masticación de las hojas de coca. En Revista Colombiana de Antropología, vol. III, Bogotá, 1954, pp. 207–289.

Nuevamente aparece el origen de la coca entre los Kogui, en dos mitos obtenidos por el etnólogo Gerardo Reichel–Dolmatoff. El personaje central de estos mitos es Sintana, pero a su alrededor aparecen otros que se transforman en animales y actúan como tales o como hombres según las necesidades que se presenten. El primero de los mitos dice lo siguiente: “Sintana vivía en el cielo. Su hija era Bunkueiji: el venado. Cuando estaba en la casa ella era mujer, pero cuando salía afuera, ella se volvió venado. Un día Bunkueiji dijo a Sintana: “Padre, tú no tienes coca”, Sintana dijo: “No tengo”. Entonces dijo Bunkueiji:” Te voy a buscar coca”. Entonces ella dijo a su hermano Hirvuixa: “Vete tú a la playa a buscar conchas para quemar y yo voy a la tierra a buscar coca para nuestro padre”. Hirvuixa bajó del cielo y se fue a la playa y Bunkueiji se volvió murciélago y también bajó a la tierra. Llegó a Noaneiji. Allí vivía Mama Ili y tenía mucha coca sembrada. Bunkueiji se volvió venado y puso sus cachos entre las hojas verdes de las matas. Entonces las hojas se quemaron y cayeron al suelo.
[…]
Cuando Bunkueiji aún no era mujer, ella era un venado y quemaba la coca con sus cachos. Pero ahora ya quedó mujer y ya no la puede quemar. Por eso los hombres no deben coger las hojas verdes sino las mujeres. Pero los hombres deben quemar las hojas y no las mujeres. P. 225

Sea dicho que las mujeres no aprueban que los hombres usen la coca y sobre todo mujeres jóvenes sin niños provocan a veces peleas en chanza con sus maridos para que estos dejen de usarla. Evidentemente las mujeres quienes comen mejor que los hombres y quienes no toman parte en sus actividades religiosas, son sexualmente mas activas que éstos y saben muy bien que en el calabacito tienen un poderoso rival. Otro efecto que se le atribuye a la coca es insomnio. También aquí los Kogui ven una ventaja porque las conversaciones ceremoniales se deben efectuar de noche, e individuos que pueden hablar y cantar por una o varias noches sin dormir, merecen alto prestigio. El ideal Kogui sería no comer nada aparte de coca, abstenerse totalmente de la sexualidad, no dormir nunca y hablar toda su vida de los “Antiguos”, es decir, cantar, bailar y recitar. La coca es, en éste caso, la planta maravillosa que ayuda al hombre a acercarse a este fin.

El calabacito de la cal se entrega al joven durante la ceremonia de iniciación y se le indica que éste pequeño recipiente representa una mujer. El joven se “casa” con ésta “mujer” durante esta ceremonia y perfora el calabacito en imitación de la desfloración ritual. El palillo en cambio, representa el órgano masculino. La introducción del palillo al recipiente y los movimientos frotantes alrededor de su abertura lo interpretan como coito y culturalmente se da a entender que toda verdadera actividad sexual se debería reprimir y expresarse sólo en el uso de la coca. Todas las necesidades de la vida, toda la inmensa frustración se concentra así en ese pequeño instrumento que para el Kogui significa “comida”, “mujer” y “memoria”. No es raro así que el hombre Kogui sea inseparable de su calabacito. Continuamente maneja los dos instrumentos en sus manos, frotando el palillo sobre el calabacito o introduciéndolo y sacudiendo con él el pequeño recipiente o poniéndolo súbitamente de punta como para perforarlo de nuevo”. P. 269

Luis Flórez: “Algunas voces indígenas en el español de Colombia”. En Revista Colombiana de Antropología, vol. IV, Bogotá, 1955.

ACHIOTE O ACHOTE: Nahuatlismo que significa “pasta hecha con granos de bija”. Del azteca achiotl, achiyotl. […] La planta es del género bixa (B. Orellana), el cual consta sólo de una o dos especies, ambas de la América tropical. En condiciones favorables el arbusto puede alcanzar hasta ocho metros de altura. Las semillas son de color bermellón y se utilizan para dar ese color a los alimentos. Los indios, sobre todo antes de la conquista española, las usaban para pintarse el cuerpo y preservarse así de las picaduras de los mosquitos (Hno. Apolinar María, I, Págs. 350 – 351; Pérez Arbeláez, Pág. 381). Este ultimo autor observa pág. cit., que el colorante del achiote se llama comercialmente orlean, anatto, anotta, attalo, orenotto, roucon, rocoe, terra orellana, jaune d’Orleans, etc. P. 289

Gerardo Reichel-Dolmatoff: “Indios de Colombia. Momentos vividos. Mundos concebidos”. Villegas Editores, Bogotá, 1991.

