Luis Guillermo Vasco   Luis Guillermo Vasco
 

CHINA DE MAO. CHINA DE HOY
Conferencia en el 50 Aniversario del triunfo de la revolución China (0ctubre de 1999),

En ese momento, del cual se cumplieron el 1º de octubre 50 años, en la tribuna de la Plaza de Tien An Men, en Pekín, Mao Tse-tung proclama la fundación de la República Popular China y declara ante el mundo: “El pueblo chino se ha puesto de pie”; para agregar después: “hemos dado solamente el primer paso de una nueva gran marcha de 25.0000 li”.

Hay que entender con claridad ese momento. Muchos, aquellos que se habían unido a la revolución y a la dirección del Partido Comunista porque querían la prosperidad de China, el engrandecimiento de China, porque querían la expulsión de los imperialismos, porque deseaban la derrota y expulsión de los japoneses invasores, porque querían el desarrollo de una China moderna, consideraban que habían alcanzado su objetivo, que estaban dadas las condiciones para iniciar ese proceso y que por lo tanto la revolución había terminado.

Para otro sector, fundamentalmente para los distintos sectores del pueblo y para el Partido Comunista, era sólo el comienzo de otra gran marcha de 25.000 li, era la finalización de la Revolución de Nueva Democracia, que había culminado con el derrocamiento de los imperialismos, de la feudalidad, del capitalismo burocrático, es decir de esas tres grandes montañas que habían venido aplastando al pueblo chino, y era, a su vez, el comienzo de una nueva revolución, la Revolución Socialista, que debía seguir en forma ininterrumpida, sin pausas, sin transiciones, a la Revolución de Nueva Democracia.

El nuevo gobierno chino expide la ley de reforma agraria que confisca las tierras de todos los terratenientes para entregarlas a los campesinos, que confisca la tierra de los campesinos ricos y medios que habían colaborado con el Japón para entregarlas a los campesinos; también confisca todas las empresas industriales y todos los bancos del capital extranjero y de aquellos capitalistas burocráticos que habían colaborado con los imperialistas para crear con ellas, con esas empresas y con esos bancos, las primeras formas de Propiedad Estatal Socialista.

Se proclama la Ley de las nacionalidades que elimina los sustentos legales de la opresión de la mayoría nacional Han (China) sobre los pueblos de las múltiples nacionalidades existentes en el país.

Se proclama la nueva Ley de Matrimonio, que elimina el matrimonio forzoso de las esposas-niñas, de las esposas que se compran; prohíbe el concubinato; da igual derecho de propiedad de la mujer frente a los hombres; fija la igualdad de responsabilidades en el cuidado de los hijos; permite que las viudas se vuelvan a casar; da derecho al divorcio a la mujer en igualdad con el hombre; da igualdad en derechos patrimoniales a la mujer y al hombre; y abole la autoridad del clan, especialmente en lo que tiene que ver con la mujer.

Y así otras leyes, como la Ley sobre instrucción popular, que, en lo fundamental, culminan de manera legal en toda China un proceso que, ya en los hechos, se había iniciado en las Bases de Apoyo, se había continuado y puesto en práctica en las zonas liberadas del norte de China durante los años anteriores a la toma del poder en todo el país, —porque ya el pueblo estaba en el poder en esas regiones liberadas, que cubrían 1/3 de China, antes de 1949, como lo había estado durante 4 años en las Bases de Apoyo en la década de los 30.

A partir de 1953, cuando se termina el proceso de expedir y poner en práctica estas leyes, comienzan a plantearse las nuevas cosas que debe emprender la Revolución China, ya no para cumplir con las tareas democráticas, sino para impulsar el socialismo; y reaparece de nuevo ese fenómeno que es clave para entender porque hoy no hay socialismo en China.

Ya he dicho que muchos se unieron a la revolución porque querían una China próspera y libre, moderna, y no porque aspiraran al comunismo. Por lo tanto, cuando triunfa la Revolución de Nueva Democracia, se apegan a la situación que se ha logrado y lo que quieren es desarrollarla, no quieren que haya más revolución, se oponen a esas nuevas tareas revolucionarias desde el propio interior del Partido Comunista. Desde ese momento recomienza esa lucha que se consolida y se manifiesta públicamente, la lucha entre las dos líneas, encabezadas en esa época por Mao Tse-tung, de un lado, y, del otro, por Liu Shao Chi, estando un poco todavía en la sombra en este momento Teng Xiao-ping.

