Luis Guillermo Vasco   Luis Guillermo Vasco
 

EN GUERRA CONTRA LA ENFERMEDAD: LAS COMUNIDADES EMBERA CHAMÍ DE HONDURAS Y MALVINAS (DEPARTAMENTO DEL CAQUETÁ)
Escrito con AÍDA MARÍA PALACIOS SANTAMARÍA
Informe de Investigación presentado a la Dirección de Asuntos Indígenas, Bogotá, 1995

UBICACIÓN

El resguardo indígena embera chamí de Honduras, en el Caquetá, está localizado en la vertiente oriental de la Cordillera oriental, sobre la parte alta de la margen izquierda del Río Bodoquero y, al otro lado de la cuchilla, descendiendo hacia la quebrada Batato.

El paisaje geográfico corresponde a la selva húmeda tropical y alcanza una altitud aproximada entre los 1.000 y 1.500 metros sobre el nivel del mar, con temperaturas que oscilan entre los 17 y 24º C. La precipitación anual es de unos 3.000 mm.; los meses más lluviosos van de abril a agosto y los más secos de diciembre a febrero.

El paisaje de la región es bastante quebrado y los ríos corren muy encañonados, sin que presenten vegas de cierta amplitud. En general, las laderas son empinadas y muy rocosas.

EL territorio del resguardo está surcado por numerosas quebradas que en su mayoría vierten sus aguas a los ríos Bodoquero y Batato, además de numerosos nacimientos que surgen del drenaje de sus empinadas laderas. Por el área actualmente poblada del resguardo cruzan las quebradas Cumbarre (Mochilero), al lado derecho, Arenosa y Bi (Venado), al lado izquierdo, como puede apreciarse en el esquema aproximado de distribución de las viviendas que aparece a continuación.
MIGRACIONES

Los embera chamí que conforman el resguardo de Honduras y aquellos que habitan en el barrio Las Malvinas de la ciudad de Florencia, llegaron de los asentamientos que ocupaban en los cañones de los ríos Garrapatas (Valle del Cauca) y San Juan (Risaralda), luego de haberse movido durante muchos años por municipios como Florida y Anchicayá, en el Valle, y por la zona cafetera de Risaralda y Quindío.

Inicialmente, como es la norma que corresponde al carácter segmentario de los embera, las familias fueron saliendo de sus lugares de origen en busca de mejores tierras para producir alimentos y vivir o por conflictos de otra índole, en especial aquellos que se relacionan con la actividad de los jaibanás. Posteriormente, llegaron al Caquetá al escuchar de boca de otros indígenas que allí la tierra era muy buena para la agricultura y que era fácil conseguir un pedazo donde poblar.

En 1960, Alfonso Aizama, que venía de un largo recorrido por Pueblo Rico (Risaralda), Garrapatas y Florida (Valle), Cúcuta y Anchicayá, llegó al Caquetá con su familia: su padre (que era jaibaná), su madre, su mujer, Romelia Aizama, y sus hijos, y compró una finca en El Docello.

Allí lo encontró, poco tiempo después, Rosendo Aizama Panchí, jaibaná nacido en la zona rural del municipio de Pueblo Rico, departamento de Risaralda, quien venía en su búsqueda, pues era su suegro, con sus mujeres Felicia Wasiruma y María Anita Auchama, del mismo municipio, y con sus hijos, nueras, yernos y nietos. Rosendo y su familia llegaron para ubicarse en el área urbana de Florencia, en donde el obispo de la ciudad les entregó un lote en el barrio La Consolata, en calidad de préstamo para que construyeran una maloca de palma para vivir en forma provisional, mientras conseguían tierra en el campo. Más adelante, Rosendo convenció a Alfonso para que vendiera la finca y se fueran al campo; y compraron las tierras en donde fundaron a Honduras, que recibe este nombre por su ubicación en el fondo del cañón del río Bodoquero, pero conservaron la maloca, a la cual bajaban con frecuencia para asuntos relacionados con su trabajo o por el gusto de estar en la ciudad.

