Luis Guillermo Vasco   Luis Guillermo Vasco
 
ENTRE SELVA Y PÁRAMO. VIVIENDO Y PENSANDO LA LUCHA INDIA
 

NACIONALIDADES INDÍGENAS Y ESTADO EN COLOMBIA > LA EDUCACIÓN INTERCULTURAL: UN CAMINO HACIA LA INTEGRACIÓN

Otros campos de la vida indígena se ven seriamente afectados por la puesta en práctica de la concepción del supuesto enriquecimiento que se derivaría del manejo de la heterogeneidad cultural, tan amplia en nuestro país.

Así está aconteciendo con la orientación de los procesos de educación que se adelantan en las escuelas de las comunidades indígenas sobre la base de la llamada Educación Intercultural, como lo analizo en un texto que está basado en mi trabajo de muchos años en esta área, tanto directamente en relación con escuelas, niños y maestros indígenas, como en su estudio conceptual en el Seminario Permanente Interdisciplinario que se adelantó durante tres años en colaboración entre la Universidad Nacional de Colombia y el Ministerio de Educación Nacional. De estas experiencias resulta que se trata, más que de reconocimiento, respeto y enriquecimiento, de una nueva forma de adelantar los procesos de integración cultural —por lo tanto de negación de la cultura propia de las nacionalidades indígenas— que han sido siempre eje vertebral de las políticas oficiales frente a ellas.

Sin embargo, no se trata esta vez de la tradicional negación radical de las formas culturales de los indígenas y su suplantación por aquellas correspondientes de la sociedad nacional e internacional, por la cultura universal, sino que ahora la táctica es diferente. Para adelantar el proceso, se produce un reconocimiento de palabra y se ponen en práctica procedimientos que parecen confrontar en la escuela las distintas culturas y conocimientos en un plano de igualdad, al tiempo que se ignoran conscientemente las verdaderas y reales condiciones en que ambas sociedades y culturas se enfrentan en la vida cotidiana. Los resultados inevitables de este doble juego son los que analizo en mi texto.

LA EDUCACIÓN INTERCULTURAL: UN CAMINO HACIA LA INTEGRACIÓN

[Este artículo fue escrito para la revista de educación del CRIC por solicitud de una de sus editoras. El Comité Editorial de la revista rechazó su publicación. Apareció en Kabuya. Editado por un grupo de trabajo del Departamento de Antropología, Universidad Nacional de Colombia, No. 11, 17 de mayo, 2000, Bogotá, p. 1-4]

“La educación no es una mera cuestión
de escuela y métodos didácticos.
El medio económico social condiciona
inexorablemente la labor del maestro”.

José Carlos Mariátegui (1973: 43)



Desde hace 18 años, un equipo técnico del Ministerio de Educación, como respuesta a la reivindicación indígena de una educación propia, importó de México, donde los había propuesto el antropólogo Guillermo Bonfil Batalla, los conceptos de etnodesarrollo y etnoeducación, y con base en ellos planteó las características que debería tener esta última. Entre ellas y como una consecuencia necesaria que se derivaría del carácter heterogéneo de la sociedad colombiana desde el punto de vista cultural, este equipo propuso que uno de los principios o lineamientos de la educación indígena debía ser la interculturalidad, describiéndola así:
En el proceso educativo, el punto de partida es la cultura propia de cada comunidad, pero es indispensable realizar el aprendizaje de los elementos culturales nacionales y universales. Por ello, el educando indígena, además de conocer a fondo la cultura de la comunidad en la que se desempeña, debe tener conocimiento de lo que es la cultura nacional y universal (Ministerio de Educación Nacional 1985: 47).
Estos lineamientos fueron acogidos por la ONIC y sus organizaciones regionales durante el Primer Seminario de Etnoeducación, que se realizó en Girardot en 1985. En una de sus conclusiones se plantea al respecto:
Llevar a cabo seminarios sobre etnoeducación a nivel regional, que permitan apropiarse e internalizar la política y el marco conceptual, reconocidos durante el seminario de etnoeducación y expuestos en los ‘Lineamientos Generales de Educación Indígena’. (Primer Seminario de Etnoeducación 1986: 136).
En los últimos años, el concepto de interculturalidad ha sido extendido, reforzado y aplicado en forma amplia por distintas entidades internacionales —como la GTZ alemana, por ejemplo—, a través de diversos proyectos en diferentes países de América y con un cuantioso aporte presupuestal que garantiza su acogida. Así, entre los lineamientos de la educación indígena, el de interculturalidad se ha convertido en eje central de la misma, sea en las propuestas de la EBI (educación bilingüe intercultural) o en las de la EIB (educación intercultural bilingüe), al tiempo que tales entidades ocultan a los “beneficiados” por los proyectos los sustentos ideológicos y políticos de estos.