En 1958, se aprueba, no sin gran debate, el Segundo Plan Quinquenal, un plan que pretende reorganizar la sociedad China en lo fundamental en 5 años, sobre todo en la economía. A finales de ese año, Mao lanza la consigna del Gran Salto Adelante, que plantea revolucionar la sociedad China en todos los campos, aun en el campo la lucha contra la peste y contra las plagas. Ante este nuevo reto, se emplea de nuevo esa concepción integral de la sociedad que plantea que para producir cambios es necesario transformarlo todo. Como así lo han mostrado los campesinos chinos, aquellos que eran considerados como inamovibles, conservadores, rutinarios, opuestos al cambio, y que en 20 años han cambiado esa China y han barrido esas tres montañas que los habían oprimido durante siglos.

Se piensa generalmente, así se planteó en Occidente, que el Gran Salto era sólo una política de amplio y acelerado desarrollo económico. Y nos encontramos con este poema de Mao, en que el celebra una de las victorias de este Gran Salto: eliminar el vector de la esquistosomiasis en una región de China, agobiada por esa enfermedad durante siglos. No era un gran movimiento económico pero sí un gran movimiento del pueblo; todos los habitantes salieron a recorrer los campos y las zonas inundadas para buscar y eliminar uno a uno hasta el último de estos animales que eran vectores de la enfermedad.

Como habían hecho en los años anteriores al 58 con las moscas, con las ratas, sistemáticamente, en gigantescas campañas que abarcaron todo el país; más de 650 millones de personas dedicadas a matar moscas y cazar ratas, aunque esto parezca una tarea poco digna de una revolución, de un gobierno del pueblo, y que Mao, al contrario, considera no solamente como el asaltar la tierra, sino como un asalto al cielo. Algo de trascendencia fundamental.

Hay otras cosas, otras tareas; por ejemplo, China, un país casi sin industria básica, —porque la guerra había arrasado lo poco que había y los imperialistas terminaron con lo más que pudieron antes del triunfo de la revolución en el 49 y de su expulsión—, se propone producir un millón de toneladas de acero.

El camino para la producción de acero que se había marcado en Occidente y que se había seguido en la Unión Soviética, fue el de la creación de grandes acerías, de gigantescas acerías localizadas en las cercanías de las fuentes de carbón y de hierro, —como ocurre aquí, por ejemplo, con Acerías Paz del Río—, para que produjeran decenas de miles de toneladas cada una. China, por supuesto, no desecha del todo ese camino; allí se crean acerías relativamente grandes, pero ese no es el eje central para resolver el problema de la producción del acero. Uno de los propósitos de la revolución es romper la relación de dominación característica de la sociedad capitalista entre la ciudad y el campo, relación que pone el énfasis del desarrollo de la industria, de la producción de maquinaria y de acero en las ciudades, mientras deja el campo sólo para la producción agrícola, lo que marca claramente una diferenciación entre los obreros y los campesinos, y entre los trabajadores y el resto del pueblo, sus familiares, por ejemplo.

En China, en cambio, la consigna del Gran Salto Adelante para la producción del acero es construir por todo el país pequeños hornos siderúrgicos Bessemeres: en los campos, en los barrios, en los suburbios de las ciudades; un millón de pequeños hornos que produzca cada uno una tonelada de acero. En los campos..... en donde nadie sabía nada de acero ni de hierro; en los campos..... en donde los instrumentos de labranza eran todavía en ese momento de madera y piedra, donde las ruedas de los carros eran todavía de madera, donde una lámpara de petróleo metálica era un fenómeno del otro mundo. —Cuenta un libro acerca de un norteamericano que se enriqueció vendiendo millones de esas lámparas, que eran una revolución porque en muchas regiones del campo chino no se conocían objetos metálicos—.

Esos campesinos, en esas regiones, debían construir hornos Bessemeres para producir acero, hornos que ardían día y noche para fabricar el acero. Pero que implicaban no solamente a los trabajadores del acero, sino a toda la población, que trabajaba acarreando el combustible, buscando la materia prima en las chatarras, muchas de las cuales venían todavía de los restos de la guerra, para fundirlas en esos hornos que eran alimentados permanentemente.