Rosendo dedicó su trabajo y el de su familia a la agricultura y a la elaboración de artesanías para su comercialización en distintas ciudades del Valle y en la capital de la República. El contacto con otros grupos indígenas del Caquetá, en especial los coreguajes, llevó a Rosendo a adoptar elementos de la cultura material de estos para su uso propio, sobre todo el arte plumario, los atuendos para bailes y otros trabajos de la tradición; así puede apreciarse en las fotografías suyas que se exhiben en el Centro Indigenista de Florencia. Pese a que trabajaba su finca en Honduras, pasaba gran parte del tiempo fuera de ella, junto con su mujer y sus hijos, en especial en la maloca de Florencia; allí daban el acabado final a las artesanías, consistentes sobre todo en cuchillos, arcos y flechas, bastones de chonta y collares de semilla y plumas; luego salían a venderlas en otros lugares del país.

A las familias de Alfonso y Rosendo se fueron uniendo otros embera chamí que llegaron poco a poco con sus propias familias para establecerse en la región, hasta conformar un núcleo de relativa amplitud. Entre ellos, llegó Constantino Auchama, en 1970, hermano de María Ana, esposa de Rosendo, con su mujer Lucinda y sus tres hijas mayores (su hijo e hijas menores nacieron en Honduras).

Una parte de la gente que se les unió al comienzo, fue retirándose, unas veces por voluntad propia y otras por discrepancias con el resto de la comunidad, como sucedió con los Tascón, y ha creado comunidades en otros lugares del Caquetá. Posteriormente, han arribado otras familias, procedentes de Obando y La Victoria, en el Valle del Cauca, San José del Palmar, Chocó, y otros sitios.

Cuando Rosendo fue asesinado, como veremos más adelante, el liderazgo del grupo pasó a su hijo mayor, también jaibaná, Marceliano Aizama Aizama, casado con Inés Wasiruma y Virgelina Wasiruma (quienes eran hermanas) y con las cuales tuvo varios hijos. Virgelina se quedó con los suyos en el Garrapatas después de la huída de 1984.

Marceliano, al igual que su padre, alternaba la agricultura con la elaboración y comercialización de artesanías; lo mismo hacían sus hermanos Nazario, Jorge y Aníbal. Esta tradición se mantiene hoy entre los demás miembros de la comunidad y les representa un ingreso económico más o menos permanente y una cierta posibilidad de viajes e intercambios con otros embera, además de una forma relativamente fácil y directa de relacionarse con sectores de la sociedad nacional.

El territorio de Honduras ha sido desde hace muchos años lugar de paso de diferentes grupos guerrilleros, algunos de los cuales han acampado a veces en su vecindad. Durante los primeros años de la década de los 80, hubo un auge de acciones militares, entre ellas combates y bombardeos, fenómeno que afectó en forma amplia a los indígenas y campesinos de la región. Marceliano Aizama, en carta que envió al entonces presidente de la república, Belisario Betancur, le manifiesta: “Yo soy cacique de mi colonia respectivo tiene derecho a verificar a los altos mandos a ver si autorizan a torturar el ejército a los indígenas y a robar objetos de la comunidad...”.

Marceliano Aizama fue asesinado, al parecer por guerrilleros, el 24 de enero de 1984, acabando de cruzar el puente sobre el Batato y cuando regresaba a Honduras desde Florencia, en compañía de su señora y de su hijo. En telegrama de enero 31 de 1984, dirigido a Roque Roldán, Jefe de Asuntos Indígenas en Bogotá, le comunican: “Cacique Embera Marceliano Aizama Guasiruma fue asesinado de 5 disparos por un grupo armado el lunes 24 cuando se dirigía al asentamiento de Honduras...”.

Esta muerte aterrorizó aún más a los indígenas, quienes ese mismo atardecer recogieron unas pocas pertenencias y animales y se trasladaron a la maloca de Florencia, dejando abandonadas sus casas, parcelas y demás posesiones. Era la cuarta vez que tenían que salir huyendo de su tierra. Esta vez, la agresión fue directa contra toda la comunidad.

En carta enviada a Roque Roldán por el Jefe de Asuntos Indígenas del Caquetá, Humberto Rodríguez Toro, se dice: “Esta gente se ha instalado en una maloca que tienen en Florencia y están atravesando una situación muy difícil, pues son 80 personas y como en ocasión pasada, cuando también fueron obligados a abandonar su asentamiento, deben hacer turno para dormir... Manifiestan la idea de irse al Chocó”.