En tales términos, las sociedades indígenas han ido aceptando la interculturalidad en sus proyectos educativos bajo el supuesto de que la cultura propia y otras culturas interactúan y se enriquecen de manera dinámica y recíproca, contribuyendo a plasmar en la realidad social una coexistencia en condiciones de respeto y valoración mutuos, “de equidad e igualdad, fundamentadas en el intercambio de saberes, conocimientos y en el reconocimiento del otro como diferente más no inferior”, por lo que la interculturalidad aparece como el camino que ha de conducir a la tolerancia y esta a la solución pacífica y concertada de los conflictos que existen entre los indígenas y la sociedad nacional colombiana, así como aquellos que se dan entre sociedades indígenas en algunas regiones del país.

La interculturalidad aparece también como la alternativa educativa para dar solución a la situación del pasado, en la cual la educación que recibían los indígenas por cuenta de los distintos agentes externos a sus sociedades negaba su propias culturas e imponía la de la sociedad colonial, primero, y la colombiana, posteriormente; cosa más notoria, pero no exclusiva, en la enseñanza impartida por misioneros, en especial en los internados.

Hoy, se dice, la etnoeducación presenta e informa de una manera equilibrada a sus alumnos indios tanto lo que se refiere a la cultura nacional y mundial como lo que tiene que ver con la propia de las sociedades a las que ellos pertenecen. De esta manera, se postula que el egresado de este sistema educativo será una persona que se mueva con igual soltura en las dos culturas: la occidental y la propia; y que, además, será capaz de manejar y controlar los efectos negativos de la primera sobre la segunda, y de seleccionar los aspectos “positivos” que aquélla puede aportar a la suya para enriquecerla, puesto que de acuerdo con esta concepción la diversidad cultural se define como un factor enriquecedor.

Se plantea que la interculturalidad desarrolla la mutua comprensión entre las culturas y la valoración de cada una de ellas en un plano equitativo. Así, se dice, se establecerán nuevas formas de convivencia entre culturas diferentes. Correspondería a la educación intercultural “asumir el reto de contribuir a una relación igualitaria y de intercambio entre los pueblos en contacto” (Chiodi 1998: 8).

La interculturalidad vendría a ser algo distinto a la multiculturalidad, pues esta solamente describe las peculiaridades de cada cultura y corresponde a una simple coexistencia entre ellas, pero sin que se plantee su relación en forma dinámica y positiva. Si se acepta este sentido, la interculturalidad diferiría del criterio que se adoptó en la Constitución colombiana de 1991, que solo reconoce a Colombia como una nación con diversidad étnica y cultural, pero que no plantea la interrelación activa entre estos grupos étnicos y culturas.

Pero, miremos cuál es el marco dentro del cual se viene planteando la interculturalidad. Desde la llegada misma de los europeos, las sociedades aborígenes se vieron enfrentadas a un choque brutal, el de la conquista, y en ese enfrentamiento también se confrontaron sus respectivas culturas. Más tarde o más temprano, los aborígenes fueron derrotados y sometidos, subordinados a la Corona española y a la religión católica y hechos objeto de una dura explotación. Se estableció, pues, un conjunto de relaciones estructurales entre la metrópoli española y las sociedades americanas, en las cuales estas fueron colocadas en una posición por completo subordinada. La educación —entendida como cristianización y castellanización— fue una herramienta clave en todo ese proceso y uno de los mecanismos para formar a los alumnos indígenas en la cultura “occidental”, dejando de lado las suyas propias o, peor aún, negándolas.

