Luis Guillermo Vasco   Luis Guillermo Vasco
 
ENTRE SELVA Y PÁRAMO. VIVIENDO Y PENSANDO LA LUCHA INDIA
 

NACIONALIDADES INDÍGENAS Y ESTADO EN COLOMBIA > ¡NO CREA! A PROPÓSITO DEL ENCUENTRO COLOMBIA CREA

El concepto de mercancía, tal como Marx lo plantea en su texto El Capital. Crítica de la Economía Política (1964), me suministra la base para el análisis de las profundas y complejas implicaciones económicas y políticas que se derivan del proceso de llevar a la práctica dicha concepción de la diversidad étnica y cultural como riqueza, teniendo como contexto el sistema de producción que predomina en Colombia. Al examinar distintos programas y políticas gubernamentales que se llevan a efecto en algunos campos de la vida de las sociedades indígenas, resulta claro que se trata de procesos de producción de mercancías o, mejor dicho, de transformación en mercancías de elementos de tales grupos sociales, pero también de grupos campesinos y afrocolombianos; es decir que hacen parte de un proceso intenso de ampliación de las relaciones de mercado que busca cubrir con ellas los aspectos más diversos y recónditos de la vida social, como parte de un desarrollo del mercado capitalista que se hace, por primera vez en forma cabal, verdaderamente mundial. De esta manera, se va enlazando a estos grupos con gran celeridad dentro de la economía capitalista nacional e internacional, integrándolos a ella.

Así ocurre con aspectos componentes de las culturas de estos grupos sociales, como las danzas, cantos y otras formas de expresión, incluyendo, para los indígenas, hasta los mal llamados “rituales”, como sucede a través del programa COLOMBIA CREA, por ejemplo, o, para el caso de los elementos de la producción material, de las variadas actividades que adelanta la empresa mixta Artesanías de Colombia.

¡NO CREA! A PROPÓSITO DEL ENCUENTRO COLOMBIA CREA

[Publicado en Kabuya. Editado por un grupo de trabajo del Departamento de Antropología, Universidad Nacional de Colombia, No. 7, septiembre, 1998, Bogotá, p. 7-10]

Durante la primera semana de agosto de 1998, última del gobierno de Samper, el Ministerio de Cultura celebró en Bogotá la fase final del programa COLOMBIA CREA, con un encuentro de realizadores de actividades culturales, individuales y grupales, que llegaron de todo el país y que fueron seleccionados en encuentros regionales que tuvieron lugar desde un año antes.

Para muchos, el programa CREA muestra que por fin el gobierno está reconociendo y promoviendo la cultura popular y a sus creadores, avanzando en programas de recuperación cultural y dando pasos firmes en la “búsqueda de nuestras raíces”, las de nuestra cultura nacional y nuestra nación. Es bueno, entonces, hacer algunas reflexiones al respecto para ver si es verdad tanta belleza.

Todavía no hace mucho tiempo que en Colombia se consideraba que la cultura era la de las clases dominantes de la sociedad: la música clásica y la opera, los grandes artistas (en especial los pintores), los escritores de talla (sobre todo los poetas), etc., es decir, aquellas manifestaciones relacionadas con las llamadas bellas artes y, por supuesto, la mayor parte de ellas de origen extranjero. Idea que se recoge aún parcialmente en la reciente Ley de Cultura.

Por su parte, los antropólogos, en especial aquellos de influencia norteamericana, han definido la cultura refiriéndose a la totalidad de las obras creadas por el hombre a lo largo de su historia, tanto materiales como espirituales. Ésta incluye, entonces, sus relaciones económicas y sociales, sus sistemas productivos y formas de organización, sus herramientas de trabajo, sus viviendas, sus ropas, los productos de su actividad, pero también sus ideas y concepciones acerca de la realidad, sus usos y costumbres (como se suele decir ahora), sus anhelos, y, por supuesto, sus producciones artísticas, sus bailes y sus cantos, sus relatos, etc., etc. Se dice que la cultura es el modo de vida de un pueblo.

Entre nosotros, la idea de cultura se ha desarrollado en los últimos años moviéndose entre estos dos extremos; sobre esta base se ha ido dando su reconocimiento por parte de algunas instituciones del estado, pero igualmente por parte de mucha otra gente, incluyendo amplios sectores populares.

Así mismo, poco a poco, algunos sectores de la sociedad han ido extendiendo el concepto de cultura a los resultados de la actividad creadora del pueblo, aunque en general la siguen mirando en forma muy restringida, limitada casi exclusivamente hacia lo que está relacionado con lo artístico: los cantos y danzas, los cuentos, poemas y tradición oral, las artesanías, el teatro; también han cobijado como cultura las comidas “típicas”, los vestidos “típicos” y muchos otros elementos semejantes. Pero este reconocimiento de la creación popular se hace bajo el concepto de folclor, diferenciándolo de la cultura propiamente dicha y ubicándolo en un grado inferior de calidad, de valor y de importancia.