En Florencia vivieron de lo poco que tenían y de la caridad pública. En una carta de marzo 21 de 1984, firmada por los hermanos Aizama y los demás cabezas de familia, informan a Hilario Pedraza, Director del Incora, regional Florencia, su deseo de no seguir viviendo en Honduras, ya que cuatro veces han sido desalojados por la violencia, que se encuentran en la maloca y que desean reubicarse en el Chocó, de donde son oriundos.

Es de anotar que los embera chamí de distintos sitios del país siempre se han referido a sus sitios de origen en el Chamí y en el Garrapatas denominándolos Chocó, aunque esta circunstancia ha venido cambiando en los últimos años con los contactos con otros grupos y el desarrollo de la organización.

El 2 de abril de 1984, el Jefe de la Comisión de Asuntos Indígenas les da una constancia de que son indígenas embera del resguardo de Honduras y, al otro día, parten hacia Bogotá, en donde quieren hablar con el Presidente de la República en busca de ayuda para regresar al cañón del río Garrapatas. El viaje hasta Bogotá lo financian con el dinero que obtienen con la venta de la maloca, por la suma de $300.000, a los mismos sacerdotes que les habían donado el terreno para su construcción, y con la venta de sus tierras, casas y demás haberes en Honduras.

A Bogotá llegaron aproximadamente 84 personas, entre las cuales 46 niños, y se alojaron en unas residencias cercanas a la Estación de la Sabana. Mediante gestión realizada por la Secretaría General de la Presidencia de la República y la División de Asuntos Indígenas, fueron enviados tres días después, por vía aérea, a la ciudad de Cali, de donde la gobernación los trasladó por vía terrestre hasta el corregimiento de Naranjal, municipio de Bolívar, en el Valle del Cauca.

Constantino Auchama cuenta: “Llegamos a Naranjal a ver si el doctor del Incora nos ayudaba, nos daba una finca. No resultó, por eso nos vinimos. Queríamos la finca del Incora. En Naranjal vivimos en casa alquilada. El cura y el inspector ayudaron para conseguir. Era una casa que debió ser de un rico, porque era grande, de dos pisos; estaba desocupada cuando llegamos. El alquiler se pagaba con la plata que se llevó de aquí después de vender todo, los animales, la maloca. Para venirnos otra vez al Caquetá, ayudaron la alcaldía de Bolívar y de Roldanillo, para llegar hasta Cali. En Cali, ayudaron para venir, nos mandaron en carro que trae encomiendas; como bultos nos echaron”.

Al resguardo del cañón del Garrapatas sólo entraron algunas familias a visitar a sus parientes, entre ellas la de Constantino Auchama; los demás permanecieron dos meses en el casco urbano de Naranjal. Constantino recuerda: “Mientras estábamos allá, yo fui a Ismania y a Coral para visitar a los parientes. No se aguantaba el hambre y por eso Alfonso se fue a Río Azul y quedaron allá. Laureano Wasiruma era el suegro de Cecilio Aizama, y éste se quedó con él. El de Nazario era Ricardo Niaza, de Jebanía, y se quedó con él. Todos los demás volvimos”.

A los dos meses, decidieron regresar a Florencia, cuando ya habían agotado sus recursos monetarios y al no obtener ninguna solución de tierras. Acudieron a la alcaldía de Bolívar y a la oficina de Asuntos Indígenas del Departamento del Valle y recibieron un aporte para su vuelta al Caquetá.

Dos familias se quedaron en el resguardo del Garrapatas; una de ellas, la de Alfonso Aizama, permaneció durante 8 meses de visita en casa de su familia y recorriendo el resguardo, antes de volver al Caquetá; la otra fue la de Nazario Aizama, hermano de Marceliano y líder del grupo en ese momento, a quien acompañaba su hermano Cecilio con su familia, quienes se quedaron definitivamente

De nuevo en Florencia, las familias tuvieron temor de regresar a Honduras; además, la mayoría había vendido sus mejoras. Decidieron entonces quedarse en el barrio Las Malvinas, en donde Abelina Auchama, hermana de María Ana, vivía con su marido, y construyeron sus casas, dando inicio a la ocupación de otro de los sectores que hoy conforman ese barrio.