Y cuentan quienes visitaron a China en esa época lo que significaba ese espectáculo permanente, día y noche, con decenas, con cientos de miles y miles de personas por las carreteras, por los caminos, por los ríos, acarreando el combustible para esos hornos en toda clase de vehículos, en sus espaldas, en canastos y en todo lo que podían, pero no solamente para el millón de pequeños hornos, sino también para aquellos grandes de las siderúrgicas, acarreando la chatarra para fundirla, alimentando a esa inmensa población de trabajadores del acero. Y los chinos produjeron la cantidad de toneladas de acero que se habían fijado.

El poeta colombiano Jorge Zalamea, ya muerto, visitó China en esa época y pudo presenciar ante sus ojos asombrados esa gigantesca movilización de todo un pueblo. Para recobrarla y darle permanencia, a la vez que presentarla ante nosotros, escribió un extenso poema: “El Viento del Este da nuevas del Gran Salto”, del cual los versos siguientes son sólo un fragmento:

Seiscientos cincuenta millones de seres en unánime salto.
Todos a una:
la mano en la mano,
unidos los hombros,
el corazón en los labios
y en los labios el canto.

Manos de niños recogen la chatarra;
manos de pioneros la acarrean:

es la dichosa iniciación del salto.

Manos de hombres y mujeres acarrean
todo lo que las nuevas comunas populares piden;
acarrean todo lo que requieren los talleres
que se multiplican por doquiera
como mízcalos en los pinares y bajo las lluvias del estío tardío;
acarrean los materiales para construir el millón de
pequeños hornos siderúrgicos que hacen ya de la tierra china,
en la noche, un invertido cielo corruscante de rojas constelaciones:

es la poderosa voluntad del salto.

Manos de hombres y mujeres acarrean
todo lo que otras manos esperan;
acarrean a lo largo de las avenidas urbanas,
acarrean por las grandes carreteras,
acarrean por los caminos vecinales,
acarrean por las playas y a través de los bosques,
acarrean por las laderas de los ríos y las sendas de la montaña,
acarrean en cestos,
acarrean en cueros,
acarrean en sacos,
acarrean en latas
acarrean sobre un rodillo,
acarrean sobre una rueda,
sobre dos ruedas,
sobre tres ruedas,
acarrean a dos manos y a racimos de manos,
acarrean a la mañana,
al mediodía,
al poniente
y en la alta noche,
acarrean con gravedad y con alegría,
acarrean con altos gritos viriles
y breves risas femeninas,
acarrean todo lo necesario para la construcción
de la gran casa china en que todos quepan.

¡Oh!, movimiento perpetuo, incesante creación,
carrera,
danza
y juego;
circulación de una sangre nueva,
más rica,
más pujante,
más pura;
ordenado torbellino,
medida marejada,
¡Larga Marcha!,
¡¡Gran Salto Adelante!!

Y hay voces que dicen:
porque la mano sabe para qué trabaja,
porque la mano sabe para quién trabaja,
la mano en su trabajo da mil por uno.

Por supuesto, como era de esperar, como se recalcó y se relató en el extranjero, incluyendo la Unión Soviética, una buena cantidad de ese acero no fue útil para la industria pesada, porque no era de la mejor calidad; es más, terminada esa gigantesca colada, la mitad de ese millón de hornos fue desmontada. Y se dijo en el exterior, y dijeron los enemigos de la línea de Mao en China: “fracasó el Gran Salto Adelante”, porque no querían ver lo que representaba como cambio esencial en un país fundamentalmente rural, agrícola, campesino, que el campesinado hubiera podido ser capaz de producir acero en esa escala, de vincularse a una producción industrial, que las amas de casa y los ancianos jubilados en sus barrios hubieran podido producir acero y que, además, las nuevas siderúrgicas hubieran podido producir acero.

El objetivo fundamental, el cambio fundamental que se buscaba y se alcanzó en ese proceso, fue comenzar a romper la separación entre campo y ciudad, entre campesino y obrero, entre agricultura e industria y dar un mentís a aquellos que consideraban que las 4/5 partes de la población China eran campesinos ignorantes, incapaces, inamovibles, reacios al cambio y a las transformaciones.