Pese a los cambios que se introdujeron con la nueva Constitución, son relaciones de esta clase las que continúan determinando la situación subordinada de los indígenas respecto de la sociedad nacional colombiana. En la vida cotidiana de las comunidades se vive una permanente confrontación con diversos agentes y niveles de esta sociedad y, en este contexto, se da también un constante choque cultural, a veces abierto, a veces soterrado. No hay allí equidad, valoración positiva, aceptación ni respeto por las culturas indígenas. Así lo manifiestan muchos acontecimientos de la vida nacional, como los casos recientes de los embera del Sinú y los u’wa, para no ir muy lejos.

¿Cómo, entonces, podría ocurrir algo distinto en la educación indígena, cuando esta sigue siendo normada por las instituciones oficiales nacionales y regionales y por las ONG?, ¿cuando depende del presupuesto nacional y de los fondos de gobiernos extranjeros y ONG?, ¿cuando muchos de quienes participan en ella son productos de la educación misionera y nacional? Y, en caso de que en ella, por algún extraño fenómeno, pudiera darse la interculturalidad tal como se viene definiendo, ¿no sería ésta flor de invernadero, recluida entre las estrechas paredes de la escuela, destinada a marchitarse al choque brutal con lo que ocurre en la vida diaria de las comunidades? ¿Cómo podrían allí, en ese supuesto oasis de igualdad y respeto entre culturas, prepararse los estudiantes para afrontar, una vez terminados sus estudios y en su vida diaria, el profundo y permanente choque entre sociedades y culturas que opera en todos los niveles por fuera de la escuela?

Volvamos atrás para considerar la interculturalidad como supuesto factor de enriquecimiento social y cultural para los indígenas a través del intercambio de saberes que se propicia con la diversidad. Lo primero que llama la atención es que la educación intercultural haya sido propuesta y desarrollada exclusivamente para los indígenas. ¿Acaso la sociedad colombiana no desea enriquecerse con este intercambio que resulta de la diversidad cultural? Sería esta la primera forma de enriquecimiento que los sectores sociales dominantes de nuestra sociedad no buscarían apropiarse en su beneficio, dejándola para su disfrute por parte de los indígenas. Tanto desprendimiento y generosidad resultan por lo menos extraños, mucho más cuando no ocurren en otros espacios, como es el caso de los recursos naturales, para citar solo uno. Claro que se dice que la interculturalidad debe ser de “doble vía”, pero esto es solo un discurso que no se da así en la realidad. Esto indica que se parte de la base de que las culturas indígenas son deficitarias y deben enriquecerse con el aporte de la occidental, pero que, al mismo tiempo, aquellas no tienen nada que aportar a esta. Es claro que la valoración que se hace de ambas no es de equidad sino de desigualdad y que las culturas indígenas son concebidas como inferiores. Si fuera de otra manera, la interculturalidad en la educación se plantearía como una necesidad para todo el sistema educativo colombiano, que de este modo debería enriquecerse con lo mejor de las culturas indígenas.

Por otra parte, se dice que en la escuela intercultural se busca crear nuevas formas de convivencia entre culturas diferentes, así como relaciones igualitarias entre los pueblos en contacto. Pero, ¿acaso son los indígenas quienes han implantado el tipo de relaciones de explotación, dominación y desprecio que existen hoy? Al contrario, les han sido impuestas y son ellos quienes las sufren. Entonces, en las zonas de contacto entre pueblos y culturas, allí donde la sociedad nacional penetra y agrede a las sociedades indígenas, ¿no habría que implantar la interculturalidad en la educación de los colombianos mestizos —como se dice ahora— para que estos aprendan a valorar las culturas indígenas, para que se enriquezcan con su aporte, para que aprendan a convivir en equidad e igualdad con ellos y sin explotarlos ni dominarlos? Resulta de una claridad cegadora que esto no es lo que sucede y que no hay el menor intento por lograrlo.

Una situación tan unilateral resulta por lo menos sospechosa y hay que preguntarse qué se oculta tras el discurso de la interculturalidad y de sus pregonadas bondades. Y también por la coincidencia entre el auge de las luchas indígenas, que buscaban cambiar las relaciones sociales de despojo y dominación a que los someten los sectores que ostentan el poder en la sociedad nacional, y la propuesta oficial de la etnoeducación con su carácter de intercultural, que propone la educación y la escuela como el lugar donde puede darse dicha transformación.