Con el poco dinero que obtenían de la venta de artesanías y con la ayuda del Vicariato Apostólico y de algunas personas de Florencia, construyeron casas de madera y tela asfáltica en las laderas de la ciudad, pero sin contar con los mínimos servicios públicos y recogiendo el agua de Guadual, una quebrada contaminada que pasa por la parte baja del sector.

En la parte baja de Honduras, a orillas del río Bodoquero, vivía, desde su llegada de San José del Palmar, Aníbal Tascón con su familia. Ellos fueron los únicos que permanecieron allí después de la muerte de Marceliano y ocuparon las mejoras que dejó Alfonso Aizama, cuando la huida. En varias ocasiones invitaron a la gente de Florencia para que regresara, pero tuvieron problemas con Alfonso por las mejoras, por el liderazgo que cada uno de ellos quería ejercer sobre el resto del grupo y por la forma de distribuir y manejar lo poco que les quedaba en ese momento.

Otras familias que hacían parte del grupo se separaron del mismo, como la de Ricardo Dovígama, que vive hoy como ambulante en Florencia, la de Gregorio Nemcábera, su mujer, Carmelita Aizama, hermana de Alfonso, y sus hijos, quienes se fueron para Caldas.

Los miembros de Sindeagro, entidad solidaria que surgió para prestar ayuda a los migrantes campesinos e indígenas que llegaban a Florencia azotados por la violencia de la “guerra del Caquetá”, en los años 80, se enteraron de lo que ocurría en Las Malvinas a causa de las constantes epidemias y decidieron visitar y prestar asistencia a los indígenas residentes allí.

Su primera acción fue la de coordinar campañas de salud con el hospital de Florencia, posteriormente colaboraron con el proceso de organización de la comunidad y el análisis de sus necesidades; y de allí surgió la inquietud porque los embera chamí regresaran a Honduras.

Los directivos de Sindeagro negociaron con los colonos que habían comprado y ocupado las mejoras de los indígenas y quienes las tenían dedicadas al cultivo coca, y con la guerrilla, y los convencieron para que las devolvieran a la comunidad, “ya que se trataba de tierras de resguardo por ser tierras de indígenas”. A través de la Fundación Programa por la Paz consiguieron un aporte de $300.000, suma que los indígenas habían recibido a cambio de sus mejoras, y con ellos lograron que los colonos reintegraran las tierras a los embera chamí para que pudieran volver.

Luego, coordinaron con el Incora, regional Florencia, un proyecto de ayuda para que la comunidad indígena pudiera regresar a su parcialidad, así como un estudio para la creación de un resguardo.

Cuando los embera chamí retornaron, once dirigentes de la asociación, venidos de diferentes municipios del departamento, los acompañaron durante casi un mes, para ayudarles a construir las casas, limpiar las rastrojeras e iniciar cultivos de plátano y maíz. La asociación colaboró, además, con varios bultos de tela asfáltica para techar una parte de las viviendas. Más adelante, recibieron un aporte de $100.000 de un dirigente guerrillero del M-19, para comprar el resto del techo para sus tambos.

También se consiguieron aportes para un proyecto ganadero y mular, con el Incora regional y Sindeagro. Se iniciaron gestiones con educación contratada para que la comunidad tuviera un maestro y, con apoyo de la alcaldía, se logró la construcción de un local para la escuela. Sindeagro acompañó en forma permanente, y lo sigue haciendo, a los embera chamí en el proceso de retorno a su territorio.

Cuando se produjo el regreso, los tres hermanos Aizama: Jorge, Aníbal e Ignacio, su madre y sus esposas e hijos, tomaron la decisión de quedarse viviendo en Malvinas y no regresar a Honduras. Aunque Jorge e Ignacio sólo van de paseo una o dos veces por año, Aníbal y su familia hace 4 años no suben, los miembros de la comunidad reconocen que ellos tienen sus derechos allí y pueden volver cuando quieran.
 
 
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