Hubo otro elemento clave en el Gran Salto Adelante. En China, ya desde los años 20, con las Asociaciones Campesinas y los Soviets, ya desde los años 40 en Shensí y en las zonas cercanas a Yenán, había habido mucha experiencia en el camino de abandonar el trabajo individual de la tierra. Se habían creado grupos de ayuda mutua con los que los campesinos se ayudaban entre sí para cultivar la tierra de cada uno. A veces ponían en común lo que tenían: por ejemplo, un cuarto de buey, —porque esa era muchas veces toda la propiedad de una familia campesina: un cuarto de buey, o sea que entre 4 campesinos se habían juntado y habían comprado un buey, cada uno tenía un cuarto—; y se dieron fenómenos a veces muy peculiares, de pronto uno de los dueños o dos de los dueños o tres de los dueños de un cuarto de buey se negaban a participar en los procesos de ayuda mutua, y aquél que sí participaba aportaba su cuarto de buey, es decir, el derecho a utilizar el buey una cuarta parte del tiempo, —pues es claro que no se trataba de que pusiera una pata o un cuarto de la carne—. Otros aportaban una pala o un arado; otros tenían más y lo aportaban para utilizarlo en común; pero cultivaban por turnos la tierra de cada uno y la ganancia de lo que se produjera era para cada dueño de la tierra.

Habían ido creando también formas de cooperación voluntaria, cooperativas agrícolas, a una velocidad asombrosa: en 1952 había 59, en el 54 eran ya 2.297, en el 55 alcanzaban a 16.921, en el 56 su número era de 117.829, para llegar en 1958 a 740.000, que comprendían el 99% de las familias campesinas.

Pero con el Gran Salto, esos campesinos que, como dice el poema, habían asaltado el cielo, se propusieron obras aún más gigantescas; por ejemplo, en el campo hidráulico, la construcción de grandes canales y represas necesarios para dar riego y luz eléctrica, controlar los ríos y las inundaciones y, por lo tanto, también las sequías; pero también la tarea de cómo encontrar, controlar y manejar la mano de obra para los hornos siderúrgicos.

Y los campesinos de algunas regiones del país idearon y pusieron en práctica las que llamaron federaciones de cooperativas; se dijeron: pongámonos de acuerdo, pongamos en común varias cooperativas, administrémoslas conjuntamente, manejémoslas conjuntamente y así obtendremos la mano de obra necesaria y los recursos necesarios y la coordinación necesaria para emprender esas grandes obras de construcción. Otros propusieron: creemos granjas, —así las llamaron—, y ¿qué eran esas granjas?: varias cooperativas juntaban la tierra y hacían una sola finca, cuyos miembros la trabajaban en común.

Y reaparecieron dentro del Partido los dos bandos que ya se venían enfrentando anteriormente; el bando que decía que eso era aventurerismo, que era un viento de comunización utópica que no correspondía a las condiciones de China; y quienes, como Mao, —que por esa época había hecho un recorrido por China y había conocido las experiencias de los campesinos—, que encontró que allí había las raíces, las semillas de un fenómeno completamente nuevo en China y en el mundo, de un fenómeno que de nuevo iba a voltear, a revolucionar a China.

Esas experiencias de unión y coordinación de algunas cooperativas campesinas se convirtieron en la orientación y en la consigna fundamental para el campo chino, la creación de las Comunas Populares. En dos meses ya eran más de 8.000; en seis ya alcanzaban 26.600 y agrupaban al 99.5% del campesinado. Y como había ocurrido en los años treinta y cuarenta, la comuna popular organizaba de nuevo la sociedad como un todo. Los dirigentes de las comunas, elegidos directamente en asamblea general por sus miembros, revocables en su cargo por quienes los habían elegido, que debían trabajar y no solamente ser dirigentes, eran en su comuna la autoridad política y militar, la instancia de gestión y administración, la dirección económica de la producción, la unidad encargada de garantizar salud, educación, servicios públicos, obtención y manejo de los recursos, y de las relaciones con el Estado Central en su conjunto. No se trataba entonces solamente de una forma de organización agrícola, sino de una forma de organización general de toda la vida social, de un embrión de comunismo.