(Las fotos de este libro son valiosas sobre todo por la fecha en que fueron tomadas, por lo que muestran situaciones hoy ya casi desaparecidas. Sus imágenes son mas descriptivas de formas de trabajo del cuerpo que muchas palabras)

Noanamá, río Docordó, 1960. Con collares, aretes y pechera de monedas
de plata, pintura facial y corte de pelo distintivo

Chamí de Corozal, Valle, 1945. Con aretes de monedas
y adornos de lana en el pelo

Chamí de Corozal, 1945, Valle, con flores en el pelo

Embera del río Catrú, Chocó, 1960.
Con taparrabos y corte pelo distintivo

Tangrutaya Mutsu, cacique chimila, río Ariguaní, 1944.
Con diadema de plumas

Mujer Chamí, Corozal, Valle, 1945. Con flores
en el pelo y pintura facial roja de achiote

Pareja de noanamás, río Docordó, Chocó, 1960.
Con pintura corporal, collares y paruma ella y pampanilla él

Noanamá del río San Juan, sacando tela de corteza, 1960.
Con arete de plata

Hombre embera, río Catrú, Chocó, 1960.
Con collares, aretes y pechera de monedas de plata

Mujer embera, río Hampavadó, Chocó. 1961.
Con aretes de plata, collar de chaquira y pintura facial

Matachines pijao de Ortega, Tolima, 1943.
Máscaras de totumo y barbas de fibras vegetales.
Parecen representar a los españoles

Pijaos del Tolima, 1943.
Madremonte, cubierto de hojas

Mujeres cunas, Urabá, Caimán Nuevo, 1947.
Con nariguera de oro, collar de monedas de plata
y fajas de chaquiras en los brazos

Pijaos de Ortega, Tolima, 1943.
Con collares de semillas y flores y coronas
y atuendos de fibras vegetales y plumas

Hombre arhuaco, Sierra Nevada de Santa Marta, 1952.
Con pelo largo, tutusoma en la cabeza
y mochilas de lana

Mujer bará, Caño Okoya, Vaupés, 1968.
Con pintura facial roja para las labores agrícolas.
Significa fertilidad y ahuyenta las malas energías

Mujer barasana, Pirá-Paraná, Vaupés, 1968.
Pintándose de negro con jagua. Significa fertilidad

Indio barasana, Caño Okoya, Vaupés, 1968.
Pintándose de negro con rodillo de madera

Cazador taiwano, Vaupés, 1968.
Pintura facial roja de efecto fertilizador.
Orejeras de plumas

Barasana, Caño Okoya, Vaupés, 1968.
Toca flauta de hueso. Orejas perforadas

Makunas, río Apaporis, Vaupés, 1962.
Baile del chontaduro. Máscaras de
antepasados míticos

Anciano barasana, Caño Okoya, Vaupés, 1968.
Pescador con orejas perforadas

Joven barasana, Caño Okoya, Vaupés, 1968.
Iniciada pero soltera. La pintura indica
su condición de potencial fecundidad

Barasana, río Pirá-Paraná, Vaupés, 1968.
Con orejeras de plumas. Sentado en banco ritual

Bailarines Barasana, Caño Okoya, Vaupés, 1968. Con corona y orejeras
de plumas, pintura corporal, fajas y cascabeles en las piernas,
colgantes de fibra vegetal en los brazos

Hombre wayúu, Carraipía, Guajira, 1953.
Con corona de plumas y lanas de colores

Mujer wayúu, Carraipía, Guajira, 1953.
Pintura facial de kaanas, la misma de las ollas de barro;
protectora de los rayos solares y adorno.
Hay motivos para cada clan

Madre wayuu, Carraipía, Guajira, 1953.
Con pintura facial y pulseras en las muñecas

Mujer cuna, Arquía, Darién, 1958.
Con nariguera de oro y fajas de chaquiras
en piernas y brazos

Chamán bará, Caño Okoya, Vaupés, 1968.
Absorviendo virola. Tiene las orejas perforadas

 
 
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