Considero que lo que hay tras de todo esto hace parte de una estrategia oficial, que alcanzó su punto culminante con la Constitución del 91, para desmontar las luchas indígenas y desplazarlas, como en lo fundamental ocurrió, por un escenario de diálogo y concertación. No es la educación la que puede transformar esencialmente el sistema de relaciones sociales entre Colombia y los indígenas, es el cambio en este sistema el que puede llegar a producir una nueva forma de educación, una nueva relación entre las respectivas culturas. Y, para ello, la educación debe ser parte de una lucha más amplia, un escenario más de la lucha indígena, un lugar donde sus propias culturas se enfrenten, se contrapongan con aquella que predomina en la sociedad nacional.

Se supone que comprender la pluralidad permitiría una convivencia armoniosa entre las culturas en una sociedad multicultural. Pero lo que se da en la vida real no es un choque entre culturas sino entre sociedades o grupos sociales en busca del poder, aunque algunos de ellos se cubran con la bandera de la cultura para fundamentar o justificar su dominio sobre otros o la lucha de estos contra aquéllos. La base de la confrontación no es cultural. Las culturas no son los sujetos sociales que se enfrentan, son grupos sociales, algunos de los cuales buscan desviar hacia la escuela la solución de la confrontación, limitándola a la interculturalidad.

Así, los currículos dobles, aditivos o yuxtapuestos, aunque comparen entre sí las distintas culturas, no pueden constituir la base de la confrontación. Tampoco el trabajo educativo meramente teórico puede serlo. No se trata de presentar los elementos de una y otra cultura unos al lado de otros y en el mismo plano, sino de hacer conciencia explícita del significado económico, social y político de la propia cultura, de confrontar las bases de pensamiento y conocimiento que la subyacen y fundamentan con las que corresponden a la otra cultura, de mostrar y comprender la manera como en la realidad material de la vida indígena aquellas de la sociedad nacional dominan y niegan a las propias de los indígenas, introduciendo en sus sociedades y en sus mentes los elementos de la dominación. Pero, sobre todo, hay que confrontar también las diferentes prácticas, los distintos modos de vivir, lo cual debe constituir la base de toda la confrontación y, para conseguirlo, la educación indígena tiene que centrarse sobre los problemas de la propia vida de las comunidades.

Fue así como surgió la consigna de la educación propia, como una necesidad derivada de la lucha por recuperar el territorio y la autoridad propios. Fue así como se desarrollaron las primeras experiencias en algunas comunidades del Cauca, en la época en que había que avanzarlas contra la oposición y el no reconocimiento por parte del gobierno.

La práctica educativa en Colombia se realiza sobre la base de considerar la cultura como discurso y no como práctica de vida, como código y no como vivencia. Solo en esas condiciones, y así se ha venido dando en lo fundamental en las escuelas indígenas, ha sido posible sostener y desarrollar de algún modo y en cierto grado la interculturalidad como forma de diálogo, como intercambio igualitario, cuando en la realidad no es posible vivir de dos maneras distintas al mismo tiempo, cuando los fundamentos esenciales de las culturas indígenas, con su base comunitarista, son incompatibles con los oficiales de la sociedad nacional, basados en el individualismo y en la ganancia. Una interculturalidad de esta naturaleza hace de las culturas indígenas un mero discurso y las conserva encerradas entre las estrechas paredes de la escuela como en vitrinas de museos, mientras en la realidad de la vida la cultura dominante avanza cada vez más y ocupa todos los espacios, adelantando velozmente los procesos de integración. Este respeto meramente teórico por la diversidad termina finalmente en la desaparición de las culturas de las sociedades indígenas.

Eso es lo que se contiene oculto en la estrategia oficial de la etnoeducación. La interculturalidad en la escuela, sin la confrontación, sin la lucha de la cultura propia contra la impuesta, sin la relación de esta lucha cultural con aquella económica, social y política que se adelanta entre las sociedades, se convierte, como lo eran las formas de la educación anterior, en un mecanismo uniformador con base en los parámetros y elementos de la “cultura occidental”, en un medio para la integración cultural; así lo determinan las relaciones de dominación económica, social, política y cultural que continúan existiendo en la vida real y diaria de la gente indígena. La interculturalidad en la educación, desarrollada en las condiciones que he descrito, solo consigue desarmar a las culturas indígenas frente a sus enemigos y, por consiguiente, prepara el camino para su derrota y su desaparición.


 
 
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