Cosa parecida ocurre con el llamado patrimonio cultural, el cual se define abarcando únicamente los elementos que se consideran “importantes” y “significativos” de acuerdo con los criterios de las instituciones estatales o de las clases dirigentes de la sociedad: las viviendas antiguas construidas por los grandes arquitectos de acuerdo con los modelos europeos (en especial ingleses y franceses) y en forma más reciente con los norteamericanos, los edificios públicos que se consideran vinculados con los hechos de la historia, las obras de arte, los monumentos, etc. También se han incluido en él los restos materiales de las sociedades aborígenes hoy desaparecidas, que son recuperados por la arqueología y llevados a los museos, donde se exhiben con una orientación y una significación que distan mucho de aquellas que les dieron sus creadores.

En este proceso de reconocimiento restringido de la cultura del pueblo hay que señalar el sentido que se le otorga, a qué se le llama reconocer o recuperar la cultura popular, significado que orienta las actividades con las que se busca lograr esos cometidos, como la del CREA. Se trata de buscar “talentos” y de recoger las manifestaciones que se consideran artísticas y convertirlas primordialmente en espectáculos, en algo para presenciar, para ver y oír, mientras las condiciones, las formas de vida y los problemas de los grupos sociales que las originan permanecen en la sombra y no se los reconoce; el espectador permanece ajeno, por ocultamiento, a estas situaciones conflictivas.

Otro sentido que se da a estas formas de reconocimiento de elementos de la cultura popular es el de que en ellos están nuestras raíces, se trata del “encuentro de nuestras raíces”. Pero este planteamiento no es real, no da origen a políticas y actividades sociales y culturales que los potencien y que hagan que realmente vitalicen nuestras formas de vida, den origen a nuevos retoños para el desarrollo de una cultura nacional popular específica y vigorosa que pueda contrarrestar la invasión cultural que ahora vivimos, en especial a través de los medios de comunicación; ni siquiera se busca revitalizar su papel en las sociedades y grupos que los han producido. Por ejemplo, al tiempo que las danzas y cantos de los rituales indígenas se hacen espectáculo cultural, se observa con indiferencia cómo estas mismas actividades desaparecen en las comunidades, y aun se estimula su pérdida; se presencia impasible cómo la mayor parte de sus miembros permanecen ajenos y sin interés ante los grupos que las “rescatan y montan” para exhibirlas ante públicos que nada saben de su significación propia.

Además, otros aspectos de la vida de la gente y que también constituyen cultura no se tienen en cuenta, y con eso pasan desapercibidos tanto para los espectadores como para los integrantes de los grupos sociales mismos, quienes terminan convencidos de que la creación y uso de la cultura es algo de unas pocas personas con intereses y capacidades especiales: los miembros de los “grupos culturales”. Se impulsa, así sea solo por omisión, la idea de que únicamente los “números”, los “actos”, las “obras” que se incluyen en los encuentros CREA son cultura y que sus intérpretes son los únicos creadores de cultura dentro de sus grupos de origen.

Pero hay más aún. Estas actividades, por la forma como se recogen, se trabajan y se preparan para su presentación en los encuentros, van siendo descontextualizadas, separadas del conjunto de la cultura y despojadas poco a poco de la significación que tienen en la vida social de los grupos en que han surgido; esto es tanto más notable en el caso de los indígenas, muchos de cuyos rituales se transforman en danzas y cantos para presentar en los encuentros cuando, inclusive, ya no se practican en las comunidades o, por lo menos, muchos de quienes los recuperan para CREA no participan en ellos y no aceptan las concepciones que los fundamentan. Se desconoce así la idea de que la cultura es un sistema, en el cual todos sus elementos están relacionados y jerarquizados de algún modo, de manera que ninguno de ellos puede cumplir su papel ni se lo puede comprender si se lo aísla de los demás, si se lo saca de ese conjunto o si se ignoran sus determinaciones.

Pero también entre los campesinos y pobladores urbanos se desarrollan fenómenos de este tipo, y se conservan, como si fueran piezas de museo, “expresiones culturales” que ya han desaparecido casi por completo de la vida de la gente. Este folclor, estas cosas típicas, ya no lo son realmente y más bien constituyen un ambiente artificial y postizo que nada tiene que ver con la vida cotidiana de sus portadores. Ya no son cultura, en el sentido preciso del término, pues la cultura siempre es algo vivo para la gente que la produce y utiliza. Cuando se llega a esta situación, están listos para ser apropiados por otros distintos de sus creadores, pues han revestido una forma particular de mercancía, haciéndose folclor.