Así mismo se atacó el problema de una educación que estaba cerrada para los campesinos y los obreros y cuyas orientaciones estaban alejadas del interés de solucionar los problemas de la vida del pueblo. Para ello se crearon las escuelas y universidades de mitad trabajo-mitad estudio, que combinaban la teoría y la práctica y daban cabida a los obreros y campesinos destacados en sus frentes de trabajo y recomendados por sus compañeros.

Y también las mujeres comenzaron a organizarse, comenzando por aquéllas que habían asimilado los principios del Gran Salto. En una comuna, ocho amas de casa empezaron a pensar en qué podían ellas colaborar para el desarrollo de China; consultaron con la gente y ésta les dijo: aquí hay un problema, en esta región escasean y son muy difíciles de conseguir las lámparas para los carros, los faroles para los camiones y los automóviles. Estas mujeres, amas de casa que nunca habían participado en ninguna actividad productiva que no fueran sus trabajos domésticos y, en algunas épocas del año, en ciertos trabajos agrícolas, se dijeron: vamos a fabricar lámparas para carro. Por supuesto, tuvieron que empezar por conocerlas; entonces consiguieron una lámpara vieja, la desbarataron, la estudiaron y la examinaron y luego empezaron a discutir entre ellas cómo podían hacer una igual.

Un año después, en esa comuna, más de un centenar de mujeres manejaban una fábrica que producía lámparas para carro con destino a todo el país. Un visitante del exterior les preguntó un día si ellas solas habían sido capaces de producirlas, y cuenta este viajero que la idea que él tenía era que le dirían qué ingeniero había ido a darles asesoría y si ellas habían consultado con las fábricas de automóvil del extranjero, porque en China no las había en este momento. Relata que una de ellas le dijo con modestia: no, realmente no hicimos todo solas, el marido de una de nosotras nos ayudó un poco explicándonos cómo funcionaban los circuitos eléctricos.

Es decir, que ese desarrollo de las comunas comenzó a avanzar, como Marx había vaticinado, por el camino de eliminar la separación entre la ciudad y el campo, entre industria y agricultura. Mujeres de barrios de las ciudades siguieron el ejemplo. Montaron también talleres y fábricas: las llamadas “fábricas de calle”; hay muchísimos ejemplos de ellas. Y para que las mujeres pudieran trabajar, los ancianos, los jubilados, aún muchos jóvenes, se hicieron cargo de las tareas domésticas, pero no en forma individual, sino organizando guarderías, comedores, lavanderías y sastrerías comunales.

Pero también la ciudad salió al encuentro del campo; en algunos barrios de ciudades grandes y medianas había zonas verdes, —como las de aquí que tienen letreros que dicen: no coja las flores, no pise el pasto—. Y en las fábricas a veces había zonas, como patios interiores, que no se utilizaban. Y los trabajadores y las mujeres y los ancianos jubilados y muchas veces los jóvenes, se organizaron para desarrollar la producción agrícola en esos espacios dentro de las ciudades. Llegando a alcanzar la escala de toda una ciudad, aunque comenzaban con un barrio, con el patio de una fábrica o con el separador de una calle o avenida. Y algunas ciudades llegaron así a autoabastecerse de ciertos productos, como las verduras.

La tan pregonada ignorancia, la tan cantada inmovilidad del campesinado y del pueblo se habían esfumado cuando desaparecieron las montañas que los oprimían.

Y cuentan también que en muchas ocasiones, en muchas regiones, en muchos lugares, dirigentes de China, miembros dirigentes del Partido se opusieron a esas experiencias y en muchos casos las echaron para atrás, en donde tenían el poder para hacerlo. En muchos sitios se disolvieron comunas populares, se cerraron esos talleres y esas fábricas; se consideraba que era un desperdicio de recursos que gente del campo se metiera a producir cosas de la industria, porque se daba por sentado desde el principio que serían de mala calidad; o que la gente de las ciudades se dedicara a lo agrícola cuando no sabían de eso. Inclusive fue tan fuerte la corriente en contra de esos avances, con el argumento de que China no estaba preparada para dar ese salto, que era aventurerismo, que incluso Mao presentó renuncia como Presidente de China, siendo reemplazado por Liu Shao-shi.
 
 
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