En el caso de los indígenas, este proceso de corte y separación que exige el CREA todavía es difícil de realizar y choca claramente con su realidad. De ahí que en sus “presentaciones” incluyan formas culturales que están ligadas con los cantos y las danzas y que constituyen su contexto, pese a que claramente no cumplen con los requerimientos para ser espectáculo. Los paeces, que “muestran” todo el trabajo de “diagnóstico” que hacen los te’wala y luego el proceso de la limpieza para curar, junto con la utilización de las plantas correspondientes, y que obliga a los coordinadores del espectáculo a dar la orden de abreviar y terminar porque se hace cansón e incomprensible para el público, son un buen ejemplo de lo que ocurre. Igual sucede con los wayúu, que interpretan la danza yonna sin poderla arrancar del contexto de la “pedida de mano” de una mujer casadera, y en el cual se reproduce todo el proceso de intervención del palabrero como intermediario entre el tío de la muchacha y la familia del pretendiente en la tarea de establecer el tipo y cantidad de los bienes que la familia de la novia debe recibir, todo ello en lengua wayúu naiki y, por lo tanto, sin que los espectadores puedan seguir y comprender de qué se trata.

En la preparación para la presentación de los trabajos se observa cómo el criterio del espectáculo, de la vistosidad, prima sobre los demás aspectos. Se procura que la representación se vea bien, salga bonita y atraiga al público. El mexicano García Canclini ha llamado a este fenómeno la estetización de la cultura popular, y hace parte del proceso de su apropiación y uso por las clases dirigentes; se la acepta porque se considera bella, pero no hay ninguna preocupación por su significado ni por los problemas de la vida de los grupos sociales donde se origina. En ese sentido, se trata de un falso reconocimiento que, en la práctica, es en realidad una forma de expropiación de lo popular por parte de los sectores institucionales y de las clases dominantes de la sociedad.

Cosa semejante sucede con las artesanías, objetos que inicialmente son cosas de utilidad para sus fabricantes y los grupos sociales a los que pertenecen, que satisfacen sus necesidades y se elaboran con esa finalidad. Convertidos en productos para un mercado, se separan de sus condiciones de fabricación, uso y sentido, y adquieren otra vida, otras utilidades, casi siempre de tipo estético, en manos de quienes los adquieren; se convierten en objetos para adornar, que se compran y exhiben porque se consideran bonitos. En cambio, es corriente que en sus sitios de origen la gente haya abandonado su uso, habiéndolos reemplazado por productos de fuera que adquieren en el mercado. Así pudo observarse en el “Salón de los Objetos” del encuentro CREA, donde los productos materiales fueron presentados a la manera como lo hace un almacén de artesanías, aislados por completo de su uso y significación, mientras que los artesanos y demás fabricantes que se hicieron presentes para traer sus productos fueron ignorados y minusvalorados, al punto que muchos de ellos consideraron que se los había maltratado como personas.

Asistimos hoy a un verdadero bombardeo cultural dirigido a través de los medios de comunicación y con el propósito final de homogeneizar a la sociedad dentro de los parámetros de una cultura globalizada, mundial, cuyos cimientos y finalidades no corresponden a nuestras necesidades y condiciones como pueblo, sino a los dictados e intereses del capitalismo internacional. La revitalización de muchas de nuestras manifestaciones culturales, tan diversas, su apropiación por parte de los diferentes sectores sociales, en especial aquellos populares, como una parte fundamental de sus vidas, son una de las opciones posibles para resistir esa presión imperialista, vivir y crecer de una manera propia, con el desarrollo de una cultura nacional popular constituida por la articulación de las culturas locales y regionales, y lograr que nuestro país llegue a ser algún día una sociedad con autonomía e identidad propia.

Para lograrlo, se haría necesaria la consideración y consolidación de todas estas actividades que el CREA ha recogido, no solo en el encuentro nacional sino también en los regionales, como partes integrales de culturas, de las formas de vida de los grupos sociales que las producen. Encuentros como este podrían llegar a ser el cimiento primero para una especie de diagnóstico del “estado de la cuestión” de la creación cultural popular; y sobre esta base se podría diseñar una política que implicara un proceso de estudio, discusión y confrontación, no solo con sus creadores o sus cultores, sino en lo fundamental con los grupos sociales a los que pertenecen, con la finalidad de analizar sus funciones y sus significados en la vida cotidiana, para mirar su vigencia de acuerdo con las condiciones de hoy y/o las posibilidades de resignificación, es decir, si precisan y pueden recibir funciones, valores y contenidos nuevos, etc.

Así sería posible emprender un largo trabajo de recuperación y difusión, de enraizamiento, de dinamización cultural en dichos grupos para que realmente estos elementos adquieran vida nueva entre ellos. De otra manera, seguirán siendo espectáculo coyuntural, potenciado desde fuera de los grupos sociales por las entidades estatales, que benefician ocasionalmente a unos pocos y que, en la realidad, constituyen especies de museos donde se conservan elementos que fueron cultura, pero que ya no lo son o están dejando de serlo para siempre. Por supuesto, esta última es la orientación de la política estatal al respecto y no podría ser de otra manera en una sociedad de clases como la nuestra, en la cual el estado no es de ningún modo el representante y garante de los intereses populares, sino el vehículo con el que las clases dominantes buscan apropiarse de la producción material e intelectual popular para su propio beneficio.


 
 
www.luguiva.net - 2010 ® contacto@luguiva.net
Bogotá - Colombia